Domingo 13º del Tiempo Ordinario




Domingo 12º del Tiempo Ordinario



Domingo 11º del Tiempo Ordinario


Según los estudios de las personas que se dedican a eso precisamente, a estudiar el comportamiento humano a través de los acontecimientos más o menos relevantes de la historia, la presencia de Francisco como obispo de Roma y Papa se está ya notando en las homilías de los sacerdotes. Supongo que eso mismo ocurrirá conmigo y, aunque yo no fuera consciente de ello, todos vosotros lo estéis comprobando. Así pues, y aunque ya se acercan los tiempos de las sandías y los melones, tengo ganas de ofreceros siquiera una pequeña reflexión al hilo de esta liturgia, al modo como el papa lo hace diariamente en la residencia vaticana de Santa Marta.
El evangelio de hoy da para mucho, también para sacarnos los colores a quienes solemos ir de puritanos por la vida y miramos a ésos y ésas, que son lo más bajo de la sociedad y no se merecen respeto ni consideración.
Sin embargo yo quiero haceros pensar ahora en las palabras de San Pablo en su carta a los Gálatas: «No quedamos justificados por el cumplimiento de la ley, sino por creer en Cristo Jesús». No somos más buenos que, por seguir las normas al pie de la letra, por sabernos el catecismo, ni siquiera por venir todos los domingos a misa o apuntarnos a la clase de religión. Tampoco por no hacer mal a nadie, no meternos en jaleos y no manifestarnos salvo para salir en procesión.
Si todo dependiera de nuestras ganas y de nuestro buen hacer, estaríamos anulando a Jesús y negando la gracia de Dios, que es gratuita. Dios nos ama, el primero. Y en su amor somos acogidos y perdonados.
Hace falta mucha humildad para aceptar eso, incluso de Dios. Que ante Dios no hay meritocracia, que de poco o nada valen nuestros esfuerzos y que por más que lo intentemos no conseguiremos añadir ni un centímetro a nuestra estatura, ni un segundo a nuestra vida, ni un gramo a nuestra santidad.
Fe es precisamente esto: creernos amados de Dios, dejarnos acrisolar y purificar por ese amor que nos envuelve y hasta nos penetra, abandonarnos a él y confiar sin medida ni condición.
Así de sencillo, pero también así de complicado. Y como prueba, un ejemplo. Deberes para esta semana casi veraniega pero repleta de ocupaciones antes de terminar el curso escolar, reflexionar sobre esta frase de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”.

Domingo 10º del Tiempo Ordinario


Jesús llega a Naín cuando en la pequeña aldea se está viviendo un hecho muy triste. Una madre viuda, acompañada por sus vecinos, lleva a enterrar a su único hijo. Es una viuda, sin esposo que la cuide y proteja en una sociedad dominada por varones. Le quedaba sólo un hijo, el que acaba de morir. La mujer no dice nada. Sólo llora su dolor. ¿Qué será de ella?
El encuentro de Jesús con el cortejo ha sido inesperado. Jesús venía a anunciar también en Naín la Buena Noticia de Dios. Según el relato, «el Señor la miró, se conmovió y le dijo: No llores». Es difícil describir mejor al Profeta de la compasión de Dios.
No conoce a la mujer, pero la mira detenidamente. Capta su dolor y soledad, y se conmueve hasta las entrañas. El abatimiento de aquella mujer le llega hasta dentro. Su reacción es inmediata: «No llores». Jesús no puede ver a nadie llorando. Necesita intervenir.
No lo piensa dos veces. Se acerca al féretro, detiene el entierro y dice al muerto: «Muchacho, a ti te lo digo, levántate». Cuando el joven se incorpora y comienza a hablar, Jesús “lo entrega a su madre” para que deje de llorar. De nuevo están juntos. La madre ya no estará sola.
Todo parece sencillo. El relato no insiste en el aspecto prodigioso de lo que acaba de hacer Jesús. Invita a sus lectores a que vean en él la revelación de Dios como Misterio de compasión y Fuerza de vida, capaz de salvar incluso de la muerte. Es la compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento de la gente.
En la Iglesia hemos de recuperar cuanto antes la compasión como el estilo de vida propio de los seguidores de Jesús. La hemos de rescatar de una concepción sentimental y moralizante que la ha desprestigiado. La compasión que exige justicia es el gran mandato de Jesús: «Sed compasivos como vuestro Padre Dios es compasivo». Esta compasión es hoy más necesaria que nunca. Desde los centros de poder, todo se tiene en cuenta menos el sufrimiento de las víctimas. Se funciona como si no hubiera dolientes ni perdedores. Desde las comunidades de Jesús se tiene que escuchar un grito de indignación absoluta: el sufrimiento de los inocentes ha de ser tomado en serio; no puede ser aceptado socialmente como algo normal, pues es inaceptable para Dios. Él no quiere ver a nadie llorando.
La celebración de la eucaristía ha de ayudarnos a abrir los ojos y descubrir a quiénes hemos de defender, apoyar y ayudar en estos momentos. Vivida cada domingo con fe, la eucaristía nos puede hacer más humanos y mejores seguidores de Jesús. En medio de la crisis, también nuestras comunidades cristianas pueden crecer en amor fraterno. Es el momento de descubrir que no es posible seguir a Jesús y colaborar en el proyecto humanizador del Padre sin trabajar por una sociedad más justa y menos corrupta, más solidaria y menos egoísta, más responsable, menos frívola y consumista. Nos puede ayudar a vivir la crisis con lucidez cristiana, sin perder la dignidad ni la esperanza.
(Tomado de José Antonio Pagola, "Buenas Noticias")

Domingo del Corpus Christi

-->
El mismo Jesús que dijo: «Yo soy el pan de vida; quien viene a mí no tendrá hambre y quien cree en mí no tendrá sed jamás», hoy ante una multitud hambrienta y sedienta dice a sus discípulos, nos dice a todos nosotros: «Dadles vosotros de comer».
Si el Jueves Santo hacíamos memoria de Jesús tomando el pan y el vino y entregándose a través de ellos para la vida del mundo, hoy es Jesús quien nos recuerda que aquel gesto no puede quedarse en un simple recuerdo del pasado. Mientras haya hambrientos y sedientos Él estará ofreciéndose a sí mismo a través de quienes hemos sido bautizados en su nombre, y por él hemos pasado de la muerte a la vida para anunciar a los pobres el año de gracia del Señor, la liberación de su esclavitud.
Esas palabras hoy y ahora están directamente dirigidas a quienes nos hemos sentado a su mesa para comerlo y beberlo. Pero antes nos avisa, por si lo hubiéramos olvidado: «Sed mis testigos hasta el confín de la tierra».
Comulgar con Jesús es, no sólo también, sino sobre todo, comulgar con los hermanos y participar con ellos en la lucha histórica contra todas las hambres de la humanidad. La Eucaristía que celebramos en el tiempo y en las iglesias es anticipo y anuncio del banquete del Reino de los Cielos, profecía y gesto de denuncia de este mundo empecatado por nuestra injusticia; y por tanto es también compromiso desde la fe en Jesús de implicarnos en su transformación y humanización.
Cáritas nos pide que colaboremos, que no seamos individualistas ni insolidarios. Y pide dinero, euros, para ayudar a quienes lo necesitan.

Por otra parte, el papa Francisco hoy celebra un gesto al que nos invita. A las cinco de la tarde inicia un acto de adoración eucarística en su sede de Roma. La Iglesia universal ha aceptado, y propone que a la misma hora, en cada lugar, también nos reunamos los cristianos y adoremos al Santísimo Sacramento. Puesto que Eucaristía es acción de gracias, contemplemos y adoremos desde la oración agradecida a quien nos abre los ojos del alma y del corazón hacia el sufrimiento de tantos seres humanos y, apelando a lo más sagrado que hay en nosotros, nos indica que la salvación de Dios pasa por nosotros que no somos meros instrumentos de su gracia, sino activos colabores de su plan redentor.
Lo que celebremos en esta parroquia constará de tres partes, y podemos estar libremente el tiempo que nos parezca. Empezaremos con el rezo de Vísperas ante el Santísimo expuesto y concluiremos cerca de las seis de la tarde con la Bendición.

Música Sí/No