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Domingo 24º del Tiempo Ordinario


Una oveja perdida, una moneda perdida, un hijo perdido… ¿Qué “perdidos” conocemos nosotros?
Para anunciar el evangelio hay que convivir con los pecadores, no ir de visita ni verlos desde fuera.
Algunos ejemplos:
. huidores profesionales: drogatas, borrachines, laborodependientes…
. materialistas irredentos, hedonistas compulsivos, mentirosos interesados, religiosos intransigentes, miedosos ante la vida que a menudo se vuelven violentos, criticadores de todo lo que se mueve…
¿Qué mensaje tenemos nosotros para estas personas?
- Que los apreciamos, sean como sean, como se aprecia una moneda perdida que uno vuelve a encontrar.
- Que los echamos de menos estén donde estén; como a la oveja que falta del rebaño cuando llega la noche.
- Que no hay traición ni pecado que no se puede perdonar.
- Y que a través de nosotros, Dios Padre los aprecia, los echa de menos y los perdona.
Una consideración: Los “perdidos” no son siempre los otros. También nosotros tenemos que aprender a sentirnos apreciados, acogidos, perdonados… Sabiendo que reconocer nuestras miserias es lo que nos hace misericordiosos.
Muchos «perdidos» (drogatas, pordioseros, violentos) echan para atrás. ¿Es mejor entonces quedarse en casa, con los de siempre, con la gente de orden y los que no nos dan problemas? No. El padre del hijo pródigo no pensaría así. Ni el pastor que ha perdido una oveja, ni la mujer que echa de menos una moneda. Hay que salir, ir a buscar; aunque la «perdición» nos repugne.
Pero si salimos no es, desde luego, para hacer prosélitos; ni para apuntarnos tantos (no se puede ir de «convertidor de convertidos» por la vida). Salimos porque creemos que lo bueno es «difusivo de por sí», y porque la condición para que podamos disfrutar en nuestro hogar con Cristo, es que lo compartamos; nuestra felicidad es contagiosa, o no es ni felicidad ni nada que se le parezca.
Que «convertir» no es fácil, lo sabemos; que es más difícil aún que los «conversos» perseveren, también. Pero el argumento es siempre el mismo: nos importa la felicidad de los otros y no podemos tolerar que haya muerte a nuestro alrededor. Por eso los seguimos buscando.
Y no olvidemos nunca que nosotros, pródigos, perdidos, también somos acogidos y perdonados cada día…

Domingo 24º del Tiempo Ordinario



Para explicar Jesús cómo ese Dios al que él llama Abba utilizó muchas palabras, expresiones y relatos. Pero nada tan completo como la parábola que hoy escuchamos del Padre bueno, que hay que leer unida a otros dos dichos de Jesús, que posiblemente él no unió, pero que están íntimamente relacionados.

Hemos escuchado tantas veces la parábola del Hijo pródigo que casi lo podíamos haber narrado entre todos, haciendo voces diferentes.

Todo ya está dicho, por activa y por pasiva. Pero siempre hay que fijarse en algún detalle. Hoy, por ejemplo, quiero insistir en el detalle de que el Padre no se queda en casa, triste viendo al hijo marcharse, o alegre a la puerta recibiéndole.

Porque nuestro Dios es el Abba de Jesús que, como la mujer que ha perdido una moneda, se arremanga, coge la escoba y hurga por todos los rincones de la casa hasta dar con ella. O como el pastor a quien se le ha extraviado una oveja; deja a buen recaudo el resto del atajo y camina hasta encontrarla. Gozoso se la trae sobre los hombros.

Con harta frecuencia buscamos nuestra independencia, porque la búsqueda de la autonomía y de la felicidad parece que nos pide que borremos de nuestra vida a un Dios que nos domina, que limita nuestra libertad, que no nos deja ser lo que queremos. Y cuando lejos de esa amistad que nos funda, nos vamos descomponiendo, hasta el extremo de desordenar por completo nuestra existencia, sólo la vuelta a ese centro vital es capaz de devolvernos nuestra propia identidad.

Pero en esa vuelta a Dios no estamos solos. Él también está ansioso buscándonos. Y sólo en el abrazo y el beso del encuentro descubrimos el amor del que somos objeto y del amor que nosotros somos capaces de ofrecer.

Esos abrazos y besos hablan del amor de Dios mejor que todos los libros de teología. Ahí descubrimos que en realidad siempre ha estado con nosotros, no importa qué estuviéramos haciendo si alejándonos o acercándonos, huyendo de Él o retornando. Junto a él encontramos una libertad más digna y dichosa y seremos de verdad felices.

Música Sí/No