Domingo 26º del Tiempo Ordinario


Desde dónde miramos. La realidad es lo que es, pero cambia radicalmente según el lugar donde nos situemos para contemplarla. Las cosas se ven muy distintas desde una chabola a como se ven desde un palacio; desde quien se debate cada día por sobrevivir o desde quien vive en la burbuja de la frivolidad y el consumismo. No es lo mismo mirar desde la ventana que mirar desde un espejo. Mirar desde una ventana, aunque tenga cristal por medio, supone mirar el mundo; mirar al espejo es mirarse a uno mismo.
Jesús miró hacia donde nadie quería mirar. Se acercó a quienes la sociedad había desterrado y marginado. Habló y dio la palabra a las personas que vivían el silencio del abandono y el mutismo de la impotencia. Sanó cuerpos rotos y dignificó espíritus atribulados.
Los cristianos estamos actuando como Jesús, pero no del todo. Como Iglesia, desde Cáritas y otros organismos eclesiales estamos haciendo mucho, casi todo lo que humanamente podemos, por no dejar abandonadas a las personas que carecen de dignidad y de medios para vivir como seres humanos.
Individualmente, sin embargo, es posible que aún tengamos que hacer mucho más. Que cada cual se revise y trate de caer en la cuenta si mantiene o no ese abismo de indiferencia. Si estamos tendiendo puentes para unir o creando más distancia para no sentir, no viendo, no escuchando, no respondiendo.
Esta crisis ha provocado a la solidaridad dentro de las familias, yo diría que muy notablemente. También, sin embargo, nos ha narcotizado a todos ante lo que consideramos inevitable. Salvo cuatro que levantan la voz, la mayoría permanecemos en silencio, a la espera de tiempos mejores.
Sería necesario algo más. Tal vez realizar gestos llamativos y provocadores como los que hacía Jesús. Aún sabiendo que de esta manera nuestro destino estaría entonces unido al de Jesús. Y todos los aquí presentes lo conocemos. Que el Señor no nos deje nunca de su mano.

Domingo 25º del Tiempo Ordinaro


«No podéis servir a Dios y al dinero». Si lo hubiera dicho cualquier otra persona, no tendríamos que preocuparnos, porque se dicen tantas cosas…
Lo dijo Jesús. Y sabemos que Jesús no tenía «ni donde reclinar la cabeza». O sea, que predicaba con el ejemplo. Decía lo que él vivía. Sólo por eso lo deberíamos tener en cuenta.
Pero es que además Dios nos quiere, y nos quiere a todos. Y nos quiere unidos y hermanos, porque somos sus hijos. Y el dinero, que sirve para casi todo, también sirve para dividir y enfrentar a las personas, para hacernos daño y para explotarnos, para favorecer la injusticia y hacer imposible la verdadera paz.
Los cristianos hemos debatido a lo largo de la historia hasta la saciedad sobre la pobreza, pero como dijo Jesús, «a los pobres les tendréis siempre con vosotros». Es decir, siempre vamos a tener una asignatura pendiente que no sabremos cómo aprobar porque no estamos decididos a poner remedio.
Quien ama el dinero, no ama a Dios, porque sólo se ama a sí mismo. Por eso los ricos no entran en el reino de los cielos. Y también son palabras de Jesús.

Domingo 24º del Tiempo Ordinario


Una oveja perdida, una moneda perdida, un hijo perdido… ¿Qué “perdidos” conocemos nosotros?
Para anunciar el evangelio hay que convivir con los pecadores, no ir de visita ni verlos desde fuera.
Algunos ejemplos:
. huidores profesionales: drogatas, borrachines, laborodependientes…
. materialistas irredentos, hedonistas compulsivos, mentirosos interesados, religiosos intransigentes, miedosos ante la vida que a menudo se vuelven violentos, criticadores de todo lo que se mueve…
¿Qué mensaje tenemos nosotros para estas personas?
- Que los apreciamos, sean como sean, como se aprecia una moneda perdida que uno vuelve a encontrar.
- Que los echamos de menos estén donde estén; como a la oveja que falta del rebaño cuando llega la noche.
- Que no hay traición ni pecado que no se puede perdonar.
- Y que a través de nosotros, Dios Padre los aprecia, los echa de menos y los perdona.
Una consideración: Los “perdidos” no son siempre los otros. También nosotros tenemos que aprender a sentirnos apreciados, acogidos, perdonados… Sabiendo que reconocer nuestras miserias es lo que nos hace misericordiosos.
Muchos «perdidos» (drogatas, pordioseros, violentos) echan para atrás. ¿Es mejor entonces quedarse en casa, con los de siempre, con la gente de orden y los que no nos dan problemas? No. El padre del hijo pródigo no pensaría así. Ni el pastor que ha perdido una oveja, ni la mujer que echa de menos una moneda. Hay que salir, ir a buscar; aunque la «perdición» nos repugne.
Pero si salimos no es, desde luego, para hacer prosélitos; ni para apuntarnos tantos (no se puede ir de «convertidor de convertidos» por la vida). Salimos porque creemos que lo bueno es «difusivo de por sí», y porque la condición para que podamos disfrutar en nuestro hogar con Cristo, es que lo compartamos; nuestra felicidad es contagiosa, o no es ni felicidad ni nada que se le parezca.
Que «convertir» no es fácil, lo sabemos; que es más difícil aún que los «conversos» perseveren, también. Pero el argumento es siempre el mismo: nos importa la felicidad de los otros y no podemos tolerar que haya muerte a nuestro alrededor. Por eso los seguimos buscando.
Y no olvidemos nunca que nosotros, pródigos, perdidos, también somos acogidos y perdonados cada día…

Música Sí/No