Santa María, Madre de Dios

 
En el día de hoy se juntan muchas cosas. La octava de la Navidad, la fiesta de Santa María Madre de Dios, la Jornada Mundial de Oración por la Paz; y el día primero del año 2011, que ha sido declarado Año internacional de los Bosques, Año internacional de la Química, Año internacional de los Afrodescendientes, Año internacional del Machu-Pichu, Año internacional de la Verdad sobre el Islam, Año internacional de la Juventud, Año internacional de los Murciélagos, Año internacional de la investigación sobre el Alzheimer… La lista es larga.

Demasiado para algo tan poco relevante, pero al mismo tiempo tan maravilloso, como es iniciar un nuevo día. Porque eso es lo que es: un día más.

Seguimos vivos, mantenemos esperanzas, ansiamos felicidad, y tenemos un cajón enorme de proyectos. Es motivo suficiente para alabar y dar gracias a Dios.

Eso es lo que hizo María, cantar a Dios su magníficat. Cantemos también nosotros nuestro canto particular a Dios. Un nuevo año se abre con este nuevo día ante nosotros como una oferta plena de posibilidades; un tiempo nuevo para aprovecharlo bien, porque es nuestro y es también tiempo de Dios.
Y no miremos hacia atrás si no es para pedir perdón no sólo por nuestra mediocridad sino, sobre todo, por el bien que hemos dejado de hacer.

También con un sentimiento de agradecimiento, porque Dios Padre nos ha ido regalando la vida día a día. No importa que nosotros lo hayamos olvidado. Dios ha estado ahí. Porque, como dice san Pablo, «en Él vivimos, nos movemos y existimos». No nos ha faltado la bendición de Dios. Su gracia ha sido más grande que nuestro pecado y su misericordia, mayor que nuestra mediocridad.

Y para mejorar nuestra vida, corrigiendo los errores del pasado si ello es posible, y en todo caso para no volver a repetirlos. Lo nuestro es el futuro, lo que hay que hacer, lo que entre todos tenemos que construir.

Con nuestras fuerzas, siempre confiados en el Dios de Jesús y de María, el Dios del perdón y de la misericordia, comenzamos este año nuevo, con el deseo de que sea un espacio de paz, de gracia y de concordia para todos los hombres y las mujeres. ¡Feliz Año Nuevo!

Domingo después de la Natividad. La Sagrada Familia



La Sagrada Familia, en la que nació Jesús, y que se nos ofrece como modelo de convivencia humana y de fe en Dios, en lo humano resultó una historia de fracasos continuos y desde luego resulta un modelo por vía negativa para nuestros días; muchas de las circunstancias que la rodearon son un ejemplo de lo que deberíamos evitar en la medida de lo posible: familia rechazada por la propia familia, que tiene que cobijarse en los arrabales de la ciudad; el misterio de una concepción no compartida que hay que ocultar vergonzantemente; la emigración forzosa por el rechazo de la propia sangre; el hijo y su misión incomprensible para sus padres; el callado y discreto padre, la humilde y silenciosa madre; la trágica realidad de la persecución, juicio y muerte del hijo, el futuro familiar…

Hoy hay que hablar de la familia, y de la familia cristiana. Pero ¿cómo hablar de ella?; ¿qué decir de qué tipo de familia? Yo no me considero capacitado para tratar este tema, y decir algo doctrinalmente correcto.

La Iglesia tiene sobre este particular una doctrina hasta ahora inamovible que produce rechazo en los de fuera, y en los de dentro desazón y, a veces, mucho dolor.

Para quienes tienen la suerte de crecer en una familia feliz según los cánones, qué bien. Pero, ¿qué pasa con quienes no tienen esa suerte? Y cada vez son más los que caben en este segundo grupo.

Dios se nos manifiesta como una comunidad de amor; somos de su familia; estamos revestidos de su amor fecundo y entregado. Por eso tenemos que reconocer que en donde se vive el amor en común hay una misteriosa presencia de Dios. Así vivió Jesús y así creció y se llenó de sabiduría.

Que nos sirva este día para agradecer lo que tenemos, y también para revisar nuestras lagunas y para reconstruir un ámbito familiar abierto, solidario y comprometido en la edificación de una sociedad más justa y fraterna.

Natividad del Señor


No sé quién me ha querido engañar esta mañana, diciéndome que los carteros no trabajan en Navidad. He de deciros que no es cierto. Acabo de recibir esta carta, que ahora mismo paso a leeros:

Queridos hermanitos y hermanitas

Si miráis el pesebre y me veis ahí, sabiendo por el corazón que soy Dios-niño que no viene para juzgar sino para estar, alegre, con todos vosotros,

Si conseguís ver en los otros niños y niñas, especialmente en los más pobres, mi presencia en ellos,
Si lográis hacer renacer el niño escondido en vuestros padres y en los adultos para que surja en ellos el amor y la ternura,

Si al mirar el Belén notáis que estoy casi desnudo y os acordáis de tantos niños igualmente pobres y mal vestidos, y sufrís en el fondo de vuestros corazones por esta situación inhumana y deseáis que cambie verdaderamente,

Si al ver la vaca, el buey, las ovejas, las cabras, los perros, los camellos y el elefante, pensáis que el universo entero recibe mi amor y mi luz, y que todos, estrellas, piedras, árboles, animales y humanos formamos la gran Casa de Dios,

Si cuando miréis hacia lo alto y veáis la estrella con su cola recordáis que siempre hay una estrella sobre vosotros, que os acompaña, iluminándoos y mostrándoos los mejores caminos,

Sabed entonces que yo estoy llegando de nuevo y renovando la Navidad. Estaré siempre cerca de vosotros, caminando con vosotros, llorando con vosotros y jugando con vosotros, hasta aquel día, sólo Dios sabe cuándo, en que estaremos todos juntos en la Casa de nuestro Padre y de nuestra Madre de bondad para vivir felices para siempre.

Belén, 25 de diciembre del año 1.

Firmado: Niño Jesús

Queridos amigos, hermanos y hermanas: Dios ha nacido. Es Navidad.

Domingo 4º de Adviento


El evangelista Mateo nos aclara para que no tengamos duda la verdadera identidad del que va a nacer como hijo de María y José, en alguna aldea perdida de la Palestina de hace más de dos mil años. A esto también hemos estado preparándonos durante estos días de Adviento. Que no nos pille por sorpresa; tampoco vayamos a él con criterios equivocados. Jesucristo, el Cristo, es también Jesús; y es Emmanuel, Dios-con-nosotros

Dios está con nosotros. No pertenece a una religión u otra. No es propiedad de los cristianos. Tampoco de los buenos. Es de todos sus hijos e hijas. Está con los que lo invocan y con los que lo ignoran, pues habita en todo corazón humano, acompañando a cada uno en sus gozos y sus penas. Nadie vive sin su bendición. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!

Dios está con nosotros. No escuchamos su voz. No vemos su rostro. Su presencia humilde y discreta, cercana e íntima, nos puede pasar inadvertida. Si no ahondamos en nuestro corazón, nos parecerá que caminamos solos por la vida. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!

Dios está con nosotros. No grita. No fuerza a nadie. Respeta siempre. Es nuestro mejor amigo. Nos atrae hacia lo bueno, lo hermoso, lo justo. En él podemos encontrar luz humilde y fuerza vigorosa para enfrentarnos a la dureza de la vida y al misterio de la muerte. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!

Dios está con nosotros. Cuando nadie nos comprende, él nos acoge. En momentos de dolor y depresión, nos consuela. En la debilidad y la impotencia nos sostiene. Siempre nos está invitando a amar la vida, a cuidarla y hacerla siempre mejor. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!

Dios está con nosotros. Está en los oprimidos defendiendo su dignidad, y en los que luchan contra la opresión alentando su esfuerzo. Y en todos está llamándonos a construir una vida más justa y fraterna, más digna para todos, empezando por los últimos. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!

Dios está con nosotros. Despierta nuestra responsabilidad y pone en pie nuestra dignidad. Fortalece nuestro espíritu para no terminar esclavos de cualquier ídolo. Está con nosotros salvando lo que nosotros podemos echar a perder. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!

Dios está con nosotros. Está en la vida y estará en la muerte. Nos acompaña cada día y nos acogerá en la hora final. También entonces estará abrazando a cada hijo o hija, rescatándonos para la vida eterna. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!

Dios está con nosotros. Esto es lo que celebramos los cristianos en las fiestas de Navidad: creyentes, menos creyentes, malos creyentes y casi increyentes. Esta fe sostiene nuestra esperanza y pone alegría en nuestras vidas. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!


(Siguiendo a Pagola)

Domingo 3º de Adviento. Fiesta Patronal


Este domingo tercero de Adviento es conocido tradicionalmente como de “gaudete”, de júbilo, porque lo que estamos preparándonos para celebrar, se percibe como ya presente en nuestro hoy. Hoy se ve y se oye lo que el Reino de Dios significa, hoy ya Dios está con nosotros.

Esa es la respuesta que ofrece Jesús a los enviados de Juan, que vienen a preguntarle si es él el esperado, o no. Jesús no se presenta a sí mismo, ni siquiera se tiene en cuenta; sólo indica los signos que todo el mundo puede percibir, que hablan mucho mejor que las palabras.

Y Jesús está diciendo dos cosas: primera, que el Reino de Dios llega sanando los corazones enfermos y dolientes; segunda, que los pobres reciben una buena noticia.

Hoy somos los seguidores de Jesús los que somos preguntados, y nos vemos en la tesitura de dar una respuesta. Estaremos atinando si en lugar de hablar de nosotros y de la Iglesia, indicamos con el dedo cómo aquí y ahora nuestra comunidad es sanadora; es decir, es cada vez más un poco más cercana a los que sufren, más atenta a los enfermos más solos y desasistidos, más acogedora de los que necesitan ser escuchados y consolados, más presente en las desgracias de la gente. Se verá que tenemos una buena noticia para el mundo si en lugar de nuestras luchas y diferencias, lo que anunciamos de palabra y de obra es que Dios es Padre de todos, y que ya no hay distinción ni diferencia, todos igualmente dignos y libres; con una salvedad: que igual que en la familia los más débiles son los más tenidos en cuenta, entre nosotros los pobres han de ser nuestros predilectos, y conocer más de cerca sus problemas, atender sus necesidades, defender sus derechos, no dejarlos desamparados debe constituir nuestra mayor dedicación. Son ellos los primeros que han de escuchar y sentir la Buena Noticia de Dios.

Una comunidad de fe, como una parroquia, no es sólo un lugar de iniciación a la fe ni un espacio de celebración. Ha de ser, de muchas maneras, fuente de vida más sana, lugar de acogida y casa para quien necesita hogar.

La Inmaculada Concepción de María


A veces en las noticias escuchamos que los servicios de limpieza han tenido que acudir a algún domicilio en el que vive una persona que padece “síndrome de Diógenes”. Las personas que lo sufren, además de otros trastornos, suelen mostrar un total rechazo hacia el cuidado de ellos mismos y la limpieza del hogar, llegando a acumular grandes cantidades de basura en sus domicilios. Y aunque pueden reunir grandes sumas de dinero en su casa o en el banco, no tienen conciencia de lo que poseen y viven en condiciones de pobreza. Yo he tenido esa dura experiencia de entrar, por sorpresa, en una casa así, de una persona de quien nunca llegué a sospecharlo.

También, quien más quien menos, hemos tenido conocimiento, incluso en la propia familia, de una persona maniática por la limpieza. Puede ser enloquecedor vivir junto a una persona así, que te hace pisar sobre periódicos para no manchar el piso, que te cohíbe cuando comes, o si usas el cuarto de baño, o te afea cómo vistes, por ejemplo. Esas casas relamidas; aderezadas sólo para ser contempladas, no habitadas; frías de puro limpias, que repelen más que otra cosa. Puro escaparate.

Entre la enfermedad de ser Diógenes y la manía de la limpieza, está la alegría de ser limpio. Y esto me recuerda casas humildes, de piso en tierra pero barridas, de cubiertos de madera, pero nobles; de puchero en la lumbre y sábanas tendidas al viento. Personas sencillas pero inmaculadas, con esa honradez que da la humildad, con el brillo que sólo se percibe en la pobreza. Y por encima de todo la alegría de vivir en plenitud dentro de lo justo, de no ansiar nada de cuanto el resto perseguimos, de compartir todo sin escatimar nada, porque no hay nada que atesorar.

La inmaculada concepción de María, dogma proclamado por la Iglesia en 1854, afirma que la madre de Jesús fue preservada de todo pecado antes de su concepción. Y yo no encuentro manera de imaginarme cómo pueda ser esto, porque mi vida no la entiendo sino envuelta en pecado. De la misma manera que tampoco puedo explicar cómo se pueda vivir sin respirar aire.

Pero puestos a decir algo, yo diría que, entre ser un Diógenes lleno de mierda, o tener una casa de spot publicitario, yo me inclino por ocupar una vivienda pobre pero aseada, sencilla pero ordenada, con lo justo pero compartida. Porque a Dios se debe que María fuera inmaculada en su concepción, pero a María se le reconoce que se mantuviera inmaculada con su fe en la palabra de Dios. De ella es la alegría, de Dios la mirada. Y de todos nosotros el deseo de ser fieles como María al Dios que nos salva.

Domingo 2º de Adviento


Escuchar es la palabra que hoy nos marca nuestro Adviento. ¿A quién? A Juan Bautista. ¿Qué tenemos que escucharle? «Convertíos porque está cerca el reino de los cielos». Y, ojalá le escuchemos, no sólo porque su mensaje coincide con el que Jesús inició su misión; sino sobre todo porque Juan y Jesús son inseparables; y a Jesús no le entenderemos si no atendemos al Bautista. Juan acerca a Jesús, tanto, que será él quien lo señale con el dedo e invite a seguirle.

Ocurre, sin embargo, que nosotros ya gustamos de la presencia del Reino de Dios; no estamos como Juan Bautista esperando al Mesías, sino que hemos sido bautizados y confirmados con la fuerza del Espíritu Santo, por tanto no podemos situaros en un paso atrás, sino intentar por todos los medios dar un paso adelante. No estamos pues, propiamente a la espera, sino que se espera de nosotros que demos testimonio y hagamos visible cuanto creemos.

¿Quién, sino nosotros, para decir hoy al mundo que está aquí el Reino de Dios?

Y ¿cómo lo diremos, para que el mundo se lo crea?

Ahí es donde la figura de Juan vuelve a estar de actualidad. Porque él venía del desierto, y hablaba en el desierto. A nosotros que apenas nos manifestamos a partir del templo, nos viene muy bien contemplarle y desde él repensar nuestra vida de creyentes. Así, bajando a los detalles, como él mismo hacía, revisemos algunos puntos flojos de nuestra vida que niegan, o siquiera ocultan, la presencia del Reino entre nosotros. Hoy, más que nunca debemos volver a:

- Sobriedad en el comer y en el vestir: comer y vestir son necesidades que hemos convertido en exceso enfermizo…

- Sencillez en la vivienda y en los hábitos: nuestras casas “se pasan” de grandes, supercalentadas y repletas de cosas tal vez no muy necesarias…

- Verdad en las palabras y en los pensamientos: al pan pan y al vino vino, fidelidad a la palabra dada, honradez y profesionalidad, son frases que urge volverlas a poner en uso…

- Coherencia entre la fe y las obras: creer en el Dios de Jesús no es para sabios y entendidos, sino para quien acomoda su corazón al Evangelio y sus obras reflejan la voluntad del Padre…

- Confianza total y absoluta en Dios, porque sólo Dios basta: si nuestra vida está llena de cosas que no salvan, ¿dónde dejamos que actúe el Espíritu de Jesús…?

El Dios al que esperamos es también el Dios a quien mostramos. Navidad no es una fecha venidera, sino nuestra propia vida transparente del Dios con nosotros.

Parafraseando a la carta de Santiago: mostremos a Dios en quien creemos con nuestras obras de creyentes en Jesús. Así debe ser nuestra fe. Así estaremos contruyendo Reino de Dios.

Domingo 1º de Adviento


Hoy la homilía la van a hacer los niños y niñas de Catequesis 2º de Iniciación a la Fe. Han estado trabajando sus corazones para ofrecérselos a Jesús. Y como actividad han confeccionado unos corazones en cartulina en los que han expresado los deseos de asemejarse a Jesús, y pasar como él haciendo el bien en las diversas situaciones de sus propias vidas: colegio, casa, amigos, barrio… Luego, en una paraliturgia, han pedido a Jesús que tome su corazón y lo haga como el suyo. Ellos explicarán a la comunidad qué han hecho, cómo lo han hecho y qué han sentido.

Yo aquí ofrezco esta homilía de hace un tiempo.

Adviento es un tiempo litúrgico marcado por la actitud de la esperanza. Esperanza no en que Jesús vendrá con la Navidad, que ya fue y está siendo, sino esperanza de que el futuro estará repleto de Dios; esperanza de que los verdugos de la historia, llámense como se llamen, tengan nombres propios, o comunes y genéricos como SIDA o cáncer, solo tienen la penúltima palabra, porque la última, la que de verdad vale, sólo la tiene Dios. Y Dios ya ha dicho su palabra definitiva en Jesús, el Hijo, y ha sido pronunciada de forma anticipada en la resurrección de Jesús, que debe ser interpretada como triunfo definitivo en la historia.

Adviento es una manera de vivir, es por tanto una actitud cristiana de cualquier tiempo: es creer que Dios tiene un plan de salvación que se está llevando a cabo en los entresijos de la historia, y por tanto es también ocasión de elevarle nuestra acción de gracias por la fuerza de su amor.

Pero Adviento también es una llamada de atención a nuestro presente. La esperanza mira al futuro, ¿verdad?, pero necesita anclarse en el aquí y en el ahora para que tenga sentido. No se trata de una lotería a la que jugamos. No hemos sido bautizados para tener seguridades que nos adormezcan y nos consientan vivir despreocupadamente. Se trata de estar atentos y vigilantes en nuestro vivir cotidiano, siendo servidores audaces y sagaces del Reino, buscando y asumiendo los compromisos concretos necesarios que permitan, ya en este mundo nuestro, que el Reino sea de hecho Buena Noticia de salvación liberadora, especialmente para los pobres de la tierra.

(Si estamos dormidos, ¿de qué cosas tenemos que despertarnos?, es decir, ¿en qué cosas o actitudes estamos dormidos?

Domingo 34º del Tiempo Ordinario: Jesucristo, Rey del Universo


     Recordad a los Magos, con los que empezamos el año. ¿Qué iban buscando siguiendo a la estrella? Al Rey de los judíos, que acababa de nacer. Ellos parece que lo encontraron. 
    ¿Qué celebramos el Domingo de Ramos? Que Jesús entró en Jerusalén entre aclamaciones, y que casi le entronizan como Rey. 
    ¿Qué hemos escuchado en el evangelio de hoy? Que pusieron un letrero encima de la cruz, diciendo que era rey. 
     Parece que eso de rey está en todo el evangelio, aunque aparece sólo en algunos momentos.
      ¿Qué es eso de rey? Por ejemplo, Juan Carlos es rey de los españoles. ¿Por qué? Porque así lo hemos querido. ¿Para qué sirve? Para escucharle y hacerle caso. También sirve para representarnos a todos nosotros. De alguna manera donde va él, vamos también nosotros. ¿Cómo es rey? Siendo uno de nosotros. Ha habido algún rey en España que era extranjero, y no fue bien recibido ni aceptado.
      ¿Cómo es rey Jesús?
Cuando lo vieron los Magos, un niño de un pueblecito, hijo de unos sencillos artesanos.
Cuando entraba en Jerusalén, alguien montado sobre un burro.
Cuando Pilato escribe el cartel, un condenado en la cruz.
Y el resto de su vida, Jesús fue un sin techo, un buen hombre que era admirado por los que como él tenían hambre y sed de justicia, y tampoco ocupaban grandes puestos, ni tenían ejércitos ni poder.
 
     ¿Por qué es rey? Porque su Padre Dios lo arrancó de las garras de la muerte, y lo entronizó a su derecha en favor de todos. 
    Y nosotros, ¿qué pintamos en todo esto? Porque ¡Jesús ni es español, ni le hemos elegido rey, ni sabemos cuándo habla para hacerle caso y obedecerle!
     Tendremos a Jesús por rey, sólo si lo queremos: 
     Jesús será nuestro rey, si estamos donde él estuvo: junto a la gente más sencilla, dando palabras de aliento, ayudando y sirviendo a los otros como él lo hizo. 
     Nosotros perteneceremos a su reino, si repasando las bienaventuranzas, encajamos en alguna, cualquiera de ellas, porque será señal de que estamos empeñados de hacer del amor, de la justicia y de la paz nuestro lema y nuestra tarea en la vida.
      Seremos súbditos de Jesús Rey si le obedecemos cuando nos habla desde la Palabra de Dios, desde nuestras celebraciones litúrgicas, desde los momentos importantes de la vida, y también desde nuestros hermanos y hermanas más necesitados y que menos cuentan en la sociedad. 
     Seremos amigos y colegas de Jesús, cuando nuestro corazón se asemeje al suyo, y, como él, tengamos entrañas de misericordia. 
     Entonces tendrá sentido que la cruz sea nuestro distintivo y que nos llamemos y nos reconozcamos cristianos.

Domingo 33º del Tiempo Ordinario


La realidad que vivimos es multicolor, por más que desde una parte o desde otra nos quieran convencer de lo contrario. Muchas voces insisten en que miremos a través de unas lentes interesadas; grises, unas; azules o moradas, otras. Sin embargo también es verdad que hay momentos en que todo parece oscuro y sin matices. Eso depende en parte de cómo son las cosas en ese momento; y también de cómo nos encontremos nosotros que las miramos.

En tiempos de especial dificultad el mismo Jesús nos llama la atención, y nos invita a estar en guardia y vigilantes. Él resulta el mejor referente para encontrar la luz y la fuerza que nos sean necesarias.
Si entresacáramos algunas ideas del mensaje evangélico de hoy, deberíamos destacar:

Ser realistas, lo que hay es lo que hay. No vale añorar pasados gloriosos, ni esperar futuros de ensueño. El hoy marca nuestro paso, y ahí con humildad debemos estar.

Con ingenuidad, y una pizca de astucia. Hemos de precavernos de las palabras falsas de los que nos quieren vender facilidades, no nos dejemos engañar. Pero eso no quiere decir que renunciemos a ser ingenuamente creyentes de estar en las manos providentes de quien nos regaló la vida, nos mantiene en el ser acompañándonos, y jamás nos dejará abandonados. Nuestra fe en el Dios de Jesús ha de ser firme.

Nos perdernos por las ramas, ir a lo esencial. Midiendo las fuerzas, ir paso a paso y alcanzar los pequeños logros que estén a nuestra mano. Terminar cada jornada con la pequeña satisfacción de no haber perdido el tiempo.

Más que nunca, es el tiempo del testimonio. Tanto si es verdad que habitamos tiempos oscuros, como si no lo es, nosotros confiemos en el Señor Jesús y trabajemos con tranquilidad para ganarnos el pan. Es decir, vivamos nuestra fe y nuestra humanidad haciendo de ellas la mejor expresión de nuestra vocación de hijos e hijas de Dios.

Y todo ello con paciencia. Paciencia, perseverancia, tenacidad, obstinación es la mejor manera de mostrarnos llenos de esperanza en que nuestras vidas tienen sentido en Dios; y que desde ahí estamos dando respuesta a los retos que se nos van presentando. Y sin desanimarnos; y acogiendo y acompañando el esfuerzo que también hacen otras muchas personas desde otras creencias o ideales, sean religiosos o no lo sean. Porque al final, y son palabras del Señor Jesús, “quienes no están contra nosotros, están con nosotros”.

Domingo 32º del Tiempo Ordinario


Nadie nos va a obligar a comer carne de cerdo, para poner a prueba nuestra fe. No tenemos, por tanto, ninguna posibilidad de ser mártires como lo fueron los siete hermanos del Libro de los Macabeos, que prefirieron perder la vida antes que quebrantar un mandamiento de Dios.

Tampoco va a venir nadie a decirnos que el día del juicio final está ahí mismo, y por tanto tampoco va a ser necesario que nadie nos recuerde que tenemos que trabajar y mantener el tipo durante mucho tiempo aún, como San Pablo; que para eso están las letras de la hipoteca, el precio de la gasolina y todos los demás compromisos económicos en que nos hemos embarcado casi de por vida.

Tal vez sí vengan los saduceos de este momento, los vividores de ahora y de siempre, a buscarnos las cosquillas como lo hicieron con Jesús: con lo buena que es esta vida, qué hacemos pensando en otra, que no hemos visto y de la que nadie ha vuelto para contarnos cómo es.

En la recta final del año litúrgico, nos hacen caer en la cuenta de que un artículo del credo que regularmente profesamos dice: “Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”.

El tema de la resurrección se plantea en el Libro de los Macabeos ante la muerte prematura de jóvenes guerreros por hacer profesión de su fe. ¿Qué va a ser de ellos, arrancados de forma violenta antes de haber dado frutos?

San Pablo tiene que corregir algunos errores sobre la inminente venida de Jesús. Algunos visionarios habían empezado a fantasear, incitando a dejar de trabajar, a la pasividad.

En el evangelio lo plantean los saduceos, vividores materialistas que defienden aprovechar las oportunidades ahora, porque después no hay nada. Por ello no tienen ningún interés en que cambien las cosas: ellos son ricos y viven bien, y los pobres al fin y al cabo seguirán explotados.

Hoy, pues, nos tocaría hablar del cielo.

Por el contrario, yo os propongo este otro tema: “El cielo puede esperar”. No es ninguna chirigota ni cosa parecida.

Jesús predica al Padre, que es Dios de vivos, no de muertos. Y llama bienaventurados a quienes abren bien sus ojos a la realidad en que viven, y ante esa realidad templan sus gaitas, y sufren y se esfuerzan y viven en verdad.

En este mundo debemos vivir la fe en nuestro Dios, que no es insensible al dolor y al sufrimiento de tanto ser maltratado.

Jesús afirma que las relaciones entre los creyentes ahora deben generar vida, respeto e igualdad. Y llama felices a quienes construyen en su realidad humana la realidad definitiva. Lo que el cielo sea se adelanta a lo que en el suelo buscamos y hacemos. Y tengamos esto bien presente: “Sólo queda el amor”.

Domingo 31º del Tiempo Ordinario


     En casi perfecta sintonía con las dos lecturas anteriores, el evangelio que acabamos de escuchar nos acerca, en este final de año litúrgico, a preguntas bien importantes que todos nos hacemos cuando echamos un vistazo general a nuestra vida, y casi pensamos que ¿qué hemos hecho de importante?, ¿estamos donde queríamos estar?, ¿alguien nos va a recordar con cariño cuando ya no estemos?, ¿somos lo que siempre habíamos querido llegar a ser y estamos satisfechos; o ni siquiera sabemos lo que somos y hemos perdido nuestro tiempo y nuestra vida?
      Tenemos este pequeño relato de Zaqueo, múltiplemente utilizado en catequesis y homilías. Y una vez más vamos a reflexionar en torno a él, para recordar lo ya dicho, y también, si es posible, para sacar algo nuevo.
      Utilizo este precioso comentario de José Antonio Pagola, porque no me considero capaz de mejorarlo.

Lucas narra el episodio de Zaqueo para que sus lectores descubran mejor lo que pueden esperar de Jesús: el Señor al que invocan y siguen en las comunidades cristianas «ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». No lo han de olvidar. Al mismo tiempo, su relato de la actuación de Zaqueo ayuda a responder a la pregunta que no pocos llevan en su interior: ¿Todavía puedo cambiar? ¿No es ya demasiado tarde para rehacer una vida que, en buena parte, la he echado a perder? ¿Qué pasos puedo dar?

Zaqueo viene descrito con dos rasgos que definen con precisión su vida. Es «jefe de publicanos» y es «rico». En Jericó todos saben que es un pecador. Un hombre que no sirve a Dios sino al dinero. Su vida, como tantas otras, es poco humana.

Sin embargo, Zaqueo «busca ver a Jesús». No es mera curiosidad. Quiere saber quién es, qué se encierra en este Profeta que tanto atrae a la gente. No es tarea fácil para un hombre instalado en su mundo. Pero éste deseo de Jesús va a cambiar su vida.

El hombre tendrá que superar diferentes obstáculos. Es «bajo de estatura», sobre todo porque su vida no está motivada por ideales muy nobles. La gente es otro impedimento: tendrá que superar prejuicios sociales que le hacen difícil el encuentro personal y responsable con Jesús.

Pero Zaqueo prosigue su búsqueda con sencillez y sinceridad. Corre para adelantarse a la muchedumbre, y se sube a un árbol como un niño. No piensa en su dignidad de hombre importante. Sólo quiere encontrar el momento y el lugar adecuado para entrar en contacto con Jesús. Lo quiere ver.

Es entonces cuando descubre que también Jesús le está buscando a él pues llega hasta aquel lugar, lo busca con la mirada y le dice: "El encuentro será hoy mismo en tu casa de pecador". Zaqueo se baja y lo recibe en su casa lleno de alegría. Hay momentos decisivos en los que Jesús pasa por nuestra vida porque quiere salvar lo que nosotros estamos echando a perder. No los hemos de dejar escapar.

Lucas no describe el encuentro. Sólo habla de la transformación de Zaqueo. Cambia su manera de mirar la vida: ya no piensa sólo en su dinero sino en el sufrimiento de los demás. Cambia su estilo de vida: hará justicia a los que ha explotado y compartirá sus bienes con los pobres.

Tarde o temprano, todos corremos el riesgo de "instalarnos" en la vida renunciando a cualquier aspiración de vivir con más calidad humana. Los creyentes hemos de saber que un encuentro más auténtico con Jesús puede hacer nuestra vida más humana y, sobre todo, más solidaria.

Domingo 29º del Tiempo Ordinario


“Para una gran mayoría de la humanidad la vida es una interminable noche de espera. Las religiones predican salvación. El cristianismo proclama la victoria del Amor de Dios encarnado en Jesús crucificado. Mientras tanto, millones de seres humanos sólo experimentan la dureza de sus hermanos y el silencio de Dios. Y, muchas veces, somos los mismos creyentes quienes ocultamos su rostro de Padre velándolo con nuestro egoísmo religioso.

Es cierto que Dios tiene la última palabra y hará justicia a quienes le gritan día y noche. Ésta es la esperanza que ha encendido en nosotros Cristo, resucitado por el Padre de una muerte injusta. Pero, mientras llega esa hora, el clamor de quienes viven gritando sin que nadie escuche su grito, no cesa”. (J.A.Pagola)

Según la Sagrada Escritura, así era la oración de Moisés allá en lo alto del monte, mientras su pueblo luchaba en el campo de batalla por su supervivencia. Sus brazos levantados hasta la extenuación. Y fue la oración confiada y compartida la que fue escuchada.

Esta es la oración que Jesús aconseja, la que clama justicia, sin desanimarse, contra toda esperanza.
Pero hace falta fe, y Jesús nos mira y nos pregunta, si nosotros la tenemos.

Pues nosotros sí rezamos, podemos contestar. Y enumeramos la de cosas que pedimos, y los momentos en que lo hacemos. Y algún pequeño puede decir que se sabe lo de las cuatro esquinitas de su cama. Y algún papá, que cuando se sientan todos a la mesa rezan dando gracias antes del primer bocado. Y también habrá mamás que digan que con sus hijos el padrenuestro es cosa sabida y muy usada.

Y para entender lo que Jesús nos pregunta es necesario antes tratar de ver si le hemos acogido, si es la Palabra entera de Dios la que aceptamos. Si al rezar levantamos los brazos, como Moisés, porque nos sentimos solidarios con nuestro pueblo sufriente, y los mantenemos alzados contra viento y marea, y requerimos de otros que nos ayuden a mantenerlos en alto, haciendo que nuestra oración sea común, solidaria, confiada, clamorosa, protestona, subversiva.

Así entiendo yo la recomendación que Pablo dirige a su discípulo y compañero Timoteo: eso es proclamar la Palabra de Dios, recibida desde el principio, a tiempo y a destiempo, con toda energía, enseñando, exhortando, corrigiendo, reprendiendo.

Es la justicia la que ha de mover nuestra plegaria, no nuestro egoísmo; ha de ser el sufrimiento ajeno, más que el propio, el que nos lleve a orar; y ha de ser nuestra mejor oración creyente no descansar en la búsqueda de un mundo mejor, de una justicia mayor, de un reino de Dios para todos.

En unas palabras de la santa castellana que hemos celebrado hace unos días, Teresa de Jesús: rezando y con el mazo dando, confiar en Dios pero aplicar en ello todas nuestras fuerzas.

Domingo 27º del Tiempo Ordinario


Un domingo más tengo el gusto, pero también la responsabilidad, que a veces me abruma, de dirigiros la palabra para comentar la liturgia.

Y un domingo más, pero especialmente hoy, me gustaría que no fuera sólo mi voz la que se oyera, sino que otros y otras se expresaran sobre el tema que sirve de eje a las tres lecturas: la fe.

Desde aquello de “fe es creer lo que no vimos” del catecismo de nuestra infancia ha llovido mucho. Hoy pedimos y exigimos más. Hemos madurado y crecido en edad, dignidad y gobierno, como también se decía antes. Y nuestra fe, la que nos comunicaron en el Bautismo, la que enriquecimos con la catequesis y la práctica sacramental, la que se ha robustecido con la experiencia de la vida y la ayuda del Espíritu de Dios, esa fe pide también ser expresada, compartida y cotejada con los diversos sentires y entendimientos.

Sería en extremo provechoso que habláramos de las dificultades con que nos encontramos, las ayudas de las que echamos mano, las alegrías que nos aporta, las dudas que nos asaltan, en fin, incluso la impotencia y/o el desánimo que tantas veces nos incitan a dejarlo todo y quedarnos en casa.
Pero no sé de qué manera puedo convenceros de que sería bueno y provechoso para todos que la homilía fuera participada por alguno más.


Los discípulos le piden a Jesús que aumente su fe. Y Jesús les responde que no es cuestión de cantidad sino de calidad.

Si tuvieran más fe tal vez podrían mover árboles y montañas de su sitio.

Si tuvieran la fe que él pide de ellos simplemente cumplirían la voluntad de Dios.

Puesto que Dios es amor, tener fe es vivir ese amor que Dios nos tiene amando a todos hasta que lleguemos a ser fraternidad.

Domingo 26º del Tiempo Ordinario


Hoy escuchamos otra parábola de Jesús. Y como que es una parábola hemos de encontrar el verdadero sentido de las palabras de Jesús, para entender. Se han dado muchísimas explicaciones sobre el pobre Lázaro; buscarle a esta parábola una nueva que nos mueva no parece posible. Así, pues, tendremos que repetir alguna ya muy vieja.

Casi todos los estudiosos dicen que aquí no se habla de condenar a nadie, que aunque aparezca la palabra infierno, esto no es una mapa del final de los tiempos.

Está hablando de estos tiempos, de nuestro aquí y nuestro ahora.

Hay personas que son, y personas que no son. Que las que son, están llenas, tienen sentido. Y las que no son, sus vidas no tienen sentido porque están vacías.

Una persona que es: Lázaro. Es pobre, pero tiene nombre. Nadie le ayuda, pero unos perros le lamen las heridas. Con la muerte todo cambia para él, nada peor podría ocurrirle. Sale ganando.

Una persona que no es: el rico que banquetea, que nadie sabe cómo se llama, que no tiene oficio, sólo banquetea. No tiene identidad. La muerte le pone ante la realidad, no ha hecho nada, no tiene nada, no es nada.

En el diálogo final el rico pide clemencia para sus familiares y un milagro. Y la respuesta es que no hay milagros para la falta de sensibilidad. Ni siquiera resucitando muertos se consigue que el corazón anestesiado espabile.

La enseñanza de esta parábola no es nada complicada. Jesús se hizo cercano a la gente que sufría, que tenía carencias, que vivía en soledad. No importa si hizo o no hizo milagros, sino que la gente con quien Jesús se encontraba veía que su sufrimiento era compartido, que sus carencias era acompañadas, y que su soledad era comprendida y era por eso menos soledad.

Seguir a Jesús como discípulo es un proceso que se va aprendiendo. Nos vamos haciendo cada vez más sensibles y miramos, nos empuja a acercarnos, e incluso nos invita a quedarnos. Si nos negamos a este aprendizaje entonces ¿qué milagro queremos pedir? ¿Qué milagro puede inventarse Dios? ¿Qué milagro necesitará nuestra condición para salir de la indiferencia?

Domingo 25º del Tiempo Ordinario



En aquellos tiempos de Jesús y en otros mucho más cercanos a nosotros, la gente no usaba dinero, tenía cosas que cambiaba a otras personas por cosas. Así el zapatero ponía medias suelas al albañil que le quitaba las goteras del tejado; el labriego daba garbanzos o tomates al ganadero que le daba una gallina o unas docenas de huevos o unos litros de leche. El sastre hacía o reparaba trajes  a cambio de casa, comida y lumbre. Se hacía un trueque, cosas por cosas. Dinero propiamente tenía quien lo tenía, los ricos, o quien se venía necesitado a moverse de un lugar a otro, ofreciendo su trabajo o sus negocios.
 
Jesús no tuvo dinero porque no lo necesitaba para vivir. Su trabajo era remunerado en especie.
 
Quien amasaba más de lo que pudiera necesitar, quien atesoraba lo que no había ganado sino esquilmado a otros, ese sí tenía dinero. Por eso en la Biblia casi siempre el dinero es descrito de mala manera, porque lo usan personas que no lo han ganado con justicia.
 
Jesús no tiene inconveniente en añadir la palabra injusto a la palabra dinero, como si fuesen la misma cosa: dinero injusto. Supongo que en aquellos tiempos habría dinero justo, pero Jesús no lo aprecia, quizás porque era tan poco que no tenía mayor importancia.
 
Pero si había, y Jesús lo sabía, y nosotros ahora también porque se está investigando y sale a la luz, grandes mansiones, inmensas fortunas, fastuosos tesoros que tenían los ricos de entonces, que no servían más que para honrar a su dueños, que en nada beneficiaban al pueblo, que los pobres nunca disfrutaban.
 
Jesús a esos les dice lo que han de hacer con su dinero, para que realmente tenga sentido haberlo acaparado: darle un uso en favor de los demás, así los demás en su momento estarán en favor de uno.

 
Claro, este discurso hoy en día parece que suena a rancio. Sin embargo también es actual, y deberá serlo, para quienes venimos por la iglesia y nos decimos cristianos. Un seguidor de Jesús no puede hacer cualquier cosa con el dinero: hay un modo de ganar dinero, de gastarlo y de disfrutarlo que es injusto pues olvida a los más pobres.
 
Dios no premia con dinero a los buenos, y castiga con la pobreza a los malos. Sabemos que no es así. Ese no es el Dios de Jesús. Ese no es nuestro Dios.
 
Seamos, pues, sagaces con el uso que hacemos del dinero, porque a Dios no le puede agradar que con él estemos afrentando al hermano, negándole el pan y la sal, impidiéndole vivir, y jactándonos y humillándole al querer hacerle ver que Dios está más de nuestra parte que de la suya porque triunfamos.
 
Eso no puede ser.

Domingo 24º del Tiempo Ordinario



Para explicar Jesús cómo ese Dios al que él llama Abba utilizó muchas palabras, expresiones y relatos. Pero nada tan completo como la parábola que hoy escuchamos del Padre bueno, que hay que leer unida a otros dos dichos de Jesús, que posiblemente él no unió, pero que están íntimamente relacionados.

Hemos escuchado tantas veces la parábola del Hijo pródigo que casi lo podíamos haber narrado entre todos, haciendo voces diferentes.

Todo ya está dicho, por activa y por pasiva. Pero siempre hay que fijarse en algún detalle. Hoy, por ejemplo, quiero insistir en el detalle de que el Padre no se queda en casa, triste viendo al hijo marcharse, o alegre a la puerta recibiéndole.

Porque nuestro Dios es el Abba de Jesús que, como la mujer que ha perdido una moneda, se arremanga, coge la escoba y hurga por todos los rincones de la casa hasta dar con ella. O como el pastor a quien se le ha extraviado una oveja; deja a buen recaudo el resto del atajo y camina hasta encontrarla. Gozoso se la trae sobre los hombros.

Con harta frecuencia buscamos nuestra independencia, porque la búsqueda de la autonomía y de la felicidad parece que nos pide que borremos de nuestra vida a un Dios que nos domina, que limita nuestra libertad, que no nos deja ser lo que queremos. Y cuando lejos de esa amistad que nos funda, nos vamos descomponiendo, hasta el extremo de desordenar por completo nuestra existencia, sólo la vuelta a ese centro vital es capaz de devolvernos nuestra propia identidad.

Pero en esa vuelta a Dios no estamos solos. Él también está ansioso buscándonos. Y sólo en el abrazo y el beso del encuentro descubrimos el amor del que somos objeto y del amor que nosotros somos capaces de ofrecer.

Esos abrazos y besos hablan del amor de Dios mejor que todos los libros de teología. Ahí descubrimos que en realidad siempre ha estado con nosotros, no importa qué estuviéramos haciendo si alejándonos o acercándonos, huyendo de Él o retornando. Junto a él encontramos una libertad más digna y dichosa y seremos de verdad felices.

Domingo 23º del Tiempo Ordinario


En cualquier actividad, económica o social, nos movemos por los números. Estadística, se dice. Según esto, aquello que tiene muchos usuarios, es bueno, y triunfa. Y lo que tiene pocos, no es bueno y hay que desecharlo.
 

En la Iglesia también existe esa manera de considerar las cosas. Lo que importa, parece, es que haya bautizos, cuantos más mejor. Y primeras comuniones, y bodas, porque así veremos todos que estamos en la verdadera iglesia, y que la razón nos asiste. El número es nuestra fuerza.

Jesús no parece estar por esta manera de considerar las cosas. Cuando ve que le sigue mucha gente, va y les dice que se lo piensen bien, porque no es cualquier cosa ser discípulo suyo y estar por el Reino. Ese Reino es tan especial que hay que ponerlo por encima de todo:


- antes que los condicionamientos familiares y sociales;
- antes que el propio interés;
- por delante del dinero y de cuanto tengamos acumulado.


Y ante la dificultad de hacer esto, Jesús avisa que hay que pensárselo, que es una decisión que conviene reflexionar y no tomar a la ligera. Porque pudiera ocurrir que no pudiéramos llevarla adelante porque nos hemos precipitado al calcular nuestro convencimiento o nuestras fuerzas.


Pero, Jesús no trata de meter miedo a nadie. Tampoco quiere echarnos fuera pidiéndonos un imposible. Así pudiera sonar eso de odiar a la propia familia.


A veces ocurre con el evangelio que lo entendemos literalmente. Como entendido así parece descabellado, hacemos como que no lo oímos, y, aunque contestemos Palabra del Señor, no terminamos de aceptarlo.


A estas palabras del evangelio se las ha dado muchas explicaciones. Como si quienes debemos comentarlo tuviéramos un conocimiento especial, y estuviera en nuestra mano su sentido cierto. Pero no es así.


Jesús habla a toda la gente, pero habla también a cada persona. Lo que dice a todos, cada quien ha de recibirlo por sí mismo. De modo que con estas palabras Jesús está diciéndonos a cada uno de nosotros qué le pide para considerarlo discípulo.


Nos toca escucharle, entenderle, dialogar con él, y tomar una decisión, que siempre será personal, propia e intransferible.


Y hacerlo confiando en él, que nos asegura que si dejamos todo por el Reino, lo ganaremos todo redoblado.

Domingo 13º del Tiempo Ordinario



Como soy incapaz de tocar las tres lecturas que contienen demasiado mensaje, voy únicamente a comentar por encima el texto de San Pablo. ¡Pobre apóstol de los gentiles!, a quien se le achaca haber falseado el evangelio y haber configurado la Iglesia a su personal entender.

Una cosa debiera quedarnos clara con toda claridad: Hemos llegado a conocer a Jesús de Nazaret, al Cristo de la fe, gracias a la Iglesia. Y en ese tesoro de Tradición Eclesial que ha llegado hasta nosotros, San Pablo ocupa un lugar que no puede discutirse.

En el texto que acabamos de escuchar, de su carta a los Gálatas, San Pablo hace una afirmación que hoy nos suena mal, como otras expresiones suyas de otra índole, pero que a pesar de ello es pura verdad: «Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado.»

Nosotros pensamos que somos libres porque hemos conquistado la libertad. Y como libres, no tenemos que dar cuenta a nadie de nada; somos soberanos de nosotros mismos.

No ocurre así cuando hablamos de libertad en sentido profundo. No se alcanza a base de puños, porque las cadenas que esclavizan no son de hierro; nuestra esclavitud era de otra pasta, y requería un liberador. Igual que el pueblo judío era incapaz de salir de Egipto por sí solo, y allí permanecía esclavo. Necesitó que alguien le sacara de allí. Así nosotros tampoco éramos capaces.

Pero Cristo nos ha liberado, y ya no podemos volver a la andadas, viviendo como si fuéramos esclavos.


Y estaríamos en lo de antes si…

- si os mordéis y devoráis unos a otros, porque tenéis que haceros esclavos unos de otros por amor;

- si realizáis los deseos de la carne, pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne; andad según el Espíritu;

- si os ponéis bajo el dominio de la ley, porque quien tiene que guiaros es el Espíritu.

Sólo en libertad podemos atender la llamada de Jesús, como lo hizo el profeta Eliseo, como lo expresa el Evangelio, como lo requiere de nosotros la tarea del Reino de Dios, como nos lo pide la Iglesia.

Domingo 11º del Tiempo Ordinario


     El domingo pasado alguien me avisó lo que a un cura que se enrollaba mucho en misa le dijeron: "Al avío, padre cura, que la misa no engorda y en que en tiempo de melones, sobran los sermones". Yo sé muy bien lo que el cura respondió entonces, retóricamente claro: "Hijo, ¿y en tiempo de sandías, qué? En tiempo de sandías… ¡hasta las homilías!"

     Capto, pues, la indirecta de que sea más breve en mis intervenciones en público y de que en verano levantemos un poco las exigencias homiléticas.

     Dicho lo cual, a estas alturas de nuestra historia y de nuestra fe sería muy conveniente que todos y todas cayésemos convencidos de que Dios nunca se niega al perdón. Quien es amor no puede condenar. Y que cuando hablamos de ello sólo estamos proyectando nuestro modo de actuar y nuestros propios defectos. Vemos que son otros los que quieren apartar de Jesús a la mujer, y es precisamente Jesús el que recibe y acoge, el que reconcilia y despide en paz.

     Lo hizo Jesús con los niños, con los enfermos, con los extranjeros, con las mujeres, en fin, con los más desvalidos y rechazados de su tiempo. A todos acogía, en ellos quiso y quiere verse tratado y atendido.

     No quiero dejar de comentar una frase que despunta en el evangelio: «Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor: pero al que poco se le perdona, poco ama». No parece que Jesús esté concediendo el perdón gracias al esfuerzo personal, ni tampoco al arrepentimiento comprobado. Sólo aparece una razón: hay perdón porque hay amor.

     Dios sólo sabe amar, no sabe otra cosa; tampoco podría hacer otra diferente. Sabernos amados por Dios produce en nosotros lo que llamamos perdón, que es el resultado del amor de Dios sobre nuestra ignorancia, nuestra inconstancia y nuestra altivez. El juicio se da en nosotros, no en Dios, al vernos confrontados con su amor.

     Por tanto ni nos separemos de Dios, ni apartemos de Dios a los demás. Jesús no lo hizo, todo lo contrario: "Pues yo, cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí" (Jn 12, 32)

Domingo del Corpus Christi

Hacer memoria de Jesús

     Al narrar la última Cena de Jesús con sus discípulos, las primeras generaciones cristianas recordaban el deseo expresado de manera solemne por su Maestro: «Haced esto en memoria mía». Así lo recogen el evangelista Lucas y Pablo, el evangelizador de los gentiles.Desde su origen, la Cena del Señor ha sido celebrada por los cristianos para hacer memoria de Jesús, actualizar su presencia viva en medio de nosotros y alimentar nuestra fe en él, en su mensaje y en su vida entregada por nosotros hasta la muerte. Recordemos cuatro momentos significativos en la estructura actual de la misa. Los hemos de vivir desde dentro y en comunidad.
     La escucha del Evangelio. Hacemos memoria de Jesús cuando escuchamos en los evangelios el relato de su vida y su mensaje. Los evangelios han sido escritos, precisamente, para guardar el recuerdo de Jesús alimentando así la fe y el seguimiento de sus discípulos.
     Del relato evangélico no aprendemos doctrina sino, sobre todo, la manera de ser y de actuar de Jesús, que ha de inspirar y modelar nuestra vida. Por eso, lo hemos de escuchar en actitud de discípulos que quieren aprender a pensar, sentir, amar y vivir como él.
     La memoria de la Cena. Hacemos memoria de la acción salvadora de Jesús escuchando con fe sus palabras: "Esto es mi cuerpo. Vedme en estos trozos de pan entregándome por vosotros hasta la muerte... Éste es el cáliz de mi sangre. La he derramado para el perdón de vuestros pecados. Así me recordaréis siempre. Os he amado hasta el extremo".
     En este momento confesamos nuestra fe en Jesucristo haciendo una síntesis del misterio de nuestra salvación: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús". Nos sentimos salvados por Cristo nuestro Señor.
     La oración de Jesús. Antes de comulgar, pronunciamos la oración que nos enseñó Jesús. Primero, nos identificamos con los tres grandes deseos que llevaba en su corazón: el respeto absoluto a Dios, la venida de su reino de justicia y el cumplimiento de su voluntad de Padre. Luego, con sus cuatro peticiones al Padre: pan para todos, perdón y misericordia, superación de la tentación y liberación de todo mal.
     La comunión con Jesús. Nos acercamos como pobres, con la mano tendida; tomamos el Pan de la vida; comulgamos haciendo un acto de fe; acogemos en silencio a Jesús en nuestro corazón y en nuestra vida: "Señor, quiero comulgar contigo, seguir tus pasos, vivir animado con tu espíritu y colaborar en tu proyecto de hacer un mundo más humano".

José Antonio Pagola

La Santísima Trinidad



     El domingo pasado, fiesta del Espíritu descendiendo sobre todos nosotros como Iglesia, representamos la comunicación de los dones del Espíritu Santo: Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Ciencia, Fortaleza, Piedad y Temor de Dios.

      No se trata de un invento de alguien pensando cómo es nuestra religión, sino de lo que Jesús dice que necesitamos y que su Espíritu va a hacer en nosotros. Lo dice en el Evangelio.

      Y también en el Evangelio, Jesús nos habla de Dios. Pero mientras la gente que estudia la religión piensa cosas dificilísimas sobre qué es y qué deja de ser Dios, Jesús nos dice lo que él siente y vive en su experiencia con Dios.

      Así, Jesús, ante Dios se siente un Hijo querido por un Padre bueno y cercano. Más que padre parece madre, porque en todo momento es como si se viviera a sí mismo cobijado en lo más adentro de su seno divino. Pero Dios no sólo le lleva a Jesús en sus entrañas, nos lleva a todos los seres humanos. Eso es lo que vino a decirnos, eso es lo que leemos y oramos en los evangelios.

      Y leemos más. Jesús dice que este Dios, que es Padre, no se aguanta el amor que nos tiene a todos, y por eso cuida de nosotros y se alegra y sufre con nosotros. Pero tiene una debilidad: los más pequeños, los que menos pueden, los que andan perdidos, los que han sido apartados y empujados fuera.

      Por eso, cuando Jesús anuncia el Reino, dice que en él son predilectos y bienaventurados los más pobres, indefensos y necesitados.

      ¿Cómo tendremos nosotros esa misma experiencia de Dios? Porque Jesús insiste que nosotros solos no podemos, que es demasiada tarea para nuestra pequeñez.

      Ahí está su Espíritu. Ahí están los siete dones que el otro día simbólicamente recibimos con el encendido de las velas. Ese Espíritu nos llevará al conocimiento de Dios, porque él mismo hablará por nosotros, él caminará por nosotros, y finalmente él mismo nos descubrirá cuán divinos somos.

      Dejándonos conducir por el Espíritu, viviendo según su inspiración, formamos la comunidad de hermanas y hermanos al servicio de los más pequeños y desvalidos. Así somos reconocidos como discípulos de Jesús, porque vivimos a su estilo, porque hacemos lo que él hacía y también lo que él nos pidió con continuáramos.  Recordemos: Amaos unos a otros, sólo eso os mando. Esta familia humana, no nacida de la carne ni de la sangre sino del Espíritu, es símbolo y germen del nuevo mundo querido por el Padre.

      Y esta es nuestra responsabilidad, y también nuestra gloria.

Domingo 6º de Pascua


     Hoy celebramos la Pascua del Enfermo. Si es cierto que creemos que el Señor Jesús resucitado está presente en nuestra vida y en nuestras celebraciones de la fe, también lo es que, en ocasiones, la enfermedad nos induce a plantearnos dudas y sentimos el silencio y la ausencia de Dios. A pesar de ello, Dios está en el centro de nuestra vida y Él nos ha reunido y convocado para guardar su Palabra y amarle en la verdad. El aprecio y cariño hacia los enfermos es el mejor exponente de nuestro amor en la verdad. La práctica cristiana del amor es el signo más claro y evidente de nuestra pertenencia a la Iglesia de Jesús.

     Los cristianos debemos mostrar con toda claridad que somos otros cristos para nuestros hermanos. Ese es el mensaje pascual, cuando Jesús dijo a los suyos que no les dejaría solos y que el único modo de mostrar que eran sus discípulos era la práctica del amor unos hacia otros.

     Si él no pasó de largo ante ningún enfermo, al contrario, avanzó aproximándose a ellos y no tuvo sólo palabras, sino sobre todo gestos de curación y salud, nosotros deberemos ser especialmente cuidadosos y no pecar de indiferencia, miedo o lejanía hacia quienes, porque sufren en su cuerpo y en su espíritu, son los predilectos del Padre bueno y los bienaventurados del Reino.

     Que el Reino está próximo se mostrará en que, con nuestro convencimiento encarnado en acciones solidarias y fraternas, los enfermos de nuestra comunidad y de nuestro entorno son auxiliados y acogidos, visitados y confortados, alegrados y acompañados.

     Hoy se hace necesario evangelizar la cultura actual de la salud ofreciendo un modelo de salud más fiel a los valores evangélicos y una iluminación ética de los problemas sanitarios. Nuestro modo de estar en el mundo, de vivir en esta sociedad, nos está reclamando colaborar, desde la inspiración del Evangelio, en la promoción de una cultura de la salud más atenta a todas las dimensiones del ser humano y más abierta a su salvación definitiva.

     No sólo los profesionales de la sanidad, que en su mayoría nos dan tan edificantes ejemplos, sino especialmente los familiares y vecinos de las personas enfermas hemos de estar atentos a esa pascua de vida que sucede a nuestro lado, porque en la debilidad humana se muestra la fuerza de Dios que nos reviste del mayor grado de dignidad que podemos acoger. La persona que sufre quebranto en su salud merece toda nuestra atención y un trato, más que exquisito, samaritano.

     Ni descuido, ni ensañamiento terapéutico. Amor solícito y constante.  Caridad, sin la cual nada somos, que es el mejor revestimiento que como comunidad de Jesús estamos obligados a vivir.

Domingo 5º de Pascua


     Aprendemos desde pequeños que “la señal del cristiano es la santa cruz”. Y enseñamos a niños y niñas a signarse y persignarse “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”, haciendo una cruz grande sobre nuestro cuerpo o tres pequeñas sobre frente, boca y pecho. Bien está el signo del crucificado como expresión del amor que se entrega ¡a muerte!

     Sin embargo, ni siempre ha sido así, ni tiene porqué ser así. De hecho los primeros cristianos se reconocían entre sí dibujando un pez, además de el pan y el vino. Y según el evangelio, como acabamos de escuchar, la señal por la que conocerán a los cristianos es que nos amamos unos a otros. “Mirad cómo se aman”, parece ser motivo de admiración de quienes convivían con aquellos primeros seguidores del crucificado.

     La institucionalización de cualquier realidad humana tiene este inconveniente: que termina por ser más importante lo externo y accidental. ¡Que se vea bien la cruz; ponla más alta, que destaque!

     Lo mismo pasa con otro asunto.

     En estos domingos de mayo las iglesias se llenan de primeras comuniones. Con este sacramento los niños se incorporan más plenamente a la comunidad cristiana. ¡Comunidad! Una palabra que deberíamos utilizar con temblor. Comunidad de vecinos, comunidad educativa, comunidad autonómica, comunidad económica…

     Bautizos, comuniones, bodas, que tanto se prodigan en estos meses del buen tiempo y que deberían hacer visible la comunidad de fe y amor dentro de la cual se realizan, sin embargo ¡tantas veces la ocultan e incluso ponen en duda su existencia!

     Hechos de los Apóstoles, la 1ª lectura de hoy, hablan de una comunidad viva, participativa, acogedora, en definitiva de un espacio humano donde compartir, celebrar y alimentar la fe. Es posible que al escribirlo, el redactor haya idealizado en ocasiones la realidad al servicio de la evangelización y catequesis, pero los hechos están ahí: la expansión de aquella primera comunidad cristiana fue espectacular y su expresión de fe auténtica.

     Hoy es un reto para nosotros: ni la iglesia es una estación de servicios religiosos; ni los catequistas, sacerdotes y demás colaboradores son funcionarios de una multinacional; ni se puede vivir la fe en Jesús sin adscripción en concreto a la gente y a la comunidad que tenemos alrededor.
Tenemos esta asignatura pendiente: desarrollar entre nosotros la Iglesia comunión, que nos permitirá ser y sentirnos miembros activos de la Iglesia de Jesús.

Domingo 3º de Pascua


     Hoy el evangelio nos ofrece una preciosa escena de encuentro de los discípulos con Jesús resucitado. Y ocurre en un momento cualquiera de la vida de aquellos pescadores, cuando vuelven después de una noche de trabajo inútil. No han cogido absolutamente nada. Y por el silencio sobre esto podemos pensar que no era infrecuente, que otras muchas veces las redes habrían subido tan vacías como entonces.
 
     Jesús les aborda con una pregunta, «¿Muchachos tenéis pescado?», y ellos no le reconocen, pero le hacen caso y vuelven a echar el aparejo. Sólo caen en la cuenta de quien es cuando han conseguido una red a reventar de peces, ciento cincuenta y tres, muchísimos.
 
     El diálogo posterior en torno al almuerzo, con pescado y pan, habla de gente viva que trajina la vida misma, y en la que Jesús es el personaje central, como no podía ser de otra manera.
 

     Sin Jesús no hay nada; con Jesús todo el normal, hasta se come y hay fraternidad.
 
     Tiene este evangelio mucha relación con el acontecimiento celebrado esta mañana en nuestra ciudad. La beatificación del Padre Hoyos, que introdujo muy adentro en los vallisoletanos la devoción al Corazón de Jesús, nos habla de ese artículo de nuestro credo que decimos de corrido y como sin pensar, pero que aun siendo inconsciente, fundamenta nuestra fe. Jesús, es Dios verdadero, y es también hombre verdadero; el Verbo eterno se hizo carne, y esa carne, como la nuestra, es la misma que está resucitada.
 
     Nos equivocaríamos los cristianos si pensáramos que la humanidad de Jesús no es como la nuestra; le estaríamos negando a Él y nos estaríamos traicionando a nosotros si renegáramos de una humanidad con defectos, débil, ignorante, mortal e impotente. Porque esa humanidad así de humana es la que asumió Dios para, y desde ella, hacernos a todos carne de divinidad.

     Y aludo a D. Ricardo Blázquez, nuestro nuevo arzobispo, que ayer en la toma de posesión de su sede en Valladolid dijo: «El P. Bernardo Hoyos, que nació en Torrelobatón (Valladolid) el 21 de agosto de 1711 y murió en esta ciudad el día 29 de noviembre de 1735, a la edad de sólo 24 años, fue acompañado en el estudio de la devoción al Corazón de Jesús por el P. Agustín de Cardaveraz, que en la iglesia de San Antón de Bilbao tuvo la primera predicación en España sobre el Sagrado Corazón de Jesús. A la luz de su intenso trabajo de animación pastoral es llamado con razón el primer apóstol del Sagrado Corazón de Jesús en España. El Espíritu Santo (cf. Jn 7,38-39; 19,30; 20,22), como ha escrito Benedicto XVI, "armoniza el corazón de los creyentes con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como El los ha amado, cuando se puso a lavar los pies a sus discípulos (cf. Jn 13,1-13) y, sobre todo, cuando entregó su vida por todos (cf. Jn 13,1; 15,13). El Espíritu es también la fuerza que transforma el corazón de la comunidad eclesial para que sea en el mundo testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia". (Deus cáritas est, 19). El Corazón de Cristo, el corazón de los cristianos y el corazón de la Iglesia deben tener los mismos sentimientos. Dios es amor (1 Jn 4,8) y seremos nosotros compasivos en la medida en que recibamos el amor del Corazón traspasado de Cristo en la cruz (n. 17).»

     Y termino casi por donde empecé. Solos, aquellos hombres apenas eran nada. Con Jesús no sólo obtienen pesca, sino que se llenan de sentido gestos simples como comer un trozo de pan y un pescado.

     Los cristianos no tenemos que pasar como los que más cosas hacen y los que mejor trabajan, que está muy bien. Los cristianos tenemos suficiente con reconocer a Jesús en el centro de nuestras vidas y cuidar mucho más y mejor nuestros encuentros con él. Sólo en él se alimenta nuestra fuerza evangelizadora.

Música Sí/No