Mostrando entradas con la etiqueta 7º Ordinario B. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta 7º Ordinario B. Mostrar todas las entradas

Domingo 7º del Tiempo Ordinario


Contemplamos hoy un relato evangélico que casi parece una obra de teatro. Es tan plástica, tan visual, que según se iba proclamando, hemos podido imaginarla realizándose aquí mismo, ante nosotros.

Está Jesús en casa. Seguramente en la misma en que levantó del lecho de la enfermedad a la suegra de Pedro. Y se va llenando de gente hasta no caber una persona más. Dice el evangelio que Jesús les proponía la Palabra.

Llegan cuatro llevando a un tullido en una camilla, y, como no ven manera de entrar, lo descuelgan por el techo delante de Jesús. Seguramente esperan el milagro de la curación del paralítico, pero se encuentran con otras cosas. ¿Qué otras cosas?

1. Su propia fe, que le sirve a Jesús para realizar su gesto.

2. El perdón de los pecados, en el que tal vez ellos no habían pensado.

3. La curación del enfermo, que se levanta y se va con la camilla bajo el brazo.

4. El descubrimiento de que la fe en Jesús no depende de mirar al cielo esperando de allí soluciones, sino que es aquí, bajo tejas, donde hay que buscarlas y encontrarlas. Quien entra por arriba, descendido, sale por la puerta por sus medios.

5. La confirmación de que las palabras que hemos escuchado en la primera lectura, del profeta Isaías, se están haciendo realidad: “No miréis ya al pasado, sino al presente; dejad lo antiguo y percibid lo nuevo que está brotando; me has cansado, tanto insistir con tus pecados, mientras que yo ni me ocupaba de ellos, los tenía ya olvidados…” viene a decirnos.

No sé qué responderíais si ahora buscáramos entre todos el milagro mayor en este relato. Seguramente saldría un arco iris variado de hechos señalados. Permitidme que os diga cuál es para mí lo más significativo: Quien entra en la comunidad encamado, por la fe de otros, sale ahora dueño de su propia vida, libre y con autonomía, cargando con la camilla. Ha sido la acción del Espíritu de Dios que, en Cristo, ha dicho su sí en todos nosotros, hijos de hombre. No es Dios de quien tenemos que recibir el perdón, lo tiene ya olvidado. Somos nosotros quienes nos negamos a darlo y a recibirlo, a pedirlo y a concederlo.

Por eso más que nunca la pregunta que hacen aquellos letrados hoy se hace urgente plantearla y darle respuesta: ¿Quién puede perdonar los pecados fuera de Dios?

Mientras no nos volvamos hacia nosotros mismos y hacia los demás, en tanto no nos miremos todos y todas con misericordia, hasta que no descubramos lo nuevo de verdad que hay delante de nuestras narices: seguiremos atados a las camillas de nuestra postración, nos seguirán llevando de acá para allá como muebles, seguiremos escandalizándonos cuando veamos a los que sintiéndose libres y sanados en su corazón viven el riesgo del Espíritu de Jesús que no necesita normas y condenas para dar el sí que todos necesitamos.

«En Cristo todo se ha convertido en un «sí»; en él todas las promesas han recibido un «sí». Y por él podemos responder «Amén» a Dios, para gloria suya. Dios es quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros. Él nos ha ungido, él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu».

Nada más, y nada menos.

Domingo 7º del Tiempo Ordinario


San Pablo asegura que Jesús es el Sí de Dios a la humanidad, un sí definitivo, un sí que es claro y rotundo, un sí que en nada tiene que ver con los “sí pero no” a que solemos estar acostumbrados y que practicamos con harta frecuencia para no molestarnos ni complicarnos.
Y Jesús es un Sí de Dios sin matices ni colores porque su palabra se hace vida. No queda en el aire, como las nuestras, a merced del olvido o de la propia negación. La palabra de Jesús se hace vida tangible y concreta. De esto habla el evangelio. Un tullido es presentado ante Jesús por cuatro amables vecinos. Sin mediar palabra Jesús dice: «Hijo, tus pecados quedan perdonados». La que se armó fue tremenda, porque claro que Dios perdona, pero así de esa manera tan fácil no es posible. ¡Cómo se atreve Jesús a decir eso! dijeron los santones de turno, los que están siempre sentados para juzgar a los demás. Aquel enfermo lo era porque había pecado y la propia enfermedad era la prueba.
Jesús viene a decirnos que Dios es vida, que la vida es para vivirla en plenitud, y que el perdón de Dios es tan fácil como devolverle la salud a aquel hombre. Inmediatamente añade: «Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa». Con estas palabras Jesús devuelve a la vida a aquel hombre que casi estaba muerto. Lo levanta, le manda levantarse, y el que estaba acostado y eran otros los que le llevaban y traían, ahora es capaz de tomar la camilla y decidir por sí mismo su propio rumbo. ¡Realmente Jesús ha realizado algo nuevo! En Jesús comienza esa nueva vida que se anuncia en la primera lectura. Esa nueva vida se hace posible porque Dios borra nuestros crímenes y se olvida de nuestros pecados, porque Dios abre caminos en el desierto y ríos en el yermo.
No es posible seguir a Jesús viviendo como «paralíticos» que no saben como salir del inmovilismo, la inercia o la pasividad. Tal vez, necesitamos como nunca reavivar en nuestra comunidad la celebración del perdón que Dios nos ofrece en Jesús. Ese perdón puede ponernos de pie para enfrentarnos al futuro con confianza y alegría nueva.
El perdón de Dios, recibido con fe en el corazón y celebrado con gozo junto a los hermanos y hermanas, nos puede liberar de lo que nos bloquea interiormente. Con Jesús todo es posible. Nuestra comunidad pueden cambiar. Nuestra fe puede ser más libre y audaz.

Música Sí/No