Domingo 2º de Adviento



Posiblemente, si pudiéramos ver nuestro planeta desde algún asteroide no muy lejano, percibiríamos excesos que nos ciegan y nos incomunican. Tanto ruido, tantos gritos, tanto guirigay, tanta palabra sonora pero vacía, hace de nosotros seres indefensos, muy fáciles de conducir y manejar, y al mismo tiempo individualistas incapaces de mirar más allá de nuestra pequeña parcela.
 
De alguna manera y salvando las distancias, eso mismo ocurría en otro tiempo, cuando desde el desierto llegó una voz que retumbó entre el griterío del nacionalismo judío y la voz única del poderoso país invasor.

 
Los poderes fácticos, políticos y religiosos, estaban enredados en planificar y dirigir la llegada inminente del Mesías.

 
Lucas dice escuetamente que «la Palabra de Dios vino sobre Juan en el desierto», no en la Roma imperial ni en el recinto sagrado del Templo de Jerusalén.

 
El desierto, en la consideración de los profetas de Israel, es el lugar de la verdad y de la desnudez, donde se vive de lo esencial y no hay sitio para lo superfluo, donde lo que interesa es orientarse bien para no perderse. Es también el lugar ideal para encontrar a Dios y dialogar con Él sin distracciones.

 
Esa voz apremia a entrar en razón y ponerse manos a la obra, porque el Señor está ya ahí y hay que prepararle el camino.

 
Es necesario hoy volver a escuchar esa voz, prestarla atención y obrar en consecuencia.

 
¿Cómo responder hoy a esta llamada? El Bautista lo resume en una imagen tomada de Isaías: «Preparad el camino del Señor». Nuestras vidas están sembradas de obstáculos y resistencias que impiden o dificultan la llegada de Dios a nuestros corazones y comunidades, a nuestra Iglesia y a nuestro mundo. Dios está siempre cerca. Somos nosotros los que hemos de abrir caminos para acogerlo encarnado en Jesús.

 
Nuestros compromisos en realidad no deberían ser nada complicados: cuidar mejor lo esencial sin distraernos en lo secundario; rectificar lo que hemos ido deformando entre todos; enderezar caminos torcidos; afrontar la verdad real de nuestras vidas para recuperar un talante de conversión. Por supuesto que hemos de cuidar bien los bautizos de nuestros niños, pero lo que necesitamos todos es un «bautismo de conversión».

Música Sí/No