Domingo 18º del Tiempo Ordinario


Jesús nos alienta a ser como Él, pan de vida. Ser pan significa no devorar a los demás (a través de enemistades y críticas), sino darles vida y esperanza. A menos que donemos la vida el uno al otro, a través de nuestra participación en la vida y de esperanza, nuestra misa dominical carecerá de sentido.

No hay Misa sin mesa

Si nuestras misas no se construyen sobre comunidades que imitan a Jesús al partirse, repartir y compartir, merecen la crítica de Malaquías “No acepto la ofrenda de vuestras manos” (1, 10) o la de Amós: “Detesto y rehúso vuestras celebraciones, no me satisfacen vuestras reuniones litúrgicas (5,21). Jesús más bien señalaría las estadísticas de la crisis económica actual y diría: “Dadles vosotros de comer” (Mt 14,16).

A misa no se va para “despacharse” por haber “cumplido el precepto”, sino a celebrar, compartir y convivir. No hay misa sin mesa, en la que se comparte la vida, la fe y la Palabra y Pan de vida que las alimentan. No hay ofertorio con sentido, si no refleja la solidaridad compartida.

Puede celebrarse sin ornamentos y sin rúbricas, pero no sin comunidad. Le preguntan a Jesús en qué templo adorar y contesta: “En Espíritu y Verdad” (Jn 4, 24), es decir, la comunidad, reunida por su Espíritu de Verdad, prolonga el cuerpo de Cristo y sustituye al templo antiguo.

A mediados del siglo pasado, en los altares laterales de la capilla del seminario celebraban la misa varios sacerdotes a la misma hora, cada uno a solas en su altar con un acólito. Un sacristán era capaz de ayudar en tres altares, yendo y viniendo con lavabos y vinajeras (y de paso se tomaba un sorbito del vino que sobraba…). Desde el Concilio Vaticano II se recuperó el sentido convivial de la eucaristía, en torno a la mesa, compartiendo la vida, el Pan y la Palabra.

Si la última cena de Jesús con sus discípulos se hubiera celebrado en Nagasaki, Jesús habría tomado en sus manos un cuenco de arroz y una taza de té o una copa de “sake” para decir: Esta es mi vida, aquí pongo yo mi vida, que se parte y reparte, repetidlo en memoria mía.

No decimos: “Este pan es mi cuerpo”, sino: “Esto es mi cuerpo”. “Esto” no es solamente pan y vino, sino lo que ellos representan: la vida entera de la comunidad reunida; sobre ella pedimos que venga el Espíritu a consagrarla y convertirla en cuerpo y vida de Cristo para la liberación del mundo.

(Juan Masiá, S.J.)

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