Domingo de Pascua de Resurrección



“Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. A Él pertenece el tiempo y la eternidad, a Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos.”
No tengáis miedo de no ser creídos, de que os tachen de locos o delirantes. Gracias a las mujeres en las que permanecía el amor y fiándose de su palabra Pedro fue al sepulcro, miró y volvió admirándose de lo sucedido.
Tenemos miedo de las sorpresas de Dios, porque Él nos sorprende siempre.
No nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestra vida.
No perdamos la confianza nunca. No nos resignemos. No hay nada que Dios no pueda cambiar ni pecado que no pueda perdonar.
Hagamos memoria del camino recorrido y abramos el corazón de par en par a la esperanza.
Que Dios nos haga capaces de hacer memoria y de sentirlo como el Viviente, vivo y operante entre nosotros.
Hermanos hemos celebrado el paso de Dios entre nosotros y lo ha dejado todo sembrado de amor y de esperanza. El sepulcro ha florecido. La resurrección de Cristo es un sí a la vida y al ser humano. Tenemos el derecho a esperar un mundo nuevo y el deber de trabajarlo. Quien ha experimentado la fuerza de Jesús resucitado no puede guardarla para sí.
¡Feliz Pascua florida! ¡Feliz Pascua de amor! Acuérdate que eres Pascua, que Cristo resucitado siga resucitando en ti. Ayuda tú también a que otros resuciten.

Domingo 4º de Cuaresma


¿Es posible que Dios sea así?
¿Como un padre que no se guarda para sí su herencia, que respeta totalmente el comportamiento de sus hijos, que no anda obsesionado por su moralidad y que, rompiendo las reglas convencionales de lo justo y correcto, busca para ellos una vida digna y dichosa?
¿Será esta la mejor metáfora de Dios: un padre acogiendo con los brazos abiertos a los que andan «perdidos» fuera de casa, y suplicando a cuantos lo contemplan y le escuchan que acojan con compasión a todos?
Esta parábola significa una verdadera «revolución».
¿Será esto el reino de Dios?
¿Un Padre que mira a sus criaturas con amor increíble y busca conducir la historia humana hacia una fiesta final donde se celebre la vida, el perdón y la liberación definitiva de todo lo que esclaviza y degrada al ser humano?
Jesús habla de un banquete espléndido para todos, habla de música y de danzas, de seres humanos perdidos que desatan la ternura de su padre, de hermanos llamados a perdonarse.
¿Será esta la buena noticia de Dios?"
Pues sí: esta es la buena noticia que debemos recibir con alegría; este es el Dios que predica Jesús; este es el Papá de los cielos al que se confía y en cuyo regazo se deja acoger; este es, en fin, el Anfitrión en quien Jesús está pensando cuando terminada su dura tarea exclama: “A tus manos, Padre, entrego mi vida”.
Hay un problema. Mejor dicho, tenemos un problema; nosotros lo tenemos, merece la pena recalcarlo: el Dios que destila esta parábola no cabe en nuestras pequeñas cabezas, porque tenemos tan asentada la idea de justicia, de autoridad y de honor familiar, que estamos tentados de dar la razón al hermano mayor, que se enfadó contra la debilidad del padre y se mostró en todo momento irritado con su hermano pequeño.
De ahí que Jesús ponga tanto interés y cuidado en darnos hoy esta cuarta lección: Dios es Padre.
Pero Dios no sólo nos espera a la puerta de la casa, también hay otras parábolas que le muestran saliendo en nuestra búsqueda, moviéndonos a volver. Sea nuestra oración:
De mi vida, vacía y falsamente inquieta, soñadora e idealista. QUE VUELVA, SEÑOR…
De mi soberbia que me impide acoger tu bondad. De mi mundo, que me distancia de tu reino. De mis miserias, que estorban mi perfección. QUE VUELVA, SEÑOR…
De aquello que me hace sentirme seguro y dueño de mi destino. De toda apariencia que me engaña y me hace darte la espalda. QUE VUELVA, SEÑOR…
De toda pretensión de malgastar, arruinar o desaprovechar mis días. QUE VUELVA, SEÑOR…
A tu casa, que es donde mejor se vive. A mi casa, que es tu casa, Señor. A tus brazos, que sé me echan en falta. A tus caminos, para que no me pierda. A tu presencia, para que goce de la fiesta que me tienes preparada. QUE VUELVA, SEÑOR…


Domingo 3º de Cuaresma



En mayo de 2006, el entonces Papa Benedicto XVI viajó a Polonia. Su origen alemán y el hecho de que en su adolescencia formara parte de las juventudes hitlerianas cargaron su visita de simbolismos, que además estuvo marcada por la poca emoción que los polacos le demostraron. Pese a todo, Benedicto XVI visitó los campos de exterminio de Auschwitz e hizo un reclamación divina: “Solo se puede guardar silencio, un silencio que es un grito hacia a Dios: ¿por qué, Señor, permaneciste callado? ¿Cómo pudiste tolerar todo esto?”.
¿Dónde estaba Dios cuando los campos de exterminio nazi? ¿Por qué Dios guarda silencio cuando la enfermedad, la mala fortuna, la quiebra laboral y económica, el accidente de tráfico o la ruptura afectiva se ceban sobre nosotros o sobre nuestros seres queridos? A veces nos descubrimos a nosotros mismos preguntándonos.
También le preguntaron a Jesús. Y no eran ateos o agnósticos, precisamente, quienes lo hacían. No negaban a Dios. La respuesta que reciben estaba ya escrita en el libro de la Biblia, muy al principio; Jesús les conmina a mirar al hermano, ¿qué hacéis con él?, ¿cómo le juzgáis?, ¿dónde le habéis abandonado?
Para Jesús, Dios llama a la responsabilidad, a la honradez, a la coherencia, a la vida. Y por eso la realidad es sagrada, como la tierra que pisaba Moisés, porque está impregnada de Dios, que está ahí.
Descubrirle, sentirle, responder a la llamada que desde la historia y nuestra vida Dios nos dirige es ser una higuera que da fruto; no responder es ser árbol inútil que no merece ocupar espacio en la huerta.
Hemos de pisar la calle, por supuesto que sí. No podemos ni debemos vivir al margen de la realidad, de lo que sucede, de cuanto nos envuelve y en suma somos. Pero pisarla en este caso significa transformarnos a nosotros mismos para hacerla humana, lugar de encuentro con personas, espacio en el que construir una sociedad mejor. Si no nos convertimos, también pereceremos, viene a decir Jesús en el evangelio.
Aprovechemos el tiempo, no perdamos las oportunidades de hacer el bien; si de verdad queremos que no sucedan las cosas malas que suceden, tenemos que poner los medios necesarios. De lo contrario, seremos responsables de las víctimas y tan culpables como los victimarios.
Que duda cabe que Dios está. ¿Estamos nosotros o simplemente estamos desaparecidos?

Música Sí/No