Domingo 4º del Tiempo Ordinario


Lectura de la profecía de Sofonías (2, 3; 3, 12-13)


3 Buscad al Señor los humildes de la tierra,
los que practican su derecho,
buscad la justicia, buscad la humildad,
quizá podáis resguardaros
el día de la ira del Señor.
12 Dejaré en ti un resto,
un pueblo humilde y pobre
que buscará refugio en el nombre del Señor.
13 El resto de Israel no hará más el mal,
no mentirá ni habrá engaño en su boca.
Pastarán y descansarán,
y no habrá quien los inquiete.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial [145, 6c-7. 8-9a. 9bc-10 (R/.: Mt 5, 3)]


R/. Bienaventurados los pobres en el Espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.

R/. El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. V/.

R/. El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos. V/.

R/. Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. V/.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1, 26-31)


26 Fijaos en vuestra asamblea, hermanos: no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; 27 sino que, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso.
28 Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, 29 de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor.
30 A él se debe que vosotros estéis en Cristo Jesús, el cual se ha hecho para nosotros sabiduría de parte de Dios, justicia, santificación y redención.
31 Y así —como está escrito—: «el que se gloríe, que se gloríe en el Señor».

Palabra de Dios.

Aleluya (Cf. Mt 5, 12a)


R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. Alegraos y regocijaos,
Porque vuestra recompensa será grande en el cielo. R/.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo (5, 1-12a)


En aquel tiempo, 1 al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; 2 y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
3 «Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
4 Bienaventurados los mansos,
porque ellos heredarán la tierra.
5 Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados.
6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán saciados.
7 Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
9 Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
11 Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. 12 Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Palabra del Señor.

Homilía


Jesús no fue un soñador, un idealista que sufriera alucinaciones; pisó tierra y trató a la gente de a pie. Y esto es lo que vio. Familias que sobreviven malamente, gentes que luchan por no perder sus trabajos y su honor, niños amenazados por el hambre y la enfermedad, prostitutas y mendigos despreciados por todos, enfermos a quienes se les niega el mínimo de dignidad, marginados por la sociedad y la religión, hombres y mujeres perseguidos y acosados por ser fieles y no doblegarse a consignas o modas.
Quienes habían sido educados en el conformismo y el sometimiento, porque tenían lo que se merecían y habían de aceptar la voluntad de Dios, en realidad estaban a sus ojos como ovejas sin pastor, eran ciudadanos sin derechos y creyentes desatendidos por los responsables religiosos.
Se preguntó cómo hacerles entender que Dios cuida de ellos y cómo llevarles de su parte un signo de su amor. Lo logró acercándose a su situación, mirándoles a la cara, tomándoles la mano, levantando y sanando, sonriendo y llorando. Pasó por la vida haciendo el bien, –resume el evangelio–, y hablándoles de un Padre bueno que viste a las flores del campo, sostiene en el aire y alimenta a los pajarillos, pone mesa a los hambrientos que vagan perdidos por los caminos y viste de honores al que vuelve desnudo a casa.
A menudo nos lamentamos del desprestigio de la Iglesia, me refiero a los clérigos. O de que a los niños y jóvenes les resulte aburrido venir a misa y reconocerse cristianos, ahora me dirijo a vosotros como padres. Los abuelos se duelen de que ya no hay relevo en la fe y las tradiciones que ellos recibieron a su vez de sus mayores. Y todos nos preguntamos cómo celebrar gozosos a Jesús, el Cristo, si los templos están semivacíos, si en público nos avergonzamos de expresarnos creyentes, si en familia cuenta todo y muy poco la fe, si cada uno va a sus asuntos mientras la enfermedad, el dolor y el agobio económico y laboral sólo afectan a los interesados.
¿Dónde está Dios? ¿Por qué permanece en silencio? ¿Qué pretendió creándonos en un mundo despiadado?
Y escuchamos a Jesús, levantando la mirada hacia las gentes y diciendo alto y claro: Bienaventurados los pobres, bienaventurados los pacíficos y pacificadores, bienaventurados los que lloran, bienaventurados los hambrientos y sedientos, bienaventurados los misericordiosos, bienaventurados los limpios de corazón, bienaventurados los perseguidos.
No sólo son buenos deseos de felicidad de Jesús hacia aquellas personas, no sólo eso. Es, sobre todo, el mensaje que Dios nos trasmite por su hijo: “Estoy con vosotros”, sois míos, mi pequeño rebaño, pastaréis y descansaréis, y no habrá quien os inquiete.
Las bienaventuranzas del sermón del monte es el guión vital que siguió Jesús. Las bienaventuranzas deberían ser nuestro estilo de vida cristiana. La sociedad actual necesita conocer comunidades cristianas marcadas por este espíritu de las bienaventuranzas. Solo una Iglesia evangélica tiene autoridad y credibilidad para mostrar el rostro de Jesús a los hombres y mujeres de hoy.

Domingo 3º del Tiempo Ordinario

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Lectura del libro de Isaías (8, 23b-9, 3)


23b En otro tiempo, el Señor humilló la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí; pero luego ha llenado de gloria el camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles.
1 El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;
habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló.
2 Acreciste la alegría, aumentaste el gozo;
se gozan en tu presencia, como gozan al segar,
como se alegran al repartirse el botín.
3 Porque la vara del opresor, el yugo de su carga,
el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial [26, 1bcde. 4. 13-14 (R/.: 1b)]


R/. El Señor es mi luz y mi salvación

R/. El Señor es mi luz y mi salvación;
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida;
¿quién me hará temblar? V/.

R/. Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo. V/.

R/. Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. V/.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1, 10-13. 17)


Hermanos:
10 Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir.
11 Pues, hermanos, me he enterado por los de Cloe de que hay discordias entre vosotros.
12 Y os digo esto porque cada cual anda diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo».
13 ¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿Fuisteis bautizados en nombre de Pablo?
17 Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.

Palabra de Dios.

Aleluya (Cf. Mt 4, 23)


R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. Jesús proclamaba el evangelio del reino,
y curaba toda dolencia del pueblo. R/.

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (4, 12-23)


12 Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. 13 Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, 14 para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
15 «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
16 El pueblo que habitaba en tinieblas
vio una luz grande;
a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló».
17 Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
18 Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.
19 Les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
20 Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
21 Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó.
22 Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
23 Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

Palabra del Señor.

Homilía


“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz…” Es lo mismo que leímos en la noche de la Nochebuena. Esa luz que anuncia el profeta viene acompañada de una consecuencia y de un contenido: la consecuencia es la alegría (como cuando se ven los resultados de un trabajo fatigoso, como si fuese un parto…); el contenido es la liberación (se va a aniquilar la bota que pisa con estrépito y la capa empapada en sangre). Los violentos y los arrogantes y prepotentes que imponen la ley de su fuerza van a tener fin.
Frente a los pesimismos a los que nos fuerza la visión de nuestro mundo, se nos anuncia que Jesús de Nazaret es esa luz, que él es el que trae esa liberación y, por tanto, que todo se nos va a transformar en alegría.
¿Dónde está ahora esa liberación? Una cosa es definitiva: la liberación que trae Jesús no es posible si no cuenta con la colaboración de aquellos a quienes va a liberar. En cierta ocasión no pudo realizar una curación, y a la pregunta de los discípulos, intranquilos y preocupados, Jesús respondió simplemente: no es posible porque no hay fe.
¿Es posible hacer ahora gestos de liberación y de curación? Algunos atisbos sí que hay; pero no más allá de determinados individuos, más o menos clarividentes y decididos. Pero la verdad es que estamos en malas épocas.
Estamos celebrando los creyentes la Semana para la Unidad de los Cristianos. Los seguidores de Jesús estamos separados y divididos en multitud de grupitos, iglesias, sectas. ¿Cómo se ha llegado a esto? es algo difícil de responder. El pueblo es soberano, no porque lo digan las democracias formales de ahora, sino porque es el elegido por Dios para ser el objeto de sus promesas. Pero el pueblo es fácilmente manejable si sus organizadores, sus líderes, sus reyes y sus sacerdotes pervierten lo que no es sino servicio a la colectividad y búsqueda del bien común.
Y la historia está llena de papas, obispos, sacerdotes, reyes, caudillos, líderes y demás personajes que han puesto sus personas por delante, y han llevado a los demás tras sus intereses personales.
Así, el único pueblo de Dios, la única humanidad objeto del amor de Dios, indivisible e introceable, se ha ido partiendo en cachitos, cada vez más numerosos y cada vez más pequeños.
No digo que nada es posible hasta que todos estemos unidos. Pero ¡qué difícil es llevar a cabo una misión tan importante cuando estamos cada uno por un lado! Urge que forcemos a nuestros líderes a la búsqueda de la unidad. Urge que dejemos de ser dóciles ovejas de pastores interesados. Todos los cristianos debemos pedir y orar por la unidad; pero también debemos realizar actos y gestos de reconciliación. Nuestra fe de cristianos tiene que realizarse en medio del mundo: en la familia, en el trabajo, en la ciudad… Pero también debe crecer y desarrollarse en la comunidad, en la celebración, en la escucha de la Palabra, en la oración y en la propia formación. No abandonemos ni deleguemos nuestra propia responsabilidad.

Domingo 2º del Tiempo Ordinario



Lectura del libro de Isaías (49, 3. 5-6)


3 Me dijo el Señor:
«Tú eres mi siervo, Israel,
por medio de ti me glorificaré».
5 Y ahora dice el Señor,
el que me formó desde el vientre como siervo suyo,
para que le devolviese a Jacob,
para que le reuniera a Israel;
he sido glorificado a los ojos de Dios.
Y mi Dios era mi fuerza:
6 «Es poco que seas mi siervo
para restablecer las tribus de Jacob
y traer de vuelta a los supervivientes de Israel.
Te hago luz de las naciones,
para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial [39, 2 y 4ab. 7-8a. 8b-9. 10 (R/.: cf. 8a y 9a)]


R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

V/. Yo esperaba con ansia al Señor:
él se inclinó y escuchó mi grito.
Me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios. R/.

V/. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios;
entonces yo digo: «Aquí estoy». R/.

V/. «—Como está escrito en mi libro—
para hacer tu voluntad.
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en mis entrañas». R/.

V/. He proclamado tu justicia
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios, Señor, tú lo sabes. R/.

Comienzo de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1, 1-3)


1 Pablo, llamado a ser Apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y Sóstenes nuestro hermano, 2 a la Iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados por Jesucristo, llamados santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: 3 a vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Palabra de Dios.

Aleluya (Sal 84, 8)


R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros;
a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios. R/.

Lectura del santo Evangelio según San Juan (1, 29-34)


En aquel tiempo, 29 al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
«Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. 30 Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. 31 Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
32 Y Juan dio testimonio diciendo:
«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él.
33 Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo:
“Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”.
34 Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».

Palabra del Señor.

Homilía


«Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo». Esta frase se repite tres veces en cada eucaristía inmediatamente antes de comulgar a quien le decimos «no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme». Sería bueno que saliéramos de la rutina de repetir palabras sin pensar en su profundo significado. Hoy Juan Bautista nos ayuda con el relato de su experiencia con Jesús.
Seguramente guardamos con cariño fotos y reportajes de nuestro bautizo y del de nuestros hijos. Es posible que no hayamos olvidado fechas, lugares y a quienes con tal motivo se nos juntaron. Ojala, además, consideremos que aquello fue sólo el comienzo de un vivir ante Dios que nos escogió para ser su salvación en un mundo deformado por el pecado. Demos gracias a Dios si nos reconocemos guiados por su Espíritu para vivir como Jesús, y así caminar seguros hacia la santidad de ser luz para este mundo, sal de la tierra, hermanos prójimos de todos los seres humanos.
Creer en Jesús es conocerlo y amarlo, reconocerlo y acogerlo, llegar a la comunión con él y proclamarlo como el Señor y Salvador.
Nuestra misión como cristianos es asumir la misión de Jesús; es decir: cumplir la voluntad del Padre. Jesús empleó en ello su vida. Gastemos la nuestra en hacer que este mundo y cuantos lo habitamos, especialmente los niños y niñas que viven desarraigados y migrantes, resplandezca en justicia y en dignidad.

El Bautismo del Señor



Lectura del libro de Isaías (42, 1-4.6-7)


Esto dice el Señor:
1 «Mirad a mi Siervo, a quien sostengo;
mi elegido, en quien me complazco.
He puesto mi espíritu sobre él,
manifestará la justicia a las naciones.
2 No gritará, no clamará,
no voceará por las calles.
3 La caña cascada no la quebrará,
la mecha vacilante no la apagará.
Manifestará la justicia con verdad.
4 No vacilará ni se quebrará,
hasta implantar la justicia en el país.
En su ley esperan las islas.
5 Esto dice el Señor, Dios,
que crea y despliega los cielos,
consolidó la tierra con su vegetación,
da el respiro al pueblo que la habita
y el aliento a quienes caminan por ella:
6 «Yo, el Señor,
te he llamado en mi justicia,
te cogí de la mano, te formé
e hice de ti alianza de un pueblo
y luz de las naciones,
7 para que abras los ojos de los ciegos,
saques a los cautivos de la cárcel,
de la prisión a los que habitan en tinieblas.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial [28, 1b y 2. 3ac-4. 3b y 9c-10 (R/.: 11b)]


R/. El Señor bendice a su pueblo con la paz.

V/. Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado. R/.

V/. La voz del Señor sobre las aguas,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica. R/.

V/. El Dios de la gloria ha tronado.
En su templo un grito unánime: «¡Gloria!».
El Señor se sienta por encima del diluvio,
el Señor se sienta como rey eterno. R/.

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (10, 34-38)


En aquellos días, 34 Pedro tomó la palabra y dijo:
«Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace acepción de personas, 35 sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. 36 Envió su palabra a los hijos de Israel, anunciando la Buena Nueva de la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.
37 Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. 38 Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

Palabra de Dios.

Aleluya (Cf. Mc 9, 7)


R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. Se abrieron los cielos y se oyó la voz del Padre:
«Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo. R/.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo (3, 13-17)


13 En aquel tiempo, vino Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.
14 Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole:
«Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?».
15 Jesús le contestó:
«Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia».
Entonces Juan se lo permitió. 16 Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. 17 Y vino una voz de los cielos que decía:
«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».

Palabra del Señor.

Homilía


El que en la Epifanía se manifestó como la salvación de Dios para todos los seres humanos, sin distinción de raza, lengua o lugar, hoy en su bautismo muestra su identidad y su misión.
Hoy culmina esa Epifanía, podíamos decir que iniciada en el anuncio de la Navidad, refrendada por la adhesión de Jesús al bautismo junto con el pueblo que reconoce sus pecados y hace penitencia bajo la predicación de Juan Bautista.
«Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea». Es la homilía de Pedro en el bautismo de Cornelio y su familia. Pedro explica el rito. Dice en qué consiste entrar en la comunidad cristiana y de dónde procede esa invitación: viene, precisamente del Bautismo de Jesús donde el Padre ungió a su Hijo con la fuerza de su Espíritu. Esa fuerza se hace activa por el mundo convocando a todo tipo de personas, de toda raza, cultura, sexo, religión.
El bautismo cristiano hace partícipes de la misma investidura de Cristo. Los cristianos nos hacemos como Él, profetas, reyes y sacerdotes.
Siempre debemos estar haciendo actual y viva nuestra vocación, recibida en el bautismo y enriquecida por la práctica cristiana.
Y sepamos que nuestro referente no es otro que el mismo Jesús, de quien el profeta Isaías dijo: «Mirad a mi Siervo, a quien sostengo. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones.»

La Epifanía del Señor



Lectura del libro de Isaías (60, 1-6)


1 ¡Levántate y resplandece, Jerusalén,
porque llega tu luz;
la gloria del Señor amanece sobre ti!
2 Las tinieblas cubren la tierra,
la oscuridad los pueblos,
pero sobre ti amanecerá el Señor
y su gloria se verá sobre ti.
3 Caminarán los pueblos a tu luz,
los reyes al resplandor de tu aurora.
4 Levanta la vista en torno, mira:
todos esos se han reunido, vienen hacia ti;
llegan tus hijos desde lejos,
a tus hijas las traen en brazos.
5 Entonces lo verás y estarás radiante;
tu corazón se asombrará, se ensanchará,
porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti,
y a ti llegan las riquezas de los pueblos.
6 Te cubrirá una multitud de camellos,
dromedarios de Madián y de Efá.
Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso,
y proclaman las alabanzas del Señor.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial [71, 1bc-2. 7-8. 10-11. 12-13 (R/.: cf. 11)]


R/. Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra.

V/. Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud. R/.

V/. En sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra. R/.

V/. Los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributos.
Los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
póstrense ante él todos los reyes,
y sírvanle todos los pueblos. R/.

V/. El librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres. R/.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (3, 2-3a. 5-6)


Hermanos:
2 Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor de vosotros, los gentiles.
3 Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, sobre el cual acabo de escribiros brevemente. 4 Leedlo y veréis cómo comprendo yo el misterio de Cristo, 5 que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: 6 que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio.

Palabra de Dios.

Aleluya (Mt 2, 2)


R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. Hemos visto salir su estrella
Y venimos a adorar al Señor. R/.

Lectura del Evangelio de Jesús según San Mateo (2, 1-12)


1 Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén 2 preguntando:
«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».
3 Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; 4 convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
5 Ellos le contestaron:
«En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:
6 “Y tú, Belén, tierra de Judá,
no eres ni mucho menos la última
de las poblaciones de Judá,
pues de ti saldrá un jefe
que pastoreará a mi pueblo Israel”».
7 Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, 8 y los mandó a Belén, diciéndoles:
«Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo».
9 Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
10 Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. 11 Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
12 Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.

Palabra del Señor.

Homilía


Este relato precioso del comienzo del Evangelio de Mateo tiene más de parábola que de crónica histórica. Seguramente el evangelista no tuvo ningún interés de contar un suceso real, sino en hacer una catequesis; al final podría muy bien haber añadido lo mismo que Jesús decía al final de sus parábola: “Y ahora, anda, vete y haz tú lo mismo”.
Mateo tanto en la forma como en el fondo habla de una experiencia de encuentro con Dios. Unos personajes, extraños al pueblo judío, se ponen en camino buscando “algo” o “alguien”; y ese “Alguien” se deja encontrar. Y más parece que es al revés, que son ellos los encontrados, porque cuando se vuelven de regreso ya no son los mismos, lo hacen “por otro camino”.
Hay ya en esta fiesta un problema de “nombres” que deja entrever las formas tan distintas con las que la entendemos y la celebramos unos y otros. Para muchos hoy es “el día de reyes”, “la fiesta de los magos”, “el día de la ilusión y de los niños”, “la fiesta de los regalos”… En cambio, los creyentes cristianos la celebramos en la liturgia con el nombre de “Epifanía del Señor”.
Esta diversidad no sólo pone de manifiesto el diferente sentido que cada uno le damos sino que, ante todo, aclara quién es el protagonista que cada uno ponemos en el centro de la fiesta.
Si para muchas personas ese protagonismo está en los niños, o en los magos, o en los regalos…, para nosotros el que debe estar en el centro es el Niño que ha nacido en Belén, que hoy “se manifiesta” -eso es lo que significa la palabra epifanía- y se nos presente como el único y verdadero Señor para todos los hombres y todos los pueblos.
Él mismo, Jesús, así se presenta y así se ofrece, no sólo a sus más amigos, sino a todos sin excepción: «Yo soy la luz del mundo».
No está de más añadir que Jesús también, y esta vez mirando a quienes le siguen, dijo: «Vosotros sois la luz del mundo».
Una vez más la fe se manifiesta unida a la tarea y al compromiso.

Santa María, Madre de Dios

Lectura del libro de los Números (6, 22-27)


22 El Señor habló a Moisés:
23 «Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel:
24 “El Señor te bendiga y te proteja,
25 ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor.
26 El Señor te muestre su rostro
y te conceda la paz”.
27 Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial [66, 2-3. 5. 6 y 8 (R/.: 2a)]


R/. El Señor tenga piedad y nos bendiga.

V/. El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre vosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R/.

V/. Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia
y gobiernas las naciones de la tierra. R/.

V/. Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe. R/.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas (4, 4-7)


Hermanos:
4 Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, 5 para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial.
6 Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡”Abba”, Padre!». 7 Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

Palabra de Dios.

Aleluya (Hebl 1, 1-2)


R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. En muchas ocasiones habló Dios antiguamente
A los padres por los profetas.
En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo. R/.

Lectura del santo Evangelio de Jesús según San Lucas (2, 16-21)


En aquel tiempo, los pastores 16 fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. 17 Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.
18 Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. 19 María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
20 Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
21 Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Palabra del Señor.

Homilía


María Madre de Dios. O sea, lo más de lo más que podríamos nunca imaginar.
No subamos tanto; la tierra, el suelo, no es del todo necesario. También lo fue para María.
Tomo estas palabras de Dolores Aleixandre, una mujer jubilada que escribe como a mí me gusta.
«“En el cielo ¿las bicicletas serán de oro?” Me lo preguntó un niño hace años (los niños del siglo pasado preguntaban ese tipo de cosas), y le contesté que por supuesto que sí, que tratándose del cielo cómo no iban a ser de oro.
Esta asociación de lo áureo con lo celeste es recurrente y por eso llamamos a María “Casa de oro” en las letanías del rosario. Sin embargo, al buscar en los evangelios la relación María/casa, muy frecuente por cierto, lo que se dice sobre ello tiene poco de áureo: María aparece más bien como una mujer con experiencia costosa de mudanzas, traslados y desplazamientos: deja su casa para ir a la de Isabel y luego a la de José; vive el rechazo de la posada de Belén y conoce, antes que su hijo, lo que significa no tener dónde reclinar la cabeza. Quizá recordó aquella noche las palabras del Salmo 84 que había rezado tantas veces: “¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos…”, preguntándose por qué no se cumplían sus promesas y la tórtola no encontraba nido donde colocar a su polluelo. Migrante después en Egipto y vecina de nuevo en Nazaret, experimentando demasiado pronto el vacío que deja en el hogar el hijo que se va. Realojada finalmente en casa de Juan después de la muerte de Jesús, experta ya en dejar atrás el cobijo de lo conocido para ser recibida bajo otro techo y adaptarse a otras costumbres. Orante junto a los discípulos y discípulas en la habitación de arriba de una casa en Jerusalén, mientras esperaban el huracán del Espíritu.
María Casa y Puerta del cielo, empujándonos a parecernos a ella en cuidar la casa común y abrirla, en reclamar derechos para los privados de asilo, en el empeño por construir una Iglesia más cálida, más parecida a ese “hospital de campaña” que desea Francisco para ofrecer refugio a los desplazados y excluidos por la pobreza, la violencia y la degradación ambiental.
Inquilina de nuestra tierra, sabedora de desamparos, intemperies y desarraigos, sigue caminando con nosotros».

Música Sí/No