Hoy tengo que ser breve, porque en cuanto terminemos voy a celebrar la despedida de Miguel Ángel Baz, sacerdote de esta diócesis, que deja la parroquia en la que ha estado 32 años y después de 51 de dedicación a la práctica pastoral.

Por eso voy a resaltar una sola idea, que dimana del evangelio: nosotros entendemos de distancias, de distintos, de los otros, de lo mío y lo de los demás… Jesús, no. Él es el mismo para todos, y todos son suyos, y no hace distinciones ni apartados.
Nuestro ego necesita alimentarse de ese tipo de cosas, crecer a costa de los demás, haciéndoles bien o mal, ayudándoles o entorpeciéndoles, creándonos amigos o enemigos.
Jesús, no. Su ego no existe. Sólo ocupa su vida, llenándola, el Padre, a quien llama Abba, y nosotros, todos y todas, y también el Reino de Dios. Y ocurre de tal manera esto que no aprecia su vida en nada, y la da. Nadie se la quita, la entrega en favor de todos.
Hoy quisiera decir, porque lo creo, que Miguel Ángel Baz se ha gastado también en el seguimiento de Jesús realizado en el trabajo pastoral.
Termino con palabras que él dirige a su comunidad de Belén en esta despedida:
«Hemos puesto el máximo interés en que nuestra Comunidad Cristiana fuera acogedora para con todo el mundo, inmigrantes y nativos, primero y cuarto mundo, y que los del barrio -creyentes o no- la sintieran como suya, se sintieran en ella como en familia. Queríamos una parroquia evangelizadora, en clave liberadora, con espíritu renovador, según el Vaticano II, anunciadora del AMOR como único camino portador de felicidad.»
Que lo haya conseguido, a partir de ahora ya no le corresponde a Miguel Ángel decirlo, sino a los cristianos y cristianas de la Comunidad de Belén.