La Santísima Trinidad


Dios es una palabra que usamos mucho los creyentes. Seamos de la religión que sea, si contáramos al cabo de un día la de veces que mentamos a Dios saldría una cifra con muchos ceros. Esto multiplicado por los que somos, saldría aún muchísimo mayor.
Y sin embargo, ante palabra tan fácil, hacemos un problema enorme cuando tratamos de explicarlo, aunque sólo sea decirlo.
Tenemos una manera muy cercana y útil para hacerlo facilito. El Credo. Sólo son tres versos, pero hay que leerlos y degustarlos.
1. «Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra».
2. «Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor».
3. «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida».
Fijaros que es lo mismo que decimos cuando nos signamos o persignamos con la cruz. Lo decimos en este orden, pero a lo mejor habría que cambiarlo, buscando el que mejor se acomode a nuestra propia fe.
Intentémoslo.
La mayoría de nosotros hemos llegado a la fe porque la hemos recibido de nuestra familia. ¿Cómo ha ocurrido eso? Tal vez porque funcione una especie corriente interna a los seres humanos que va conduciendo su existencia, de generación en generación, escogiendo lo mejor y abandonando lo peor, para transmitírselo a los hijos.
Así hemos conocido a Jesús, sí el de los Evangelios, el que comulgamos, el que nos hace vivir el día más feliz de nuestra vida, nuestra primera comunión. Jesús vino al mundo para enseñarnos quién es Dios. Nosotros le suponíamos creador de todo, como un artesano de cielos, tierras y mares, de estrellas y del infinito firmamento. Pero Jesús le llama Abba, Padre. Y nos dice qué cosas sueña sobre nosotros, y a eso lo llama Reino de los cielos: donde todos se quieren, donde las lágrimas son enjugadas, donde el sufrimiento se convierte en alegría, donde el luto es vida y donde la justicia se hace para todos. Se trata de un padre que tiene siempre su puerta abierta de par en par, para que volvamos cuantas veces nos hayamos marchado. Un padre que es una auténtica gozada de padre. Es creador, y mucho más, con una auténtica mamá.
En Jesús resucitado, vencedor de la muerte, hemos descubierto a Jesús Hijo de Dios.
Y Jesús nos dejó su Espíritu, como lo más íntimo suyo en nosotros, el que nos dará fuerza, y luz, y compañía, y hasta sentido común para avanzar en nuestras cosas, fáciles o difíciles.
Ahora podemos hacernos la pregunta: ¿Quién o qué es Dios? ¿Cómo es nuestro Dios? Y no deberíamos tener ningún problema para responder repitiendo los tres primeros versos del Credo que rezamos.
Y la vida misma, los “signos de los tiempos”, para las “personas de espíritu”, nos marca la orientación y los caminos que hemos de seguir para ser fieles al Padre de Jesús, en el Espíritu.
O como ha dicho un amiguete mío no hace mucho: “En el Espíritu, por el Hijo al Padre”, justamente como quien se santigua, sólo que al revés.

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