Domingo después de la Natividad. La Sagrada Familia


Cuando nació Jesús, Dios asumió la realidad humana en toda su extensión. José y María formaron su familia, desde ahí compartió nuestras cosas, y desde ella nos mostró el verdadero rostro de Dios; en Jesús, María y José Dios se humanizó.
Sin embargo Jesús como ser humano vivió en libertad ante las estructuras sociales, incluida la familia. Ni las normas religiosas, ni las leyes civiles, ni siquiera las tradiciones, en cuanto que no estuvieran conformes a los anhelos profundos de las personas, fueron para él asunto zanjado y definitivo. Lo primero es el Reino de Dios y su justicia.
De esta manera Jesús aparece en el evangelio despegado de la familia como unidad a partir de la misma sangre, como lo fue respecto del templo de Jerusalén en cuanto que no ofrecía culto a Dios en espíritu y verdad.
María aceptó de Jesús incluso desaires aparentes, como madre, no como la creyente y fiel servidora del Señor.
Jesús vino a predicar de parte de su Padre que todos formamos una gran familia, por encima de cualquier otra consideración, y que no hay ya barreras de raza, lengua o nación. Incluso previno que habría enfrentamientos entre familiares por su causa y la causa de este Reino de Dios.
Jesús, finalmente, entregó en Juan su madre María a todos nosotros, después de que ya nos hubiese dejado bien claro que somos hijos en él del único Padre.
La sagrada familia, cuya fiesta celebramos, no es modelo a seguir como estructura humana y tradicional, porque eso es propio de cada lugar y tiempo. Quienes la forman, José, María y Jesús, sí lo son en cuanto que estuvieron disponibles a la llamada divina, creyeron y respondieron de manera ejemplar.
Si gozamos de una familia que nos hace crecer como personas y como creyentes, aprovechémosla. Si es mejorable, hagamos cuanto podamos. Si nos asfixia, obremos buscando lo mejor, no lo más cómodo y lo socialmente correcto. Y en todo caso hagamos siempre por mantenerla unida, no porque sí y contra viento y marea, sino porque el amor es como una planta que requiere cuidados e incluso sacrificios, renuncias, generosidad y comprensión. El perdón y la misericordia sean el empeño decidido de todos los que forman la familia.
Qué duda cabe de que es el mejor lugar que podemos tener para nacer, crecer y vivir. Pero no creo que Dios nos pida que hagamos de ella un absoluto.

Natividad del Señor

Acabamos de escuchar la gran noticia: «Os ha nacido un Salvador».
Nos ha nacido un Salvador, su llegada no depende de ningún interés, sino del amor que Dios nos tiene.
Si nuestro corazón no ha quedado insensibilizado del todo por las preocupaciones, por los problemas o por los intereses que nos invaden día a día, es fácil que esta mañana sintamos una sensación diferente, difícil de definir. Hoy es Navidad.
¿Cómo podríamos llamar a «eso» que percibimos, que sentimos en nuestro interior? ¿Nostalgia? ¿Gozo? ¿Deseo de una inocencia perdida? ¿Necesidad de paz? ¿Anhelo de felicidad imposible?
No. Los problemas no han desaparecido. La paz sigue esta mañana tan ausente de nuestro mundo como siempre. Los sufrimientos y conflictos están ahí en la calle, dentro de nuestro hogar e incluso dentro de cada uno de nosotros mismos.
Por eso se nos hace tan difícil hoy celebrar la Navidad. Tenemos suficientes motivos para no tener mucha confianza en ella.
Y, sin embargo, en Navidad hay algo que parece querer brotar en nosotros. ¿Es solo la nostalgia de unos recuerdos infantiles? ¿Será solo la evocación de unas costumbres religiosas que persisten en nuestra conciencia?
Tal vez, si nos escuchamos en nuestro interior con un poco de atención, descubramos en nosotros la necesidad de una vida más gozosa, más limpia, más serena, más humana.
Hoy es Navidad, es decir, «nacimiento». Pero los cristianos no celebramos solamente el nacimiento del Hijo de Dios en Belén. En Navidad cada uno de nosotros nos sentimos llamados a renacer.
De poco sirve celebrar que Cristo ha nacido hace dos mil y pico años si nada nuevo nace hoy en nosotros. De poco sirve que se haya cantado la paz en Belén si dentro de nosotros no se despierta hoy el deseo de trabajar por la paz y la solidaridad entre los hombres.
Sobre todo, de poco nos sirve a ti y a mí que la ternura y el amor de Dios se hayan manifestado a los hombres si tú y yo no somos capaces de escuchar, ni de acoger y de agradecer, ni de manifestar ese amor de Dios.
Por eso, tal vez lo primero que se nos pide en esta Navidad es creer en algo que, a veces, nos resulta difícil creer: que tú y yo podemos nacer de nuevo. Que nuestra vida puede ser mejor. Que el gozo y la alegría pueden brotar otra vez en el fondo de nuestro ser. Que la ternura puede alentar nuestras relaciones. Que el amor puede hacernos más humanos, más cercanos, más divinos por ser más hermanos.
Para ello basta mirar con fe sencilla «el misterio de Belén». Dios es infinitamente mejor de lo que yo me creo: es más amigo, es más fiel, más comprensivo, más cercano. Él puede transformar mi persona. Dios puede salvar nuestra vida.
De verdad, hoy puedes acoger sin miedo ese gozo que se despierta dentro de ti.
Hoy puedes emocionarte con la ilusión de los niños pequeños que cantan ingenuos villancicos.
Hoy puedes mirar de manera diferente a los ojos de tus familiares, de tus amigos, de tus vecinos.
Hoy puedes rezarle a Dios desde el fondo del corazón y recordar con cariño a tus seres queridos.
Es que hoy es Navidad y Dios está en nuestros brazos hecho Niño.
¿Hablamos de nuestras cosas un rato con él en silencio?
(José Antonio Pagola)

Nochebuena


La noche de Navidad simboliza todo lo hermoso y deseable que hay en el corazón humano: inocencia, cariño, bondad, amabilidad, ternura, sonrisas, alegría, vida y el futuro por delante. Todo está simbolizado en la inocencia de un niño que nace. Con la ventaja, en nuestro caso, de que este niño tiene a Dios en lo más profundo de su ser. Su ser es ser de Dios. Desde entonces la bondad, amabilidad, alegría y vida de lo humano están impregnadas de eternidad. El pasado, el presente y el futuro de este niño es el pasado de todos los humanos (venimos de Dios), el presente de todos ellos (estamos en Dios) y su futuro (estamos hechos para Dios y Dios es la meta y el sentido de nuestra vida).
La noche de Navidad recapitula los deseos de paz y entendimiento que anidan en todo ser humano, estos deseos que los avatares de la vida corrompen con demasiada frecuencia. La paz fundamentada en la inocencia, en el mirar al otro sin resquemores, con una espontánea confianza. La paz que es fruto del amor. Y el entendimiento que se basa en la necesidad que todos tenemos del otro, como el niño que necesita de los demás para nacer, sostenerse en el ser y crecer. Porque los necesita los acoge con naturalidad, y extiende los brazos para acoger y ser acogido.
La noche de Navidad une lo humano con lo divino, reconcilia lo distante, une lo alejado. Dios y el hombre en una sola persona. Y al unir a Dios con el hombre, une a los seres humanos entre sí. Porque si Dios se hace hombre, ser hombre es lo más maravilloso que se puede ser. Si Dios se hace hombre no es solo porque el hombre tiene capacidad de Dios, sino sobre todo porque los seres humanos tienen capacidad de amor, están hechos para el amor. Lo humano no es el odio o el rechazo, sino la acogida y el encuentro.
En la noche de Navidad todo es amanecer, todo apunta hacia este sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz. En esta noche, Dios desvela el rostro oculto de su ser: gracia, amor, misericordia. Por eso, en esta noche importa proclamar que no hay nada más urgente, nada más necesario que conocer y dar a conocer al verdadero Dios, aquel cuya última palabra se pronuncia: Jesucristo. Este es el único nombre que puede salvar; el nombre que, aún sin saberlo, todos buscamos.
(Martin Gelabert)

Domingo 4º de Adviento

Tras estas lecturas de la Sagrada Escritura, me parece interesante resaltar que el evangelista Mateo pretende hacernos ver que Dios nunca ha estado lejos del ser humano. No sólo nos relata la manera de comunicarse Dios con José, el esposo de María; también nos aclara quién es Jesús, el hijo que este matrimonio va a tener.
Que Dios hable con José a través de un sueño y por medio de un ángel es como decir que Dios no está en otra parte ni necesita de medios raros para presentarse ante nosotros. Basta que le dejemos habitar y expresarse en nuestro interior, que estemos abiertos a su palabra, que tengamos con él y de él una experiencia personal.
Que Jesús, el niño que va a nacer, sea Emmanuel, es de decir, Dios-con-nosotros, indica que, salvo que le echemos de este mundo y de nuestra vida, Dios es de todos y para todos, sin exclusivismos ni diferencias. Es más, que precisamente porque escoge lo pequeño, lo que no cuenta, lo más pobre, nadie puede sentirse ajeno o impedido para acceder a Dios, para que Dios se acerque a nosotros.
Por si lo hubiéramos perdido o estuviéramos en el trance de abandonarlo, sería bueno que comprendiéramos que desde siempre, como seres humanos, tenemos capacidad de experimentar a Dios como el misterio que reside en nuestro interior. Misterio, digo, porque no sabremos nunca explicárlo ni describirlo, aunque lo razonemos.
Los católicos solemos buscar a Dios fuera, tal vez en algún lugar extraño del universo, ciertamente en el sagrario, y en su palabra revelada en la Biblia.
Descubrirlo como lo más íntimo de nuestro ser: escucharlo en nuestros propios pensamientos y reflexiones; temerlo en nuestros miedos, vacilaciones y preocupaciónes; no sentirlo cuando sufrimos y no sentimos impotentes; echarlo en falta en nuestra mediocridad; negarlo con nuestro pecado; implorarlo en la angustia y necesidad.
Así José entra en escena para, junto con María, avisarnos de que ese Dios que está en mí, y también en ti y en todos, es Dios para todos. Aceptar, como José y María, lo que Dios pide de nosotros, y poner como ellos nuestras personas a su total disposición, es hacer Navidad.
Que el misterio de amor que hoy se nos anuncia, mañana sea motivo de alegría y de paz para este mundo.


Domingo 3º de Adviento. Fiesta Patronal



Ser testigos de la luz, como Juan, y recibir de boca de Jesús si no la misma alabanza, “profeta”, siquiera esta no menos importante, “mi mensajero”. Y desde luego ni caña vencida por el viento ni preocupados por el lujo y la vanagloria. Así hemos querido ser en esta parroquia, y es nuestro propósito seguir siéndolo.
Lo mejor que nos puede pasar es no ser centro de nada, ni siquiera de nosotros mismos. Centrados en Jesús y su Evangelio, anunciándolo y haciéndolo presente a través de los sencillos gestos de la vida, acompañando a cuantos curiosos o interesados también deseen acercarse a Él, llevándolo con nosotros al encuentro de los pobres y empobrecidos, derrotados y tristes, marginados y solitarios. En todo momento dejando que la misericordia de Dios resplandezca sobre las demás cosas, así estaremos, así debiéramos estar, quienes además de bautizados tenemos a la Virgen de Guadalupe por patrona.
Dios ha dado suficientes pruebas de su fidelidad, y de que lo que promete lo cumple. Por eso debemos revestirnos de paciencia, como dice San Pablo, y no quejarnos porque parece callar ante nuestro sufrimiento y el del la humanidad. No está desentendido de nada ni de nadie, sino que como el labrador espera paciente y confiado el fruto que tras las lluvias y los vientos, las heladas y los calores, llegue a su sazón.
Ese amor de Dios que ha sido sembrado en nuestros corazones nos impulsa a entonar cantos de alabanza, y a decir unidos a María, proclama nuestra alma las grandezas del Señor, se alegra nuestro espíritu en Dios Salvador.
Hemos sido agraciados en todo, no para nuestro solo y propio beneficio; sino para ser como el canal que lleva agua de vida a todas las parcelas, a sus cultivos, a cada planta.
Inmerecidamente hemos sido ungidos profetas para anunciar la buena nueva. Consagrados sacerdotes suyos para sanar corazones afligidos. Coronados reyes para vivir con limpieza de mirada y ternura en el corazón. Dios nos da sus dones para que los repartamos con largueza. Vivamos las bienaventuranzas a destajo, hagamos Reino de Dios sin fronteras, forjemos herramientas de las armas y construyamos en este erial un vergel de paz verdadera y duradera.
Somos hijos de María de Guadalupe, reina de gente pequeña de todos los colores y culturas, de muchos idiomas pero de un único lenguaje, el del amor. Que ella esté siempre con nosotros. Que nosotros nunca nos separemos de María en el camino hacia el Padre.


Domingo 2º de Adviento. La Inmaculada Concepción de María

 

Si adviento es aviso y llamada que nos urge a estar atentos a la presencia de Dios en la realidad, a la vez que exhortación a mostrarle a través de nosotros mismos como creyentes, de nuestro comportamiento y manera de tratarnos los unos a los otros.
Si adviento es caer en la cuenta de lo mal que está nuestro mundo y de que no tenemos que buscar más culpables de ello que nosotros mismos, los seres humanos, con nuestro egoísmo, nuestra soberbia y nuestro afán de dominarnos unos a otros.
Si adviento es reconocer que no tenemos ni capacidad ni posibilidad de arreglar las cosas que nos interesan a todos a la vista de la experiencia de miles de años de fracasos a pesar de los muchos intentos realizados.
Si adviento es también grito y plegaria porque llegue al fin la liberación deseada y necesitada, en los negocios humanos y en lo más interior y personal de cada uno de nosotros.
María de Nazaret es, más que la joya de la corona, el ejemplo y paradigma por antonomasia de lo que Dios realiza, está realizando continuamente, en favor nuestro.
La llena de gracia porque el Señor está con ella, no es una excepción en medio de un pantanal putrefacto, como con tanta frecuencia nos consideramos. Es la confirmación de lo que necesitamos creer y admitir, asumir y apropiar, encarnar y desarrollar.
Dios está nosotros. Igual que con María. Lo que Dios desarrolló en la joven igualmente lo puede llevar a cabo en nosotros. Respondiendo sí, como María, y dejando a Dios que sea Dios en nosotros, no tendremos ya que soñar con extraños paraísos perdidos. Acogiendo con agradecimiento el don de la vida recibido. Tratándonos cordialmente los que somos y debemos considerarnos iguales. Decidiendo empeñarnos y comprometernos en que este mundo nuestro deje de mostrar sólo hasta dónde podemos llevar las cosas haciéndolas mal y siquiera consigamos que afloren pequeños brotes verdes de esperanza en algo mucho mejor.
María nos lleva la delantera no porque sea de otra pasta; sí porque fue dócil a la voz de Dios; sí porque aceptó la carga sin condiciones, ya sabía que no estaba sola; sí porque se abrió a nuevos horizontes, creyendo más allá de la evidencia; sí porque no pensó en sí sola, asumiendo que estaba ensartada en esa lista inmensa de seres humanos, los pobres de Yahvéh (anawin), que viven ante el sólo Dios es necesario y sólo Dios basta.
María es la mujer. No frente al hombre varón ni contra él. Y con Jesús, el hombre, forma el mejor tandem de la historia en esto de luchar junto a Dios en contra del mal. Dicho esto en plan moderno e informal, pero muy clarito.

Domingo 1º de Adviento

 

Solemos decir que el tiempo de Adviento es una preparación para vivir la Navidad. Porque Navidad son los días en que celebramos que Dios nace, pone su tienda entre nosotros, y se ofrece para que alegres lo adoremos.
Pero en realidad la Navidad no está adelante, o atrás si miramos al pasado. Navidad es el presente del Dios encarnado, el Dios con nosotros. Navidad es siempre. O nunca, si es que vivimos sin que Dios cuente para nada en nuestra vida. Y aquí la prueba del algodón es el trato que damos a los hermanos. Si no cuentan para nada, o sólo en la medida que nos interesa, tampoco Dios está. Si, por el contrario, nuestra vida está abierta a los demás, si las penas y las alegrías de los otros nos preocupan y ocupan, si el amor que nos tenemos a nosotros mismos incluye también el amor a los cercanos a quienes nos aproximamos para compartir y celebrar con ellos; si nos duele el dolor de este mundo, y entendemos que en este gran barco todos somos tripulantes que llevan el mismo destino, y todos hemos de alcanzarlo para que nuestra travesía sea verdadera y completa. Si… entonces Dios está. Está porque él quiere estar, y está también porque nosotros le estamos haciendo presente.
Este tiempo que ahora comenzamos y que apenas va a durar cuatro domingos, es un toque de atención para que seamos conscientes del momento que vivimos.
Los primeros cristianos enseguida se perdieron en la rutina y dejaron de lado, a pesar de lo próximos que estuvieron a Jesús, el Evangelio y el deseo de su Reino. Y San Pablo tiene que avisarles que se dejen de juergas, que despierten de su modorra, y que espabilen que el día ya está bien adelantado.
Nosotros tal vez también podamos estar despistados y necesitemos que nos den esa voz de alerta: despertad, levantaos de la cama y poneos a trabajar.
Muy serio es el aviso que nos da el papa Francisco. No es él, propiamente. Es el Evangelio, con su alegría y con su compromiso, con su verdad y con la realidad que nos pone delante de los ojos porque es la que estamos viendo sin mirarla, sin reconocerla, sin aceptarla.
Jesús, el Señor, no nos amenaza, no nos atemoriza con futuros castigos. Nos pide que abramos los ojos, que constatemos dónde estamos, qué hacemos, cuál es el resultado que estamos consiguiendo, hacia dónde nos dirigimos de seguir así. Jesús nos recuerda que por bautizados somos testigos de esperanza, y que por lo tanto es nuestra responsabilidad sostener la esperanza de este mundo y de todos cuantos en él, por no tener otra cosa, sólo viven esperando algo mejor.
No nos refugiemos en los templos ni en una descarnada religiosidad. No seamos cumplidores de lo nimio e insignificante, de lo menos importante. No busquemos nuestra propia salvación al margen de cualquier otra cosa. Somos la Iglesia de Jesús, y de él hemos recibido el encargo, gozoso y esperanzado, de anunciar la Buena Nueva a mundo entero. Y el mundo, y especialmente los pobres, lo necesitan y nos lo exigen.

Domingo 34º del Tiempo Ordinario. Jesucristo, Rey del Universo


Con este domingo se acaba el año litúrgico reconociendo a Jesucristo Rey del Universo. Nada que ver con lo que entendemos por rey cuando hablamos de las cosas de este mundo.
Hay varios momentos en que los evangelios se refieren a Jesús con esta palabra.
Unos magos de oriente vienen siguiendo una estrella, porque buscan al rey de los judíos que acaba de nacer. Llegan, lo ven, lo adoran y le entregan sus presentes. Jesús no dice nada, sólo sonríe.
Una madre pide para sus hijos un puesto de honor en el reino de Jesús. La respuesta no deja lugar a dudas: hay un cáliz que beber y una cruz que cargar.
La muchedumbre aclama a Jesús en su entrada en Jerusalén y le quieren proclamar rey. También sabemos que Jesús cabalga sobre una humilde borriquilla
Pilato le pregunta a Jesús, en el juicio, si es rey. Jesús responde que él es el testigo de la Verdad, cosa que al gobernador militar y político parece no interesar.
El crucificado junto a Jesús, en el último momento de su vida, le suplica «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». La respuesta de Jesús acabamos de escucharla: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.»
El resto de ocasiones en que se alude al término rey se refiere al temor de Jesús a ser mal entendido por la muchedumbre que le sigue, y decide desaparecer y ocultarse para seguir su camino y su predicación.
Un rey crucificado entre dos malhechores no tiene apariencia regia, lo miremos como lo miremos. Y sin embargo ahí sí actúa Jesús con la dignidad de un rey, y con la autoridad y el poder de quien la ostenta.
Jesús es rey por ofrece a quien nada tiene y nada espera la oportunidad de invocarle desde su corazón necesitado y solitario. Jesús es rey porque despierta la fe adormecida o la planta donde no la hay. Jesús es rey porque es Dios, que tiene sus caminos para encontrarse con cada persona, con todos nosotros; caminos que no siempre pasan por donde indican las directrices oficiales. Jesús es rey porque hace que nuestro corazón escuche a la propia conciencia. Jesús es rey del mismo modo que nosotros exclamamos “mi rey” a quien mucho queremos. Jesús es rey porque desea ardientemente reinar en nuestros corazones. Jesús es rey porque nos ofrece su reino, donde todos seamos bienaventurados porque ya ahora encarnemos las bienaventuranzas.

Domingo 33º del Tiempo Ordinario



“Los trabajadores de Canal 9 han pedido perdón por silenciar el accidente del Metro de Valencia ocurrido durante la visita del Papa. Lo han hecho durante uno de los informativos y han calificado esa actitud de "indigna" para una televisión pública "que debe estar al servicio de los ciudadanos".
Durante la información que han dado los trabajadores de Canal 9, han recordado que las cámaras de la cadena fueron las primeras en llegar al lugar de los hechos, pero que después no cumplieron con su obligación de investigar lo ocurrido”.
Esta es una nota de prensa que apareció el día 7 de este mes, cuando ya estaba decidido que se cerraba porque no hay dinero para sostener el canal autonómico de Valencia.
Posiblemente habrá en otras empresas que se cierran situaciones semejantes. Ahora, cuando ya todo está perdido, cuesta menos o interesa más decir la verdad, toda la verdad. Y, de igual modo que los periodistas de la televisión valenciana, personas implicadas en cualquier sector de nuestra sociedad reconozcan en público que ellas tampoco fueron diligentes y cumplidoras.
Esto se podría extender a cualquier área de la actividad humana, y llegar incluso a tocarnos a nosotros de lleno. ¿Cumplimos con nuestra obligación o actuamos por conveniencia? ¿Tiene que llegar una situación límite, extrema, para que se nos abran los ojos a la realidad, o nos dé de pronto un ataque de sinceridad?
El mensaje de este casi último domingo del año litúrgico es una llamada seria a la responsabilidad: El que no trabaje que no coma, dice San Pablo. No se refiere a la situación angustiosa en que nos encontramos los españolitos y parte del resto del mundo con esta crisis que sigue atenazándonos. San Pablo llama a ser activos y diligentes, a no holgar de nuestras obligaciones dejando que sean otros los que cumplan; cada quien en su lugar debe hacer lo que le corresponde: el escolar como escolar; el trabajador como trabajador; el esposo y la esposa como tales en igualdad, complementariedad y reciprocidad; el responsable político, económico, social o religioso en lo suyo; y así todos y todas.
Hay muchas personas, demasiadas, que no se han enterado o no han querido darse por enteradas, de que estamos viviendo tiempos difíciles. A ellos les va bien, o incluso mucho mejor, y no les importa lo que pase a los demás.
¿Podemos decir que quienes sí somos conocedores de lo que sucede estamos actuando con diligencia y responsablemente? ¿No tendríamos también que pedir perdón por lo poco o nada que hacemos?
Aquellos que ponderaban ante Jesús la belleza del templo en nada se diferencian de los que ahora no movemos ni un dedo por hacer mejor las cosas y forzar que este mundo sea bueno de una vez por todas. Por eso las palabras que Jesús les dirigió también van por nosotros: «no quedará piedra sobre piedra». Es decir, no perdurará lo que somos y tenemos porque no tiene consistencia, ni es útil ahora ni lo será en el futuro.
¿Habrá que hacerlo todo nuevo?
Quedémonos con este mensaje que se repite en las tres lecturas que se han proclamado aquí, y que es el válido: «tendréis ocasión de dar testimonio». Son las palabras de Jesús, que nos orientan a mostrar la fe que nos mueve, en la que nos apoyamos y por la que esperamos, incluso contra toda esperanza.
Los cristianos no somos diferentes a los demás. Pero estamos en ventaja, porque sabemos de quién nos hemos fiado y que no nos dejará abandonados a nuestra suerte. Sabemos que incluso en medio de las dificultades, nuestro esfuerzo tiene nombre y lo colma de dignidad: somos colabores de Dios en su obra creadora.
Entendamos que el nombre y el mensaje del Señor están confiados a nuestras manos y a nuestros pies. Es el tiempo de nuestra responsabilidad. Vivamos cada momento de nuestra existencia como si fuera el último, pero con tanta hondura y riqueza como si nuestra vida no fuera a terminar nunca.
Día de la Iglesia Diocesana: Ayuda económica para mantener en pie lo que nos queda, y para emprender nuevas empresas.


Domingo 32º del Tiempo Ordinario



Parece ser que Jesús no habló demasiado sobre lo que ocurrirá con nosotros después de que la muerte nos saque de esta vida que conocemos. Él se centró especialmente en esta vida que ahora vivimos. Y se preocupó de dar a todas las personas motivos para vivir mejor. A los enfermos o les devolvió la salud o por lo menos les acompañó y bendijo. A los despreciados, les devolvió su dignidad. A los marginados, les sacó del rincón en el que estaban. A los tristes, les orientó hacia la alegría. Calmó el hambre y la sed de las multitudes necesitadas. Denunció a los opresores y condenó la injusticia y la maldad. Y a los pobres les llamó bienaventurados, porque Dios está de su parte y de ellos es el Reino de los cielos.
Pero ante la pregunta que le hacen los saduceos, ni se calla ni se arruga. Y la respuesta que ofrece es válida para todo ser humano.
El Dios de la vida no puede consentir que se le mueran sus hijos. Quien creó todo por amor, no va a dejar abandonado lo que es obra de sus manos. Si Él está en el principio de todo, y todo se mantiene porque Él lo sostiene, también al final Él será quien recoja todo y lo envuelva en su Misterio.
Hoy resulta difícil tener fe, y al mismo tiempo no es fácil vivir sin ella. Nos debatimos entre querer y no saber, entre intentar ver y dudar de lo que no podemos agarrar. La salida más fácil es tirar por la tangente y aparcar esos interrogantes profundos en los que no terminamos de sabernos defender.
Reconocer que estamos envueltos en el Misterio es complicado ante un mundo concreto y sobre el que pretendemos ejercer el mayor control y dominio posible. En medio de nuestra inseguridad, buscamos seguridades.
No las conseguiremos nunca. Pero sí podemos orientar todo lo nuestro, -vida, afectos, ilusiones y proyectos-, desde una disposición confiada en que no estamos solos, de que algo más fuerte, más grande y más pleno nos abarca y nos abraza.
La actitud confiada y abandonada de Jesús en manos de su Abba nos puede servir para no caer en el nihilismo desesperanzado ni precipitarnos hacia un pragmatismo carente de humanidad.
La decisión nos corresponde a cada uno, y aquí no vale lo que digan o hagan otros. ¿Quiero borrar de mi vida toda esperanza última más allá de la muerte como una falsa ilusión que no nos ayuda a vivir? ¿Quiero permanecer abierto al Misterio último de la existencia confiando que ahí encontraremos la respuesta, la acogida y la plenitud que andamos buscando ya desde ahora?
Los bautizados tenemos a Jesús y su Evangelio. En la Iglesia nos sentimos pueblo. Celebrando la Eucaristía, memorial de Jesucristo muerto y resucitado, adelantamos al presente lo que será de mí, de ti, de nosotros, de todo en el proyecto amoroso de Dios.

Domingo 31º del Tiempo Ordinario


Cristo y Zaqueo, por Niels Larsen Stevns. 1913. Museo de Arte Danés, Randers

Zaqueo había oído hablar de Jesús. Tenía noticias de lo que decía y hacía por las tierras de Galilea, y conocía los comentarios de la gente, posiblemente de amigos y conocidos. El hecho de saber que Jesús existía, y que era una persona que hacía cosas extraordinarias, a Zaqueo no le había influido en su vida y en sus negocios.
Tuvo que darse la circunstancia de que Jesús llegara a su ciudad, donde vivía Zaqueo. Y de que pasara cerca de donde vivía él. También, que Zaqueo tuviera curiosidad por conocerlo, y de que incluso se subiera a un árbol para poder verlo, porque era pequeño de estatura. El resto, ya lo sabemos. Jesús levanta la vista y le descubre en lo alto de la higuera, y le llama porque quiere ser su invitado.
¿Qué pasaría entre ellos dos?
El evangelio no lo dice. Sólo cuenta el principio del encuentro y el resultado final. Pero algo podremos suponer.
Encontrarse cara a cara con Jesús, aunque no se le conozca, ¿le saca a uno de su seguridad y también de su mentira? ¿Nos vemos tal como somos, sin tapujos ni disfraces? ¿La mirada de Jesús nos mete en el cuerpo las ganas de ser como él?
Todos nosotros sabemos de Jesús. Incluso estamos bautizados en su nombre. Durante muchos años hemos vivido en esta cultura que se dice cristiana. También hemos frecuentado los sacramentos de la Iglesia. Nos llamamos cristianos, seguidores de Jesús.
Pero… ¿hemos tenido un encuentro con él? Y si nos hemos encontrado con Jesús, ¿hasta dónde hemos llegado, hasta sabernos oraciones y plegarias? También el joven rico se sabía la doctrina, pero no quiso renunciar a su dinero.
Encontrarnos con Jesús ¿sólo para algunas cosas?
Zaqueo, por el contrario, dio a su vida un vuelco total.
Jesús pasa, siempre pasa a nuestro lado. Podemos perder la ocasión de encontrarnos con él, o no. Zaqueo la aprovechó. Y su vida cambió, y bien radicalmente. Zaqueo se salvó y seguro empezó a ser feliz de verdad.
Ojala podamos decir también nosotros como Zaqueo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa». Es seguro que ya no seremos los mismos de antes, porque Jesús ha entrado en nuestra vida.


Festividad de todos los Santos



La liturgia de hoy nos habla de nuestro origen: Existimos gracias al amor del Padre, que nos ha hecho hijos suyos. También nos recuerda el destino que esperamos: El encuentro con este Padre que nos hará crecer hasta hacernos semejantes a Él.
Tan importante como saber de dónde venimos y adónde vamos, es conocer cómo tenemos que vivir cada día. Nuestra vocación es ser santos, hijos dignos del amor con que el Padre nos ama. Es el camino de las bienaventuranzas que Jesús, el Hijo, propone y que son retrato de su existencia. Dios ya reina en el corazón de los que eligen el camino de la pobreza, contrario a la autosuficiencia. De los que, a la luz de la Palabra de Dios, alimentan el deseo de vivir según la voluntad del Padre. Y que no se echan atrás al experimentar rechazo o persecución semejante a la sufrida por Jesús.
La alegría de la elección conduce también a la acción de gracias por lo que el amor de Dios ha hecho y hace en tantas personas "de toda nación, raza, pueblo y lengua": La existencia de los seguidores de Jesucristo pasa por grande tribulación pero cuenta con la presencia de Dios que conduce a la vida en plenitud.
Siempre la Iglesia del cielo está unida a la Iglesia de la tierra mediante la Comunión de los Santos. Pero hoy esa unidad la sentimos más estrecha al celebrar a todos esos hermanos nuestros que habiendo vivido ya la vida terrena, gozan de la presencia de Dios para siempre. Es el día de Todos los Santos. En él celebramos la felicidad para la cual Dios nos ha dado la vida, y que es la esperanza de toda nuestra vida. A esa Iglesia del cielo nos encomendamos para formar parte un día de la muchedumbre de los santos.

Domingo 30º del Tiempo Ordinario


Icono del fariseo y el publicano
Las cosas son como son, pero se descubren o se ocultan por la manera de mirarlas. Hay miradas planas, que curiosean pero no ven. Hay otras miradas que alcanzan lo más profundo, a través de las apariencias.
La liturgia nos interroga a todos hoy: ¿Cómo nos mira Dios?
No sé porqué, pero recuerdo ahora unos versos muy malos que aprendí de pequeño y que creí olvidados:
Mira que te mira Dios,
mira que te está mirando.
Mira que te has de morir,
mira que no sabes cuando.
1º.- En lo personal, Jesús muestra la parcialidad de Dios, que mira con cariño al humilde y le escucha, en tanto que al engreído le plantea la pregunta primordial: ¿Dónde está tu hermano?
2º.- En lo comunitario, la mirada de Dios atraviesa nuestra realidad, internacional, nacional e inmediata, para descubrirnos los huérfanos y las viudas de nuestro hoy, los nortes y los sures divididos y separados por líneas de injusticias, rendimientos máximos, ansias de dominio, orgullos pretenciosos… La mirada de Dios se dirige a toda la creación, obra de sus manos, intentado descubrir la imagen divina impresa en toda ella, y nos pregunta como al primer hombre: ¿Dónde estás?, ¿por qué te escondes?
3º.- Finalmente: sin pretensiones San Pablo se coloca ante la mirada de Dios, por quien se siente mirado desde siempre. Con agradecimiento redacta su testamento, gozoso de que esa mirada le haya llevado precisamente hasta la meta.
Ojalá nos sintamos mirados por Dios y la oración, ese diálogo amistoso que surge en quien así se siente mirado, nos ayude a todos a descubrir desde nuestra realidad, lo que es en definitiva nuestra meta.


Domingo 29º del Tiempo Ordinario



Una vez más, tenemos la oportunidad de celebrar el DOMUND. Es una cita importante en el caminar de la Iglesia, y este año es especial, porque la estamos viviendo dentro del Año de la Fe; de ahí este lema tan bonito de “Fe + Caridad = Misión”.
Esta Jornada nos recuerda a todos los misioneros y misioneras que han salido de nuestras comunidades, de nuestras ciudades y pueblos, y están presentes en todos los territorios de misión, anunciando y dando testimonio del Evangelio con el sello de la sencillez, de la entrega total a aquellos con quienes están compartiendo su fe y caridad.
Por todas partes se ha suscitado admiración por los misioneros y misioneras. Los medios de comunicación nos los muestran como son: pioneros y modelos de solidaridad. También ha despertado esa admiración el hecho de que los misioneros estén trabajando entre los más empobrecidos del mundo, donde las expectativas de vida son de las más bajas, donde abunda el hambre, donde la marginación y la explotación son una ofensa a la dignidad de esas personas; sin olvidar que muchos misioneros y misioneras ponen en peligro su vida por defender los derechos de los más pobres.
Sin embargo, muchas veces en esta admiración por los misioneros se ha dejado a un lado lo que constituye la clave de interpretación y valoración de sus vidas: ¿Quién es y dónde está su fuerza? Muchos, quizás, no hayan sabido explicarse del todo sobre las razones o motivos que tienen los misioneros y misioneras para esa ejemplar solidaridad y entrega a los demás. El papa Francisco nos lo aclara con estas palabras: “La Iglesia –lo repito una vez más– no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado” (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2013,4)
Nuestros misioneros y misioneras son nuestros hermanos universales, porque gastan su vida por el bien de todos los hombres, y son el ejemplo más elocuente de la superación de las divisiones existentes en el mundo por lo que respecta a las razas, a las ideologías, a las culturas... El misionero expresa y vive la solidaridad más extrema y radical, ya que en él se encarna la entrega más plena a los hermanos.
Por eso, todos los misioneros merecen nuestra admiración y ayuda. Ese es el mensaje de esta nueva Jornada del DOMUND, que promueven por el mundo entero las Obras Misionales Pontificias; estas Obras, como repetía recientemente el Papa, tienen el encargo “de sostener la misión y de suministrar las ayudas necesarias” para que los misioneros realicen su labor.
Además, el DOMUND nos recuerda que son necesarias nuevas fuerzas, porque la misión aún está en sus comienzos: más de las dos terceras partes de la humanidad no conocen a Jesucristo.
Pidamos al Señor que llame a jóvenes de nuestras parroquias que quieran ser misioneros y misioneras y tengan la valentía de seguir las huellas de aquellos que están entregando sus vidas, o los mejores años de su existencia, en esta tarea tan maravillosa de solidaridad y anuncio de la Buena Nueva. E imploremos, también, la protección de María, Reina de las Misiones, en favor de todos los misioneros, para que anuncien con gozo el Evangelio.

Domingo 28º del Tiempo Ordinario


Cuando de niño algún vecino, algún familiar me daba una fruta, un dulce, una propina, enseguida mi padre o mi madre, o ambos, me apremiaban ¿qué se dice? Y dócilmente yo respondía ¡gracias!
Luego de mayor he procurado ser agradecido, no sólo porque es de bien nacidos, sino porque he experimentado que en este mundo las cosas cuestan, y no se suele dar nada gratis; de modo que cuando ocurre, hay que reconocerlo. Y procuro hacerlo. Aunque no siempre.
De esto trata el evangelio de hoy, del agradecimiento. Jesús comprueba que diez enfermos se le acercan pidiendo la salud. A los diez se les concede, pero sólo uno vuelve para darle las gracias. Y Jesús se pregunta qué ha sido de los otros nueve. Al extranjero le confirma no sólo en la salud física, también en la salvación de su persona entera por su fe hecha alabanza a Dios.
De Dios lo hemos recibido todo. Esto es lo que afirmamos los cristianos. Aunque en la práctica nos acordemos de Él más en la necesidad que en la abundancia, más en el dolor que en la felicidad, mucho más en la enfermedad que en la salud. Por supuesto que Dios no necesita ni nuestra alabanza ni nuestros sacrificios; pero sí desea, como dice el salmista, nuestro corazón, nuestro reconocimiento y sobre todo la acogida que a través de nuestro prójimo le debemos y podemos otorgar.
Tratando bien a las personas, estamos tratando bien a Dios, porque en ellas Dios se asoma a nuestra historia, en ellas es Dios con nosotros, sólo a través de los seres humanos alcanzamos al Dios humanizado.
San Pablo nos conmina a dar razón de nuestra fe, proclamando a Jesús el Señor, nacido del linaje de David, es decir, ser humano; resucitado de entre los muertos, es decir, Dios exaltado en su gloria. El mismo al que ven nuestros ojos en la carne, es aquel a quien nuestra fe reconoce y se adhiere, y es quien nos libera y nos salva mediante su Palabra, que ninguna cadena puede dominar.
Por eso mismo, con San Pablo debemos no sólo orar, sino también obrar: Si morimos con él, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él; si lo negamos, él nos negará.
¿Qué hiciste de tu hermano? que dijo Dios a Caín, es para todos nosotros ahora la evangélica bienaventuranza de Jesús: Cada vez que visitas a una persona enferma, me estas visitando a mí; cuando das de comer a una persona hambrienta, es a mí a quien alimentas; la ropa que entregas al desnudo, es mi vestido; cuando me encarcelaron tú vienes a verme en los presos y en los faltos de libertad.
Por último un aviso apremiante: ¡a ver si van a ser las personas extrañas a la Iglesia, los ateos y los descreídos, quienes mejor viven el mandato de Dios del agradecimiento y de la solidaridad!

Domingo 27º del Tiempo Ordinario


Es verdad que Jesús en algunas ocasiones, ante el comportamiento de determinadas personas, se expresó resaltando la mucha fe o la poca fe, en términos de cantidad. Así ante una mujer que se le acercó para tocarle el manto pensando quedar curada. ¡Qué grande es tu fe! Así, también, en algunos pueblos no pudo hacer curaciones porque tenían poca fe.
Pero en este caso no se trata de medidas, más fe, menos fe. Cuando sus discípulos le piden que les aumente la fe, Jesús les hace ver que en realidad no la tienen, porque independientemente de la cantidad, sus efectos serían manifiestos: como que un árbol se desplazara para plantarse en medio del mar. Con fe se llega hasta lo imposible.
Para entender lo que en este caso quiere decirnos, debemos atender a la segunda parte en la que Jesús habla de deberes. El que hace lo que está mandado, cumple con su obligación, no con su fe. Porque las órdenes exigen obediencia.
Y la fe es otra cosa. ¿Qué es la fe?
En la primera lectura se nos ofrece una aproximación: Quien ante los reveses de la vida, los desastres humanos, las calamidades del tipo que sean, se dirige a Dios preguntando, quejándose, aceptando… tiene fe. Reconoce que Dios es, aunque lo considere fuera de sí mismo, en las alturas, por ejemplo. Tener fe es aceptar a Dios.
San Francisco, cuya fiesta celebramos ayer, tenía fe de esta manera: todo, absolutamente todo le hablaba de Dios. Por eso le recordamos como el hombre que trataba con el sol y la luna, con los animales y las plantas, con la naturaleza como conjunto y con los seres humanos como hermanos.
San Pablo, en la segunda lectura, habla también de la fe, pero en otro tono. Dios ya no está fuera de uno mismo, en la distancia; si estuvo fuera, ahora está dentro. También está dentro. Llegó en algún momento. Él dice que por la imposición de manos. Bien pudo decir que desde el principio de nuestra concepción, e incluso antes.
Fe, según San Pablo, es esa fuerza que tenemos por la gracia de Dios; es ese espíritu de energía, amor y buen juicio; es no tener miedo y dar la cara; es vivir el amor; es perseverar con la ayuda del Espíritu Santo.
San Francisco también tuvo fe de esta manera. Llegó a desear identificarse tanto con Jesús, que lo tuvo dentro de sí. Era consciente de que Dios estaba en su interior, y fue acomodando su vida toda al aliento que Dios le transmitía.
Pero nuestro modelo siempre será Jesús mismo, no tenemos otro mejor. Y él también tuvo fe en Dios, no sólo se abandonó en sus manos, también hizo propia la voluntad del Padre, hasta el final.

Domingo 26º del Tiempo Ordinario


Desde dónde miramos. La realidad es lo que es, pero cambia radicalmente según el lugar donde nos situemos para contemplarla. Las cosas se ven muy distintas desde una chabola a como se ven desde un palacio; desde quien se debate cada día por sobrevivir o desde quien vive en la burbuja de la frivolidad y el consumismo. No es lo mismo mirar desde la ventana que mirar desde un espejo. Mirar desde una ventana, aunque tenga cristal por medio, supone mirar el mundo; mirar al espejo es mirarse a uno mismo.
Jesús miró hacia donde nadie quería mirar. Se acercó a quienes la sociedad había desterrado y marginado. Habló y dio la palabra a las personas que vivían el silencio del abandono y el mutismo de la impotencia. Sanó cuerpos rotos y dignificó espíritus atribulados.
Los cristianos estamos actuando como Jesús, pero no del todo. Como Iglesia, desde Cáritas y otros organismos eclesiales estamos haciendo mucho, casi todo lo que humanamente podemos, por no dejar abandonadas a las personas que carecen de dignidad y de medios para vivir como seres humanos.
Individualmente, sin embargo, es posible que aún tengamos que hacer mucho más. Que cada cual se revise y trate de caer en la cuenta si mantiene o no ese abismo de indiferencia. Si estamos tendiendo puentes para unir o creando más distancia para no sentir, no viendo, no escuchando, no respondiendo.
Esta crisis ha provocado a la solidaridad dentro de las familias, yo diría que muy notablemente. También, sin embargo, nos ha narcotizado a todos ante lo que consideramos inevitable. Salvo cuatro que levantan la voz, la mayoría permanecemos en silencio, a la espera de tiempos mejores.
Sería necesario algo más. Tal vez realizar gestos llamativos y provocadores como los que hacía Jesús. Aún sabiendo que de esta manera nuestro destino estaría entonces unido al de Jesús. Y todos los aquí presentes lo conocemos. Que el Señor no nos deje nunca de su mano.

Domingo 25º del Tiempo Ordinaro


«No podéis servir a Dios y al dinero». Si lo hubiera dicho cualquier otra persona, no tendríamos que preocuparnos, porque se dicen tantas cosas…
Lo dijo Jesús. Y sabemos que Jesús no tenía «ni donde reclinar la cabeza». O sea, que predicaba con el ejemplo. Decía lo que él vivía. Sólo por eso lo deberíamos tener en cuenta.
Pero es que además Dios nos quiere, y nos quiere a todos. Y nos quiere unidos y hermanos, porque somos sus hijos. Y el dinero, que sirve para casi todo, también sirve para dividir y enfrentar a las personas, para hacernos daño y para explotarnos, para favorecer la injusticia y hacer imposible la verdadera paz.
Los cristianos hemos debatido a lo largo de la historia hasta la saciedad sobre la pobreza, pero como dijo Jesús, «a los pobres les tendréis siempre con vosotros». Es decir, siempre vamos a tener una asignatura pendiente que no sabremos cómo aprobar porque no estamos decididos a poner remedio.
Quien ama el dinero, no ama a Dios, porque sólo se ama a sí mismo. Por eso los ricos no entran en el reino de los cielos. Y también son palabras de Jesús.

Domingo 24º del Tiempo Ordinario


Una oveja perdida, una moneda perdida, un hijo perdido… ¿Qué “perdidos” conocemos nosotros?
Para anunciar el evangelio hay que convivir con los pecadores, no ir de visita ni verlos desde fuera.
Algunos ejemplos:
. huidores profesionales: drogatas, borrachines, laborodependientes…
. materialistas irredentos, hedonistas compulsivos, mentirosos interesados, religiosos intransigentes, miedosos ante la vida que a menudo se vuelven violentos, criticadores de todo lo que se mueve…
¿Qué mensaje tenemos nosotros para estas personas?
- Que los apreciamos, sean como sean, como se aprecia una moneda perdida que uno vuelve a encontrar.
- Que los echamos de menos estén donde estén; como a la oveja que falta del rebaño cuando llega la noche.
- Que no hay traición ni pecado que no se puede perdonar.
- Y que a través de nosotros, Dios Padre los aprecia, los echa de menos y los perdona.
Una consideración: Los “perdidos” no son siempre los otros. También nosotros tenemos que aprender a sentirnos apreciados, acogidos, perdonados… Sabiendo que reconocer nuestras miserias es lo que nos hace misericordiosos.
Muchos «perdidos» (drogatas, pordioseros, violentos) echan para atrás. ¿Es mejor entonces quedarse en casa, con los de siempre, con la gente de orden y los que no nos dan problemas? No. El padre del hijo pródigo no pensaría así. Ni el pastor que ha perdido una oveja, ni la mujer que echa de menos una moneda. Hay que salir, ir a buscar; aunque la «perdición» nos repugne.
Pero si salimos no es, desde luego, para hacer prosélitos; ni para apuntarnos tantos (no se puede ir de «convertidor de convertidos» por la vida). Salimos porque creemos que lo bueno es «difusivo de por sí», y porque la condición para que podamos disfrutar en nuestro hogar con Cristo, es que lo compartamos; nuestra felicidad es contagiosa, o no es ni felicidad ni nada que se le parezca.
Que «convertir» no es fácil, lo sabemos; que es más difícil aún que los «conversos» perseveren, también. Pero el argumento es siempre el mismo: nos importa la felicidad de los otros y no podemos tolerar que haya muerte a nuestro alrededor. Por eso los seguimos buscando.
Y no olvidemos nunca que nosotros, pródigos, perdidos, también somos acogidos y perdonados cada día…

Domingo 22º del Tiempo Ordinario


Cuando los cristianos pensamos y hablamos sobre el Reino de Dios, el reino de los cielos, a veces parece que estamos haciendo ciencia ficción, de manera que una cosa es lo que vivimos y otra muy diferente lo que recitamos cuando proclamamos el Credo.
Jesús predicó el Reino, pero al mismo tiempo lo vivió. Pidió al Padre que viniera y se hiciera realidad, “venga a nosotros tu Reino” dice el padrenuestro, mientras volcaba todas sus fuerzas en hacérselo sensible a quienes le seguían para escucharle.
 Muy pedagogo para que todo el mundo comprendiera, lo expresaba a través de gestos que nadie desconociera. A su trato cercano, amable y acogedor, Jesús añadió, mejor dicho, aprovechó algo que todos podemos entender fácilmente: la mesa, la comida, la fiesta.
Los evangelios relatan con todo lujo de detalles sus comidas en casa, en el campo, en pequeño grupo y entre multitudes. Incluso concentró sus momentos finales en aquella última cena que nos dejó como institución central de su vida que fuera memorial suyo para todos.
En la mesa y con los platos rebosantes de comida Jesús indica al resto de comensales que es posible y deseable y es voluntad de Dios sobre la humanidad entera que haya una mesa donde todos quepamos para alimentarnos de alimentos que sacian toda necesidad; y que en torno a ella no existan primeros puestos ni últimos; que no sólo no haya entrada restringida, sino que tengan preferencia para sentarse a ella pobres, lisiados, cojos y ciegos; es decir, exactamente lo contrario de lo que suelen ser nuestros banquetes y comidas de negocios o de festejo.
Comer y beber son comunes a todo ser vivo. Y los seres humanos hacemos de ello además momento de relación y de estrechamiento de los lazos de interés y de afecto que nos unen a los demás.
Jesús nos llama hoy a comer y beber no a solas e individualmente; tampoco con el estrecho o ancho grupo de afines y allegados; sino abiertos sin medida a todos, sin acepción de personas; libres de prejuicios y de motivos interesados; buscando la acogida y el servicio, no la utilización y la apariencia.
Precisamente este mundo donde sólo comemos unos pocos y tenemos asiento privilegiado los que más podemos empezará a ser Reino de Dios cuando a nadie se le niegue el alimento y todos, también los empobrecidos y orillados, tengan el puesto que les corresponde.
Los seguidores de Jesús hemos de recordar que abrir caminos al Reino de Dios no consiste en construir una sociedad más religiosa o en promover un sistema político alternativo a otros también posibles, sino, ante todo, en generar y desarrollar unas relaciones más humanas que hagan posible unas condiciones de vida digna para todos empezando por los últimos.

Domingo 21º del Tiempo Ordinario






Comprendo a José Luis Cortés cuando se expresa con esta última frase. Sin embargo, no la comparto. 
Yo sí creo que esta es la Iglesia de Jesús, a pesar de todo.



Domingo 20º del Tiempo Ordinario





Domingo 19º del Tiempo Ordinario





Música Sí/No