Domingo 8º del Tiempo Ordinario


La razón de ser del texto evangélico de este domingo estriba, a mi parecer, en la primera lectura, de Isaías, en la que Dios, por boca del profeta, asegura al ser humano su fidelidad; puede que una madre de olvide del fruto de sus entrañas; Él nunca lo hará.

Por eso mismo Jesús dijo: «Dichosos los que eligen ser pobres, porque ésos tienen a Dios por rey», dando comienzo a la enumeración de las bienaventuranzas.

Los seres humanos elegimos, tomamos decisiones que orientan y definen nuestra existencia. Y en ese acto de decidir, abrimos caminos, pero también cerramos caminos.

Quien opta por apoyarse en las seguridades que ofrecen los bienes materiales, pone en ellos todo su afán, dedica a ellos sus fuerzas y deja que su vida dependa de amasar cuanto más, mejor. De esta manera acaparar dinero para atesorar más seguridad es el único fin de su trabajo.

Quien, por el contrario, confía en Dios, se pone en sus manos. Y aunque use bienes materiales, y su existencia dependa de ellos, sin embargo no está atenazado ni menos esclavizado por acaparar y almacenar.

No es el dinero lo que aquí está en entredicho. Bien sabe Jesús, como lo sabemos nosotros, cuán necesario es para vivir. Es el fruto de nuestro trabajo. Ya pasó la época del trueque. Ahora adquirimos alimentos, ropa y casa con el dinero de nuestro salario, del trabajo de cada día. Incluso lo poco que ahorramos, lo hacemos en previsión de algún gasto imprevisto y necesario, que nos es lícito y honorable como el vivir.

Lo que Jesús está condenando es más bien la actitud de quien ansía el dinero para tener poder, para erigirse en autonomía frente a todo lo demás, para prescindir de cuanto no contribuya a su propio yo, para decirse: come, bebe y date buena vida; sólo cuentas tú en todo el universo.

En su contra Jesús dice escuetamente: una sola cosa es importante, el Reino de Dios y su justicia. Lo que importa es el presente, lo que los antiguos expresaban con el «carpe diem», aprovecha el momento.
Aprovechemos el momento como lo hacen los lirios del campo, que en su sencillez reciben el sol y se cubren de colores hermosos y ofrecen aromas exquisitos, porque Dios los hace así.

Aprovechemos el momento como lo hacen las aves del cielo, que ni siembran, ni almacenan grano, pero el campo les ofrece el suficiente alimento, volando en libertad.

Aprovechemos el momento no dilapidando nuestra vida corriendo tras negocios que no nos aseguran la vida, sino que más bien nos la roban. Y vivamos el presente haciendo Reino, es decir, en solidaridad con los demás y ante el Dios que nos creó y nos mantiene en la existencia.

Aprovechemos el momento y escarmentemos en cabeza ajena, si es que se me permite hablar de esta manera, ante el espectáculo de esos gobernantes sin escrúpulos, que han amasado fortunas millonarias sobre el hambre y la miseria de sus pueblos, riéndose de Dios y de los hombres; y que ahora tienen su futuro más oscuro que nunca.

Aprovechemos nuestro momento de hacer fraternidad y de que Dios sea el centro de todo. Es la hora del compromiso por este mundo que habitamos, y de hacerlo de todos, y conservarlo para todos. El mañana ya no es nuestro, por eso no debiera ser objeto de nuestro negocio. Es el hoy, este hoy, lo que tenemos entre las manos. Esta es nuestra responsabilidad. No dilapidemos lo que hemos recibido. Gratis ha llegado a nosotros, dejémoslo también gratis.

Aprovechemos este momento nuestro viviendo sobriamente, gastando no más de lo necesario, consumiendo lo que nos haga falta sin caer en el consumismo, que arrebata a otros lo que necesitan para vivir y a nosotros sólo nos aporta pequeñas satisfaciones pasajeras, que una vez satisfechas requieren otras satisfaciones que nunca terminan por llenarnos.

Sólo nos basta, dice Jesús, el Reino de Dios y su justicia.

Domingo 7º del Tiempo Ordinario


Jesús trató por todos los medios a su alcance de hacer ver a sus discípulos que Dios es un Padre bueno. Con esta predicación rompió todos los esquemas judaicos de la religión del ojo por ojo y del odio a los enemigos.

Dos mil años más tarde, seguimos deseando que Dios castigue a los malos como les intentamos castigar nosotros. Tal parece que el mensaje de Jesús no sirvió más que para componer hermosas poesías y grandes principios que adornen nuestra convivencia.


Pero si hoy nos reunimos para celebrar la Eucaristía no podemos ni olvidar ni ocultar que es a ese mismo Jesús a quien queremos hacer presente, cuyo cuerpo y sangre se entrega para que nosotros, alimentados, crezcamos en el espíritu de las bienaventuranzas y en la propagación y extensión del Reino de Dios.

Y entre lo que vivimos y lo que celebramos está la distancia que hemos de recorrer, y que indudablemente no sabemos ni podemos hacer solos. De ahí que San Pablo hable de sabios y de necios de una manera que parece contradictoria: “Los que se creen sabios que se hagan necios para llegar a ser sabios”. Este galimatías nos resulta muy difícil de superar, de ahí que precisamente las personas que practicamos alguna religión seamos las más estrictas y contundentes en entender y aplicar leyes carentes de misericordia.

Resulta llamativo cuántas veces pedimos perdón en la oración tanto personal como colectiva, en lo íntimo y en lo comunitario; al tiempo que en la realidad practicamos o solicitamos que se ejerza la justicia con toda contundencia. “Que lo metan en la cárcel y no salga hasta que pague todo lo que ha hecho”, solemos escuchar a otros, o pensar y desear nosotros mismos.

Quienes estamos llamados a la santidad, no podemos contentarnos con una corona sobre nuestras cabezas y una peana bajo nuestros pies; eso sería vivir una religión etérea. La religión que vive y anuncia Jesús, y que tanto nos atrae, tiene sentido y razón no porque quepa en nuestras cabezas, sino precisamente porque no cabe. Y no nos cabe en la cabeza, porque no está hecha a nuestra medida; sino a la medida de Dios.

Pero aún así es buena para nosotros, por eso se nos ofrece; es una propuesta que debiéramos atender, se trata de una invitación que nos haría felices en grado sumo.

En el evangelio de hoy Jesús analiza algunas situaciones, comparando lo que Dios ofrece y lo que nosotros hacemos. Y está claro que la venganza, que nos parece tan justa, no nos hace nada felices. En tanto que si olvidamos el rencor y el odio, incluso nuestra salud mejora.

Ser discípulo de Jesús no es ir contra nuestra naturaleza, sino llevar nuestra naturaleza a su grado más excelso. Y eso lo conseguirá el Espíritu de Jesús, que nos ha sido entregado, y hará en nosotros su labor a poco que le dejemos siéndole dóciles.

Domingo 6º del Tiempo Ordinario. Manos Unidas-Campaña contra el hambre


Entre los cristianos, últimamente, se está generalizando de alguna manera dos estilos o formas de estar, que se imaginan contrapuestas y excluyentes: cumplir lo que está mandado o seguir según el evangelio. Esto definiría a quienes están dentro o fuera de la Iglesia.

No es una discusión nueva, porque ya Jesús tuvo que tenerla en cuenta. Entonces era estar con la Ley, o estar con el Reino. Bien vemos lo que él dijo: «No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud».


Pero a continuación invita a corregir la mirada, porque es ahí donde está el asunto: la ley como mero cumplimiento, la ley como búsqueda de la voluntad de Dios y su justicia.


Para los cristianos está tan claro como el día que lo único que debe importarnos es pensar y vivir pareciéndonos lo más posible a Jesús. Y que sólo así cumpliremos las leyes según el corazón de Dios.


Manos Unidas viene hoy en nuestra ayuda, ofreciéndonos la oportunidad de cumplir las leyes no sólo en la letra, sino también en el espíritu. Es decir, cumpliendo y amando, o amando en el cumplimiento.


Con el lema “Su mañana es hoy”, esta organización cristiana nos trae una realidad cruel, aunque sea lejana: millones de niños no tienen futuro, sólo un presente sin esperanza. Nuestra colaboración y solidaridad es llevar la ley a su perfección, no sólo las leyes humanas, también las divinas.


Oremos desde nuestra fe, y trabajemos sin descanso por la justicia.


Proyecto de Manos Unidas que adoptamos todas las parroquias de nuestro arciprestazgo en la campaña de este año contra el hambre.












Domingo 5º del Tiempo Ordinario


Al recién bautizado se le introduce en la boca un grano de sal y se le entrega el cirio encendido, porque a partir de ese momento ha de ser sal y luz.

Si estas metáforas ya no dicen todo lo que debieran, porque la sal ha sido sustituida por otros conservantes más completos, y para luz ya está la energía eléctrica, Jesús redondea sus palabras concluyendo «que los hombres vean vuestras obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo».

Entre nosotros no haría falta explicar qué es eso de «vuestras buenas obras». Por si acaso, Isaías ya nos lo aclara: Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia carne. Destierra de ti la opresión, y el gesto amenazador y la maledicencia.

A lo largo de cinco domingos, pasada la Navidad, la liturgia nos ha presentado a Jesús lleno del Espíritu, orientado hacia Dios y luz de todos los pueblos. También nosotros hemos recibido el Espíritu que nos llena de bienaventuranza y de luz.

De ahí surge la exigencia de vivir conforme al Espíritu recibido, de vivir en permanente conversión para comunicar a los demás la felicidad, y de esta forma ser luz en medio del mundo.

Como reflexiona San Pablo, esto tiene poco que ver con nuestra capacidad personal, puesto que no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo y éste crucificado. Los gestos ampulosos y las palabras eruditas sobran cuando se trata de vivir la propia fe en Jesús y el Reino y predicarla.

También Jesús aclara un poco los conceptos: la sal se ha de diluir en la comida, sin destacar, pero cambiando con su presencia el sabor de las cosas; la luz también se enciende para iluminar, no para convertirse en el centro de las miradas. Pero tanto la sal como la luz pueden inutilizarse y no cumplir su función. Sal insulsa y desabrida, luz ocultada o empobrecida, ni sala una, ni ilumina la otra.

Seremos luz y sal para nuestros hermanos si somos dóciles al Espíritu que nos habita y del que estamos investidos, y, convertidos desde el corazón, imitamos a Jesús, que pasó haciendo el bien.

Música Sí/No