Domingo 26º del Tiempo Ordinario


La parábola que hoy nos propone Jesús denuncia la falsa conciencia religiosa. La viña es la realidad del mundo, en la que el trabajo siempre es arduo y urgente. A esa viña el Padre envía a sus dos hijos. La respuesta de los dos es ambigua e imperfecta. Sin embargo, sólo el compromiso del que inicialmente se había negado al trabajo nos permite descubrir quién actuó coherentemente. De este modo Jesús denuncia a aquellos dirigentes y a todo el pueblo que públicamente se compromete a servir al Señor, pero que es incapaz de obrar de acuerdo con sus palabras. Actitud que contrasta con aquellos que aunque parecen negarse al servicio, terminan dando lo mejor de sí en la transformación de la viña.
Esta parábola plantea un dilema que pone al descubierto la práctica de sus oyentes y que, leída a la luz de los acontecimientos de la época de Jesús nos muestra cómo los que eran considerados pecadores por el aparato religioso eran, en realidad, los únicos atentos a la voz del profeta.
San Pablo, en la segunda lectura, aplica esta misma enseñanza a la vida de la comunidad cristiana que en su interior empieza a hacer distinciones y diferencias entre cumplidores y no cumplidores, mejores y peores; y hacia el exterior también surgen sentimientos de superioridad y preferencia. Y a la luz de la enseñanza de Jesús concluye que el único criterio para saberse en el camino correcto del propio comportamiento es tener y portarse con entrañas de misericordia.
No está la medida ni en las prácticas de piedad, ni en los conocimientos adquiridos; no sirve el cúmulo de bienes atesorados ni la veneración con que nos tratan en sociedad; no está tampoco en el volumen de nuestra voz ni en la cantidad de palabras y promesas emitidas. Está sólo en los hechos realizados movidos por el amor incondicional hacia aquellas personas excluidas y víctimas de la opresión y la miseria, al estilo de Jesús.
Y ya para terminar, se puede elevar a norma general sobre la rectitud de nuestro comportamiento: nuestros hechos, más que nuestras palabras, hablan de nosotros mismos y ponen de manifiesto lo que verdad hay en nuestro interior.
“Obras son amores, y no buenas razones”
“A Dios rogando y con el mazo dando”

Domingo 25º del Tiempo Ordinario


Esta parábola que utiliza Jesús en el Evangelio se puede entender en diversos sentidos. El más utilizado es el económico: ¿el mismo sueldo para quien trabaja más y para quien trabaja menos? Y ante la queja de los trabajadores de jornada completa se concluye que Dios es generoso y es justo: no hace injusticia a quien trabaja más porque le paga lo convenido.
Sin embargo yo creo que tiene otro significado más profundo y al que apuntan los comentarios más recientes.
En tiempos de Jesús, el sistema religioso estaba basado en la práctica del mérito y la paga. Ante Dios uno se situaba cumpliendo los mandamientos y demás normas religiosas, y esperaba ser recompensado y pagado de acuerdo a este cumplimiento.
De esta manera los sacerdotes de entonces, los escribas y fariseos presumían de ser estrictos cumplidores de la ley de Dios, frente al resto de pueblo, ignorante, que no lo hacía tan bien como ellos. Por supuesto, los extranjeros y paganos, ésos todavía menos.
La lección de Jesús en esta parábola es que Dios tiene unos caminos que no coinciden con los caminos humanos. Él es Dios de todos, de los que creen mucho y muy bien y de los que creen menos y a medias, de los creyentes de siempre y de los creyentes de última hora, de los que tienen fe y de los que no la tienen, de los que tienen nuestra fe y de los que creen de otra manera. Para el Abba de Jesús, todos somos hijos y a todos dispensa el mismo trato. Y la paga que recibiremos todos, -que ya la estamos recibiendo-, es su amor incondicional y sin medida.
La lección que hoy debemos todos aprender es que toda persona tiene dignidad de “hijo de Dios”, crea en lo que crea, practique lo que practique, venga de donde venga. Y que si queremos estar en sintonía con lo que vivió y predicó Jesús no podemos cerrarnos a nada ni a nadie, porque todo está soportado por el inmenso amor de Dios.
No siempre ha sido así entre nosotros, muy dados a excluir a los diferentes. Y tendremos que aprender a mirar con los mismos ojos de Dios, para quien no hay ya ni amo ni esclavo, ni judío ni pagano, ni paisano ni extranjero. Así estaremos llenando de sentido la celebración de la Eucaristía, la mesa grande que Dios dispone para todos y en la que nadie sobra, al contrario es bienvenido.

Domingo 24º del Tiempo Ordinario. Exaltación de la Santa Cruz


Ha habido quien se ha entretenido en decir que los cristianos adoramos a un condenado a muerte, que el signo principal de nuestra fe es un signo de muerte y que seguir teniendo delante la cruz como el icono central de la fe nos lleva a la pasividad frente al dolor y el sufrimiento de la humanidad, que nuestro Dios quiere nuestro sacrificio y nuestra muerte.
Ninguna de esas cosas es verdad. La cruz es, ya lo dijo Pablo, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles pero para los creyentes es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.
Hubo un momento en que la cruz fue el final de todo, la derrota de todas las esperanza y utopías, la muerte de la vida. Pero sólo fue eso, apenas un momento.
En la mañana el grito ¡ha resucitado!, las experiencias y encuentros con el resucitado, devolvió al pequeño grupo inicial toda la capacidad de vivir que Jesús de Nazaret había contagiado a sus discípulos.
Enseguida comprendieron que Dios había trastocado las cosas: la muerte ya no es suficiente enemigo, ha sido vencida en la cruz. Y Dios nos ha dado una soberana lección. Las cosas hay que verlas desde donde Él se puso, desde la cruz. Desde ella toda la realidad se ve de otra manera, desde ella la veremos como Dios quiso hacerlo y quiere que nosotros lo hagamos. Desde la cruz, desde el Crucificado, desde todos los crucificados se ve a Dios como el único que puede salvar, y salva.
Hoy seguimos mirando a la cruz. Nos duele el dolor de nuestros hermanos y hermanas, que siguen siendo ajusticiados injustamente. Nos comprometemos para que nadie, nunca, vuelva a ser asesinado en una cruz, en cualquier cruz. Y sentimos que esta historia de violencia fratricida continúe bajo las más diversas excusas. Por eso, seguimos mirando a la cruz. Porque en ella encontramos la esperanza para seguir, como Jesús, proclamando la buena nueva del reino, que es posible vivir de otra manera, en fraternidad, en paz. Y seguimos curando heridas, reconciliando, siendo misericordiosos, que no otra cosa es ser discípulos de Jesús, el que murió en la cruz, el que resucitó.

Domingo 23º del Tiempo Ordinario


Como en otras ocasiones, hoy hay que empezar por el final para entender el conjunto y darle un sentido verdadero. Las palabras de Jesús, «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» son el principio y la razón de ser de lo que somos. Es cierto que nuestra fe es personal, de cada uno, pero no somos nada sin la suma de quien no sale nunca en la foto, Jesús, que exige que seamos comunidad. Jesús es el que nos hace hermanos, el que en medio de nosotros nos conforma como comunidad eclesial. En su nombre nos reunimos y nuestra fuerza se multiplica y potencia hasta límites insospechados. En su nombre la comunión eclesial se hace posible más allá de las distancias geográficas, lingüísticas o culturales. Tareas que pueden parecer imposibles para la suma simple de fuerzas de los miembros de la comunidad quedan al alcance de la mano. La comunidad reunida en el nombre de Jesús es creadora de vida y esperanza para todos los que la forman y para los que de cualquier forma entran en contacto con ella.
Desde esta realidad comunitaria hay que entender la tarea del profeta que vigila y está atento a los peligros que acechen a la comunidad y cada uno de sus miembros. Tarea imprescindible e irrenunciable. Primera Lectura.
Desde esta realidad eclesial se realiza la corrección fraterna, que no es optativa, sino obligatoria, porque no sólo defiende a la propia comunidad, sino que la constituye y reafirma. Evangelio.
Desde esta realidad cristiana tiene sentido vivir en el amor, que es consecuencia de la fe, pero que es también origen y constituyente de la vida comunitaria. Segunda Lectura.
Tema éste, la comunidad que formamos los que creemos en Jesús y en su nombre nos reunimos, que debemos estudiar con cariño y dedicación para que nuestra vida cristiana se desarrolle adecuadamente.

Música Sí/No