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Domingo después de la Natividad. La Sagrada Familia

 
La familia de Nazaret fue necesaria para que Dios Hijo se encarnara en Jesús y así fuera Dios-con-nosotros. Por eso decimos Sagrada Familia. Y estamos agradecidos a María y a José, porque ellos colaboraron para hacer posible el plan de Dios.
Pero si es verdad que merecen nuestra devoción y veneración, también es cierto que forman una familia singular, que como ejemplo, hoy y en cualquier época, es inimitable. Y no voy a enumerar todas las notas que la hacen tan peculiar: madre virgen, padre putativo, hijo engendrado por el Espíritu Santo.
Con respeto debemos reconocer las diferencias que existen entre el contenido de nuestra fe y la realidad histórica que vivimos. No podemos repetir el modelo que formaron Jesús, María y José. Pero sí fijarnos en sus actitudes humanas, y en cómo se enfrentaron a las diversas situaciones en que se vieron envueltos.
Jesús predicó lo que vivió. Si predicó el amor, es decir, la entrega, el servicio, la solicitud por el otro, quiere decir que primero lo vivió él. Y fue de María y José de quienes lo aprendió. La familia es el primer campo de entrenamiento para todo ser humano. Y puesto que la vida de toda persona es un proceso, no está exenta de tensiones, dudas, miedo y equivocaciones. La Sagrada Familia vivió la dureza de todo eso, pero también lo amasó con amor.
José, María y Jesús forman en conjunto un tesoro del que podemos extraer valores que nos sirvan para posicionarnos ante Dios, ante los demás y frente a nuestro propio destino. Pero no para sancionar ningún modelo concreto de familia.
Como les ocurrió a ellos, también a nosotros nos toca abrir caminos propios y nuevos para realizarnos como personas que vivimos juntos porque nos necesitamos para desarrollar todo el potencial que Dios ha puesto en cada ser humano.
Ellos se fiaron de Dios y actuaron responsablemente. Ahí sí puede estar el modelo y el ejemplo que nos conviene.
Sagrada Familia de Nazaret, –Jesús, María y José–, rogad por nosotros.

Domingo después de la Natividad. La Sagrada Familia



La fiesta de hoy no puede hacernos olvidar las palabras del anciano Simeón, cuando José y María van a presentar a su hijo, Jesús, como era tradición en Israel: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma».
Ante la presencia del niño, el profeta reconoce que ha llegado el momento culminante largamente esperado: la promesa de Dios se cumple, el Mesías está ya, pero no va a ser como se le había imaginado, será causa de salvación, pero también de contradicción y ruptura. Nada va a ser igual a partir de ahora, habrá quien le acepte y habrá quien le rechace.
Eso mismo escuchamos la mañana de Navidad: la luz llegó, pero la tiniebla se resistió.
También tiene palabras para María: ella va a estar en medio de esa contradicción que Jesús va a provocar. Y el amor que representa ella se va a ver envuelto en sufrimiento.
- sufrimiento por la división y ruptura del pueblo judío;
- sufrimiento por la conspiración y condena del hijo;
- sufrimiento por la cruz que también a ella va a alcanzar.
María encarna el sufrimiento en el amor, o el amor en el sufrimiento. Y en ello nos da ejemplo: al amor humano implica renuncia, silencio, esfuerzo, aceptación, dejar que Otro actúe: «mis planes no son vuestros planes, mis caminos no son vuestros caminos».
Es la consecuencia lógica de sus palabras: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra».
No es fácil entender los planes de Dios. Ni siquiera María “entiende”. Pero hay tres exigencias fundamentales para entrar en comunión con Dios: 1) Buscarlo (José y María “se pusieron a buscarlo”); 2) Creer en Él (María es “la que ha creído”); y 3) Meditar la Palabra de Dios (“María conservaba esto en su corazón”).
Así aquellas tres personas, la familia de Nazaret, aceptando ser cooperantes del plan de Dios, son hoy para todos nosotros Sagrada Familia.

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