Domingo 33º del Tiempo Ordinario



La liturgia de hoy nos presenta a través de la lectura del Antiguo Testamento y del evangelio, textos relativos al final de los tiempos. Utiliza para ello un género literario, llamado apocalíptico, muy común en el judaísmo tardío y que hoy goza de especial favor en novelas y películas referidas a catástrofes y cataclismos de efectos visuales y sonoros de inmensas proporciones. No se trata de una revelación especial de lo que sucederá al final de los tiempos, sino de la utilización de imágenes que invitan a mantener viva la esperanza, a no sucumbir ante la idea de una dominación absoluta de un determinado imperio. El texto que leemos hoy de la profecía de Daniel es subversivo para la época, pues invita al rechazo del señorío absoluto de los opresores griegos de aquel entonces que a punta de violencia se hacían ver como dueños absolutos de las personas, del tiempo y de la historia.
 
En el Evangelio, Jesús utiliza también ese mismo género apocalíptico. Tampoco lo hace para hablar del fin de los tiempos, respecto de lo cual hasta se permite una chanza: eso ni siquiera lo saben los ángeles, sólo lo sabe mi Padre, asegura.

 
Muy en línea con el pensamiento judío, siempre rebelde ante los imperios invasores, Jesús sabe perfectamente que el plan de Dios sólo es posible combatiendo y cambiando las estructuras injustas que hacen que este mundo no sea el soñado por el Creador. Discípulas y discípulos están entonces comprometidos en ese final de los sistemas injustos cuya desaparición causa no miedo, sino alegría, aquella alegría que sienten los oprimidos cuando son liberados. Y esos son los brotes de la higuera que anuncian la llegada del verano.

 
Mañana se cumplen veinte años de la muerte por martirio de los jesuitas de El Salvador y de las dos mujeres que les acompañaban aquella tarde en la UCA. A esta comunidad parroquial le fue muy cercana aquella tragedia porque Nacho Martín Baró, hermano de Alicia, nos había visitado poco antes, y también por Ignacio Ellacuría que fue profesor mío. Además Segundo Montes también era vallisoletano y Amando López, burgalés. Junto a ellos, murieron también el navarro Juan Ramón Moreno, y los salvadoreños Juaquín López, Elba Julia y su madre Celina Maricet.


Ellos tuvieron muy claro que la causa de Jesús era también la causa del pueblo, y de la mano de Monseñor Romero no dudaron en enfrentarse desde la fe contra las condiciones injustas que hacían que las personas y los pueblos sometidos fueran ninguneados en su dignidad y en sus derechos. Fueron testigos hasta el martirio, dándose a sí mismos hasta entregar la vida entera. Así se convirtieron en semilla de esperanza y en ejemplo de que el seguimiento de Jesús pasa por transformar este mundo en todos sus cimientos. Sólo así se hace posible el Reino de Dios. Y el Reino es lo que nos interesa, porque le interesa al mismo Dios.

Música Sí/No