XXX Domingo del Tiempo Ordinario



Lectura del libro del Éxodo (22, 20-26)


Esto dice el Señor:
20 «No maltratarás ni oprimirás al emigrante, pues emigrantes fuisteis vosotros en la tierra de Egipto.
21 No explotarás a viudas ni a huérfanos. 22 Si los explotas y gritan a mí, yo escucharé su clamor, 23 se encenderá mi ira y os mataré a espada; vuestras mujeres quedarán viudas y vuestros hijos huérfanos.
24 Si prestas dinero a alguien de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero cargándole intereses.
25 Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, 26 porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.

Palabra de Dios

Salmo responsorial [17, 2-3a. 3bc-4. 47 y 51ab (R/.: 2)]


R/. Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.

V/. Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza,
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. R/.

V/. Dios mío, peña mía, refugio mío,
escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos. R/.

V/. Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador.
Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu ungido. R/.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (1, 5c-10)


Hermanos:
5c Sabéis cómo nos comportamos entre vosotros para vuestro bien. 6 Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la Palabra en medio de una gran tribulación, con la alegría del Espíritu Santo. 7 Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya.
8 No solo ha resonado la palabra del Señor en Macedonia y en Acaya desde vuestra comunidad, sino que además vuestra fe en Dios se ha difundido por doquier, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, 9 ya que ellos mismos cuentan los detalles de la visita que os hicimos: cómo os convertisteis a Dios, abandonando los ídolos, para servir al Dios vivo y verdadero*, 10 y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro.

Palabra de Dios

Aleluya (Jn 14, 23)


R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. El que me ama guardará mi palabra —dice el Señor—,
y mi Padre lo amará, y vendremos a él. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22, 34-40)


En aquel tiempo, 34 los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar 35 y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
36 «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?».
37 Él le dijo:
«“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”.
38 Este mandamiento es el principal y primero. 39 El segundo es semejante a él:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
40 En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».

Palabra del Señor.

Homilía


A nadie ya se nos puede achacar no saber responder a la pregunta que le hacen a Jesús sobre cuál es el primero y principal mandamiento de la ley de Dios; en cualquier catequesis de cualquier parroquia del mundo se enseña que los cristianos debemos amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, y que estos dos principios se encierran en uno solo, de modo indivisible e inseparable. No nos justificamos por rezarle mucho a Dios y tener su santo nombre en los labios si no miramos por el bien del prójimo y no le atendemos en sus necesidades.
Amar a Dios y amar al ser humano son una sola moneda con dos caras, la cruz con su palo vertical y su palo horizontal, la fe que se justifica por las obras y las obras que expresan fe.
¿De qué sirve decir que amo a Dios si no amo al hermano, para qué sirve un palo vertical si falta el horizontal, de qué fe me enorgullezco si no tengo obras que ofrecer?
Pero esto dicho, no es suficiente. Amar se conjuga con facilidad, incluso podría decirse que en nuestros tiempos con demasiada incosciencia y falta de profundidad.
Cuando Jesús habla del amor, no emplea cualquier palabra, no le da cualquier sentido. ¿De qué amor, pues? Toma palabras antiguas, nada menos que del libro del Levítico y del Deuteronomio, en el Antiguo Testamento, que tan bien nos nos explica el libro del Éxodo que acabamos de escuchar: viene a decirnos que amor no es simplemente sentir afecto o no poner fronteras entre las personas; amor es no maltratar ni oprimir, no exigir usura ni poner cargas excesivas, ceder y prestar, acoger y acompañar, perdonar y devolver.
Pero Jesús añade palabras nuevas: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
Y, sobre todo, pone en ello su propia vida: Nos enseña a amar amándonos. Su ejemplo es su enseñanza y su mandato al mismo tiempo.
Id y haced vosotros lo mismo es en este domingo el encargo que Jesús nos encomienda de ser samaritanos buenos con nuestros semejantes, a los que hemos de tratar como hermanos.

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario



Lectura del libro de Isaías (25, 6-10a)


6 Preparará el Señor del universo para todos los pueblos,
en este monte, un festín de manjares suculentos,
un festín de vinos de solera;
manjares exquisitos, vinos refinados.
7 Y arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos,
el lienzo extendido sobre todas las naciones.
8 Aniquilará la muerte para siempre.
Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros,
y alejará del país el oprobio de su pueblo
—lo ha dicho el Señor—.
9 Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios.
Esperábamos en él y nos ha salvado.
Este es el Señor en quien esperamos.
Celebremos y gocemos con su salvación,
10 porque reposará sobre este monte la mano del Señor».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial [(22, 1-3a. 3b-4. 5. 6. (R/.: 6cd)]


R/. Habitaré en la casa del Señor,
por años sin término.

V/. El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.

V/. Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.

V/. Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.

V/. Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por amor sin término. R/.

Lectura de la carta de san Pablo a los Filipenses (4, 12-14. 19-20)


Hermanos:
12 Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy avezado en todo y para todo: a la hartura y al hambre, a la abundancia y a la privación. 13 Todo lo puedo en aquel que me conforta. 14 En todo caso, hicisteis bien en compartir mis tribulaciones.
19 En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús.
20 A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios.

Aleluya (Cf. Ef 1, 17-18)


R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. El Padre de nuestro Señor Jesucristo
ilumine los ojos de nuestro corazón,
para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22, 1-14)


En aquel tiempo 1 volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, diciendo:
2 «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; 3 mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. 4 Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados:
“Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”.
5 Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, 6 los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron.
7 El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.
8 Luego dijo a sus criados:
“La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. 9 Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”.
10 Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. 11 Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta 12 y le dijo:
“Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”.
El otro no abrió la boca. 13 Entonces el rey dijo a los servidores:
“Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
14 Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».

Palabra del Señor.

Homilía


El mensaje de las lecturas de hoy tiene una acuciante actualidad. Dios llama a todos, hoy como ayer. La respuesta de cada uno puede ser un sí o un no. Esa respuesta es la que marca la diferencia entre unos y otros. Si preferimos las tierras o los negocios, quiere decir que es eso lo que de verdead nos interesa. El banquete es el mismo para todos, pero unos valoran más sus fincas y sus negocios y no les interesa. Todo el evangelio es una invitación; si no respondemos que sí con nuestra vida, estamos diciendo que no.
Cuando el texto dice que los primeros invitados no se lo merecían, tiene razón, pero existe el peligro de creer que los llamados en segunda convocatoria son los que lo merecían. El centro del mensaje del evangelio está en que invitan a todos: malos y buenos. Esto es lo que no terminamos de aceptar. Seguimos creyéndonos los elegidos, los privilegiados, los buenos con derecho a excluir: “fuera de la Iglesia no hay salvación”.
Como parábola, el punto de inflexión está en rechazar la oferta. Nadie rechaza un banquete. Ojo a los motivos de los primeros invitados para rechazar la oferta. La llamada a una vida en profundidad queda ofuscada, entonces y ahora, por el hedonismo superficial. El peligro está en tener oídos para los cantos de sirenas, y no para la invitación que viene de lo hondo de nuestro ser que nos invita a una plenitud humana. La clave está en descubrir lo que es bueno y separarlo de lo que es aparentemente bueno.
No puede haber banquete, no puede haber alegría, si alguno de los invitados tiene motivos para llorar. Solamente cuando hayan desaparecido las lágrimas de todos los rostros, podremos sentarnos a celebrar la gran fiesta. La realidad de nuestro mundo nos muestra muchas lágrimas y sufrimiento causados por nuestro egoísmo. Seguimos empeñados en el pequeño negocio de nuestra salvación individual, sin darnos cuenta de que una salvación que no incorpora la salvación del otro, no es cristiana ni humana.
Dios no nos puede dar ni prometer nada, porque ya nos lo ha dado todo. Nuestra propia existencia es ya el primer don. Ese regalo está demasiado envuelto, podemos pasar toda la vida sin descubrirlo. Esta es la cuestión que tenemos que dilucidar como cristianos. El problema de los creyentes es que presentamos un regalo excelente en una envoltura que da asco. No presentamos a la juventud un cristianismo que lleve a la felicidad humana, más allá de las trampas en las que hoy caen precisamente la mayoría de los jóvenes.
Efectivamente, es la mejor noticia: Dios me invita a su mesa. Pero el no invitar a mi propia mesa a los que pasan hambre, es la prueba de que no he aceptado su invitación. La invitación no aceptada se volverá contra mí. Sigue siendo una trampa el proyectar la fiesta, la alegría, la felicidad para el más allá. Nuestra obligación es hacer de la vida, aquí y ahora, una fiesta para todos. Si no es para todos, ¿quién puede alegrarse de verdad?
(Fray Marcos)

XXV Domingo del Tiempo Ordinario


Lectura del libro de Isaías (55, 6-9)


6 Buscad al Señor mientras se deja encontrar,
invocadlo mientras está cerca.
7 Que el malvado abandone su camino,
y el malhechor sus planes;
que se convierta al Señor, y él tendrá piedad,
a nuestro Dios, que es rico en perdón.
8 Porque mis planes no son vuestros planes,
vuestros caminos no son mis caminos
—oráculo del Señor—.
9 Cuanto dista el cielo de la tierra,
así distan mis caminos de los vuestros,
y mis planes de vuestros planes.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial [144 , 2-3. 8-9. 17-18 (R/.: 18a)]


R/. Cerca está el Señor de los que lo invocan

R/. Día tras día te bendeciré,
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor y merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza. R/.

R/. El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R/.

R/. El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente. R/.

Lectura de la carta de san Pablo a los Filipenses (1, 20c-24. 27a)


Hermanos:
20 Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte.
21 Para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia. 22 Pero, si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero, no sé qué escoger.
23 Me encuentro en esta alternativa: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; 24 pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros.
27 Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.

Palabra de Dios.

Aleluya (Cf. Hch 16, 14b)


R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. Abre, Señor, nuestro corazón,
Para que aceptemos las palabras de tu Hijo. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (20, 1-16)


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
1 El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. 2 Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
3 Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo 4 y les dijo:
“Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido”.
5 Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.
6 Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:
“¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”.
7 Le respondieron:
“Nadie nos ha contratado”.
Él les dijo:
“Id también vosotros a mi viña”.
8 Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz:
“Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”.
9 Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. 10 Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. 11 Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo:
12 “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.
13 Él replicó a uno de ellos:
“Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? 14 Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. 15 ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”.
16 Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».

Palabra del Señor.

Homilía


Bendito sea Dios, que es Padre, y nos ha mostrado su amor en su propio Hijo, dándonoslo todo entero sin reservarse nada, para que nosotros tengamos vida, y una vida plena en el Espíritu.
Bendito sea Dios que nos mira, y al mirarnos hace brillar nuestra dignidad depreciada por el pecado y desquiciada por el egoísmo.
Bendito sea Dios, el solo Bueno, que nos tiene a todos en su corazón, sin juzgarnos ni menguar nuestra libertad y autonomía.
Bendito sea Dios, cuyas bendiciones son incondicionales y alcanzan a todos empezando por los últimos, los más pequeños.
Bendito sea Dios, que nos ha constituido su pueblo y su linaje, para que gocemos ya de sus promesas aquí y ahora.
Bendito sea Dios, que mirando nuestra pequeñez no ha tenido reparo en llenarnos de su gloria en Cristo, glorificado en nuestro propio cuerpo.
Bendito Dios, y benditos todos nosotros, llamados a vivir el Evangelio de Cristo, Buena Nueva para un mundo doliente y atemorizado por tantas malas noticias.
Bendito sea el Dios de la vida que nos asegura que en la vida y en la muerte somos suyos, que de Él procedemos y hacia Él caminamos. Sus manos nos sostienen en todo momento y en su presencia existimos y somos.
Bendito sea Dios, que hoy nos ha congregado en este templo para hacer memoria de su Hijo Jesucristo y decirnos una vez más cuánto nos ama.
Bendito sea Dios, que ha derramado en nosotros el Espíritu Santo, y con Él nos ha sembrado la fe, la esperanza, el suave vínculo de la caridad, para que, hechos uno en Cristo, proclamemos a una sola voz: Creo en un solo Dios…

21º Domingo del Tiempo Ordinario




Lectura del libro de Isaías (22, 19-23)


Esto dice el Señor a Sobna, mayordomo de palacio:
19 «Te echaré de tu puesto,
te destituirán de tu cargo.
20 Aquel día llamaré a mi siervo,
a Eliaquín, hijo de Esquías,
21 le vestiré tu túnica,
le ceñiré tu banda,
le daré tus poderes;
será padre para los
habitantes de Jerusalén
y para el pueblo de Judá.
22 Pongo sobre sus hombros
la llave del palacio de David:
abrirá y nadie cerrará;
cerrará y nadie abrirá.
23 Lo clavaré como una estaca en un lugar seguro,
será un trono de gloria para la estirpe de su padre».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial [137, 1bcd-2a. 2bcd-3. 6 y 8bc (R/. 8bc)]


R/. Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.

R/. Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
Porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario. R/.

R/. Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor de mi alma. R/.

R/. El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.

Lectura de la carta de san Pablo a los Romanos (11, 33-36)


33 ¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!
34 En efecto, ¿quién conoció la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero? 35 O ¿quién le ha dado primero para tener derecho a la recompensa?
36 Porque de él, por él y para él existe todo. A él la gloria por los siglos. Amén.

Palabra de Dios.

Aleluya (Cf. Mt 16, 18)


R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia,
y el poder del infierno no la derrotará. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (16, 13-20)


En aquel tiempo 13 al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».
14 Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
15 Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
16 Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
17 Jesús le respondió:
«¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
18 Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
19 Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
20 Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Palabra del Señor.


Homilía


Tal vez la conclusión más importante que se pueda extraer de las lecturas que acabamos de escuchar es la siguiente: Dios sí confía en el ser humano.
Qué extraño, verdad, confiar en un ser tan voluble y tan poco consistente como el ser humano. Sólo a Dios se le podía ocurrir semejante barbaridad. Nosotros, que nos conocemos algo, no solemos hacerlo; no creemos ni en nosotros mismos.
Sin embargo, ahí está Dios, poniéndose en nuestras inconsistentes manos. Él sabe muy bien que Pedro, que en Cesarea de Filipo reconoce a Jesús como “el Cristo, el Hijo de Dios vivo”, es el mismo que luego, durante la pasión, en casa de Caifás, dirá: “no, no le conozco”. Y ya antes, había intentado sacar tajada personal con la promesa de alguna prebenda ‘ministeril’ en el futuro reino mesiánico.
Esta debilidad de Pedro no es ningún impedimento para que Dios confíe en él, y en la humanidad en general. “Tú eres Pedro”, eres el que eres, hombre singular, de carne y hueso, débil como otros, pero bendito porque has acogido la revelación del Padre.
En nuestra hipocresía, nosotros exigimos que Pedro sea un dechado de perfecciones, por encima de los compañeros. Jesús, por el contrario, le felicita en cuanto escucha al Padre.
Dios confía en nosotros, hasta el extremo de ponerse en nuestras manos. Sabe cómo somos y nos confía la Iglesia, su Iglesia; y con ella todos los sacramentos, fuente inagotable del amor de Dios hacia todos los hombres. Somos sus administradores.
A pesar de que somos como somos, y que la gente nos ve con nuestras debilidades y defectos, y nos critican con tanta razón; a pesar de que no nos gustamos ni a nosotros mismos; a pesar de todo ello, Dios sí confía en nosotros y nos deja que tengamos las llaves que abran las puertas a un mundo nuevo acorde con su voluntad.
En lugar de llenarnos de soberbia y vanagloria, agradezcamos a Dios que tanto nos quiera y tanta responsabilidad haya depositado a nuestro cargo. Y pidámosle al mismo tiempo, su fuerza y su asistencia para hacerlo bien.

La Transfiguración del Señor



Lectura de la profecía de Daniel (7, 9-10.13-14)


9 Durante la visión, vi que colocaban unos tronos. Un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. 10 Un río impetuoso de fuego brotaba y corría ante él. | Miles y miles lo servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros.
13 Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia.
14 A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. Su poder es un poder eterno, no cesará. Su reino no acabará.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial [94, 1-2. 5-6. 9 (R.: cf. 1a. 9b)]


R/. El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra.

V/. El Señor reina, la tierra goza,
se alegran los islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono. R/.

V/. Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. R/.

V/. Porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses. R/.

Lectura de la segunda carta de san Pedro (1, 16-19)


Queridos hermanos:
16 No nos fundábamos en fábulas fantasiosas cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, sino en que habíamos sido testigos oculares de su grandeza.
17 Porque él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando desde la sublime Gloria se le transmitió aquella voz: «Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido». 18 Y esta misma voz, transmitida desde el cielo, es la que nosotros oímos estando con él en la montaña sagrada.
19 Así tenemos más confirmada la palabra profética y hacéis muy bien en prestarle atención como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y el lucero amanezca en vuestros corazones.

Palabra de Dios.

Aleluya (Cf. Mt 17, 5c)


R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (17, 1-9)


1 En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto.
2 Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
3 De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
4 Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
«Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
5 Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo».
6 Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
7 Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
«Levantaos, no temáis».
8 Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. 9 Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó:
«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

Palabra del Señor.


Homilía


Cada año recordamos, en el segundo domingo de Cuaresma, que Jesús, en ruta hacia Jerusalén, donde tenía que sufrir la pasión, se transfiguró ante Pedro, Santiago y Juan, en una especie de aparición anticipada del Resucitado. Es como si les hubiera dejado este mensaje que comprenderían más adelante: este que cada día veis entre vosotros con una vulgar figura humana y que pronto contemplaréis deshecho en la cruz, es el mismo que un día descubriréis glorificado.
Celebrar de nuevo este episodio de la vida de Jesús, en vez del 18º domingo del tiempo ordinario que hoy corresponde, es una invitación a integrarlo en nuestra vida cotidiana. Como Pedro, Santiago y Juan, también nosotros podemos recibir y acoger el don de percibir la presencia divina, todavía latente, que vive en el núcleo más auténtico de cada ser humano, allí donde reside su dignidad de hijo de Dios, que ningún pecado ni circunstancia alguna pueden destruir.
Entonces podemos amar a todos tal como son porque los vemos tal como serán. Y esto vale también para nosotros mismos. No hay mejor manera de fomentar la autoestima.

Jesús sube a la montaña para orar con sus discípulos. Sólo acompañándole allí, en oración intensa, los creyentes pueden descubrir su gloria. El Tabor no es simplemente un don de Dios, que regala a los creyentes la gracia de su manifestación en Jesucristo. El Tabor es a la vez la meta de un ascenso: sólo aquellos que van a la montaña, acompañando a Jesús en la subida y superando las ocupaciones y cuidados de este mundo, pueden encontrarle en verdad resucitado.
La oración nos descubre a Jesús en su verdad más honda, rodeado por Moisés y Elías, que avalan su camino de pasión y gloria. Igual que hará en la catequesis de Emaús (Lc 24, 39-49), Jesús se muestra aquí como final y gloria de un camino que había comenzado en Israel. Siendo experiencia de plena novedad, que transciende los momentos anteriores de la historia humana, la pascua nos permite recuperar de manera auténtica el pasado, reasumiendo así el camino de la ley (Moisés) y la esperanza israelita (profetas).
La oración pascual se entiende ahora como ascenso a la blancura celeste: el color de los vestidos de Jesús es signo de su nueva realidad transfigurada. Eso significa el término empleado por el texto (metemorphôthê, metamorfosis): Jesús cambió su forma y vino a presentarse como realidad más alta, reflejando así la gloria de los cielos.
Ésta es una epifanía pascual: manifestación gloriosa del Señor resucitado. Sobre el espacio de dureza de este mundo, superando el plano de violencia y lucha de los hombres, se desvela ahora el misterio de Jesús, que es plenitud de todo lo creado. Descubrir a Jesús es ascender al cielo, llegar hasta el futuro en el que Dios se manifiesta plenamente y nosotros nos podemos realizar también en plenitud.
Esa experiencia del Tabor, al conducirnos al misterio pascual de Jesucristo, nos mantiene, sin embargo, sobre el plano de este mundo. No podemos olvidar que somos criaturas; no podemos descuidar nuestro camino. Por eso Pedro se equivoca diciendo: qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas..., como deseando eternizar la escena de la gloria (igual que Magdalena en Jn 20, 17). Jesús responde como respondía a Magdalena (no me toques más...; vete y dile a mis hermanos...): cesa la nube de la gloria, el Señor exaltado se aleja y queda Jesús a quien avala la misma voz del Padre que se escucha desde el cielo: Este es mi Hijo elegido, escuchadle, es decir, “cumplid su palabra”.
La experiencia de la pascua vuelve así a llevarnos al espacio de la vida de Jesús al compromiso de su entrega por los hombres, como ha señalado la versión paralela de Lucas al decir que Moisés y Elías conversaban con él sobre el “éxodo” o camino que Jesús debía realizar en Jerusalén (Lc 9, 31); de esa forma le confortan mientras sube hacia Calvario.
Un Tabor de pura gloria, un camino pascual que quisiera convertirse en simple gozo, sin ofrenda de la vida (Cruz), sería contrario al ideal de Jesucristo. La experiencia del creyente se convierte así en lugar donde se juntan y fecundan vida y muerte, gloria pascual y Calvario. Separada una de otra, ambas acaban perdiendo su sentido. [Tomado de Xavier Pikaza]

17º Domingo del Tiempo Ordinario



Lectura del primer libro de los Reyes (3, 5. 7-12)


En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo:
5 En aquellos días, el Señor se apareció de noche en sueños a Salomón y le dijo:
 «Pídeme lo que deseas que te dé».
7 Salomón respondió:
«Señor mi Dios: Tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David mi padre, pero yo soy un muchacho joven y no sé por dónde empezar o terminar. 8 Tu siervo está en medio de tu pueblo, el que tú te elegiste, un pueblo tan numeroso que no se puede contar ni calcular. 9 Concede, pues, a tu siervo, un corazón atento para juzgar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal. Pues, cierto, ¿quién podrá hacer justicia a este pueblo tuyo tan inmenso?».
10 Agradó al Señor esta súplica de Salomón.
11 Entonces le dijo Dios:
«Por haberme pedido esto y no una vida larga o riquezas para ti, por no haberme pedido la vida de tus enemigos sino inteligencia para atender a la justicia, 12 yo obraré según tu palabra: te concedo, pues, un corazón sabio e inteligente, como no ha habido antes de ti ni surgirá otro igual después de ti».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial [118 , 57 y 72. 76-77. 127-128. 129-130 (R/.: 97a)]


R/. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!

V/. Mi porción es el Señor;
he resuelto guardar tus palabras.
Más estimo yo la ley de tu boca,
que miles de monedas de oro y plata. R/.

V/. Que tu voluntad me consuele,
según la promesa hecha a tu siervo;
cuando me alcance tu compasión,
viviré, y tu ley será mi delicia. R/.

V/. Yo amo tus mandatos,
más que el oro purísimo;
por eso aprecio tus decretos
y detesto el camino de la mentira. R/.

V/. Tus preceptos son admirables,
por eso los guarda mi alma;
la explicación de tus palabras ilumina,
da inteligencia a los ignorantes. R/.

Lectura de la carta de san Pablo a los Romanos (8, 28-30)


Hermanos:
28 Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio. 29 Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos.
30 Y a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

Palabra de Dios.

Aleluya (Cf. Mt 11, 25)


R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. Bendito seas, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has revelado los misterios del reino a los pequeños. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (13, 44-52)


El aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
44 El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
45 El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, 46 que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.
47 El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: 48 cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
49 Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos 50 y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
51 ¿Habéis entendido todo esto?».
Ellos le responden:
«Sí».
52 Él les dijo:
«Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo».

Palabra del Señor.

Homilía


Hay que hacerse pequeño para dejar espacio en nosotros a Cristo. Ese es nuestro único tesoro del que hablan estas tres sencillas parábolas del evangelio.
No perdamos el tiempo buscando por ahí fuera, está en nosotros. Desprendámonos de cuanto nos estorba, de manera que quede patente la marca de Dios impresa en nuestra propia naturaleza: imagen del que nos crea y nos mantiene en la existencia.
San Pablo lo resume en esta frase “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” de su carta a los Gálatas, que condensa lo que acabamos de escucharle en la segunda lectura: “Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio. 29 Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos”.
¿Qué hay en nosotros de más noble sino nuestra humanidad? El tesoro que escondemos es el propio Dios presente en nosotros.
Bien lo entendió Santa Teresita de Lisieux:
“¡Oh cuántas almas hay en la tierra
que andan en vano en busca de la dicha!
En cuanto a mí, mi caso es el contrario:
en mi interior yo encuentro la alegría.
Mi alegría no es algo pasajero,
pues que yo la poseo de por vida;
como rosa que se abre a la mañana,
me sonríe sin quiebra día a día”.
Valga también esta meditación final de un sacerdote sabio:
“En tu propio campo tienes el único tesoro.
Si aún no te has dado cuenta,
es que lo has buscado en otro campo
o que no has ahondado lo suficiente.
Una vez descubierto lo que hay de Dios en ti,
todo lo demás es coser y cantar.
Si no experimentas al Dios vivo en el fondo de tu ser,
todos los esfuerzos por llegar, serán inútiles” (Fray Marcos).

16º Domingo del Tiempo Ordinario




Lectura del libro de la Sabiduría (12, 13. 16-19)


13 Fuera de ti no hay otro Dios que cuide de todo,
a quien tengas que demostrar que no juzgas injustamente;
16 Porque tu fuerza es el principio de la justicia
y tu señorío sobre todo te hace ser indulgente con todos.
17 Despliegas tu fuerza ante el que no cree en tu poder perfecto
y confundes la osadía de los que lo conocen.
18 Pero tú, dueño del poder, juzgas con moderación
y nos gobiernas con mucha indulgencia,
porque haces uso de tu poder cuando quieres.
19 Actuando así, enseñaste a tu pueblo
que el justo debe ser humano
y diste a tus hijos una buena esperanza,
pues concedes el arrepentimiento a los pecadores.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial [85, 5-6. 9-10. 15-16a (R/.: 5a)]


R/. Tú, Señor, eres bueno y clemente

V/. Tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica. R/.

V/. Todos los pueblos vendrán
a postrarse en tu presencia, Señor,
bendecirán tu nombre:
«Grande eres tú y haces maravillas,
tú eres el único Dios». R/.

V/. Pero tú, Señor,
Dios clemente y misericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y leal,
mírame, ten compasión de mí. R/.

Lectura de la carta de san Pablo a los Romanos (8, 26-27)


Hermanos:
26 El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.
27 Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.

Palabra de Dios.

Aleluya (Cf. Mt 11, 25)


R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. Bendito seas, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has revelado los misterios del reino a los pequeños. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (13, 24-43)


En aquel tiempo, 24 Jesús propuso otra parábola a la gente diciendo:
«El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; 25 pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. 26 Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. 27 Entonces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”.
28 Él les dijo:
“Un enemigo lo ha hecho”.
Los criados le preguntan:
“¿Quieres que vayamos a arrancarla?”.
29 Pero él les respondió:
“No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. 30 Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».
31 Les propuso otra parábola:
«El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo; 32 aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros del cielo a anidar en sus ramas».
33 Les dijo otra parábola:
«El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta».
34 Jesús dijo todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les hablaba nada, 35 para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta:
«Abriré mi boca diciendo parábolas;
anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo».
36 Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo».
37 Él les contestó:
«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; 38 el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; 39 el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el final de los tiempos y los segadores los ángeles. 40 Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos: 41 el Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad, 42 y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. 43 Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.

Palabra del Señor.

Homilía


Que Jesús se exprese por medio de parábolas indica el respeto que nos tiene. Podría emitir mandatos: escuetos, categóricos, indiscutibles. Pero entonces simplemente obedeceríamos sin reflexionar. Él no es un jefe sino un pastor; no es un gobernante, es un amigo. No tiene una verdad que imponer, es un enamorado del Reino del Padre y nos lo ofrece por el procedimiento de la seducción.
Aunque luego las explique, las parábolas que Jesús utiliza son sencillas y al alcance de cualquiera; tienen contenido, pero siempre admiten ser interpretadas porque están abiertas.
Con las tres parábolas de este pasaje evangélico podríamos tener un largo debate y muchos comentarios, y no terminaríamos de apurar todo su sentido. Una sola idea, que me parece común a las tres: acostumbrémonos a convivir, ni excluyamos a nadie ni nos impongamos a los demás. Estamos llamados a vivir juntos, incluso revueltos, y dejemos el juicio final a quien corresponda, que no somos nosotros.
La historia es larga y da muchas vueltas; lo que juzgamos malo puede no serlo; lo que consideramos bueno, tal vez sea mejorable. No es que todo sea relativo, es que hay demasiadas variables a tener en cuenta, y puede que sólo conozcamos unas pocas.
En fin, que los creyentes en Jesús deberíamos preocuparnos por ser humanos, verdaderamente humanos, simplemente humanos.

Música Sí/No