Domingo después de la Natividad. La Sagrada Familia


Celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, y todo nos invita a hablar de nuestra vida familiar, que como cristianos hemos considerar en relación con la familia de Jesús.

Hagámoslo, pero sin distorsionar ni nuestra realidad, ni la enseñanza y vivencia del mismo Jesús. Lo haríamos si al tomar como modelo a María, José y Jesús, dedujéramos que ese es el referente único y unívoco: sólo ése y de esa manera. Porque entonces no sabríamos por dónde empezar. Y también nos estaríamos equivocando si de nuestro modelo de familia tradicional trasplantáramos a Jesús nuestros modos y maneras.

Joaquín, a quien vamos a bautizar hoy, ha nacido fruto del amor de sus padres en una familia cristiana. Cuando tenga capacidad de razonar y decidir por sí mismo, lo podrá hacer porque haya crecido madurando a la vida y a la fe bien arropado y acompañado. Entonces podrá decir sin contradecirse que tiene familia.

Y en la catequesis a la que asista descubrirá que Jesús tuvo una familia como él, plenamente humana. Que María, la madre, acogió en su corazón muchas cosas sin entenderlas, y su sí a Dios fue total. Que José, guardó silencio ante el misterio de Dios que en la noche le estaba también pidiendo colaboración. Que Jesús no fue del todo comprendido por sus padres, incluso cuando afirma convencido que debe atender antes que nada los asuntos del Abba.

Joaquín deberá llegar a comprender que, para Jesús, lo primero es la familia humana: una sociedad más fraterna, justa y solidaria, tal como la quiere Dios. Y que a sus padres le une la sangre y la carne, pero mayor aún es el lazo de humanidad que sepan y puedan establecer.

Para no personalizar en vosotros dos lo que pretende ser una reflexión comunitaria, voy a expresar en voz alta una preguntas al hilo de nuestra vida de familia. ¿Cómo somos? ¿Cómo vivimos?

¿Vivimos comprometidos en una sociedad mejor y más humana, o encerrados exclusivamente en nuestros propios intereses? ¿Educamos para la solidaridad, la búsqueda de paz, la sensibilidad hacia los necesitados, la compasión, o enseñamos a vivir para el bienestar insaciable, el máximo lucro y el olvido de los demás?

¿Qué está sucediendo en nuestros hogares? ¿Se cuida la fe, se recuerda a Jesucristo, se aprende a rezar, o sólo se transmite indiferencia, incredulidad y vacío de Dios?. ¿Se educa para vivir desde una conciencia moral responsable, sana, coherente con la fe cristiana, o se favorece un estilo de vida superficial, sin metas ni ideales, sin criterios ni sentido último?.

Joaquín, cuando pueda hacerlo, responderá según lo haya aprendido en su familia más próxima y en la familia más grande, la eclesial. Ambas, si son cristianas, le habrán ayudado a ser humano. Porque hijo de Dios ya lo es, y vamos a celebrarlo ahora mismo.

Natividad del Señor

 
Esta mañana ha amanecido un sol de justicia. Estamos de enhorabuena porque Dios sigue apostando por nosotros, los seres humanos. Alguien pudiera decir que no nos lo merecemos, y es verdad. ¿Qué hemos hecho, qué estamos haciendo que valga realmente la pena? En nuestras vidas abundan más las noches oscuras que las mañanas soleadas. En nuestro mundo dejamos que dominen las tinieblas más que la luz que todo lo domine.

Sin embargo Dios sigue encarnándose, haciéndose el Dios-con-nosotros. No estamos condenados al desastre sino al triunfo y a la plenitud.

Un Niño se nos ha dado, es posible la esperanza, el Amor sigue abundando, aunque se revista de pequeñez y anonimato. Allá por donde vayamos lo descubriremos a poco que miremos con ingenuidad y sencillez. La bondad seguirá existiendo en nuestra tierra, no importa que por momentos el frío nos congele el corazón. Siempre estará ahí, disponible y ofreciéndonos calor y humanidad.

Felicitémonos, hermanas y hermanos, Dios nos quiere y no se avergüenza de ello. Contemplemos el milagro y hagamos que Navidad sea siempre, hoy y todos los días. En nuestra mano está, no acallemos la Palabra ni apaguemos la Luz. ¡Feliz Navidad!

Domingo 4º de Adviento


En el umbral de la Navidad, justo a sus puertas, la liturgia de este último domingo de Adviento nos ofrece esta bella historia, una escena simbólica llena de matices, del viaje de María a la casa de su prima Isabel. No sabemos si le llevó un regalo. Lucas no lo menciona. Tampoco lo menciona expresamente, pero podemos entender que en aquel gesto de María hacia su prima, Dios visita a su pueblo, como lo había hecho tantas veces en tiempos anteriores, pero en esta ocasión de un modo inefable, irrepetible y definitivo.
 
En Isabel descubrimos que la humanidad, Juan en su seno, salta de alegría ante la presencia de su Señor.
 
En ambas, María e Isabel, primas, desvelamos el misterio de la divinidad y la humanidad fundidas en un destino común: Dios se abaja al ser humano para correr la misma suerte.
 
María era la portadora de Dios, la nueva arca de la alianza llena de Jesús, llena del Espíritu. María es el vehículo de la esperanza para todos nosotros; sólo ella romperá la fuente para entregarnos a Jesús, el regalo del amor de Dios.
 
Isabel, llena del Espíritu Santo, fue la primera en llamarla bendita, llamarla "madre de mi Señor", la primera en conmoverse ante la presencia de Jesús.
 
Isabel llama a María tres veces bendita.
 
"Bendita entre todas las mujeres".
 
"Bendito es el fruto de tu vientre".
 
"Bendita tú por haber creído".
 
María es bendita no por su papel biológico sino por su fe, por ser discípula, por haberse puesto incondicionalmente en las manos de Dios.
 
María e Isabel, dos mujeres bendecidas por Dios, son para nosotros verdaderos modelos de la espiritualidad de la espera y de la confianza en Dios.
 
María e Isabel, dos magníficos regalos para nosotros en este tiempo de Navidad.
 
Ambas quedaron embarazadas por el poder de Dios y bendecidas para siempre porque Dios se acordó de su pueblo.
 
Pero, las bendiciones de Dios no se agotaron aquel día. Dios tiene bendiciones para todos nosotros.
La iglesia, el culto, la eucaristía es el medio en el que seguimos bendiciendo a nuestro Dios y recibiendo sus bendiciones
 
Pero igualmente nuestros encuentros sobre la base de la amistad, el mutuo cariño y el acompañamiento y la solidaridad se convierten también en momentos de bendición: Dios nos bendice y nuestro corazón bendice al Dios que nos habita.
 
Ojalá nuestras visitas, en este tiempo de visitas y de compartir, sean como la de María a Isabel, visitas en las que el Espíritu hace saltar de gozo de amor y de paz.

Domingo 3º de Adviento. Fiesta Patronal


La voz de Juan removió las conciencias de quienes le escuchaban, y la pregunta brotó casi a bote pronto: ¿Qué debemos hacer?

Juan no hilvanó una lista de ritos religiosos, tampoco de normas ni de preceptos. No propuso hacer cosas o asumir deberes. Él invitaba a ser de otra manera, a vivir de forma más humana, a desplegar algo que está en el corazón: el deseo de una vida más justa, digna y fraterna.

Militares, religiosos, negociantes, todos recibieron una respuesta vital, posible, humana y humanizante.

¿Que hemos de hacer todos nosotros? También su voz resuena en medio de esta comunidad. También aquí se anuncia la llegada del Señor. También a nosotros nos responde el Bautista: -«El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».

Una frase que resume en toda su simplicidad la vida cristiana impregnada de la fe en Jesús de Nazaret. Unas palabras que implican un cambio radical frente al estilo de vida de esta sociedad. Algo que ya hacían aquellos loco seguidores del crucificado resucitado, y que causaba admiración entre quienes les observaban: vivían alegres, se querían, compartían y celebraban a la vida.

Si los primeros cristianos, tal como lo relata el libro de los Hechos de los Apóstoles, vivían así, nada impide que nosotros también podamos hacerlo.

Veinticinco años de historia parroquial no es demasiado tiempo, pero sí es suficiente para que como comunidad cristiana hayamos marcado un estilo sencillo de fraternidad; que seamos un referente en nuestros barrios de lugar de encuentro y de acogida. No estamos aquí todos los que a lo largo de estos años hemos ido haciendo la parroquia de Guadalupe, pero nadie ha dejado de pertenecer a ella. Nacimos desde lo pequeño, y honradamente creo que seguimos ahí, en la pequeñez de quienes se saben en las manos del Dios Papá, el Abba de Jesús. No en balde tenemos como patrona a María, la Virgen de Guadalupe, la pequeña de Yahvé Dios. Ella ha caminado con nosotros desde mucho antes de aquel 15 de agosto de 1984 en que nos la regalaron a nuestra parroquia.

María está aquí ahora, con su hijo, Jesús, y seguirá estando los años que hagan falta, porque su Sí a Dios también es un Sí a sus hijos e hijas, todos nosotros, que hoy la celebramos como madre y vecina y patrona.

Que vivamos con agradecimiento toda la Gracia que hemos recibido.

Domingo 2º de Adviento



Posiblemente, si pudiéramos ver nuestro planeta desde algún asteroide no muy lejano, percibiríamos excesos que nos ciegan y nos incomunican. Tanto ruido, tantos gritos, tanto guirigay, tanta palabra sonora pero vacía, hace de nosotros seres indefensos, muy fáciles de conducir y manejar, y al mismo tiempo individualistas incapaces de mirar más allá de nuestra pequeña parcela.
 
De alguna manera y salvando las distancias, eso mismo ocurría en otro tiempo, cuando desde el desierto llegó una voz que retumbó entre el griterío del nacionalismo judío y la voz única del poderoso país invasor.

 
Los poderes fácticos, políticos y religiosos, estaban enredados en planificar y dirigir la llegada inminente del Mesías.

 
Lucas dice escuetamente que «la Palabra de Dios vino sobre Juan en el desierto», no en la Roma imperial ni en el recinto sagrado del Templo de Jerusalén.

 
El desierto, en la consideración de los profetas de Israel, es el lugar de la verdad y de la desnudez, donde se vive de lo esencial y no hay sitio para lo superfluo, donde lo que interesa es orientarse bien para no perderse. Es también el lugar ideal para encontrar a Dios y dialogar con Él sin distracciones.

 
Esa voz apremia a entrar en razón y ponerse manos a la obra, porque el Señor está ya ahí y hay que prepararle el camino.

 
Es necesario hoy volver a escuchar esa voz, prestarla atención y obrar en consecuencia.

 
¿Cómo responder hoy a esta llamada? El Bautista lo resume en una imagen tomada de Isaías: «Preparad el camino del Señor». Nuestras vidas están sembradas de obstáculos y resistencias que impiden o dificultan la llegada de Dios a nuestros corazones y comunidades, a nuestra Iglesia y a nuestro mundo. Dios está siempre cerca. Somos nosotros los que hemos de abrir caminos para acogerlo encarnado en Jesús.

 
Nuestros compromisos en realidad no deberían ser nada complicados: cuidar mejor lo esencial sin distraernos en lo secundario; rectificar lo que hemos ido deformando entre todos; enderezar caminos torcidos; afrontar la verdad real de nuestras vidas para recuperar un talante de conversión. Por supuesto que hemos de cuidar bien los bautizos de nuestros niños, pero lo que necesitamos todos es un «bautismo de conversión».

Domingo 1º de Adviento


ESTAD SIEMPRE DESPIERTOS

Los discursos apocalípticos recogidos en los evangelios reflejan los miedos y la incertidumbre de aquellas primeras comunidades cristianas, frágiles y vulnerables, que vivían en medio del vasto Imperio romano, entre conflictos y persecuciones, con un futuro incierto, sin saber cuándo llegaría Jesús, su amado Señor.

También las exhortaciones de esos discursos representan, en buena parte, las exhortaciones que se hacían unos a otros aquellos cristianos recordando el mensaje de Jesús. Esa llamada a vivir despiertos cuidando la oración y la confianza son un rasgo original y característico de su Evangelio y de su oración.

Por eso, las palabras que escuchamos hoy, después de muchos siglos, no están dirigidas a otros destinatarios. Son llamadas que hemos de escuchar los que vivimos ahora en la Iglesia de Jesús en medio de las dificultades e incertidumbres de estos tiempos.

La Iglesia actual marcha a veces como una anciana "encorvada" por el peso de los siglos, las luchas y trabajos del pasado. "Con la cabeza baja", consciente de sus errores y pecados, sin poder mostrar con orgullo la gloria y el poder de otros tiempos.

Es el momento de escuchar la llamada que Jesús nos hace a todos. «Levantaos», animaos unos a otros. «Alzad la cabeza» con confianza. No miréis al futuro solo desde vuestros cálculos y previsiones. «Se acerca vuestra liberación». Un día ya no viviréis encorvados, oprimidos ni tentados por el desaliento. Jesucristo es vuestro Liberador.

Pero hay maneras de vivir que impiden a muchos caminar con la cabeza levantada confiando en esa liberación definitiva. Por eso, «tened cuidado de que no se os embote la mente». No os acostumbréis a vivir con un corazón insensible y endurecido, buscando llenar vuestra vida de bienestar y placer, de espaldas al Padre del Cielo y a sus hijos que sufren en la tierra. Ese estilo de vida os hará cada vez menos humanos.

«Estad siempre despiertos». Despertad la fe en vuestras comunidades. Estad más atentos a mi Evangelio. Cuidad mejor mi presencia en medio de vosotros. No seáis comunidades dormidas. Vivid «pidiendo fuerza». ¿Cómo seguiremos los pasos de Jesús si el Padre no nos sostiene? ¿Cómo podremos « mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre»?

José Antonio Pagola

Domingo 34º del Tiempo Ordinario. Jesucristo, Rey del Universo


La fiesta de Cristo Rey no es muy antigua. Apenas de 1925. No hace ni un siglo que el Papa Pío XI la instituyó, dicen que para contrarrestar el laicismo, proponiendo el reinado de Cristo en los corazones, y no un reinado con estilo pomposo e imponente de Pantocrator, como sucedió no mucho después, al menos en nuestro país.
Eso no quiere decir que no tenga raíz evangélica, y que sea el Evangelio el lugar donde tengamos que ir para encontrar su significado.
El domingo pasado aludí a una corriente de pensamiento que le tocó vivir a Jesús, la apocalíptica, y que seguramente le influyó para expresarse, usando las palabras y los conceptos que eran muy cercanos a quienes le escuchaban.
Eran momentos de lucha, de reivindicación nacionalista, de martirio, y sobre todo de un sentimiento negativo sobre el mundo dominado por las fuerzas del mal, representado por los poderes imperiales de los países dominadores. De ninguna manera puede esto acabar así, y Dios tiene que tener un final preparado, porque él será quien diga la última palabra.
Ya la profecía de Daniel avisaba de la llegada de un cierto hijo del hombre, en quien todos los pueblos serán reunidos bajo una paz definitiva y su reino no terminará nunca, será eterno.
Jesús rechazó varias veces, así lo dicen los textos evangélicos, ser exaltado por el pueblo a la categoría de rey. No quería, porque no podía, ejercer ningún tipo de poder aquí en la tierra, al estilo político. Está claro que para Jesús el espíritu de las bienaventuranzas es el signo que define a los súbditos del Reino de Dios que anunció y comenzó con su propia vida.
Él mismo se alineó con los profetas y, a su manera, también con los valientes luchadores judíos contra el poder injusto. Por eso hoy le vemos ante Pilato, representante del imperio dominante de Roma, que le pregunta por su realeza y por la verdad que representa. Y que se vuelve sin esperar la respuesta.
Es el Apocalipsis, el último escrito cristiano, el que nos da la palabra decisiva de lo que los discípulos de Jesús entendieron, viviéndolo ellos mismos frente al mismo mal que Jesús había combatido.
Acaba un año litúrgico durante el que no hemos hecho otra cosa que hablar del Reino de Dios. No podemos dudar, menos negar, que sabemos de sobra de qué estamos hablando. Pero recordemos todo lo dicho y celebrado, sintentizando:
Su reino es de amor y misericordia, de comprensión y perdón, de acogida para los alejados,  de generosidad con todos. Su reino es toda una forma de convivencia entre las personas en la que se parte de un principio básico: somos hijos del mismo Padre y, por eso, somos hermanos. Lo que tenemos, lo que somos, lo compartimos. Y esa es la única forma de alcanzar la plenitud, nuestra plenitud. Ese es el Reino de Jesús. Eso es lo que hoy celebramos en esta fiesta con la que termina el año litúrgico. Pilatos no entendió lo que le decía Jesús. Probablemente no le pareció más que un loco potencialmente peligroso. Por eso lo condenó. Hoy nosotros, desde la perspectiva de la fe, deberíamos saber que el poder de Jesús es mucho más fuerte que el de Pilatos. Pilatos tiene la violencia de las armas. Jesús tiene la fuerza del amor, del perdón y de la misericordia. Pilatos, con su violencia, puede destruir pero sólo Jesús puede construir porque sólo el amor construye y abre nuevas posibilidades de vida. Si creemos en Jesús es hora de alistarnos en sus filas y avanzar bajo su bandera. Jesús es de verdad todopoderoso. Sólo con él podremos construir un mundo nuevo.

Domingo 33º del Tiempo Ordinario



La liturgia de hoy nos presenta a través de la lectura del Antiguo Testamento y del evangelio, textos relativos al final de los tiempos. Utiliza para ello un género literario, llamado apocalíptico, muy común en el judaísmo tardío y que hoy goza de especial favor en novelas y películas referidas a catástrofes y cataclismos de efectos visuales y sonoros de inmensas proporciones. No se trata de una revelación especial de lo que sucederá al final de los tiempos, sino de la utilización de imágenes que invitan a mantener viva la esperanza, a no sucumbir ante la idea de una dominación absoluta de un determinado imperio. El texto que leemos hoy de la profecía de Daniel es subversivo para la época, pues invita al rechazo del señorío absoluto de los opresores griegos de aquel entonces que a punta de violencia se hacían ver como dueños absolutos de las personas, del tiempo y de la historia.
 
En el Evangelio, Jesús utiliza también ese mismo género apocalíptico. Tampoco lo hace para hablar del fin de los tiempos, respecto de lo cual hasta se permite una chanza: eso ni siquiera lo saben los ángeles, sólo lo sabe mi Padre, asegura.

 
Muy en línea con el pensamiento judío, siempre rebelde ante los imperios invasores, Jesús sabe perfectamente que el plan de Dios sólo es posible combatiendo y cambiando las estructuras injustas que hacen que este mundo no sea el soñado por el Creador. Discípulas y discípulos están entonces comprometidos en ese final de los sistemas injustos cuya desaparición causa no miedo, sino alegría, aquella alegría que sienten los oprimidos cuando son liberados. Y esos son los brotes de la higuera que anuncian la llegada del verano.

 
Mañana se cumplen veinte años de la muerte por martirio de los jesuitas de El Salvador y de las dos mujeres que les acompañaban aquella tarde en la UCA. A esta comunidad parroquial le fue muy cercana aquella tragedia porque Nacho Martín Baró, hermano de Alicia, nos había visitado poco antes, y también por Ignacio Ellacuría que fue profesor mío. Además Segundo Montes también era vallisoletano y Amando López, burgalés. Junto a ellos, murieron también el navarro Juan Ramón Moreno, y los salvadoreños Juaquín López, Elba Julia y su madre Celina Maricet.


Ellos tuvieron muy claro que la causa de Jesús era también la causa del pueblo, y de la mano de Monseñor Romero no dudaron en enfrentarse desde la fe contra las condiciones injustas que hacían que las personas y los pueblos sometidos fueran ninguneados en su dignidad y en sus derechos. Fueron testigos hasta el martirio, dándose a sí mismos hasta entregar la vida entera. Así se convirtieron en semilla de esperanza y en ejemplo de que el seguimiento de Jesús pasa por transformar este mundo en todos sus cimientos. Sólo así se hace posible el Reino de Dios. Y el Reino es lo que nos interesa, porque le interesa al mismo Dios.

Domingo 32º del Tiempo Ordinario


Aprovechando que hoy hemos bautizado a Jorge y Álvaro, como cristianos maduros que somos todos y todas, podríamos ir diciendo las cosas importantes por las que su recién estrenado ser cristiano se va a ver o enfrentado o enaltecido. Momentos de relieve en la vida claro que los tendrán, pero serán muchos más los normales y ordinarios; por un día de domingo tendrán seis de diario, y si una jornada tiene una hora solemne, quedarán las veintitrés restantes nada aparatosas; a contrario, muy normalitas.

Viene esto a cuento de las lecturas que acabamos de proclamar en esta asamblea. En las tres más que suceder cosas, se relatan actitudes, estilos o formas de vivir.

En la primera, una viuda se muestra acogedora y solidaria, y llega a vaciar su despensa para alimentar al extraño, incluso a costa de quedar hambrienta y más pobre ella y su hijo.

En el evangelio, la viuda del templo, vive tan generosamente que no le importa vaciar su escaso bolsillo para ofrecer a Dios lo que necesita para vivir. Y Jesús resalta esta actitud frente a los que dan grandes donativos, pero siguen teniendo los bolsillos a reventar.

Y en la segunda, Jesús, Cristo, se sacrifica en favor de todos. Dios, abajado para enriquecernos a todos.
Han de saber estos niños que ser cristiano no es sólo asistir a grandes ceremonias, ni recitar solemnes confesiones. Que recibirán después de éste, otros sacramentos que la Iglesia les seguirá ofreciendo. Que tal vez en alguna ocasión serán honrados por ser miembros del Pueblo de Dios. Todo podrá ser.

Pero también deberán saber que ser cristiano, más que un título, es una forma de vivir, un estilo propio, un modo de pensar y de portarse. Son cristianos, pero no han dejado de ser personas. Ahora deberán ser buenas personas, mejores personas. Y esto quiere decir que han de tener las manos abiertas para saludar, para compartir, para dialogar, para dar, para confiar. Que sus manos deberán estar disponibles también para recibir y acoger, para ayudar y construir, para comprometerse y para romper barreras, para acercar y para abrazar.

Y esto porque lo hizo el mismo Dios, y así tenemos un ejemplo que seguir. Pero además, porque vivir así, con ese estilo, de ese modo, es un camino seguro para sentirnos felices, satisfechos de nosotros mismos y no de cuánto tenemos o podemos, confiados de sabernos hermanos y no adversarios.

Manos abiertas, y no puños cerrados, es la única manera de vivir en cristiano.

Festividad de Todas las Santas y de Todos los Santos

 
Esta fiesta de todos los santos a muchas personas les lleva a coger flores y llevarlas a los cementerios. De hecho hoy aquí somos bastantes menos que el domingo pasado, y esa es seguramente la razón, que se han ido a otros pueblos y ciudades a visitar las tumbas de sus difuntos.
De manera que se mezcla lo de hoy con lo de mañana, a pesar de que también el lunes es vacación.
¿A quiénes celebramos hoy? Unos dicen que en la Iglesia se han declarado tantos santos y santas que no caben en el calendario, de manera que cada uno tenga su día. Como hay más santos y santas que días en el año, hay que juntarles a todos y festejarles a la vez. Así está hecha la fiesta de hoy.
Otros dicen que hay más santos que los reconocidos oficialmente. Y para no dejarles en el olvido, se les recuerda así, en general, sin decir nombre y apellidos, porque tampoco se saben.
Y finalmente, otros más pudieran decir que eso de santos…, que vaya usted a saber si lo son los que están canonizados, y si no habrá en el cielo personas santas que aquí pasaron por otra cosa.
¿Qué nos dice la Palabra de Dios?
1. Que santos hay la tira: 144.000. O sea, infinidad, una multitud que nadie puede calcular.
2. Que los santos no son de un solo redil, el católico; que hay infinidad de toda raza, pueblo, credo y condición.
3. Que les distingue que están con sus vestiduras lavadas en la sangre del Cordero y que vienen de la gran tribulación. Ese Cordero es Jesús, el que dijo que daba su vida por la salvación de todos.
4. Va San Pablo y recuerda que todos somos hijos de Dios, o sea, que tenemos el mismo espíritu, la misma sangre y la misma vida de Dios. Que somos hijos, pero que aún no terminamos de verlo con claridad, pero llegará un día en que sí.
5. Y Jesús, mirando a los suyos con cariño les soltó aquella ristra de bendiciones que son las bienaventuranzas. Benditos vosotros, felices, santos del todo, porque sois pobres, porque lloráis, porque hambreáis de justicia, porque tenéis un corazón humano y limpio, porque trabajáis por la paz, porque el sufrimiento no os es ajeno, porque se os conmueven las tripas de pura misericordia, porque por la fe en mi lo estáis pasado mal…
¿Quiénes son los santos, después de saber todo esto?
Pues todos nosotros, y también el resto de los que no están aquí. Que a todo ser humano se le debe aplicar lo de santo porque de la santidad de Dios procede, y hacia la santidad camina porque está llamado a ella.
A todo ser humano Jesús le dice “Sé santo, porque tu Dios es santo”.
Y a todos y a cada uno, el mismo Jesús nos llama: “Venid, benditos de mi Padre…”
Hoy es pues nuestro onomástico, y somos tantas y tantos los que tenemos derecho a celebrarlo, que tenemos que repensar nuestra idea de Dios, porque es muy pequeña en comparación con la de verdad, que es tan enorme que no deja absolutamente a nadie fuera de su cariño y de su santidad.

Domingo 29º del Tiempo Ordinario


El domingo 29º del tiempo ordinario, o sea hoy, caigan chuzos o luzca el sol, la Iglesia celebra el día del domund, que es como decir que hoy recordamos a los misioneros y misioneras católicos repartidos por el ancho mundo para anunciar el evangelio a los no cristianos y si es posible, bautizarlos. Así se lleva a cabo el encargo recibido del mismo Jesús, cuando como resucitado les habló a sus discípulos de lo que debían hacer en adelante.

Desde entonces hasta ahora ha sido ingente el esfuerzo que ha hecho todo el conjunto de la cristiandad por anunciar a Jesucristo y al Reino de Dios, extendiéndose la Iglesia por todo el orbe. Así cumple su vocación de catolicidad, de universalidad.

No podemos hacer un resumen de lo realizado por la Iglesia y sus misioneros a lo largo de estos veinte siglos, pero podréis fácilmente comprender que ha habido de todo, cosas estupendas y cosas horribles, bueno y malo, y muchas mediocres.

Ni se pueden olvidar, ni debemos renegar de lo que se ha hecho mal. Incluso en contra del evangelio que hoy hemos escuchado. Porque si Jesús nos envía como servidores, los cristianos en muchísimas ocasiones y lugares hemos ido como apoderadores, usurpando culturas y territorios, destruyendo cuanto estaba allí y no servía para los intereses interesados, e imponiendo lo que se llevaba, lengua, cultura, industria, economía y religión.

Son otros tiempos. El concilio Vaticano II nos puso las pilas y nos ayudó a comprender que la humanidad toda es obra de Dios, y que allá donde vayamos hay signos de su presencia y semillas del evangelio.

Hoy los misioneros y misioneras están allá donde hacen falta que estén sirviendo y ayudando a las gentes, no donde interese a la metrópoli colonizadora.

Hoy los voluntarios y voluntarias de innumerables ongs desinteresadas colaboran en la sanidad, la cultura, el desarrollo, la industria y el comercio, dialogando con las religiones nativas, si es posible, o sin enfrentarse a ellas, cuando el diálogo se hace difícil.

Hoy misioneros y misioneras lo somos todos los que hemos recibido el bautismo, porque hemos llegado al descubrimiento de que cualquier lugar de este mundo es tierra de misión, donde anunciar el evangelio no a golpe de crucifijo sino con el talante de quien convencido de su fe vive comprometido en todos los órdenes de la vida.

Hoy es, pues, un día más en que nos reconocemos discípulos de Jesús y miembros de la Iglesia, no para ocupar puestos importantes, sino para servir con alegría a hacer un mundo mejor, no importa si el de al lado cree como nosotros, porque le reconocemos igualmente como hijo de Dios, con la dignidad y la libertad para que lo haga según sus propias convicciones.

Domingo 28º del Tiempo Ordinario


Un hombre angustiado busca solución para el problema crucial de toda su vida: superar la muerte. Y como reconoce en Jesús un ser superior le pregunta cómo hacerlo.

En este asunto, los judíos tienen a Dios mismo como maestro: la vida eterna se consigue no siendo personalmente injusto. Por eso mismo Jesús le cita los mandamientos que se refieren al comportamiento ético con el prójimo. Parece ser que aquel joven no retiene injustamente la riqueza.

Y entonces Jesús, con cariño, le invita a entrar a formar parte del grupo de los discípulos. Por ello le propone acoger el reinado de Dios como un chiquillo, abandonando la riqueza para hacerse último y servidor de todos.

Sin embargo, aunque personalmente no es injusto, sin embargo este hombre está implicado, por su riqueza, en la injusticia de la sociedad. Para construir el reino de Dios, la sociedad nueva, no basta ser justo personalmente, hay que eliminar la base de la injusticia, la desigualdad y la dependencia creadas por la acumulación de riqueza.

Dando a los pobres sus bienes, sin esperanza de recuperarlo, renunciando así a la seguridad del capital obtendría el cuidado amoroso de Dios.

La tristeza del joven y el desconcierto de los discípulos nos dan a entender que todos ellos siguen pensando que en el Reino de Dios los bienes personales siguen siendo necesarios para la propia subsistencia.

Jesús trata de decirnos, igual que a ellos, que en el nuevo mundo del reino de Dios no habrá miseria, sino afecto y abundancia para todos, pero sin desigualdad ni dependencias; sufrirán, sí la hostilidad de la sociedad, pero heredarán la vida definitiva.

No hay, pues, dos niveles diferentes de cristianismo; ni clase de tropa ni estado mayor; sino un solo pueblo, el de Dios, llamado a ser solidario, y donde prime ser, no el tener, y donde confiar en Dios sea toda la seguridad necesaria.

Tampoco está en juego una especie de lotería, acertar o no acertar: aquí no hay que renunciar a nada, sino elegir lo que a uno más le conviene.

Pensemos que tal de cerca estamos de la propuesta que Jesús nos hace esta mañana de domingo.

Domingo 27º del Tiempo Ordinario


Vivid acompañados, dice Yavé

Una persona muy enamorada escribía así tras una despedida: “Se me ha ido la mitad de mi ser”. Le contestaba su pareja diciendo: Es a mí a quien le han arrancado su mitad. Cuando esta pareja amiga me mostró ilusionada sus correos para espabilar mi ignorancia célibe, redescubrí la metáfora del Génesis. Lo de la “otra mitad” y “una sola carne” son expresiones que no deberían leerse con óptica machista, a pesar de las malas interpretaciones sobre la costillita. Valen para ser pronunciadas por la mujer o por el varón o por cualquiera de las partes de cualquier pareja, sea cual sea el signo de su sexualidad.

En el Génesis (2,18-24) hay un juego de palabras intraducible entre hembra y varón, en boca de un Adán embelesado ante la entrada en escena de Eva. En japonés, ningen significa perteneciente a la especie humana, tanto hombre como mujer (nin: humano; gen: entre). Al pie de la letra: ser humano entre humanos, con acento en la “inter-humanidad”.

En castellano, hombre puede significar varón o ser humano en general. Para evitar discriminaciones de género, hoy evitamos el segundo uso y explicitamos que se trata de “hombres y mujeres”, “ellas y ellos”.

Lo mejor de la imagen bíblica citada (lamentablemente desprestigiada por el abuso patriarcal de la imagen de la costilla) es que ni el varón ni la mujer son plenamente humanos antes de constituirse la pareja prototípica.

Otra frase mal interpretada de la narración del jardín del Edén es la que se refiere a Eva como “ayuda apropiada”. Después de poner nombre a los animales, uno por uno, dice el Génesis que Adán no halló ninguna especie adecuada para formar pareja. En cambio, ante la aparición de Eva, descubre Adán el regalo de la “compañía conveniente”. Siglos de lectura patriarcal y machista han reducido el papel de la mujer al de “ayuda esclavizada” o “pet de compañía” para alivio del varón. Pero la tarea de convertirse en “compañía auténticamente digna” (ezer kenegudó, en hebreo) es una misión encomendada a ambas partes de la pareja. A la luz de esta exégesis se repiensa hoy día el sentido de lo que significa partnership.

El marido japonés se refiere a su mujer llamándola su kanai : la que está allá dentro.. Cuando le preguntamos, en lenguaje más elegante, cómo está su esposa, la llamamos su okusan, es decir, la que está en el interior. Así que, tanto para hablar de la propia mujer como de la esposa del interlocutor, se define a la mujer como “la que está en la cocina”. Pero mis buenos amigos, el matrimonio Yamauchi, más modernizados, no usan esos términos.´Entre sí se llaman con nombre propio y se refieren mutuamente a su pareja llamándola “mi tsure”, que significa “mi compañía”.

Al leer la cita bíblica aludida por Marcos sobre el origen de la pareja humana (10, 2-16) y comentarla con el otro texto del Génesis (2, 18-24): “No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle el auxiliar que le corresponde”, la deberíamos reinterpretar parafraseando así: “No es bueno que la persona viva sin compañía. Vivid acompañándoos y sed compañía digna mutuamente”. Lo dije así en una homilía (2 de junio del 2005) en la Universidad Comillas y se activaron las luces rojas de la hipervigilancia inquisidora. Comenté aquel día este mismo texto del Génesis diciendo así: “Es machista la frase del viejo ritual que recalca: Se te da por mujer según la Ley. Hoy la teología prefiere hablar de mutua entrega (Vaticano II, Gaudium et spes, n. 48) y comunidad de vida y amor (Nuevo Derecho Canónico, c. 1604) para definir el matrimonio. El exegeta español Alonso Schôkel explicaba el concepto de ayuda adecuada diciendo que no se trate a la mujer como animal de carga. El exegeta francés Leon Dufour entiende la ayuda adecuada como relación cara a cara de reconocerse mutuamente al desnudo. Por eso es posible usar este texto como criterio para una ética de las relaciones de pareja. Vale para el varón y la mujer, y para otras relaciones, de pareja o amistad, sea cual sea su orientación sexual. Se puede aplicar también a las relaciones de ayuda al crecimiento mutuo en comunidades que viven con sentido una opción de celibato. En toda clase de relaciones el respeto debe evitar cualquier situación de acoso o maltrato y ayudar positivamente al crecimiento. El criterio sobre la ética de las relaciones es el reconocimiento mutuo. Ya sean relaciones de pareja, de amistad o de vida en comunidades, el criterio es ser compañía digna mutuamente, ayudarse mutuamente a crecer en el seno de una convivencia que integre amistad tierna y respeto justo. Así dice la voz creadora: Vivid acompañándoos”.

Domingo 26º del Tiempo Ordinario


Hoy tengo que ser breve, porque en cuanto terminemos voy a celebrar la despedida de Miguel Ángel Baz, sacerdote de esta diócesis, que deja la parroquia en la que ha estado 32 años y después de 51 de dedicación a la práctica pastoral.
Fue primero profesor mío, y luego compañero y maestro en esto de ser cura. De él aprendí los principios, me acompañó en el día de mi ordenación y hemos seguido unidos en el tiempo y a distancia, en los extremos opuestos de la ciudad. En la parroquia de Belén comenzó más o menos como yo aquí, desde cero o casi, y ahora que le toca por edad, ¡qué se yo en qué empleará el tiempo, que tareas y ganas no le faltarán!
Por eso voy a resaltar una sola idea, que dimana del evangelio: nosotros entendemos de distancias, de distintos, de los otros, de lo mío y lo de los demás… Jesús, no. Él es el mismo para todos, y todos son suyos, y no hace distinciones ni apartados.
Nuestro ego necesita alimentarse de ese tipo de cosas, crecer a costa de los demás, haciéndoles bien o mal, ayudándoles o entorpeciéndoles, creándonos amigos o enemigos.
Jesús, no. Su ego no existe. Sólo ocupa su vida, llenándola, el Padre, a quien llama Abba, y nosotros, todos y todas, y también el Reino de Dios. Y ocurre de tal manera esto que no aprecia su vida en nada, y la da. Nadie se la quita, la entrega en favor de todos.
Hoy quisiera decir, porque lo creo, que Miguel Ángel Baz se ha gastado también en el seguimiento de Jesús realizado en el trabajo pastoral.
Termino con palabras que él dirige a su comunidad de Belén en esta despedida:
«Hemos puesto el máximo interés en que nuestra Comunidad Cristiana fuera acogedora para con todo el mundo, inmigrantes y nativos, primero y cuarto mundo, y que los del barrio -creyentes o no- la sintieran como suya, se sintieran en ella como en familia. Queríamos una parroquia evangelizadora, en clave liberadora, con espíritu renovador, según el Vaticano II, anunciadora del AMOR como único camino portador de felicidad.»
Que lo haya conseguido, a partir de ahora ya no le corresponde a Miguel Ángel decirlo, sino a los cristianos y cristianas de la Comunidad de Belén.

Domingo 25º del Tiempo Ordinario


Con paciencia, con tacto y con mucho cariño, Jesús se lleva aparte a los discípulos, porque ve que están liados con eso de los puestos y los honores, el mando en plaza y el figurar.
Y se para y se sienta, para darles una pequeña lección.
Eso mismo hace con nosotros, que también estamos un poco despistados, y no terminamos de entender el evangelio del cual somos depositarios y testigos autorizados.
Por ello, solemos decir más o menos esto:
- En lo de los puestos y los cargos, como ya están ocupados, que doctores tiene la santa madre iglesia, nosotros a oír, ver y callar. Y así más o menos estamos configurándonos como ovejas de este rebaño que es el Pueblo de Dios. ¿Somos ovejas dóciles, sin capacidad crítica, irresponsables e indolentes?
- O también decimos: ellos ocupan esos puestos de poder y de saber, pero yo tengo muy claro lo que quiero; que digan y sigan diciendo, que haré lo que me parezca. Y de esta manera me sitúo, nos situamos todos, en el evangelio a la medida, mi medida, y a una pertenencia a la Iglesia también muy sui géneris: sólo en la medida en que me interesa y conviene. ¿Somos autosuficientes, puramente autónomos?
- En cuanto a lo de ser como niños, ¡ojalá pudiéramos volver allá!, decimos cuando ya cargamos años. O también decimos, ¿como niños?, fenomenal, porque los niños son los mimados de la casa, los reyes de la familia e incluso de la sociedad.
El evangelio no es cualquier cosa y merece que lo apreciemos. Manejándolo a nuestro antojo, se diluye y no sirve para nada.
Hoy Jesús pone dos ejemplos, para que aprendamos de ellos:
* Él mismo, el primero que no ha venido a mandar, sino a estar a nuestra disposición. Se pone el último de todos, porque no quiere dominar, sino liberar y salvar. Solemos contemplarlo en el centro, presidiendo, ocupando la cabecera de la mesa; pero él también está arremangado, de arrodillas y lavando los pies de los demás. Mesa y servicio, desde Jesús son el símbolo y sacramento que mejor lo expresa.
* Un niño, un paria de la sociedad, un mierdecilla que sólo estaba para recados y para ser utilizado en lo que mejor conviniera. Jesús proclama que ellos, los que son nada, son los preferidos de Dios. De ellos es el Reino. Seremos sus discípulos si los acogemos tan bien como le acogeríamos a Él, porque quien acoge a los pequeños, acoge al mismo Dios.
Finalmente, por medio de Santiago nos hace saber que no debemos perdernos en luchas entre nosotros por ser más o menos, que eso no lo quiere Dios.
Y por boca de la Sabiduría nos llama a vivir confiando, porque hay quien se ocupa de nosotros, incluso aunque a nosotros no nos preocupara.
Alegrémenos de tener un Dios así.

Domingo 24º del Tiempo Ordinario


¡Qué pronto y qué bien respondió Pedro a la pregunta que Jesús hizo a los suyos! La suya fue una respuesta de catecismo, de las que de pequeños nos daban derecho a diploma en religión o a los vales en la catequesis dominical: -«Tú eres el Mesías».

Lo que está por ver es si Jesús buscaba esa respuesta y si estaba preguntando lo que Pedro le entendió.

A la vista de la explicación que luego les hizo aparte, parece que no. Porque Jesús empezó a hablar de incomprensión, persecución, incluso condena y muerte. Y de que quien quisiera ganarse la vida la perdería, pero quien diera su vida en pérdida, ése la ganaría. Y terminó diciendo que quienes le siguieran deberían cargar con la cruz y negarse a sí mismos.

Claro, todo eso Pedro no podía entenderlo porque aún Jesús estaba bien vivo, y no había llegado ni su muerte ni su resurrección.

Sí lo entendió después, cuando todo aquello sucedió. Y lo entendió tan bien como Santiago, a quien volvemos a escuchar de nuevo hoy: ¿qué fe es ésa que no tiene obras?; ¿es suficiente saberse el credo para ser cristiano?

Y Pedro comprendió mucho tiempo después lo que Jesús le preguntaba aquel día. Y que la pregunta que en realidad les estaba haciendo era ésta: ¿Estáis dispuestos a seguirme hasta el final?

A todos nosotros también nos ha llegado esa pregunta. Pero tenemos más información que Pedro; ahora sabemos mucho más que él entonces. Y sabemos que Jesús fue el ser humano que vivió para Dios y para los demás, que se negó a sí mismo y dio la vida por todos. Que cumpliendo la voluntad de quien era todo para él, Abba Dios, nos salva y nos libera.

Seguir a Jesús significa cargar con la propia cruz y dejar de pensar en uno mismo para buscar siempre el bien de los demás. Esas son las obras de la fe: no muchas palabras sino mucha acción al servicio de los hermanos y hermanas, creando fraternidad, reconciliando, curando, acercando a los que están excluidos de la mesa común del Reino. Eso es lo que Dios quiere y eso es lo que nos salva. En el camino encontraremos dificultades pero contamos con la gracia de Dios, con su ayuda, con su presencia, como nos recuerda el profeta Isaías en la primera lectura: «El Señor me ayuda, ¿quién me condenará?»

Domingo 23º del Tiempo Ordinario


Un milagro más en el relato evangélico nos brinda la ocasión de afirmar nuestra fe en Jesús como el enviado de Dios, como el profeta anunciado, como el cumplimiento en su persona de las promesas hechas anteriormente por Dios en favor de la humanidad.


Pero si nos quedáramos ahí, en el milagro, quizás estuviéramos poniendo la atención en algo distinto a lo que Jesús mismo quiere destacar.

Nos ayuda, para centrarnos, la segunda lectura que acabamos de escuchar. Es de Santiago, y avisa a los primeros cristianos y también a los últimos, nosotros, para que caigamos en la cuenta. ¿De qué nos avisa? De que dejemos de mirar el dedo que nos señala la luna, cuando es la luna lo importante.

Ya entonces, como ahora, el mensaje de Jesús estuvo en peligro de perder suelo, de subir a un cielo ilusorio y espiritualoide, convirtiéndose en un dulce dormitar. Y Santiago lo dice llanamente, con palabras sencillas para que todos entendieran: en la comunidad cristiana, como en la sociedad, hay ricos y hay pobres; y tanto en una como en otra, se les da un trato desigual. A quien tiene poder, se le ensalza; a quien está andrajoso, se le arrincona; el primero habla y es escuchado, el segundo no tiene derecho ni a lo uno ni a lo otro.

Eso no lo quiere Dios, concluye Santiago, que quiere a todos por igual, y no hace distinción ni acepción de personas.

El sordomudo del evangelio no es el pretexto para que Jesús muestre su poder. Aquella persona, incapacitada para oír y expresarse es el centro mismo del evangelio de esta mañana. En él se concreta las expectativas del Reino de Dios: los sordos, oyen; los mudos, hablan; los inválidos, andan; los enfermos, llegan a estar sanos… Son rotas las cadenas que esclavizan.

Es lo que Isaías, en la primera lectura, describe con colores un tanto ecologistas: «Decid a los cobardes de corazón:
«Sed fuertes, no temáis.
Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite,
viene en persona, resarcirá y os salvará».
Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán,
saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.
Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa;
el páramo será un estanque, lo reseco un manantial.»

El Reino de Dios es este mismo mundo, -no otro situado no se sabe en qué galaxia-, pero transformado de tal manera que sea el que Dios mismo soñó, cuando decidió crearnos como hijos e hijas suyos para establecer con nosotros una alianza de amor eterno.

El effetá de Jesús, aquel grito claro y rotundo, hoy está dirigido a todos nosotros diciéndonos: abríos al Reino, liberad a este mundo y las personas que lo habitan de sus ataduras, romped el orden social que agobia a los pobres y atribulados, tomad en serio vuestra responsabilidad creadora, dad razón de vuestra fe en el Dios de la vida viviendo y ayudando a vivir en plenitud.

Este sí será el milagro que está en nuestra mano hacer. No lo dejemos para mañana.

Domingo 22º del Tiempo Ordinario


José María Castillo, teólogo

Somos Iglesia Andalucía
Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23
“En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos (los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas).

Según esto, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús: “¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?” Él les contestó: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”.

En otra ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo: “Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”.

1. La clave para comprender lo que quiere decir este evangelio está en esto: un ritual (religioso, militar, político, deportivo….), por sí solo, no cambia a una persona. Atribuir a un ritual una eficacia automática es magia. Nadie se hace mejor o peor por ejecutar escrupulosamente un determinado ceremonial. Cuando decimos que los sacramentos son eficaces “ex opere operato”, utilizamos una fórmula medieval (repetida en el concilio de Trento, Ses. VII), que atribuye la eficacia de los sacramentos a la obra realizada por Cristo. Pero ni Trento pretendió afirmar que el ritual bien ejecutado santifica al que lo practica. Además, por experiencia sabemos que así es.

2. Este evangelio pone al descubierto el peligro de engaño que tiene la religión. Es el engaño que se produce en todo el que antepone el ritual a la ética. Porque la honradez, la bondad, la sinceridad, la honestidad, todo eso no nace del ritual, sino del corazón. Jesús lo afirma rotundamente. Y la vida nos enseña que hay gente que se pasa años observando escrupulosamente rituales, sacramentos y observancias, pero sabemos que, después de tantos años de fidelidades religiosas, el observante sigue teniendo los mismos defectos y miserias humanas que 40 años antes.

Domingo 21º del Tiempo Ordinario


Después de la conversación o discurso de Jesús a sus discípulos sobre el pan de vida que es él mismo ofrecido para ser comido en intimidad y comunión, muchos de los que le escuchaban se desaniman y se marchan. Jesús mira a sus amigos y les pregunta si también ellos quieren abandonarlo.

Cuando el evangelio se expone con claridad, sin componendas, cuando Jesús se muestra a sí mismo y a su mensaje como una opción para un mundo nuevo posible, surge la crisis de quienes temen perder lo que tienen o perderse a sí mismos. Lo viejo es lo que tiene, que ya es conocido y está bajo control.
Curiosamente hoy la liturgia nos ofrece como segunda lectura un texto de San Pablo del que se dice que ofrece una imagen de las mujeres no ya poco actual, sino abiertamente opuesta a la igualdad entre géneros, sacralizando el predominio del hombre sobre la mujer. El hombre es imagen de Cristo, Cabeza, en tanto la mujer es imagen de la Iglesia, el cuerpo, cuya cabeza es Cristo.
El malestar que para muchas cristianas supone este texto podría transformar la pregunta de Jesús del evangelio en esta otra: “Por qué nos quedamos”. Si la fe cristiana contiene una doctrina que implica para la mujer estar bajo el dominio del varón, ¿cómo estar en la Iglesia y a un tiempo en una sociedad en igualdad de derechos y deberes?
Ser mujer, ser hombre, son identidades que no pueden estar ni enfrentadas ni en desigualdad situación; son complementarias y abiertas a formar una unidad. Y puesto que hablamos en cristiano, unidad salvífica.
Urge en la Iglesia leer bien e interpretar según el momento presente a San Pablo y también el Evangelio; pero urge también transformar la estructura eclesial que hoy manifiesta, producto de otra época y de otra cultura, porque no se compadece con la palabra ni con la vida de Jesús, que tiene que ser también para este mundo de hoy pan vivo, alimento de vida plena.
Y no se trata de renovarse o morir. Sino de expresar en conceptos acordes con el tiempo en que vivimos lo que de verdad hay en nuestra fe, de liberador y de humanizante. Sólo así estaremos haciendo Reino, sólo de esta manera estaremos siendo fieles a Jesús.

Domingo 20º del Tiempo Ordinario



Somos lo que comemos. Nos lo están avisando los especialistas en dietética y nutrición. Ojito con lo que nos llevamos a la boca, porque de lo que se come, se cría.
Es verdad que esto nos lo avisan ante el peligro de lo que da en llamarse comida basura, o comida rápida. ¡Qué diferencia entre nuestras comidas en medio de las

prisas, cuando echamos mano a cualquier cosa en casa, o si es fuera en cualquier lugar donde nos den algo ya recalentado y vaya usted a saber qué lleva dentro, y aquellas otras comidas preparadas con esmero, para hacer partícipes a familiares y amigos, con un ritual completo de acogida y comensalidad!

Pues de eso se trata. De hacer a Jesús el centro de nuestra vida, dicho esto en el más profundo sentido: llegar a hacerlo nuestra propia carne.
Nada que ver con el rito cargado de rutina con que nos acercamos, llegado el momento, a recibir en la lengua o en la mano la hostia consagrada.

Comulgar con Cristo significa hambrear su vida, entrar en contacto lo más íntimo que nos sea posible con su ser divino y humano, con el estilo de vida que él marcó porque lo vivió hasta sus últimas consecuencias. Se trata de un acto de fe y de apertura de especial intensidad, que se puede vivir sobre todo en el momento de la comunión sacramental, pero también en otras experiencias de contacto vital con Jesús.
Cuando hablaba de su cuerpo como comida, Jesús no estaba pensando en nuestro sacramento eucarístico, precisamente. Más bien hablaba de lo que dice San Pablo: dejaos llenar del Espíritu. Eso es lo que quiere expresar Jesús con lo de habitar él en nosotros y nosotros en él.
Alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico de su Evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y esenciales; encender en nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de él el centro de nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio.

Domingo 19º del Tiempo Ordinario


Cómo hablar de Jesús, pan de vida sin hacer expresa mención de la mesa. Y si hablamos de mesa, tendremos que hablar también de comensales.

Un pan de vida para el mundo significa que se trata de un alimento ofrecido sin restricciones ni discriminación: para todo ser humano.

Para los creyentes en Jesús, misa, mesa y masa son tres emes que no debiéramos olvidar, ni descuidar.

Ese es el encargo que nos hizo: que del mismo modo que él es pan ofrecido, también nosotros seamos pan y alimento para otros.

Lo hizo de muchas maneras y en diferentes momentos. Como cuando en aquella parábola aludió a uno a quien se le perdonó una enorme deuda y no fue capaz de olvidarse de los céntimos que le debía un compañero.
Él se ofrece a todos para hacernos solidarios, capaces de compartir y repartir: lo hizo en aquella campa donde enseñó como saciar toda hambre simplemente con que cada uno pusiera en común lo que tenía.

Acostumbrados a pensar en mí, en mis cosas, en eso quiero eso consigo, nos hemos dejado hacer egoístas, hasta el extremo no ya de no pensar en el hermano que sufre, es que ni siquiera lo vemos. Como si no existiera.

No pongamos triste al Espíritu Santo, dice San Pablo. Insiste: sed imitadores de Dios, que nos amó dándonos todo lo que tenía: su propio Hijo.

Así termina un comentario a esta liturgia un conocido teólogo, Xabier Pikaza: «Jesús, que es la Palabra de Dios, viene a presentarse como el Pan de vida para hombres y mujeres, para que ellos se “den y se coman en amor unos a otros. Así se revela la vida eterna.»

Domingo 18º del Tiempo Ordinario


Jesús nos alienta a ser como Él, pan de vida. Ser pan significa no devorar a los demás (a través de enemistades y críticas), sino darles vida y esperanza. A menos que donemos la vida el uno al otro, a través de nuestra participación en la vida y de esperanza, nuestra misa dominical carecerá de sentido.

No hay Misa sin mesa

Si nuestras misas no se construyen sobre comunidades que imitan a Jesús al partirse, repartir y compartir, merecen la crítica de Malaquías “No acepto la ofrenda de vuestras manos” (1, 10) o la de Amós: “Detesto y rehúso vuestras celebraciones, no me satisfacen vuestras reuniones litúrgicas (5,21). Jesús más bien señalaría las estadísticas de la crisis económica actual y diría: “Dadles vosotros de comer” (Mt 14,16).

A misa no se va para “despacharse” por haber “cumplido el precepto”, sino a celebrar, compartir y convivir. No hay misa sin mesa, en la que se comparte la vida, la fe y la Palabra y Pan de vida que las alimentan. No hay ofertorio con sentido, si no refleja la solidaridad compartida.

Puede celebrarse sin ornamentos y sin rúbricas, pero no sin comunidad. Le preguntan a Jesús en qué templo adorar y contesta: “En Espíritu y Verdad” (Jn 4, 24), es decir, la comunidad, reunida por su Espíritu de Verdad, prolonga el cuerpo de Cristo y sustituye al templo antiguo.

A mediados del siglo pasado, en los altares laterales de la capilla del seminario celebraban la misa varios sacerdotes a la misma hora, cada uno a solas en su altar con un acólito. Un sacristán era capaz de ayudar en tres altares, yendo y viniendo con lavabos y vinajeras (y de paso se tomaba un sorbito del vino que sobraba…). Desde el Concilio Vaticano II se recuperó el sentido convivial de la eucaristía, en torno a la mesa, compartiendo la vida, el Pan y la Palabra.

Si la última cena de Jesús con sus discípulos se hubiera celebrado en Nagasaki, Jesús habría tomado en sus manos un cuenco de arroz y una taza de té o una copa de “sake” para decir: Esta es mi vida, aquí pongo yo mi vida, que se parte y reparte, repetidlo en memoria mía.

No decimos: “Este pan es mi cuerpo”, sino: “Esto es mi cuerpo”. “Esto” no es solamente pan y vino, sino lo que ellos representan: la vida entera de la comunidad reunida; sobre ella pedimos que venga el Espíritu a consagrarla y convertirla en cuerpo y vida de Cristo para la liberación del mundo.

(Juan Masiá, S.J.)

Domingo 17º del Tiempo Ordinario


“La mejor eucaristía es la que celebramos cuando damos de comer a los que tienen hambre. Cerca de mi casa hay una religiosa que ha montado un comedor para los inmigrantes. Todos los días da de comer a doscientas personas. Hay muchos voluntarios que colaboran con ella. Ella coordina, organiza, trabaja, sirve, atiende a todos. Y todos se van de su casa saciados.
Me encanta imaginarla como la que preside una eucaristía, una maravillosa liturgia. El olor de la comida es el mejor incienso. Su palabra acogedora, su servicio, es la figura del presidente de la celebración. Todos los que allí trabajan y los que van a comer forman la comunidad que celebra y comparte. Unos sirven y otros son servidos. Los que tienen dan de lo que tienen y los pobres reciben con gozo. ¿No es eso el Reino? ¿No es eso formar la familia de Dios? ¿No está cumpliendo esa religiosa una auténtica función sacerdotal? ¿No es su comedor una celebración continua de la eucaristía?”
Leí esto anoche, reflexionando sobre el evangelio de hoy.
Jesús seguramente no quiso en aquel descampado celebrar el memorial de su vida, que hoy día reconocemos como el Sacramento de la Eucaristía, sino aliviar y socorrer la necesidad de aquellas gentes, dándoles al mismo tiempo un signo de por dónde apunta el Reino de Dios: mesa común, alimento para todos, alegría compartida, fraternidad sin condiciones.

Pero estoy seguro que cuando al celebrar la última Pascua con los suyos, estableció el gesto eucarístico, tuvo bien presente aquella vez y otras muchas veces que a través de la comida partida y repartida aunó en torno a sí a cuantos estaban gozosos y esperanzados de su palabra.
El gesto de esta religiosa, y otros mil más que podríamos recordar, es el único arma, que tiene verdadero fundamento humano y humanizante, contra la crisis que nos agobia, y es también el espíritu hecho ritual que no debiera falta jamás a nuestras misas dominicales.
«Un solo cuerpo, un solo Espíritu», dice San Pablo. “Y una sola mesa”, podríamos también añadir, porque una sola es el hambre de vida que tiene la humanidad. Y porque la voluntad de Dios es que nadie sea excluido de esa mesa.

Domingo 16º del Tiempo Ordinario


En el Evangelio Jesús dice: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco».
Y esta sola frase nos da pie para dar tres ideas que ayuden a nuestra reflexión:
- Necesitamos días de fiesta y de descanso. No están los tiempos para jugar con el trabajo, que escasea y además pende de un hilo el tenerlo asegurado. Pero el tiempo para descansar, para desconectar, para relacionarnos sin horarios ni agobios, para disfrutar de lo que el resto del tiempo no podemos, no sólo es necesario, es incluso obligado buscarlo y protegerlo. No por mucho madrugar amanece más temprano; es decir, parafraseando ese refrán: no por hacer muchas cosas, incluso las no obligadas, vamos a ser más o a vivir más larga vida.
- Necesitamos tiempo para nosotros mismos y Dios. Para orar, para revisar lo que somos y hacemos. Para alabar a Dios y para, ante Él, saber quiénes somos y reconocernos en su presencia. Que no hacerlo así, pensar que con recordar su presencia en ratos entre una cosa y otra, o recitar alguna plegaria en determinados momentos, es, además de tacañería, no dejarle ocupar el lugar ni el espacio que Él ansía llenar de amor. Igual que los enamorados requieren sus momentos, Dios también los quiere y nosotros los necesitamos.
- Jesús nos requiere, nos llama a solas; algo tendrá que decirnos. A nosotros, como a los discípulos de Jesús nos puede ocurrir que queramos que las cosas sean según nuestro criterio. Y tendremos que escucharle, dejar que él nos enseñe, nos muestre cómo es el sueño que le embarga toda la vida sobre el Reino de Dios. No vino para hacer su voluntad, sino la voluntad del que lo envió.
Con él y junto a él iremos haciéndonos cristianos. El nos pastorea, dejemos que nos lleve a los pastos que nos son tan necesarios.

Domingo 15º del Tiempo Ordinario


No hay homilía por brevedad en las fiestas populares de Las Villas. Ofrezco la de hace tres años:


Jesús recibió de Dios Padre la misión de evangelizar anunciando la inminencia del Reino.
Los apóstoles y la Iglesia recibieron de Jesús el encargo de continuar la evangelización, llamando a todos a la conversión y aceptación de la Buena Nueva.
El cristiano evangeliza humanizando y humaniza evangelizando. Desde los valores del evangelio se llega a la plena humanidad; podemos y debemos ser a un tiempo ciudadanos y discípulos, constructores de un mundo más humano y más divino. El Reino de Dios se realiza en las realidades humanas, aunque las transciende y sublima.
El cristiano evangeliza removiendo obstáculos y males que alienan y esclavizan; combatiendo los males demoníacos de nuestro mundo: la injusticia, la desigualdad, el hambre, la mentira, el desamor y el odio…
El cristiano también evangeliza creyendo en la eficacia histórica del bien, favoreciendo la calidad de la vida humana, saludando y asumiendo cuanto de positivo tiene este mundo de hoy, estirando todas las posibilidades de bien que tiene nuestra cultura…
El cristiano evangeliza en comunidad (les envió de dos en dos), en pobreza y fragilidad (les envió sin dinero), en sintonía con el Señor (les dio autoridad sobre el mal), desde su misma realidad vital (Amós reconoce que sólo sabe ser pastor de ovejas y cultivador de higos).
¡Qué somos y para qué valemos, pobres de nosotros! Con la gracia de Dios, igual que Amós y los discípulos de Jesús, seremos voceros de una vida más verdadera y de un mundo mejor para todos.

Domingo 14º del Tiempo Ordinario


El evangelio de hoy es una severa advertencia para la Iglesia, para cuantos la formamos y en especial para quienes constituimos la base del Pueblo de Dios.
Que hay profetas, nadie lo duda. Que una de las funciones de los cristianos, por nuestro propio ser de cristianos, es la profecía, nadie lo discute. Que la Iglesia ha de ser profeta en medio del mundo, por su palabra libre y denunciadora del mal, hay que afirmarlo con toda rotundidad, porque de lo contrario estaríamos negando el sentido de su existencia. Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada.
Jesús hoy se encuentra discutido, no por los de fuera, sino por los de dentro, por los propios vecinos y familiares.
Si no aceptamos que el Espíritu actúa entre nosotros, y que el hermano o la hermana es canal por el cual se nos comunica la palabra inspirada e inspiradora; si la cercanía y proximidad va a derivar en desprecio del don recibido para enriquecimiento de la totalidad comunitaria; si rechazamos que Dios anda entre los pucheros de nuestra cotidianidad…, estamos rechazando al mismo Jesús, paisano y convecino nuestro, y estamos impidiendo que él pueda realizar el gesto sanador; estamos provocando que el mismo Señor «se extrañe de nuestra falta de fe», y, al fin y a la postre, estamos renunciando a lo que somos y estamos llamados a ser: portadores de la palabra liberadora de Dios.
¿Habría sido aceptado en su pueblo si Jesús volviera a él adornado de títulos y dignidades? ¿Necesita el profeta el refrendo de los de fuera para ser reconocido por los de dentro?
Hemos de tener bien claro esto: sólo construidos y debidamente edificados en el Señor Jesús, por nuestro propio bautismo, seremos útiles mensajeros de la Palabra a nosotros encomendada.

Domingo 13º del Tiempo Ordinario


«Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. …Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser», dice la primera lectura. Porque nuestro Dios es la vida misma, y a todo ser humano se la regala.
Sin embargo, la realidad nos dice que muchos no gozan de ella, que por donde miremos encontramos personas que viven muriendo o que mueren incluso antes de empezar a vivir.
El texto evangélico de hoy, largo y hermoso, habla de esto.
Hay personas que tienen una vida que no es vida, que es auténtica no-vida. La mujer con flujos de sangre es el prototipo de aquellos seres humanos que nunca han sido aceptados en la comunidad humana, por impuros, por indignos, por carecer de valor.
Hay también personas que se niegan a aceptar la vida que se les ofrece, porque ya está recortada desde el principio, porque otros se la han instrumentalizado, porque desde el mismo origen lleva el estigma del oprobio. La hija del jefe de la sinagoga, postrada en cama, muriéndose, está ofreciendo resistencia a vivir lo que para ella es no vida.
Ante ellas, Jesús se manifiesta como la Vida, como el regalo divino de un Dios que nos quiere hasta la auténtica locura. Él nos quiso inmortales y no se contenta con las medias vidas o semividas que nuestra sociedad y nuestro mundo permite a quienes excluye y estigmatiza.
La hemorroisa, superando su propio miedo, liberándose de sus cadenas personales, expresándose en alta voz en medio de la muchedumbre que ni la ha tenido en cuenta, recibe la vida del simple contacto físico con Jesús. De Jesús ha salido esa energía, pero ha sido ella misma quien la ha atraído y asumido.
La niña, atendiendo a la voz que la reclama, responde a la vida levantándose y aceptándola.
Doce años de enfermedad en una, doce años de edad en otra; el número doce, símbolo de la totalidad, habla también de un fallo de ahora y de siempre en nuestro ser de humanidad social y religiosa que Jesús viene a romper, para que a partir de Él nadie viva al margen y sin vida.
Pensemos en qué medida y en qué aspectos tenemos en nuestras propias personas aspectos tanto de la mujer sangrante con de esta niña muerta. Formados siempre en una conciencia de pecado, nos hemos sentido indignos de tantas cosas, comunión sacramental incluida. Frente a los sabios y fuertes de este mundo y de la Iglesia, nosotros ignorantes y débiles, callar y obedecer, no saber, no opinar, un casi no existir.
Con Jesús, el Salvador, el Libertador, nuestras heridas secretas están curadas. La vida que tenemos y también somos no admitirá ya nunca más límites ni imposiciones, porque es Dios mismo el que se ofrece como sólido garante.

Domingo 12º del Tiempo Ordinario


Después de haber celebrado la Pascua, a Jesús resucitado, y de otras fiestas bien importantes como la Santísima Trinidad y el Corpus, la liturgia nos introduce en la vida de la Iglesia. Este tiempo en el que ahora estamos se llama ordinario y es muy largo, dura justo hasta adviento.
La primera consideración que se nos ofrece es esta de hoy, el miedo como un serio peligro para la Iglesia y para los cristianos. Tan serio que incluso amenaza con dar al traste con todo.
Resulta paradójico que sea así. Generalmente los papás que piden el bautismo para sus hijos lo que buscan en el fondo es seguridad, acabar con el miedo a lo incierto, dar a quien aman certeza de que no van a estar en el futuro expuesto a la incertidumbre de las circunstancias. Dentro de esta institución tan grande y tan fuerte, los cristianos nos sentimos en casa y seguros.
El relato de la tempestad en el lago del evangelio de hoy se refiere a todo esto.
La barca simboliza a la Iglesia en cuyo interior está la comunidad. Con Jesús, aunque dormido, todo está en orden. La otra orilla es lo contrario de esta orilla; ésta es lo conocido, lo trillado, donde sabemos y podemos desenvolvernos, de ella partimos; la otra orilla es donde tenemos que estar, es desconocida, supone el lugar donde Jesús nos manda arribar porque allí está nuestra tarea.
La tempestad no es tanto del mar embravecido, que a expertos marineros no ha de suponer mayor problema. No es ella el origen del miedo. El miedo se debe a la actitud misma de los discípulos; con Jesús dormido piensan que ellos solos no serán capaces de hacer pie en el otro lugar, que la otra orilla será terreno peligroso y lo desconocido se convierte en lugar inhóspito. El miedo atenaza, pero sobre todo incita al repliegue, a la vuelta a lo seguro, a no cumplir la misión, a renunciar renegando de quien nos envía y acompaña. La Iglesia puede tener miedo y dejarse llevar por el pánico.
La respuesta de Jesús es: no seáis cobardes, superad vuestros miedos, tened fe. Si Jesús nos envía, Él mismo se encargará de que superemos las dificultades, incluso salvando nuestros errores.
La Iglesia está hecha de seres humanos, pero tiene el aliento de Dios, que no falla. No dudemos de su palabra ni de su presencia.

Domingo del Corpus Christi


¡Cuántos ratos buenos! ¡Cuántas comidas juntos! En torno a Jesús se había constituido un grupo variopinto de personas que durante un tiempo no demasiado largo habían pasado, de vivir de forma individual y separada, a participar de los sueños que aquel ser humano portentoso, cuya palabra sosegaba el ánimo, atraía y arrastraba por su autoridad frente a la enfermedad y la injusticia, anunciaba como inminente el Reino de Dios y se dirigía a Yahvéh con la candidez de un niño, llamándole Abba.
Comieron en el campo, comieron en fiestas, comieron de los trigales de camino, comieron compartiendo en milagrosa solidaridad panes y peces. Junto a él cada uno se olvidaba de su apretado presente para vivir adelantado un futuro de utopía, igual que el pueblo Israel soñó con una tierra que manaba leche y miel. Junto a él y con él, vivieron ya de la plenitud aún no alcanzada, donde el hambre sería saciada y las lágrimas enjugadas.
Aquella cena, sin embargo, era distinta. Algo en el aire hacía presagiar que eso nuevo, que aún no, ya era inminente.
Y Jesús tomó el pan y dijo: Esto es mi cuerpo. Y tomó el cáliz y dijo esta es mi sangre. Y paradójicamente el evangelista no nos dice si comieron y bebieron, y tal parece que no. Que cada quien comió de su pan y bebió de su vino.
Y luego llegó el apresamiento, y el juicio y la condena. Su muerte les desanimó de tal manera que decidieron volverse para casa, todo había acabado, sólo fue un sueño.
Camino de Emaús, aquellos dos lo descubrieron partiendo el pan y ofreciendo el vino. Aquel gesto compartido y tantas veces repetido, eso tan natural y familiar de “comer juntos”, les abrió los ojos y el corazón.
En la playa fueron peces, en el cenáculo pescado asado. De nuevo la comida es el gesto que induce al reconocimiento: el Señor está vivo, no fue sueño, no; venció a la muerte y resplandece de vida.
Partir el pan por las casas se convirtió en el modo natural no sólo de recordar sino de hacer presente al Jesús resucitado. Comerlo y beberlo fue desde el principio la manera de decir que su utopía del Reino de Dios era ya presente, y vivir de él y para él era el santo y seña de identidad de los que juntos eran comensales.
Comer y beber juntos, desde entonces, hace Iglesia. Comulgar en comunidad al Señor hace Cuerpo de Cristo, Sacramento de Dios para la salvación del mundo. Desde entonces se adora a Jesucristo comulgándolo, haciéndolo propia vida, haciéndonos uno con Él.
Celebrar la Eucaristía es anunciar el Reino, es compromiso de solidaridad y justicia, es rebeldía contra la exclusión que cierra puertas, es promesa de paz universal que a todos llega.
No es posible, ni entonces ni ahora, comulgar con Jesús y no estar con comunión con toda la creación.

La Santísima Trinidad


Dios es una palabra que usamos mucho los creyentes. Seamos de la religión que sea, si contáramos al cabo de un día la de veces que mentamos a Dios saldría una cifra con muchos ceros. Esto multiplicado por los que somos, saldría aún muchísimo mayor.
Y sin embargo, ante palabra tan fácil, hacemos un problema enorme cuando tratamos de explicarlo, aunque sólo sea decirlo.
Tenemos una manera muy cercana y útil para hacerlo facilito. El Credo. Sólo son tres versos, pero hay que leerlos y degustarlos.
1. «Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra».
2. «Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor».
3. «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida».
Fijaros que es lo mismo que decimos cuando nos signamos o persignamos con la cruz. Lo decimos en este orden, pero a lo mejor habría que cambiarlo, buscando el que mejor se acomode a nuestra propia fe.
Intentémoslo.
La mayoría de nosotros hemos llegado a la fe porque la hemos recibido de nuestra familia. ¿Cómo ha ocurrido eso? Tal vez porque funcione una especie corriente interna a los seres humanos que va conduciendo su existencia, de generación en generación, escogiendo lo mejor y abandonando lo peor, para transmitírselo a los hijos.
Así hemos conocido a Jesús, sí el de los Evangelios, el que comulgamos, el que nos hace vivir el día más feliz de nuestra vida, nuestra primera comunión. Jesús vino al mundo para enseñarnos quién es Dios. Nosotros le suponíamos creador de todo, como un artesano de cielos, tierras y mares, de estrellas y del infinito firmamento. Pero Jesús le llama Abba, Padre. Y nos dice qué cosas sueña sobre nosotros, y a eso lo llama Reino de los cielos: donde todos se quieren, donde las lágrimas son enjugadas, donde el sufrimiento se convierte en alegría, donde el luto es vida y donde la justicia se hace para todos. Se trata de un padre que tiene siempre su puerta abierta de par en par, para que volvamos cuantas veces nos hayamos marchado. Un padre que es una auténtica gozada de padre. Es creador, y mucho más, con una auténtica mamá.
En Jesús resucitado, vencedor de la muerte, hemos descubierto a Jesús Hijo de Dios.
Y Jesús nos dejó su Espíritu, como lo más íntimo suyo en nosotros, el que nos dará fuerza, y luz, y compañía, y hasta sentido común para avanzar en nuestras cosas, fáciles o difíciles.
Ahora podemos hacernos la pregunta: ¿Quién o qué es Dios? ¿Cómo es nuestro Dios? Y no deberíamos tener ningún problema para responder repitiendo los tres primeros versos del Credo que rezamos.
Y la vida misma, los “signos de los tiempos”, para las “personas de espíritu”, nos marca la orientación y los caminos que hemos de seguir para ser fieles al Padre de Jesús, en el Espíritu.
O como ha dicho un amiguete mío no hace mucho: “En el Espíritu, por el Hijo al Padre”, justamente como quien se santigua, sólo que al revés.

Música Sí/No