Domingo 1º de Adviento


ESTAD SIEMPRE DESPIERTOS

Los discursos apocalípticos recogidos en los evangelios reflejan los miedos y la incertidumbre de aquellas primeras comunidades cristianas, frágiles y vulnerables, que vivían en medio del vasto Imperio romano, entre conflictos y persecuciones, con un futuro incierto, sin saber cuándo llegaría Jesús, su amado Señor.

También las exhortaciones de esos discursos representan, en buena parte, las exhortaciones que se hacían unos a otros aquellos cristianos recordando el mensaje de Jesús. Esa llamada a vivir despiertos cuidando la oración y la confianza son un rasgo original y característico de su Evangelio y de su oración.

Por eso, las palabras que escuchamos hoy, después de muchos siglos, no están dirigidas a otros destinatarios. Son llamadas que hemos de escuchar los que vivimos ahora en la Iglesia de Jesús en medio de las dificultades e incertidumbres de estos tiempos.

La Iglesia actual marcha a veces como una anciana "encorvada" por el peso de los siglos, las luchas y trabajos del pasado. "Con la cabeza baja", consciente de sus errores y pecados, sin poder mostrar con orgullo la gloria y el poder de otros tiempos.

Es el momento de escuchar la llamada que Jesús nos hace a todos. «Levantaos», animaos unos a otros. «Alzad la cabeza» con confianza. No miréis al futuro solo desde vuestros cálculos y previsiones. «Se acerca vuestra liberación». Un día ya no viviréis encorvados, oprimidos ni tentados por el desaliento. Jesucristo es vuestro Liberador.

Pero hay maneras de vivir que impiden a muchos caminar con la cabeza levantada confiando en esa liberación definitiva. Por eso, «tened cuidado de que no se os embote la mente». No os acostumbréis a vivir con un corazón insensible y endurecido, buscando llenar vuestra vida de bienestar y placer, de espaldas al Padre del Cielo y a sus hijos que sufren en la tierra. Ese estilo de vida os hará cada vez menos humanos.

«Estad siempre despiertos». Despertad la fe en vuestras comunidades. Estad más atentos a mi Evangelio. Cuidad mejor mi presencia en medio de vosotros. No seáis comunidades dormidas. Vivid «pidiendo fuerza». ¿Cómo seguiremos los pasos de Jesús si el Padre no nos sostiene? ¿Cómo podremos « mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre»?

José Antonio Pagola

Domingo 34º del Tiempo Ordinario. Jesucristo, Rey del Universo


La fiesta de Cristo Rey no es muy antigua. Apenas de 1925. No hace ni un siglo que el Papa Pío XI la instituyó, dicen que para contrarrestar el laicismo, proponiendo el reinado de Cristo en los corazones, y no un reinado con estilo pomposo e imponente de Pantocrator, como sucedió no mucho después, al menos en nuestro país.
Eso no quiere decir que no tenga raíz evangélica, y que sea el Evangelio el lugar donde tengamos que ir para encontrar su significado.
El domingo pasado aludí a una corriente de pensamiento que le tocó vivir a Jesús, la apocalíptica, y que seguramente le influyó para expresarse, usando las palabras y los conceptos que eran muy cercanos a quienes le escuchaban.
Eran momentos de lucha, de reivindicación nacionalista, de martirio, y sobre todo de un sentimiento negativo sobre el mundo dominado por las fuerzas del mal, representado por los poderes imperiales de los países dominadores. De ninguna manera puede esto acabar así, y Dios tiene que tener un final preparado, porque él será quien diga la última palabra.
Ya la profecía de Daniel avisaba de la llegada de un cierto hijo del hombre, en quien todos los pueblos serán reunidos bajo una paz definitiva y su reino no terminará nunca, será eterno.
Jesús rechazó varias veces, así lo dicen los textos evangélicos, ser exaltado por el pueblo a la categoría de rey. No quería, porque no podía, ejercer ningún tipo de poder aquí en la tierra, al estilo político. Está claro que para Jesús el espíritu de las bienaventuranzas es el signo que define a los súbditos del Reino de Dios que anunció y comenzó con su propia vida.
Él mismo se alineó con los profetas y, a su manera, también con los valientes luchadores judíos contra el poder injusto. Por eso hoy le vemos ante Pilato, representante del imperio dominante de Roma, que le pregunta por su realeza y por la verdad que representa. Y que se vuelve sin esperar la respuesta.
Es el Apocalipsis, el último escrito cristiano, el que nos da la palabra decisiva de lo que los discípulos de Jesús entendieron, viviéndolo ellos mismos frente al mismo mal que Jesús había combatido.
Acaba un año litúrgico durante el que no hemos hecho otra cosa que hablar del Reino de Dios. No podemos dudar, menos negar, que sabemos de sobra de qué estamos hablando. Pero recordemos todo lo dicho y celebrado, sintentizando:
Su reino es de amor y misericordia, de comprensión y perdón, de acogida para los alejados,  de generosidad con todos. Su reino es toda una forma de convivencia entre las personas en la que se parte de un principio básico: somos hijos del mismo Padre y, por eso, somos hermanos. Lo que tenemos, lo que somos, lo compartimos. Y esa es la única forma de alcanzar la plenitud, nuestra plenitud. Ese es el Reino de Jesús. Eso es lo que hoy celebramos en esta fiesta con la que termina el año litúrgico. Pilatos no entendió lo que le decía Jesús. Probablemente no le pareció más que un loco potencialmente peligroso. Por eso lo condenó. Hoy nosotros, desde la perspectiva de la fe, deberíamos saber que el poder de Jesús es mucho más fuerte que el de Pilatos. Pilatos tiene la violencia de las armas. Jesús tiene la fuerza del amor, del perdón y de la misericordia. Pilatos, con su violencia, puede destruir pero sólo Jesús puede construir porque sólo el amor construye y abre nuevas posibilidades de vida. Si creemos en Jesús es hora de alistarnos en sus filas y avanzar bajo su bandera. Jesús es de verdad todopoderoso. Sólo con él podremos construir un mundo nuevo.

Domingo 33º del Tiempo Ordinario



La liturgia de hoy nos presenta a través de la lectura del Antiguo Testamento y del evangelio, textos relativos al final de los tiempos. Utiliza para ello un género literario, llamado apocalíptico, muy común en el judaísmo tardío y que hoy goza de especial favor en novelas y películas referidas a catástrofes y cataclismos de efectos visuales y sonoros de inmensas proporciones. No se trata de una revelación especial de lo que sucederá al final de los tiempos, sino de la utilización de imágenes que invitan a mantener viva la esperanza, a no sucumbir ante la idea de una dominación absoluta de un determinado imperio. El texto que leemos hoy de la profecía de Daniel es subversivo para la época, pues invita al rechazo del señorío absoluto de los opresores griegos de aquel entonces que a punta de violencia se hacían ver como dueños absolutos de las personas, del tiempo y de la historia.
 
En el Evangelio, Jesús utiliza también ese mismo género apocalíptico. Tampoco lo hace para hablar del fin de los tiempos, respecto de lo cual hasta se permite una chanza: eso ni siquiera lo saben los ángeles, sólo lo sabe mi Padre, asegura.

 
Muy en línea con el pensamiento judío, siempre rebelde ante los imperios invasores, Jesús sabe perfectamente que el plan de Dios sólo es posible combatiendo y cambiando las estructuras injustas que hacen que este mundo no sea el soñado por el Creador. Discípulas y discípulos están entonces comprometidos en ese final de los sistemas injustos cuya desaparición causa no miedo, sino alegría, aquella alegría que sienten los oprimidos cuando son liberados. Y esos son los brotes de la higuera que anuncian la llegada del verano.

 
Mañana se cumplen veinte años de la muerte por martirio de los jesuitas de El Salvador y de las dos mujeres que les acompañaban aquella tarde en la UCA. A esta comunidad parroquial le fue muy cercana aquella tragedia porque Nacho Martín Baró, hermano de Alicia, nos había visitado poco antes, y también por Ignacio Ellacuría que fue profesor mío. Además Segundo Montes también era vallisoletano y Amando López, burgalés. Junto a ellos, murieron también el navarro Juan Ramón Moreno, y los salvadoreños Juaquín López, Elba Julia y su madre Celina Maricet.


Ellos tuvieron muy claro que la causa de Jesús era también la causa del pueblo, y de la mano de Monseñor Romero no dudaron en enfrentarse desde la fe contra las condiciones injustas que hacían que las personas y los pueblos sometidos fueran ninguneados en su dignidad y en sus derechos. Fueron testigos hasta el martirio, dándose a sí mismos hasta entregar la vida entera. Así se convirtieron en semilla de esperanza y en ejemplo de que el seguimiento de Jesús pasa por transformar este mundo en todos sus cimientos. Sólo así se hace posible el Reino de Dios. Y el Reino es lo que nos interesa, porque le interesa al mismo Dios.

Domingo 32º del Tiempo Ordinario


Aprovechando que hoy hemos bautizado a Jorge y Álvaro, como cristianos maduros que somos todos y todas, podríamos ir diciendo las cosas importantes por las que su recién estrenado ser cristiano se va a ver o enfrentado o enaltecido. Momentos de relieve en la vida claro que los tendrán, pero serán muchos más los normales y ordinarios; por un día de domingo tendrán seis de diario, y si una jornada tiene una hora solemne, quedarán las veintitrés restantes nada aparatosas; a contrario, muy normalitas.

Viene esto a cuento de las lecturas que acabamos de proclamar en esta asamblea. En las tres más que suceder cosas, se relatan actitudes, estilos o formas de vivir.

En la primera, una viuda se muestra acogedora y solidaria, y llega a vaciar su despensa para alimentar al extraño, incluso a costa de quedar hambrienta y más pobre ella y su hijo.

En el evangelio, la viuda del templo, vive tan generosamente que no le importa vaciar su escaso bolsillo para ofrecer a Dios lo que necesita para vivir. Y Jesús resalta esta actitud frente a los que dan grandes donativos, pero siguen teniendo los bolsillos a reventar.

Y en la segunda, Jesús, Cristo, se sacrifica en favor de todos. Dios, abajado para enriquecernos a todos.
Han de saber estos niños que ser cristiano no es sólo asistir a grandes ceremonias, ni recitar solemnes confesiones. Que recibirán después de éste, otros sacramentos que la Iglesia les seguirá ofreciendo. Que tal vez en alguna ocasión serán honrados por ser miembros del Pueblo de Dios. Todo podrá ser.

Pero también deberán saber que ser cristiano, más que un título, es una forma de vivir, un estilo propio, un modo de pensar y de portarse. Son cristianos, pero no han dejado de ser personas. Ahora deberán ser buenas personas, mejores personas. Y esto quiere decir que han de tener las manos abiertas para saludar, para compartir, para dialogar, para dar, para confiar. Que sus manos deberán estar disponibles también para recibir y acoger, para ayudar y construir, para comprometerse y para romper barreras, para acercar y para abrazar.

Y esto porque lo hizo el mismo Dios, y así tenemos un ejemplo que seguir. Pero además, porque vivir así, con ese estilo, de ese modo, es un camino seguro para sentirnos felices, satisfechos de nosotros mismos y no de cuánto tenemos o podemos, confiados de sabernos hermanos y no adversarios.

Manos abiertas, y no puños cerrados, es la única manera de vivir en cristiano.

Música Sí/No