Somos lo que comemos. Nos lo están avisando los especialistas en dietética y nutrición. Ojito con lo que nos llevamos a la boca, porque de lo que se come, se cría.
Es verdad que esto nos lo avisan ante el peligro de lo que da en llamarse comida basura, o comida rápida. ¡Qué diferencia entre nuestras comidas en medio de las
Nada que ver con el rito cargado de rutina con que nos acercamos, llegado el momento, a recibir en la lengua o en la mano la hostia consagrada.
Cuando hablaba de su cuerpo como comida, Jesús no estaba pensando en nuestro sacramento eucarístico, precisamente. Más bien hablaba de lo que dice San Pablo: dejaos llenar del Espíritu. Eso es lo que quiere expresar Jesús con lo de habitar él en nosotros y nosotros en él.
Alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico de su Evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y esenciales; encender en nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de él el centro de nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio.