Domingo 4º de Pascua


Resulta que los apóstoles fueron al templo a la oración de nona y un tullido les increpó, pidiendo ayuda. Pedro, le dio lo que había recibido: el Espíritu de Jesús.
El tullido se curó y las autoridades judías se revolucionaron. ¿Quiénes eran aquellos intrusos que osaban poner en duda su autoridad social y moral sobre el pueblo? Y les llevaron a juicio.
Pedro se defendió con un discurso que constituye el paradigma de toda predicación cristiana: “Lo hemos hecho en el nombre del Señor Jesús, la piedra que desecharon los arquitectos y que ha pasado a ser la piedra angular de todo el edificio”. Y terminó sus palabras diciendo: “bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos”.
Desde entonces acá los cristianos venimos predicando a Jesús, el buen pastor. Llevamos haciéndolo casi dos mil años así que podemos suponer que no queda nada nuevo por decir.
Jesús es el buen pastor que da la vida por sus ovejas, por las del rebaño y por las que están en otros lugares.
Siguiendo a este Jesús, los cristianos de todos los tiempos se han sentido también pastores, y han salido a cuidar y recoger ovejas allá donde estuvieran. Y han vivido ese pastoreo sin condicionantes ni limitaciones.
Es cierto que el término pastor se suele aplicar al ministro ordenado que cuida espiritualmente de su grey. Pero esta acomodación no agota su significado, ni puede hacerlo. Jesús buen pastor, entendido sólo en el marco de lo religioso es empequeñecedor.
Por eso el Papa en estos últimos días está removiendo Roma con Santiago para impedir una guerra –el bombardeo de los barcos que transportan inmigrantes– que no conduce sino a más sufrimiento y ruptura.
Por eso los llamados misioneros administran escuelas, hospitales, centros de integración social, etc.
Por eso muchos creyentes han participado como iniciadores o como compañeros en multitud de proyectos de desarrollo humano: sindicatos, partidos políticos, empresas de economía justa, centros de cultura, etc.
La fe cristiana, teniendo a Jesús por buen pastor, no puede sentirse extraña a todo aquello que es propio del ser humano. Y por eso los cristianos no podemos esquivar todo aquello en lo que nuestro esfuerzo y trabajo y sensibilidad puede contribuir a dar pasos y progresar.
No nos es lícito estacionar nuestra fe en el templo; en la calle nos esperan los tullidos de todas las clases y de todos los tiempos. Y lo que tenemos, ese tesoro recibido a pesar de nuestra indignidad, debemos regalarlo.
“Y aún no se ha manifestado lo que seremos”. Ni siquiera sospechamos el poder que tenemos. Tampoco Pedro lo sabía, cuando resulta que su sola sombra era capaz de dar salud a los enfermos.
Guiados por el Buen Pastor, respondamos con nuestro servicio y entrega en favor de los demás.

Música Sí/No