Domingo 34º del Tiempo Ordinario. Jesucristo, Rey del Universo


La fiesta de Cristo Rey no es muy antigua. Apenas de 1925. No hace ni un siglo que el Papa Pío XI la instituyó, dicen que para contrarrestar el laicismo, proponiendo el reinado de Cristo en los corazones, y no un reinado con estilo pomposo e imponente de Pantocrator, como sucedió no mucho después, al menos en nuestro país.
Eso no quiere decir que no tenga raíz evangélica, y que sea el Evangelio el lugar donde tengamos que ir para encontrar su significado.
El domingo pasado aludí a una corriente de pensamiento que le tocó vivir a Jesús, la apocalíptica, y que seguramente le influyó para expresarse, usando las palabras y los conceptos que eran muy cercanos a quienes le escuchaban.
Eran momentos de lucha, de reivindicación nacionalista, de martirio, y sobre todo de un sentimiento negativo sobre el mundo dominado por las fuerzas del mal, representado por los poderes imperiales de los países dominadores. De ninguna manera puede esto acabar así, y Dios tiene que tener un final preparado, porque él será quien diga la última palabra.
Ya la profecía de Daniel avisaba de la llegada de un cierto hijo del hombre, en quien todos los pueblos serán reunidos bajo una paz definitiva y su reino no terminará nunca, será eterno.
Jesús rechazó varias veces, así lo dicen los textos evangélicos, ser exaltado por el pueblo a la categoría de rey. No quería, porque no podía, ejercer ningún tipo de poder aquí en la tierra, al estilo político. Está claro que para Jesús el espíritu de las bienaventuranzas es el signo que define a los súbditos del Reino de Dios que anunció y comenzó con su propia vida.
Él mismo se alineó con los profetas y, a su manera, también con los valientes luchadores judíos contra el poder injusto. Por eso hoy le vemos ante Pilato, representante del imperio dominante de Roma, que le pregunta por su realeza y por la verdad que representa. Y que se vuelve sin esperar la respuesta.
Es el Apocalipsis, el último escrito cristiano, el que nos da la palabra decisiva de lo que los discípulos de Jesús entendieron, viviéndolo ellos mismos frente al mismo mal que Jesús había combatido.
Acaba un año litúrgico durante el que no hemos hecho otra cosa que hablar del Reino de Dios. No podemos dudar, menos negar, que sabemos de sobra de qué estamos hablando. Pero recordemos todo lo dicho y celebrado, sintentizando:
Su reino es de amor y misericordia, de comprensión y perdón, de acogida para los alejados,  de generosidad con todos. Su reino es toda una forma de convivencia entre las personas en la que se parte de un principio básico: somos hijos del mismo Padre y, por eso, somos hermanos. Lo que tenemos, lo que somos, lo compartimos. Y esa es la única forma de alcanzar la plenitud, nuestra plenitud. Ese es el Reino de Jesús. Eso es lo que hoy celebramos en esta fiesta con la que termina el año litúrgico. Pilatos no entendió lo que le decía Jesús. Probablemente no le pareció más que un loco potencialmente peligroso. Por eso lo condenó. Hoy nosotros, desde la perspectiva de la fe, deberíamos saber que el poder de Jesús es mucho más fuerte que el de Pilatos. Pilatos tiene la violencia de las armas. Jesús tiene la fuerza del amor, del perdón y de la misericordia. Pilatos, con su violencia, puede destruir pero sólo Jesús puede construir porque sólo el amor construye y abre nuevas posibilidades de vida. Si creemos en Jesús es hora de alistarnos en sus filas y avanzar bajo su bandera. Jesús es de verdad todopoderoso. Sólo con él podremos construir un mundo nuevo.

Música Sí/No