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Domingo del Corpus Christi



Lectura del libro del Deuteronomio (8, 2-3.14b-16a)


Habló Moisés al pueblo y dijo:
2 «Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para probarte y conocer lo que hay en tu corazón: si observas sus preceptos o no.
3 Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para hacerte reconocer que no solo de pan vive el hombre, sino que vive de todo cuanto sale de la boca de Dios.
14 No olvides al Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud, 15 que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con serpientes abrasadoras y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; 16 que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial [147 , 12-13. 14-15. 19-20 (R/.: 12a)]


R/. Glorifica al Señor Jerusalén.

V/. Glorifica al Señor, Jerusalén,
alaba a tu Dios, Sión,
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.

V/. Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra
y su palabra corre veloz. R/.

V/. Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.

Lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios (10, 16-17)


Hermanos:
16 El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo?
17 Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan.

Palabra de Dios.

Aleluya Jn 6, 51


R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo —dice el Señor—;
el que coma de este pan vivirá para siempre. R/.


Evangelio de Jesucristo según san Juan (6, 51-58)


En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
51 «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
52 Disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».
53 Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
55 Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. 57 Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
58 Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».

Palabra del Señor.


Homilía


“Sin ustedes nada de esto sería posible” o “Por vosotros cualquier cosa merecería la pena” son frases que se escuchan de vez en cuando dichas por quien recibe un reconocimiento público o alcanza una meta tras gran esfuerzo personal.
Y, aunque es verdad que solemos agradecer con nuestro aplauso esas palabras, también es cierto que no siempre nos consideramos parte responsable de lo alcanzado por la persona galardonada. Al fin y al cabo, pensamos, ha sido ella quien se ha esforzado y ha sabido triunfar. Ella solita.
En realidad, nadie vive solo ni hace solo nada en absoluto. Desde que somos engendrados estamos en relación, somos relación, y sin los demás, poco contaríamos.
Algo semejante sucede con la Eucaristía: no sería nada sin nosotros. Apenas un fetiche si no nos implicamos.
“Mi Cuerpo que se entrega por vosotros” y “Mi Sangre derramada por vosotros y por muchos” carecerían de significado sin nuestro “Amén”. “Así es”, “Así sea” es la respuesta que damos al Jesús Eucaristía; acto de fe y compromiso que rompe los estrechos límites en que nos empeñamos en reducir al Sacramento.
Sin nuestro “Amén” sólo quedaría pan y vino. Lo que se consagra –y se transustancia— en la Eucaristía es el pan que ofrece una comunidad, la fe que confiesan los que celebran y el compromiso por transformar en mundo hacia el Reino de Dios de quienes comen en la mesa. Nuestro “Amén” hace posible que todo ello sea Cuerpo de Cristo. Por eso debemos expresarlo, tras meditarlo, orarlo y decidirlo responsablemente.
Al contestar: “Así es” estamos haciendo un acto de fe, estamos reconociendo que “así es” que lo que voy a recibir es la vida de Cristo, para que esté Él dentro de mí y yo dentro de Él, que Él viva en mí y yo en Él. Amén es la fórmula más corta del Credo, es el resumen, en una sola palabra, de nuestra fe.
Además, al contestar “Amén”, estamos haciendo una oración, estamos expresando el deseo de “que así sea”, es decir, que yo me convierta en lo que recibo, que me convierta en Cristo y viva como Cristo para dar vida a otras personas. Eso es evangelizar, dice el Papa Francisco, dar vida.
Hoy, la Iglesia nos recuerda que tenemos la Eucaristía como centro de la vida cristiana en la celebración de la fe. Pero añade algo que no debemos olvidar: que hoy es el día de la Caridad. Lo cual quiere decir que si en la liturgia lo central es la Misa, en todo lo demás el puesto de honor y de referencia es el ejercicio del amor, el sacramento del hermano.
Mesa y solidaridad, comida y trato fraterno, oración y trabajo por un mundo mejor son los dos palos de la cruz que preside en todo momento a la comunidad cristiana y a cada persona bautizada.
Sin ella, sin la cruz, vertical y horizontal, no seguiremos a Jesús, que en estrecha intimidad con el Padre y movido por el Espíritu pasó por la vida haciendo el bien.
Seamos gota de sangre en la única sangre de Cristo, miembros del único cuerpo de Cristo, para que tengamos vida en abundancia que desborde a favor de nuestros hermanos.

Domingo del Corpus Christi


El relato evangélico de la última cena de Jesús según San Marcos es breve y conciso: Jesús toma el pan y el vino y con ellos y sobre ellos pronuncia las palabras que constituyen el momento central de nuestra Eucaristía:. Esto es mi cuerpo, tomad y comed. Esto es mi sangre, tomad y bebed. Pero dice algo más, y no es menos importante; lo deberíamos tener bien presente para que no faltaran en nuestras celebraciones.
Tiene un antes: Jesús encarga la preparación. No se trata de una comida más, a la que hay que asistir porque es la hora y toca. En principio iban a celebrar la cena de Pascua, y eso es lo que esperaban los discípulos.
Y tiene un después: tras la comida, todos salen hacia el Monte de los Olivos, porque la historia no termina, continúa avanzando.
Cuando la Iglesia nos invita a celebrar el Corpus, no sólo está diciendo que asistamos a misa. Antes nos hace caer en la cuenta no sólo de lo que traemos en las manos, sino también cómo y con quienes estamos viviendo, qué estamos haciendo, de dónde venimos y hacia dónde estamos dispuestos a dirigir nuestros pasos.
Y nos despide invocando sobre nosotros la bendición del Dios Trinidad para que continuemos la tarea, la misión recibida del Señor.
Añadir a la palabra latina «Corpus», fácilmente inteligible para cualquiera, la frase «Día de la Caridad», para denominar el día de hoy, puede resultar para algunas personas innecesario y sin embargo hoy como siempre nos coloca a todos ante la terrible pregunta: ¡Qué has hecho con tu hermano!
A estas alturas de la historia de la humanidad, todavía es posible contestar evasivamente ¿Quién es mi hermano? Porque es muy posible encogerse de hombros y concluir negando cualquier responsabilidad ¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?
Por imposible que nos parezca, así vive un importante número de seres humanos, ignorantes, ajenos, e incluso explícitamente negadores de lo que ocurre a su alrededor.
“Globalización de la indiferencia” lo llama papa Francisco, y se refiere al olvido de Dios y de los hermanos como uno de los grandes males de nuestro tiempo.
La comunión eucarística, que nos transforma en Cristo y nos permite crecer como miembros de su cuerpo, nos libera también de nuestros egoísmos y de la búsqueda de los propios intereses. Por eso es de agradecer y reconforta que, en tiempos en que se habla de poca asistencia a misa y de escaso interés de los jóvenes, nuestras asambleas eucarísticas suelen ser numerosas y con amplia asistencia de edades.
Seamos conscientes de que al entrar en comunión con los sentimientos de Cristo, muerto y resucitado por nuestra salvación, se nos abre la mente y se ensancha el corazón para que quepan en él todos los hermanos, especialmente lo necesitados y marginados.
Termino con unas palabras de Francisco papa, convertidas en virales a través de los medios sociales de comunicación: “Les quiero pedir un favor. Les quiero pedir que caminemos juntos todos, cuidemos los unos a los otros, cuídense entre ustedes, no se hagan daño, cuídense, cuídense la vida. Cuiden la familia, cuiden la naturaleza, cuiden a los niños, cuiden a los viejos; que no haya odio, que no haya pelea, dejen de lado la envidia, no le saquen el cuero a nadie. Dialoguen, que entre ustedes se viva el deseo de cuidarse”.

Domingo del Corpus Christi


Con demasiada facilidad, incluso ligereza, nos referimos a la Misa como si fuera algo de otro mundo, puramente espiritual. Decimos el pan de los ángeles o el pan del cielo y nos quedamos tan tranquilos. Se celebra y se vive de tal manera la Eucaristía que parece no tener nada que ver con la tierra que pisamos. De ahí que puedan tener razón quienes critican a los cristianos que comulgan con frecuencia pero siguen haciendo lo mismo un día y otro día.
Sin cura no hay eucaristía. Así son las cosas.
Sin pan no hay eucaristía. Aunque parezca raro, así también es la cosa.
Y hay más: sin hambre, no hay eucaristía. La Eucaristía tiene sentido y es necesaria porque hay hambre.
Y en nuestro siglo XXI el hambre es una cruel realidad.
Hambre de pan: millones de seres humanos, particularmente niños, mueren cada año de hambre.
Hambre de dignidad: mujeres que sufren violencia machista, niños que son objeto de abusos de los mayores, pueblos enteros son ninguneados en las decisiones importantes que se toman desde despachos del poder.
Hambre de sentido: en esta sociedad se aplanan los sentimientos machacando a base de incitar al consumo y a vivir muellemente.
Por eso resuenan hoy con especial fuerza las lecturas que acabamos de escuchar. “Recuerda Israel que tu Dios te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres” dice la primera de ellas. “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre”. Quien dice esto es el Jesús, el hombre histórico que calmó tantas hambres y que entendió el sufrimiento de tantos hambrientos. Y finalmente San Pablo no pudo decir con menos palabras todo lo que dijo: el pan y el vino que comulgamos nos asocian de tal manera a Cristo que formamos un solo cuerpo, como uno solo es el pan que comemos.
La Iglesia desde el principio entendió lo que significa la eucaristía y la vinculó al mandamiento del amor fraterno. “Eran constantes en la fracción del pan, todo lo tenían en común y nadie pasaba necesidad”, se lee en Hechos de los Apóstoles. Y San Pablo a sus amigos de Corinto les escribe: “Si cuando estáis en la asamblea unos comen mucho mientras otros pasan necesidad, estáis profanando el Cuerpo de Cristo”.
Están tan unidas ambas realidades que se celebran juntos hoy el día del Corpus Christi y el día de la Caridad. Al unirlas estamos recordando que comulgar el Cuerpo de Cristo está íntimamente unido a compartir el pan y la vida con los demás. Este vivir fraterno está indicándonos una doble actividad: por un lado prestar atención a las necesidades de nuestro contexto cercano para que, de lo que de nosotros dependa, nadie pase hambre de pan, de dignidad, de sentido; y por otro, ampliar la perspectiva hacia el mundo y practicar la “caridad política”. Es decir, unir nuestras fuerzas y nuestras voces a la de tantos colectivos y personas que, desde diferentes culturas y creencias, apuestan por un mundo más humano, más igualitario y más capaz de contagiar sentido. Comulgar el Cuerpo de Cristo en una sociedad marcada por la injusticia, supone permanecer en la esperanza activa de que “otro mundo es posible”.

Domingo del Corpus Christi

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El mismo Jesús que dijo: «Yo soy el pan de vida; quien viene a mí no tendrá hambre y quien cree en mí no tendrá sed jamás», hoy ante una multitud hambrienta y sedienta dice a sus discípulos, nos dice a todos nosotros: «Dadles vosotros de comer».
Si el Jueves Santo hacíamos memoria de Jesús tomando el pan y el vino y entregándose a través de ellos para la vida del mundo, hoy es Jesús quien nos recuerda que aquel gesto no puede quedarse en un simple recuerdo del pasado. Mientras haya hambrientos y sedientos Él estará ofreciéndose a sí mismo a través de quienes hemos sido bautizados en su nombre, y por él hemos pasado de la muerte a la vida para anunciar a los pobres el año de gracia del Señor, la liberación de su esclavitud.
Esas palabras hoy y ahora están directamente dirigidas a quienes nos hemos sentado a su mesa para comerlo y beberlo. Pero antes nos avisa, por si lo hubiéramos olvidado: «Sed mis testigos hasta el confín de la tierra».
Comulgar con Jesús es, no sólo también, sino sobre todo, comulgar con los hermanos y participar con ellos en la lucha histórica contra todas las hambres de la humanidad. La Eucaristía que celebramos en el tiempo y en las iglesias es anticipo y anuncio del banquete del Reino de los Cielos, profecía y gesto de denuncia de este mundo empecatado por nuestra injusticia; y por tanto es también compromiso desde la fe en Jesús de implicarnos en su transformación y humanización.
Cáritas nos pide que colaboremos, que no seamos individualistas ni insolidarios. Y pide dinero, euros, para ayudar a quienes lo necesitan.

Por otra parte, el papa Francisco hoy celebra un gesto al que nos invita. A las cinco de la tarde inicia un acto de adoración eucarística en su sede de Roma. La Iglesia universal ha aceptado, y propone que a la misma hora, en cada lugar, también nos reunamos los cristianos y adoremos al Santísimo Sacramento. Puesto que Eucaristía es acción de gracias, contemplemos y adoremos desde la oración agradecida a quien nos abre los ojos del alma y del corazón hacia el sufrimiento de tantos seres humanos y, apelando a lo más sagrado que hay en nosotros, nos indica que la salvación de Dios pasa por nosotros que no somos meros instrumentos de su gracia, sino activos colabores de su plan redentor.
Lo que celebremos en esta parroquia constará de tres partes, y podemos estar libremente el tiempo que nos parezca. Empezaremos con el rezo de Vísperas ante el Santísimo expuesto y concluiremos cerca de las seis de la tarde con la Bendición.

Domingo del Corpus Christi




 
Todos los cristianos lo sabemos. La eucaristía dominical se puede convertir fácilmente en un "refugio religioso" que nos protege de la vida conflictiva en la que nos movemos a lo largo de la semana. Es tentador ir a misa para compartir una experiencia religiosa que nos permite descansar de los problemas, tensiones y malas noticias que nos presionan por todas partes. A veces somos sensibles a lo que afecta a la dignidad de la celebración, pero nos preocupa menos olvidarnos de las exigencias que entraña celebrar la cena del Señor. Nos molesta que un sacerdote no se atenga estrictamente a la normativa ritual, pero podemos seguir celebrando rutinariamente la misa, sin escuchar las llamadas del Evangelio.

El riesgo siempre es el mismo: Comulgar con Cristo en lo íntimo del corazón, sin preocuparnos de comulgar con los hermanos que sufren. Compartir el pan de la eucaristía e ignorar el hambre de millones de hermanos privados de pan, de justicia y de futuro.

En los próximos años se van a ir agravando los efectos de la crisis mucho más de lo que nos temíamos. La cascada de medidas que se nos dictan de manera inapelable e implacable irán haciendo crecer entre nosotros una desigualdad injusta. Iremos viendo cómo personas de nuestro entorno más o menos cercano se van empobreciendo hasta quedar a merced de un futuro incierto e imprevisible.

Conoceremos de cerca inmigrantes privados de asistencia sanitaria, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación, familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas por el desahucio, gente desasistida, jóvenes sin un futuro nada claro... No lo podremos evitar. O endurecemos nuestros hábitos egoístas de siempre o nos hacemos más solidarios.

La celebración de la eucaristía en medio de esta sociedad en crisis puede ser un lugar de concienciación. Necesitamos liberarnos de una cultura individualista que nos ha acostumbrado a vivir pensando solo en nuestros propios intereses, para aprender sencillamente a ser más humanos. Toda la eucaristía está orientada a crear fraternidad.

No es normal escuchar todos los domingos a lo largo del año el Evangelio de Jesús, sin reaccionar ante sus llamadas. No podemos pedir al Padre "el pan nuestro de cada día" sin pensar en aquellos que tienen dificultades para obtenerlo. No podemos comulgar con Jesús sin hacernos más generosos y solidarios. No podemos darnos la paz unos a otros sin estar dispuestos a tender una mano a quienes están más solos e indefensos ante la crisis.

José Antonio Pagola

Domingo del Corpus Christi


¿Qué estamos haciendo con el encargo que nos dejó Jesús?

Bien podría ser ésta la pregunta que hoy intentáramos responder todos, como Iglesia y como bautizados. Porque el Señor dijo “haced esto en memoria mía”, es decir, recordadme así, estaré yo presente entre vosotros cuando os juntéis y comáis el pan partido y os bebáis el vino derramado.

Se puso en nuestras manos, y somos nosotros los que al realizar el gesto provocamos el sacramento, lo traemos al presente, lo acercamos a nuestras vidas.

Decimos que es lo más que tenemos de Él. Que todo brota de ahí, y que nada que hagamos vale si no nos lleva de nuevo a la Mesa después de pasar por la vida.

Mesa que hemos cambiado por Misa. Y que no está mal, porque es Envío, compromiso para la Misión. Pero que no está bien, porque al decir misa decimos también rito, y entendemos precepto, y en lugar de celebrarla… la oímos.

¿La estaremos vaciando de sentido?

Una y otra vez acudimos a ella, y casi de repetirla la vamos perdiendo, o la convertimos en moneda de cambio para nuestras necesidades particulares religiosas.

Es lo mejor que tenemos y sin embargo interesa cada vez a menos personas. Dejan de venir porque se aburren, porque no le encuentran sentido, porque no produce ningún efecto, porque es cosa del cura, porque siempre es lo mismo, porque hay otras cosas mejores y mucho más entretenidas.

Me niego a pensar que quienes dejan de asistir hayan perdido su fe. No puedo aceptar que Jesús haya dejado de ser para quienes ya no vienen a misa un referente importante, ejemplo al tiempo que maestro, compañero y salvador.

Puede que ellos, los que ya no están, se hayan descuidado. Puede también que los que no nos hemos ido, tampoco estemos haciendo mucho más, y este gesto que tendría que ser profético, va languideciendo y reduciéndose a un simple estar.

La Eucaristía es algo más que una devoción individual. Es un acto de memoria colectiva, en cumplimiento del mandato de Jesús de repetir en memoria suya lo que él hizo por nosotros. Si prevalece el individualismo, no entendemos la dimensión comunitaria, la olvidamos, y los textos litúrgicos que siguen proclamándola nos resbalan.

Como decía san Pablo a los Corintios, formamos con Jesucristo y entre nosotros un solo cuerpo, porque participamos del mismo pan, y el cáliz de bendición que bendecimos es comunión con la sangre de Cristo. Él no cesa de enviar a la Iglesia su Espíritu, y lo hace sobre todo por medio de la Eucaristía. Todas las plegarias eucarísticas terminan con la epiclesis o invocación del Espíritu Santo, pidiendo que, a todos los que comulgamos del mismo pan y del mismo vino, nos una en Iglesia por la caridad. El Vaticano II afirma que “ninguna comunidad cristiana se puede formar si no tiene por raíz y quicio la celebración de la Eucaristía (Presb. ord. 6). Por eso decía el P. De Lubac: “La Iglesia hace la Eucaristía, pero la Eucaristía hace la Iglesia”.

Si cuando celebramos la Eucaristía olvidamos su dimensión comunitaria, hemos perdido la memoria colectiva cristiana y estamos en misa sin entender nada.

Domingo del Corpus Christi

Hacer memoria de Jesús

     Al narrar la última Cena de Jesús con sus discípulos, las primeras generaciones cristianas recordaban el deseo expresado de manera solemne por su Maestro: «Haced esto en memoria mía». Así lo recogen el evangelista Lucas y Pablo, el evangelizador de los gentiles.Desde su origen, la Cena del Señor ha sido celebrada por los cristianos para hacer memoria de Jesús, actualizar su presencia viva en medio de nosotros y alimentar nuestra fe en él, en su mensaje y en su vida entregada por nosotros hasta la muerte. Recordemos cuatro momentos significativos en la estructura actual de la misa. Los hemos de vivir desde dentro y en comunidad.
     La escucha del Evangelio. Hacemos memoria de Jesús cuando escuchamos en los evangelios el relato de su vida y su mensaje. Los evangelios han sido escritos, precisamente, para guardar el recuerdo de Jesús alimentando así la fe y el seguimiento de sus discípulos.
     Del relato evangélico no aprendemos doctrina sino, sobre todo, la manera de ser y de actuar de Jesús, que ha de inspirar y modelar nuestra vida. Por eso, lo hemos de escuchar en actitud de discípulos que quieren aprender a pensar, sentir, amar y vivir como él.
     La memoria de la Cena. Hacemos memoria de la acción salvadora de Jesús escuchando con fe sus palabras: "Esto es mi cuerpo. Vedme en estos trozos de pan entregándome por vosotros hasta la muerte... Éste es el cáliz de mi sangre. La he derramado para el perdón de vuestros pecados. Así me recordaréis siempre. Os he amado hasta el extremo".
     En este momento confesamos nuestra fe en Jesucristo haciendo una síntesis del misterio de nuestra salvación: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús". Nos sentimos salvados por Cristo nuestro Señor.
     La oración de Jesús. Antes de comulgar, pronunciamos la oración que nos enseñó Jesús. Primero, nos identificamos con los tres grandes deseos que llevaba en su corazón: el respeto absoluto a Dios, la venida de su reino de justicia y el cumplimiento de su voluntad de Padre. Luego, con sus cuatro peticiones al Padre: pan para todos, perdón y misericordia, superación de la tentación y liberación de todo mal.
     La comunión con Jesús. Nos acercamos como pobres, con la mano tendida; tomamos el Pan de la vida; comulgamos haciendo un acto de fe; acogemos en silencio a Jesús en nuestro corazón y en nuestra vida: "Señor, quiero comulgar contigo, seguir tus pasos, vivir animado con tu espíritu y colaborar en tu proyecto de hacer un mundo más humano".

José Antonio Pagola

Domingo del Corpus Christi


¡Cuántos ratos buenos! ¡Cuántas comidas juntos! En torno a Jesús se había constituido un grupo variopinto de personas que durante un tiempo no demasiado largo habían pasado, de vivir de forma individual y separada, a participar de los sueños que aquel ser humano portentoso, cuya palabra sosegaba el ánimo, atraía y arrastraba por su autoridad frente a la enfermedad y la injusticia, anunciaba como inminente el Reino de Dios y se dirigía a Yahvéh con la candidez de un niño, llamándole Abba.
Comieron en el campo, comieron en fiestas, comieron de los trigales de camino, comieron compartiendo en milagrosa solidaridad panes y peces. Junto a él cada uno se olvidaba de su apretado presente para vivir adelantado un futuro de utopía, igual que el pueblo Israel soñó con una tierra que manaba leche y miel. Junto a él y con él, vivieron ya de la plenitud aún no alcanzada, donde el hambre sería saciada y las lágrimas enjugadas.
Aquella cena, sin embargo, era distinta. Algo en el aire hacía presagiar que eso nuevo, que aún no, ya era inminente.
Y Jesús tomó el pan y dijo: Esto es mi cuerpo. Y tomó el cáliz y dijo esta es mi sangre. Y paradójicamente el evangelista no nos dice si comieron y bebieron, y tal parece que no. Que cada quien comió de su pan y bebió de su vino.
Y luego llegó el apresamiento, y el juicio y la condena. Su muerte les desanimó de tal manera que decidieron volverse para casa, todo había acabado, sólo fue un sueño.
Camino de Emaús, aquellos dos lo descubrieron partiendo el pan y ofreciendo el vino. Aquel gesto compartido y tantas veces repetido, eso tan natural y familiar de “comer juntos”, les abrió los ojos y el corazón.
En la playa fueron peces, en el cenáculo pescado asado. De nuevo la comida es el gesto que induce al reconocimiento: el Señor está vivo, no fue sueño, no; venció a la muerte y resplandece de vida.
Partir el pan por las casas se convirtió en el modo natural no sólo de recordar sino de hacer presente al Jesús resucitado. Comerlo y beberlo fue desde el principio la manera de decir que su utopía del Reino de Dios era ya presente, y vivir de él y para él era el santo y seña de identidad de los que juntos eran comensales.
Comer y beber juntos, desde entonces, hace Iglesia. Comulgar en comunidad al Señor hace Cuerpo de Cristo, Sacramento de Dios para la salvación del mundo. Desde entonces se adora a Jesucristo comulgándolo, haciéndolo propia vida, haciéndonos uno con Él.
Celebrar la Eucaristía es anunciar el Reino, es compromiso de solidaridad y justicia, es rebeldía contra la exclusión que cierra puertas, es promesa de paz universal que a todos llega.
No es posible, ni entonces ni ahora, comulgar con Jesús y no estar con comunión con toda la creación.

Música Sí/No