Domingo 1º de Adviento


El domingo pasado terminamos el año litúrgico y hoy empezamos uno nuevo. Y como si los extremos se tocasen, el mensaje es común: Atentos, estad preparados, no os durmáis, vigilad. ¿Por qué? Porque el Señor viene.
No sabemos cómo ni cuándo pero sabemos que viene. No conocemos su aspecto. Estamos seguros de que nos va a sorprender. Pero estamos convencidos de que va a ser una sorpresa agradable. Así comenzamos el Adviento. Así abrimos este tiempo de espera gozoso. Así empezamos un nuevo ciclo litúrgico. Con la fe y la confianza puesta en Dios, nuestro Salvador.
No es una vuelta más al tiovivo de la feria de la vida. No es retornar a siempre lo mismo.
La vida es como un río, siempre diferente, siempre nuevo y renovándose. Siempre discurriendo hacia delante, a veces rápido, a veces lento, tanto que parece dormir. Con orillas diferentes, unas resecas, otras llenas de verdor. Pero siempre el río tiende al mar…
Nuestras vidas son los ríos, dijo nuestro poeta. Y como tales nos hemos de encontrar algún día con nuestro final.
Eso fue lo que vimos el otro día. Pero dijimos que más que un final, aquel juicio del evangelio era más bien un asunto que ponía nuestra vida en el presente frente a un estilo de ser y de comportarnos. Vamos como si el juicio final fuera en cada uno de los instantes que vivimos.
Hoy vuelve a decirnos el evangelio lo mismo. «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento». ¿De qué momento habla Jesús? Del momento de Dios.
Dios, el Abba, carece de tiempo, el tiempo es cosa nuestra. De modo que al ponernos en aviso Jesús nos está diciendo que cuidemos nuestro tiempo, porque cualquier tiempo, todo el tiempo es tiempo de Dios. Y Dios está viniendo siempre, porque Dios está, sencillamente, y somos nosotros los que lo hacemos presente con nuestra vida, o no le hacemos presente, y le estamos ocultado y negando.
Preciosas las imágenes del alfarero para expresar qué somos y qué es el Abba. Impresionantes las palabras de San Pablo para reconfortarnos y animarnos a no perder ni la calma, ni la esperanza, ni por supuesto la fe.
Adviento. Es el tiempo de Dios y es también nuestro tiempo. Andemos a plena luz con obras de luz. Y preparemos, no la Navidad, sino el Advenimiento del Reino de Dios con todos los hombres y mujeres que buscan y se esfuerzan por un mundo nuevo.

Domingo 34º del Tiempo Ordinario. Jesucristo, Rey del Universo


El juicio que hoy descubrimos en el evangelio ha perturbado durante mucho tiempo a cristianos y cristianas de todos los estilos, épocas y latitudes. Si después de nuestra muerte Dios nos juzga, a ver cómo salimos de bien parados o de mal parados.
Y como la muerte es el paso para ese juicio, y como la muerte está ahí, amenazante e incierta, la vida, nuestra vida es toda una preocupación. ¿¡Vamos que si me muero ahora mismo y no estoy preparado!? Y nos decían aquello de “mira que te mira Dios, mira que te está mirando…”. Así que muchos cristianos y cristianas hemos tenido, al menos durante buena parte de nuestra vida, al diablo metido literalmente en el cuerpo. Y así también y como consecuencia ha sido nuestra vida, una vida penosa.
Pero ¿tiene que ser así? ¿Hay motivos para vivir un sin vivir? ¿De verdad es mejor no ser cristiano para disfrutar de la vida?
Vamos a ver: empecemos por la muerte. Dice San Pablo: «Si por un hombre vino la muerte…, por otro, Cristo, vino la vida». Y luego termina su frase: «Cristo tiene que reinar hasta que Dios «haga de sus enemigos estrado de sus pies». - El último enemigo aniquilado será la muerte. Al final, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.» O sea, que nos quede a todos y todas bien claro: Al final, Dios será Dios, Abba, para todos. Si es el mismo Dios que nos creó a su imagen, ¿por qué razón luego va a dejar fuera a quien reconoce como su propia imagen, hechura de sus manos? Algo se inventará para que Él sea el Todo Abba para todos.
Luego viene lo del juicio. Claro si lo consideramos juicio, aquí no se salva nadie. Pero si quien hace de juez resulta que es nuestro abogado defensor, y es buen abogado porque ya lo demostró con creces, ¿cómo va a dictar sentencia condenatoria contra alguien?
No, a eso que llamamos juicio no podemos identificarlo con nuestra práctica judicial; mucho menos con nuestra costumbre de tamizar y enjuiciar la vida ajena. El juicio final queda a la bondad de quien recapitulará todas las cosas en él.
De lo que está hablando Jesús es de otra cosa: está hablando de cómo vivir si queremos llamarnos y reconocernos como sus discípulos, como cristianos. O sea que nos está hablando de nuestro quehacer diario, de los minutos y horas que componen nuestra vida. Si la tenemos llena de gestos amistosos hacia los hermanos, y especialmente hacia los hermanos y hermanas que más sufren, estaremos en su onda, viviremos entonces según su estilo, tendremos en nuestro comportamiento ese aire de Jesús que tanto atraía a las gentes que le conocieron. Podremos considerarnos entonces, porque él así nos llama, sus ovejas.
Y si vivimos con esa preocupación y ocupación, haciendo que la vida sea vida para todos, entonces nos podremos llamar y reconocernos como verdaderos cristianos.
Y esta es, creo yo, toda la doctrina que contiene la fiesta que hoy celebramos: Que Cristo reina en nuestra vida y es por tanto, el Rey de Universo.

Domingo 33º del Tiempo Ordinario


Eficiencia e inversión son expresiones que entendemos muy bien; y que también comprendemos que son las que desde un sistema económico injusto y mal planteado ha hecho de éste, un mundo injusto, y de nuestra economía, un desastre.
Mira tú por cuánto, es el evangelio de hoy el que nos trae a colación estas palabrejas.
Alguno puede pensar malhumorado que si también aquí vamos a hablar de estos asuntos; porque le esté yendo bien o mal con lo de la crisis o porque esté soportando o ejerciendo injusticia manifiesta.
Si Jesús hubiera hablado de pasta, seguro que habría dicho algo más concreto, porque en dinero, las cosas muy claritas, que dinero es dinero. Así entenderíamos eso de «al que tiene se le dará y le sobrará, y al que no tiene hasta lo que tiene se le quitará.»
Pero no. Jesús está hablado de otra cosa. Por tanto no se refiere a la competitividad, al beneficio puro y duro, a costes cero y a que cada uno se apañe como pueda. Todo lo contrario: sí habla de competencia, de trabajo, de esfuerzo pero en lo que realmente vale y merece la pena. Eso que todos podemos disfrutar y a nadie se le puede negar: sentido humano, sentido de hermano, solidaridad, amor, respeto, fidelidad, sinceridad, honradez, confianza. Y muchos más. Y ganar el pan en este sentido es ganarnos a nosotros mismos superándonos progresivamente en el ser cada vez más en eso mismo que acabo de enumerar.
O sea, que Jesús no está hablando de que aprendamos a ser tiburones de Wall Street, sino auténticos campeones en las olimpíadas del Reino de Dios.
Respuesta final: Los niños de catequesis de 8 años, o sea de 2º, trabajaron un corazón en cartulina de colores, pintando y escribiendo en ellos lo que les llenaba y los que les sobraba. Luego vinieron al templo, que también se llama iglesia, pero con letra pequeña, que si es con grande, la Iglesia, somos todos. Y ofrecieron a Jesús ese corazón, que representaba al suyo de verdad.
Yo diría que eso es invertir muy bien lo que tenemos y somos en una causa bien buena que es hacer lo que Jesús nos enseñó, vamos, lo que espera Abba Dios de cada uno de nosotros.
Así lo hicieron Nacho Martín Baró y Segundo Montes, y sus compañeros jesuitas y las dos empleadas, cuya muerte violenta recordamos hoy. Murieron para dar vida.
¿A que ahora sí entendemos eso de «al que tiene se le dará y le sobrará, y al que no tiene hasta lo que tiene se le quitará?»

DOMINGO 32º del Tiempo Ordinario. Festividad de la Dedicación de la Basílica de Letrán


Explicar por qué hay que celebrar la dedicación = consagración (inauguración) de un templo que está en Roma. Roma es el lugar de referencia de nuestra Iglesia total. El Primado en la caridad que une y afirma a todos los cristianos.
Qué oportunidad nos ofrece esa fiesta: hablar del templo de piedra y del templo de carne viva que somos todos los cristianos.
El templo de piedra es este en el que estamos. Lo hemos hecho con muy poco dinero y mucho esfuerzo, para que todos podamos reunirnos en él a celebrar nuestra fe, cada día, cada domingo, en cada sacramento que se administra y se recibe. Siempre para reafirmar nuestra fe y también para alabar al Abba de Jesús.
El templo de carne viva que somos cada uno de nosotros y todos juntos es bien claro: el Espíritu de Jesús que llegó a nosotros en nuestro Bautismo nos habita y nos convierte en templo suyo. Por tanto, vayamos donde vayamos, hagamos lo que hagamos, Él va con nosotros, y hace lo que nosotros hacemos y hasta piensa con nosotros cuando pensamos. Y es importante que caigamos en la cuenta de ello, porque si somos muy conscientes de esto, tendremos muy mucho cuidado siempre en ver si estamos en sintonía con Jesús o no lo estamos; si estamos a medias o si cada vez estamos más lejos de Él.
Pero, ojo, que no es ningún vigilante ni guarda de seguridad. Al contrario, es como nuestra madre que nos va ayudando a dar pasos, a decidir nuestras pequeñas o grandes decisiones, a trabajar y ayudar cuando se nos pide que lo hagamos, cuando nos acercamos a los demás y queremos tratarlos bien, como si fuéramos nosotros mismos.
Ser templos de Dios, el Abba de Jesús, es una muy grande responsabilidad, pero sobre todo es una inmensa fortuna, porque Él que ama la vida nos irá haciendo crecer cada vez más en esa vida.
Y sólo apuntar dónde mostrarnos como templos vivos de Dios:
- Ante la crisis económica en la estamos metidos.
- Ante nuestra presencia como país en el G-20.
- Ante la guerra incivil o lo que sea del Congo, que nos toca por doble razón: porque somos seres humanos y porque consumismos las riquezas que se le están robando a ese país.

Conmemoración de todos los fieles difuntos

 
Ayer hablamos de la santidad que nos llena y al mismo tiempo nos lleva, y tira de nosotros, es esa experiencia vital de Jesús y también de nosotros del Abba. Abba, Dios, mujer, Padre y Madre, que se conmueve hasta en sus entrañas cuando su criatura le reclama.
A este Abba clamó Jesús desde la cruz. Y este Abba se conturbó y hasta lloró cuando murió Jesús, el Hijo.
¡Cómo no vamos a llorar nosotros, cuando lo que queremos se nos muere! Seríamos inhumanos si no lo hiciéramos.
Por eso, hoy, recordamos a todos los difuntos, ellas y ellos, niños y mayores, que no importa cómo fue, pero se fueron.
Pero el Abba después de llorar, gritó como antes había gritado. ¡Este es mi hijo, el predilecto! Y lo resucitó. También el Abba ha resucitado a cuantos murieron. Por eso debemos estar tranquilos, que no les pasa nada, que están bien.
Ellos pasaron a mejor vida, a la vida fetén, al cielo que decimos, esté donde esté. Y pasaron para una vida que ya no morirá.
Por eso debemos estar también hoy alegres con la misma alegría de ayer. Porque el que nos hace santos también nos hace eternos.
Seríamos unos insensatos si no aprendiéramos una lección de este día. Y esa lección es varia:
1. La vida es misterio. La muerte también. Vivamos el misterio con respeto, en oración, en compromiso, en comunidad, en humanidad.
2. Somos de memoria frágil, recordamos hasta donde recordamos. Pero Dios no olvida, confiemos en Él.
3. Dios también llora cuando muere alguno de sus hijos e hijas. Ahora alguien quiere recordar nuestro pasado más cruel, la guerra incivil tildada de santa cruzada. Lloremos también si es preciso, que alivia, pero sobre todo recordemos para no volver a lo mismo de antaño.
4. Morir está ahí, es inevitable. Vivamos el presente con honradez y en precario, que va a durar lo que va a durar.
5. Alguien dijo: ¡Aquí nos salvamos todos o no se salva ni dios! Pues que sea así, Amén. Pero ese dios con minúscula es el Abba que nos quiere y que nos apremia a vivir con una vida con mayúsculas.

Domingo 31º del Tiempo Ordinario. Todos los fieles difuntos, o sea todos los seres humanos muertos


Ayer hablamos de la santidad que nos llena y al mismo tiempo nos lleva, y tira de nosotros, es esa experiencia vital de Jesús y también de nosotros del Abba. Abba, Dios, mujer, Padre y Madre, que se conmueve hasta en sus entrañas cuando su criatura le reclama.
A este Abba clamó Jesús desde la cruz. Y este Abba se conturbó y hasta lloró cuando murió Jesús, el Hijo.
¡Cómo no vamos a llorar nosotros, cuando lo que queremos se nos muere! Seríamos inhumanos si no lo hiciéramos.
Por eso, hoy, recordamos a todos los difuntos, ellas y ellos, niños y mayores, que no importa cómo fue, pero se fueron.
Pero el Abba después de llorar, gritó como antes había gritado. ¡Este es mi hijo, el predilecto! Y lo resucitó. También el Abba ha resucitado a cuantos murieron. Por eso debemos estar tranquilos, que no les pasa nada, que están bien.
Ellos pasaron a mejor vida, a la vida fetén, al cielo que decimos, esté donde esté. Y pasaron para una vida que ya no morirá.
Por eso debemos estar también hoy alegres con la misma alegría de ayer. Porque el que nos hace santos también nos hace eternos.
Seríamos unos insensatos si no aprendiéramos una lección de este día. Y esa lección es varia:
1. La vida es misterio. La muerte también. Vivamos el misterio con respeto, en oración, en compromiso, en comunidad, en humanidad.
2. Somos de memoria frágil, recordamos hasta donde recordamos. Pero Dios no olvida, confiemos en Él.
3. Dios también llora cuando muere alguno de sus hijos e hijas. Ahora alguien quiere recordar nuestro pasado más cruel, la guerra incivil tildada de santa cruzada. Lloremos también si es preciso, que alivia, pero sobre todo recordemos para no volver a lo mismo de antaño.
4. Morir está ahí, es inevitable. Vivamos el presente con honradez y en precario, que va a durar lo que va a durar.
5. Alguien dijo: ¡Aquí nos salvamos todos o no se salva ni dios! Pues que sea así, Amén. Pero ese dios con minúscula es el Abba que nos quiere y que nos apremia a vivir con una vida con mayúsculas.

Música Sí/No