Domingo 4º del Tiempo Ordinario


Un sábado, Jesús entra en la sinagoga. Durante años, siglos incluso, las sinagogas habían sido el lugar donde los rabinos, los estudiosos de la ley de Dios, habían enseñado al pueblo judío a conocerla, a estudiarla, a practicarla. Ellos tenían autoridad, nadie se la discutía, y esa era la práctica usual.
Llega Jesús y el personal queda impresionado. No es que sepa más, es que tiene algo que llama la atención: es un estilo nuevo, es una autoridad que no se conocía.
En aquel pueblo había un enfermo mental, endemoniado dice el evangelio, que nunca pareció causar problemas. Pero aquel día increpa a Jesús de forma violenta: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: El Santo de Dios».
¿Por qué este buen hombre ahora se siente amenazado por Jesús? ¿Cuál es la causa de su reacción en contra?
Este enfermo, inofensivo hasta ahora, bien pudiera representar al pueblo silencioso ante la enseñanza secular de una religiosidad muy cumplidora, sí, pero nada liberadora, nada aclaradora, y que permitía que todo siguiera igual que siempre, que nada cambiara.
Jesús actúa con autoridad y provoca la curación, la liberación.
¿Qué ha pasado? Jesús no viene a romper ninguna caña cascada, no quiere apagar ninguna vela vacilante, viene a dar salud al enfermo, voz al mudo, libertad al esclavizado. Jesús es el seglar que viene en nombre de Dios a poner en acción a la religión dormida y adormecedora.
Ese es su nuevo estilo. Y lo hace con autoridad.
Hasta entonces todo había sido no con autoridad, sino autoritariamente. Los doctores en la sinagoga siempre había citado a este o al otro personaje importante para apoyar sus afirmaciones. Jesús sólo tiene su palabra, su persona. Pero es tal su forma de decir que nadie duda, todo está claro. Habla con autoridad.
Ahora es nuestro tiempo para levantar una comunidad humana basada en esta nueva autoridad, en el deseo sincero del bien común, en la cercanía a la persona que sufre, en la puesta en común de todo lo que somos y tenemos para el bien de todos. Los que se dedican a la política, los que nos dedicamos a la religión, todos los que tienen alguna autoridad, deberemos meditar muchas veces este Evangelio de hoy. Pero no sólo ellos. Todos vivimos en sociedad, todos pertenecemos a una familia, tenemos amigos y conocidos. Todos tenemos la responsabilidad de dedicar nuestras fuerzas a levantar y no a oprimir, a salvar y no a condenar, a curar y no a herir y a expulsar a los demonios que nos impiden vivir en fraternidad, como quiere nuestro Padre del cielo, el Abba de Jesús y de todos nosotros.

Domingo 3º del Tiempo Ordinario


Después del bautismo, Jesús desaparece. Dicen los evangelios que Juan, su primo, el Bautista, había sido arrestado por Herodes. Y de repente surge Jesús ya en plan protagonista. ¿Fueron así las cosas? Posiblemente no; sólo se trata de concretar en un hecho lo que tuvo que ser un largo proceso. Y como es natural, un proceso de dudas, pasos adelante y atrás, discusiones y hasta tensiones.
Jesús seguramente en la convivencia con las gentes de su tierra, fue madurando su persona, su fe, su concepción de Dios y de su voluntad y se fue haciendo progresivamente consciente de lo que debía ser su vida. Y en ese desarrollarse su vida contaban los demás. Así seguramente se fue haciendo con un grupo de seguidores, que se le iban adhiriendo convencidos y atraídos por su persona, por el Dios que expresaba y por el Reino como sueño de plenitud sobre todos los seres humanos, empezando por los de la propia tierra.
Los primeros que se le juntaron fueron sus paisanos, gentes de mar, pescadores de Tiberíades. Y desde esa misma realidad se apoya para proponerlos como pescadores de hombres.
Seguir a Jesús no es sólo estar con Él y junto a Él. A veces se ha insistido demasiado en ese aspecto devocional-afectivo, que será criticado por el mismo Jesús cuando se lo propone Pedro en el Tabor.
Seguirle va más a pensar como Él, sentir como Él, actuar como Él.
Y lo que entraña estar junto a Jesús supone tal novedad, suscita tanta ilusión, atisba una realidad nueva de proporciones tan inmensas que lo natural es que quien le siga se vaya transformando de tal manera que se convierta en otra persona; no es sólo cambio de costumbres, no sólo cambio de ideas, es también cambio en el corazón.
Jesús no fue ni rabino en su cátedra, ni sacerdote en su templo. Fue un profeta siempre en camino. Y quienes le siguen caminan como Él. Y eso no se hace en un día; implica la vida entera.
Escuchar a Jesús, oír su Buena Nueva, atender a su llamada significa despertar la confianza en Jesús, reavivar nuestra adhesión personal a él, tener fe en su proyecto, identificarnos con su programa, reproducir en nosotros sus actitudes… y, de esta manera, ganar más personas para su proyecto.
Para nosotros queda el preguntarnos si el Evangelio, seguir a Jesús, es una auténtica buena noticia o un código de pesadas normas que cumplimos aterrorizados por la posibilidad de un castigo eterno. Si es lo segundo, es que posiblemente todavía no hemos descubierto en Jesús el rostro misericordioso y lleno de ternura del Dios que es amor y que no puede ser otra cosa que amor.

Domingo 2º del Tiempo Ordinario


[El Sr. Arzobispo confirma a un grupo de jóvenes de la Parroquia. No hago homilía y en su lugar pongo este texto de José Antonio Pagola]

APRENDER A VIVIR
El evangelista Juan ha puesto un interés especial en indicar a sus lectores cómo se inició el pequeño grupo de seguidores de Jesús. Todo parece casual. El Bautista se fija en Jesús que pasaba por allí y les dice a los discípulos que lo acompañan: «Éste es el Cordero de Dios».
Probablemente, los discípulos no le han entendido gran cosa, pero comienzan a «seguir a Jesús». Durante un tiempo, caminan en silencio. No ha habido todavía un verdadero contacto con él. Están siguiendo a un desconocido y no saben exactamente por qué ni para qué.
Jesús rompe el silencio con una pregunta: «¿Qué buscáis?» ¿Qué esperáis de mí? ¿Queréis orientar vuestra vida en la dirección que llevo yo? Son cosas que es necesario aclarar bien. Los discípulos le dicen: «Maestro, ¿dónde vives?» ¿Cuál es el secreto de tu vida? ¿Qué es vivir para ti? Al parecer, no buscan conocer nuevas doctrinas. Quieren aprender de Jesús un modo diferente de vivir. Quieren vivir como él.
Jesús les responde directamente: «Venid y lo veréis». Haced vosotros mismos la experiencia. No busquéis información de fuera. Venid a vivir conmigo y descubriréis cómo vivo yo, desde dónde oriento mi vida, a quiénes me dedico, por qué vivo así.
Este es el paso decisivo que necesitamos dar hoy para inaugurar una fase nueva en la historia del cristianismo. Millones de personas se dicen cristianas, pero no han experimentado un verdadero contacto con Jesús. No saben cómo vivió, ignoran su proyecto. No aprenden nada especial de él.
Mientras tanto, en nuestras Iglesias no tenemos capacidad para engendrar nuevos creyentes. Nuestra palabra ya no resulta atractiva ni creíble. Al parecer, el cristianismo, tal como nosotros lo entendemos y vivimos, interesa cada vez menos. Si alguien se nos acercara a preguntarnos «dónde vivís» «qué hay de interesante en vuestras vidas», ¿cómo responderíamos?
Es urgente que los cristianos se reúnan en pequeños grupos para aprender a vivir al estilo de Jesús escuchando juntos el evangelio. Él es más atractivo y creíble que todos nosotros. Puede engendrar nuevos seguidores, pues enseña a vivir de manera diferente e interesante.

El Bautismo del Señor


Con esta fiesta concluye el tiempo litúrgico de Navidad. Durante estos días hemos contemplado la maravilla de Dios haciéndose carne, Dios-con-nosotros. Jesús es el ser humano que nos muestra a Dios; le llama Abba, y de su mano va a enseñarnos a relacionarnos con Él. Ya no tenemos que mirar al cielo para pensar en Dios; está en la tierra, y sólo se le encuentra aquí. Para entrar el diálogo con Dios no necesitamos ni gurús, ni sacerdotes, ni lugares ni momentos especiales. Jesús se convierte en el único camino hacia Dios.
¿Por qué? Porque Dios le ha designado para esa misión. Por eso dirá más tarde: «Quien me ve a mí, ve al Padre, porque el Padre y yo somos una misma cosa».
Aquel día, en el jordán, Jesús dejó hablar al Espíritu que le elegía para ser el predilecto de una gran muchedumbre que también son reconocidos como hijas e hijos amados de Dios.
A partir de este momento, y durante unas cuantas semanas, acompañaremos en la liturgia a Jesús que fiel a esta misión recibida, pasará por la vida haciendo el bien y predicando en Reino de las bienaventuranzas.
Hoy es día para alegrarnos. Vemos con gozo que Jesús ha crecido y que toma con decisión las riendas de su vida. El Reino es la razón de su vivir. Y lo será hasta el final, cuando muera en la cruz poniendo toda la confianza en su Padre, seguro de que sólo él, su Abba, le puede dar la vida plena del Reino. Así ha dado sentido a nuestra vida. Ahora somos hijos en el Hijo y su Abba es nuestro Abba. Ahora sabemos que el Reino es nuestro. Por eso nos alegramos y damos gracias.
Hoy es día para revisar nuestro compromiso como bautizados. Nosotros también hemos recibido el encargo y la misión de anunciar el Reino de misericordia, de perdón y reconciliación. Jesús le dedicó toda su vida. Nosotros también como seguidores de Jesús estamos llamados a esa coherencia de vida y a esa radicalidad de decisión, expresada y anticipada en el rito del bautismo, que debemos actualizar todos los días.

La Epifanía del Señor


Se lo perdoné, por supuesto que sí, pero no lo he olvidado. ¡Cómo podía hacerlo!
Aquella mañana, alrededor del 6 de enero de hace más años de los que quisiera reconocer, mi hermano me descubrió que los Reyes no eran los Reyes.
Como soy muy difícil a la hora de “torcer mi brazo” se lo rechacé una y otra vez. Pero sus razonamientos, aunque infantiles, eran tan rotundos que tuve que empezar a dudar…
He crecido, se nota, y más en cantidad y en rapidez de lo que me gustaría reconocer. He aparcado cosas en las que ya no creo. No las he tirado, las he dejado ahí guardadas porque no quiero perder su valor y lo que ellas representaron para mí.
He cambiado hacia otras creencias que sintonizan mucho mejor con lo que hoy soy y con el mundo en el que con todos vosotros habito.
Y os puedo decir que creo en los Reyes Magos. Que sigo creyendo en ellos. No como cuando era niño y esperaba encontrar en los zapatos los juguetes y los calcetines y pañuelos a estrenar que solían dejarme.
Ahora no espero, sino que, como aquellos ilustres sabios, también yo estoy en camino tras la estrella que me guía, estoy seguro, para reconocer y proclamar en el centro de mi vida, a quien es la Vida Misma.
Ahora me muevo, y no sólo yo sino junto con muchos y muchas, en la oscuridad de nuestro mundo transido de dolor, violencia, injusticia y necedad, en pos de quien porque es la Luz rompe y nos ayuda a romper estas tinieblas que nos agobian.
Ahora ando caminos nuevos, que muchos otros y otras recorrieron antes, pero que los tengo que ir haciendo yo a mi paso, con el corazón y con la cabeza, que sé -porque lo creo- que es el mismo y único Camino que lleva al Abba.
Ahora me afano por descubrir y llegar a alcanzar, entre las verdades a cachos y las semi-verdades que se encuentran, la única y sola Verdad.
Los Magos salieron al encuentro del Mesías, del Esperado, de la Luz de Dios para la humanidad.
Como ellos, yo con todos vosotros y con toda la Iglesia –y ojalá también con todos los hombres y mujeres de buena voluntad- todos estamos también en camino hasta que nos encuentre quien es el Camino, la Verdad, la Vida, y la Luz.
Lo mejor de todo: Dios ya nos ha encontrado, por eso lo celebramos y nos felicitamos.
No, los Reyes Magos no son mentira. Nosotros somos reyes magos en este tiempo nuestro, como lo fueron ellos en el suyo. Vayamos a pregonarlo porque es el mejor regalo que este mundo puede recibir, porque lo necesita y porque lo espera.

Domingo 2º de Navidad


(Debido al trancazo que tengo no he preparado nada. Me tomo la libertad de ofrecer esta reflexión de J. A. Pagola)
El cuarto evangelio comienza con un prólogo muy especial. Es una especie de himno que, desde los primeros siglos, ayudó decisivamente a los cristianos a ahondar en el misterio encerrado en Jesús. Si lo escuchamos con fe sencilla, también hoy nos puede ayudar a creer en Jesús de manera más profunda. Sólo nos detenemos en algunas afirmaciones centrales.
«La Palabra de Dios se ha hecho carne». Dios no es mudo. No ha permanecido callado, encerrado para siempre en su Misterio.
Dios se nos ha querido comunicar. Ha querido hablarnos, decirnos su amor, explicarnos su proyecto. Jesús es sencillamente el Proyecto de Dios hecho carne.
Dios no se nos ha comunicado por medio de conceptos y doctrinas sublimes que sólo pueden entender los doctos. Su Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús, para que lo puedan entender hasta los más sencillos, los que saben conmoverse ante la bondad, el amor y la verdad que se encierra en su vida.
Esta Palabra de Dios «ha acampado entre nosotros». Han desaparecido las distancias. Dios se ha hecho «carne». Habita entre nosotros. Para encontrarnos con él, no tenemos que salir fuera del mundo, sino acercarnos a Jesús. Para conocerlo, no hay que estudiar teología, sino sintonizar con Jesús, comulgar con él.
«A Dios nadie lo ha visto jamás». Los profetas, los sacerdotes, los maestros de la ley hablaban mucho de Dios, pero ninguno había visto su rostro. Lo mismo sucede hoy entre nosotros: en la Iglesia hablamos mucho de Dios, pero nadie lo hemos visto. Sólo Jesús, «el Hijo de Dios, que está en el seno del Padre es quien lo ha dado a conocer».
No lo hemos de olvidar. Sólo Jesús nos ha contado cómo es Dios. Sólo él es la fuente para acercarnos a su Misterio. Cuántas ideas raquíticas y poco humanas de Dios hemos de desaprender y olvidar para dejarnos atraer y seducir por ese Dios que se nos revela en Jesús.
Cómo cambia todo cuando uno capta por fin que Jesús es el rostro humano de Dios. Todo se hace más simple y más claro. Ahora sabemos cómo nos mira Dios cuando sufrimos, cómo nos busca cuando nos perdemos, cómo nos entiende y perdona cuando lo negamos. En Jesús se nos revela «la gracia y la verdad» de Dios.

Música Sí/No