Domingo 4º de Cuaresma


Lectura del primer libro de Samuel (16, 1b. 6-7. 10-13a)


En aquellos días, 1 el Señor dijo a Samuel:
«Llena tu cuerno de aceite y ponte en camino. Te envío a casa de Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí».
6 Cuando llegó, vio a Eliab y se dijo:
«Seguro que está su ungido ante el Señor».
7 Pero el Señor dijo a Samuel:
«No te fijes en su apariencia ni en lo elevado de su estatura, porque lo he descartado. No se trata de lo que vea el hombre. Pues el hombre mira a los ojos, mas el Señor mira el corazón».
10 Jesé presentó a sus siete hijos ante Samuel. Pero Samuel dijo a Jesé:
«El Señor no ha elegido a estos».
11 Entonces Samuel preguntó a Jesé:
«¿No hay más muchachos?».
Y le respondió:
«Todavía queda el menor, que está pastoreando el rebaño».
Samuel le dijo:
«Manda a buscarlo, porque no nos sentaremos a la mesa, mientras no venga».
12 Jesé mandó a por él y lo hizo venir. Era rubio, de hermosos ojos y buena presencia. El Señor dijo a Samuel:
«Levántate y úngelo de parte del Señor, pues es este».
13 Samuel cogió el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. Y el espíritu del Señor vino sobre David desde aquel día en adelante.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial (22 , 1-3a. 3b-4. 5. 6 [R/.: 1])


R/. El Señor es mi pastor, nada me falta.

V/. El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.

V/. Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.

V/. Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.

V/. Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por los años sin término. R/.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5, 8-14)


Hermanos:
8 Antes erais tinieblas, pero ahora, sois luz por el Señor.
9 Vivid como hijos de la luz, pues toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz. 10 Buscad lo que agrada al Señor, 11 sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciándolas.
12 Pues da vergüenza decir las cosas que ellos hacen a ocultas.
13 Pero, al denunciarlas, la luz las pone al descubierto, 14 y todo lo descubierto es luz.
Por eso dice:
«Despierta tú que duermes,
levántate de entre los muertos
y Cristo te iluminará».

Palabra de Dios.

Versículo antes del Evangelio (Cf. Jn 8, 12b)


Yo soy la luz del mundo —dice el Señor—;
el que me sigue tendrá la luz de la vida.

Lectura del santo Evangelio según san Juan (9, 1-41)


En aquel tiempo, 1 al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento.
2 Y sus discípulos le preguntaron:
«Maestro, ¿quién pecó: este o sus padres, para que naciera ciego?».
3 Jesús contestó:
«Ni este pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. 4 Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. 5 Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo».
6 Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, 7 y le dijo:
«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)».
Él fue, se lavó, y volvió con vista. 8 Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
«¿No es ese el que se sentaba a pedir?».
9 Unos decían:
«El mismo».
Otros decían:
«No es él, pero se le parece».
Él respondía:
«Soy yo».
10 Y le preguntaban:
«¿Y cómo se te han abierto los ojos?».
11 Él contestó:
«Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver».
12 Le preguntaron: «¿Dónde está él?».
Contestó:
«No lo sé».
13 Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. 14 Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. 15 También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó:
«Me puso barro en los ojos, me lavé y veo».
16 Algunos de los fariseos comentaban:
«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado».
Otros replicaban:
«¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?».
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
17 «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?».
Él contestó:
«Que es un profeta».
18 Pero los judíos no se creyeron que aquel había sido ciego y que había comenzado a ver, hasta que llamaron a sus padres 19 y les preguntaron:
«¿Es este vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?».
20 Sus padres contestaron:
«Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos; 21 y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse».
22 Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos: porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. 23 Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él».
24 Llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron:
«Da gloria a Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador».
25 Contestó él:
«Si es un pecador, no lo sé; solo sé que yo era ciego y ahora veo».
26 Le preguntan de nuevo:
«¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?».
27 Les contestó:
«Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez?, ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?».
28 Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
«Discípulo de ese lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. 29 Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ese no sabemos de dónde viene».
30 Replicó él:
«Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. 31 Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es piadoso y hace su voluntad. 32 Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; 33 si este no viniera de Dios, no tendría ningún poder».
34 Le replicaron:
«Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?».
Y lo expulsaron.
35 Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
«¿Crees tú en el Hijo del hombre?».
36 Él contestó:
«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?».
37 Jesús le dijo:
«Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es».
38 Él dijo:
«Creo, Señor».
Y se postró ante él.
39 Dijo Jesús:
«Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos».
40 Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
«¿También nosotros estamos ciegos?».
41 Jesús les contestó:
«Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís “vemos”, vuestro pecado permanece.

Palabra del Señor.

Homilía


Hoy se nos propone un itinerario que va del “no ver” al “ver”, de las tinieblas a la luz.
En la primera lectura, Dios mira lo profundo del corazón, en tanto que los humanos sólo apreciamos las apariencias. Entre hermanos mayores, más fuertes y más preparados, Dios escoge al que ni está ni es tenido en cuenta, David, para entregarle su espíritu.
El largo episodio del ciego de nacimiento, del evangelio de san Juan, nos muestra el itinerario complejo y lleno de dificultades que lleva a la profesión de fe en Jesús, el Cristo, de alguien desahuciado y apartado por la sociedad. «Creo, Señor» no es el final del proceso de conversión, sino el principio de una vida nueva en la luz.
¿Quién llevará hoy el mensaje liberador de Jesús a tantas personas excluidas contra quienes se escuchan condenas públicas injustas, incluso de dirigentes religiosos; a quienes se acercan a las celebraciones cristianas con temor a ser reconocidos; que no pueden comulgar con paz en nuestras eucaristías; que se ven obligados a vivir su fe en Jesús en el silencio de su corazón, casi de manera secreta y clandestina?
San Pablo, por su parte, al reflexionar lo narrado en el evangelio, nos dice: «Sois luz por el Señor. Vivid como hijos de la luz. Buscad lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciándolas».
Que sepan esos amigos y amigas desconocidos que, aun cuando los cristianos les rechacemos, Jesús los está acogiendo.

Domingo 3º de Cuaresma



Lectura del libro de Éxodo (17, 3-7)


En aquellos días, 3 el pueblo, sediento, murmuró contra Moisés, diciendo:
«¿Por qué nos has sacado de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?».
4 Clamó Moisés al Señor y dijo:
«¿Qué puedo hacer con este pueblo? Por poco me apedrean».
5 Respondió el Señor a Moisés:
«Pasa al frente del pueblo y toma contigo algunos de los ancianos de Israel; empuña el bastón con el que golpeaste el Nilo y marcha. 6 Yo estaré allí ante ti, junto a la roca de Horeb. Golpea la roca, y saldrá agua para que beba el pueblo».
Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. 7 Y llamó a aquel lugar Masá y Meribá, a causa de la querella de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo:
 «¿Está el Señor entre nosotros o no?».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial (94 , 1-2. 6-7c. 7d-9 [R/.: cf. 7d-8a])


R/. Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis vuestro corazón».

V/. Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R/.

V/. Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R/.

V/. Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque había visto mis obras». R/.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (5, 1-2. 5-8)


Hermanos:
1 Habiendo sido justificados en virtud de la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo*, 2 por el cual hemos obtenido además por la fe el acceso a esta gracia, en la cual nos encontramos; y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.
5 Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
6 En efecto, cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; 7 ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; 8 pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.

Palabra de Dios.

Versículo antes del Evangelio (Cf. Jn 4, 42. 15)


Señor, tú eres de verdad el Salvador del mundo;
dame agua viva, así no tendré más sed.

Lectura del santo Evangelio según san Juan (4, 5-42)


En aquel tiempo, 5 llegó Jesús a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; 6 allí estaba el pozo de Jacob.
Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta.
7 Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice:
«Dame de beber».
8 Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La samaritana le dice:
9 «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (porque los judíos no se tratan con los samaritanos).
10 Jesús le contestó:
«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva».
11 La mujer le dice:
«Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; 12 ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?».
13 Jesús le contestó:
«El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; 14 pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».
15 La mujer le dice:
«Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla».
16 Él le dice:
«Anda, llama a tu marido y vuelve».
17 La mujer le contesta:
«No tengo marido».
Jesús le dice:
«Tienes razón, que no tienes marido: 18 has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad».
19 La mujer le dice:
«Señor, veo que tú eres un profeta. 20 Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén».
21 Jesús le dice:
«Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. 22 Vosotros adoráis a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. 23 Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así. 24 Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad».
25 La mujer le dice:
«Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo».
26 Jesús le dice:
«Soy yo, el que habla contigo».
27 En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?».
28 La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:
29 «Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?».
30 Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él.
31 Mientras tanto sus discípulos le insistían:
«Maestro, come».
32 Él les dijo:
«Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis».
33 Los discípulos comentaban entre ellos:
«¿Le habrá traído alguien de comer?».
34 Jesús les dice:
«Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra.
35 ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; 36 el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador.
37 Con todo, tiene razón el proverbio: uno siembra y otro siega. 38 Yo os envié a segar lo que no habéis trabajado. Otros trabajaron y vosotros entrasteis en el fruto de sus trabajos».
39 En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho».
40 Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. 41 Todavía creyeron muchos más por su predicación, 42 y decían a la mujer:
«Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».

Palabra del Señor.

Homilía


El pasaje de la samaritana del evangelio de san Juan constituye la manifestación de Jesús como agua viva que satisface y colma la sed de toda persona sedienta: «Yo soy el agua viva que salta hasta la vida eterna».
Movidos y martirizados por la sed, los seres humanos vamos dando tumbos por la vida y esta tierra, y hasta llegamos a preguntarnos si está o no está Dios con nosotros. Eso pasó al pueblo de Israel, como vemos en la primera lectura.
San Pablo, en la segunda, asegura que en Jesucristo encontramos la paz que ansiamos: estaremos a gusto con Dios.
Como personas cristianas, nuestra experiencia primera y más importante sea encontrarnos a gusto con Dios percibido en Jesús como “presencia salvadora”. Porque, si nosotros escuchamos, Dios no se calla. Si nos abrimos, él no se encierra. Si nos confiamos, él nos acoge. Si nos entregamos, él nos sostiene. Si nos hundimos, él nos levanta. Si volvemos derrotamos, sedientos y heridos, Dios nos envuelve en besos y abrazos que nos devuelven la integridad y la armonía.
Como piedras vivas de la Iglesia de Jesús deberíamos preocuparnos por tantas personas que hoy están abandonando a Dios antes de haberlo conocido. Esta inquietud nos movilice por hacerles llegar a esa experiencia que Jesús contagia y que, si la alcanzaran, a buen seguro no la abandonarían.
Por eso nunca nos desanimemos de orar confiadamente: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed». Pero sin dejar de lado que en nuestra propia vida y en nuestra historia común florezca la justicia, brille la fraternidad, reine la tolerancia, y todos nos iniciemos en la esperanza y el amor.

Domingo 2º de Cuaresma


Lectura del libro de Génesis (12, 1-4a)


Vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios

1 En aquellos días, el Señor dijo a Abrán:
«Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré.
2 Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición.
3 Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan, y en ti serán benditas todas las familias de la tierra».
4 Abrán marchó, como le había dicho el Señor.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial (32, 4-5. 18-19. 20 y 22 (R/.: 22])


R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
omo lo esperamos de ti.

V/. La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.

V/. Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte,
y redimirlos en tiempo de hambre. R/.

V/. Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1, 8b-10)


Dios nos llama y nos ilumina

Querido hermano:
8 Toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios.
9 Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos, 10 la cual se ha manifestado ahora por la aparición de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que destruyó la muerte e hizo brillar la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio.

Palabra de Dios.

Versículo antes del Evangelio (Cf. Lc 9, 35)


En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre:
«Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo».

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (17, 1-9)


Su rostro resplandecía como el sol

1 En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto.
2 Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
3 De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
4 Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
«Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
5 Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo».
6 Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
7 Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
«Levantaos, no temáis».
8 Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
9 Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó:
«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

Palabra del Señor.

Homilía


Si consiguiéramos superar nuestra gran tentación y no disputáramos a Dios el lugar central en nuestras vidas, estaríamos en disposición de oír su voz. Eso es lo que pedagógicamente la liturgia de hoy nos muestra a través de las tres lecturas bíblicas; en el momento cumbre del evangelio se oye la voz del Padre.
Todo el andamiaje literario con el que Mateo construye el relato de la transfiguración lo forman expresiones sonoras e intensas: “alta montaña”, “su rostro se puso brillante como el sol”, “sus vestidos se volvieron blancos como la luz”, “Moisés y Elías conversando con Jesús”, “una nube de luz los cubrió” y una “voz”, desde la nube, se dejó oír. Parece que de Dios no sabemos gran cosa, y lo poco que nos llega o nos imaginamos provoca admiración, expectación y respeto. O dicho de otro modo, temor. El miedo es saludable, porque nos pone en guardia frente al peligro. Pero puede ser perjudicial si nos bloquea y anula.
Mateo cuida de no cargar las tintas para que Pedro, Santiago y Juan no salgan corriendo montaña abajo. Y presenta a Jesús conversando plácidamente con Moisés y Elías. Moisés dio al pueblo la Ley del Sinaí, tras hablar cara a cara con Dios. Elías fue el profeta del verdadero y único Dios frente a ídolos y falsos dioses, y fue arrebatado al cielo en un carro de fuego. La Ley y los Profetas era todo lo que un judío necesitaba, era lo que había recibido de sus mayores y con ello consideraba estar a bien con Dios. Por eso Pedro está tranquilo, y desea permanecer así, quiere hacer tiendas y todo.
Pero con todo y con eso, ese Dios no dejaba de ser en gran medida lejano, misterioso, inalcanzable. Por eso esa voz le asusta, a él y a los otros dos; que Dios se acerque, aunque sea de ese modo a través de la palabra, rompe su equilibrio. Sin embargo, la irrupción de Dios no pretende intimidar, sino comunicar. ¿Qué?
«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco».
«Escuchadlo».
Pedro, igual que nosotros, sabe que se refiere a Jesús. Y que si antes hubo otros, como Abraham o Moisés, para saber de Dios y de lo que a nosotros nos interesa, ahora quien le representa, el que tiene el rostro iluminado y refleja su gloria, es Jesús. Y sólo Él.
Reconocer a Jesús y escucharlo es lo que Dios nos comunica, no necesitamos más.
Y lo primero que Jesús dice, «Levantaos, no temáis», es el principio de nuestra transfiguración. Caminaremos con Jesús hacia Jerusalén, porque allí está la cruz, pero y sobre todo también está la Pascua.

Domingo 1º de Cuaresma


Lectura del libro del Génesis (2, 7-9; 3, 1-7)


7 El Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo.
8 Luego el Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia Oriente, y colocó en él al hombre que había modelado.
9 El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos para la vista y buenos para comer; además, el árbol de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal.
1 La serpiente era más astuta que las demás bestias del campo que el Señor había hecho. 2 Y dijo a la mujer:
«¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín?».
3 La mujer contestó a la serpiente:
«Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; pero del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios:
“No comáis de él ni lo toquéis, de lo contrario moriréis”».
4 La serpiente replicó a la mujer:
«No, no moriréis; 5 es que Dios sabe que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal».
6 Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia; así que tomó de su fruto y comió. Luego se lo dio a su marido, que también comió.
7 Se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos; y entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial (Sal 50, 3-4. 5-6ab. 12-13. 14 y 17 [R.: cf. 3a])


R/. Misericordia, Señor, hemos pecado.

V/. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.

V/. Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti sólo pequé.
cometí la maldad en tu presencia. R/.

V/. Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.

V/. Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/.


Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (5, 12-19)


Hermanos:
12 Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron...
13 Pues, hasta que llegó la ley había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputaba porque no había ley. 14 Pese a todo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del quetenía que venir.
15 Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos.
16 Y tampoco hay proporción entre la gracia y el pecado de uno: pues el juicio, a partir de uno, acabó en condena, mientras que la gracia, a partir de muchos pecados, acabó en justicia.
17 Si por el delito de uno solo la muerte inauguró su reinado a través de uno solo, con cuánta más razón los que reciben a raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo.
18 En resumen, lo mismo que por un solo delito resultó condena para todos, así también por un acto de justicia resultó justificación y vida para todos.
19 Pues, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos.

Palabra de Dios.

Versículo antes del Evangelio (Mt 4, 4b)


No sólo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (4, 1-11)


1 En aquel tiempo Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. 2 Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
3 El tentador se le acercó y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes».
4 Pero él le contestó:
«Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”».
5 Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo 6 y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”».
7 Jesús le dijo:
«También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».
8 De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria, 9 y le dijo:
«Todo esto te daré, si te postras y me adoras».
10 Entonces le dijo Jesús:
«Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».
11 Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían.

Palabra del Señor.

Homilía


Con la imposición de la ceniza iniciamos el pasado miércoles la cuaresma. Ayudados por el papa Francisco con su mensaje para este año, aceptamos “La Palabra es un don. El otro es un don” como punto de partida y punto de llegada de nuestro vivir cristiano durante estos cuarenta días tan especiales que nos llevan hasta la Pascua.
Qué pasa aquí, ¿que no vamos a ninguna parte y estaremos al final donde comenzamos?
Tenemos la gran suerte de saber cuál es nuestro origen y conocer dónde está nuestra meta. Es un recorrido que haremos una sola vez y nada más, a lo largo de nuestra vida que es única e irrepetible. Pero cada año nos ejercitamos en analizar nuestro progreso, y así tenemos la oportunidad de comprobar si lo hacemos adecuadamente y de mejorar en todo en general y en algo concreto. Partimos, pues, de una cosa sabida hacia otra creída porque así se nos ha revelado en la persona de Jesús, el Cristo.
La primera etapa en este ejercicio cuaresmal nos sitúa ante lo que pudiéramos considerar “Nuestra Gran Tentación”.
El relato de la caída original, narrada en la lectura del Génesis, recuerda que el ser humano ha cedido a la tentación de quitarle a Dios de en medio para ponerse en su lugar. La consecuencia de comer la manzana prohibida es clara y manifiesta: el ser humano no sólo ha perdido el norte, se ha quedado sin centro, vacío y ausente de destino.
Como todo ser humano, Jesús también experimentó a lo largo de su vida resistencias y propuestas alternativas para hacerle desistir o para desviarle de su meta. El relato de las tentaciones en el desierto lo ejemplifica con suficiencia pedagógica, a través de tres momentos simbólicos: el pan, el milagro, el poder.
Jesús superó la prueba, venció a la tentación, porque en todo momento se apoyó en Dios, y tenía por encima de todo su Reino y su justicia: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”, “No tentarás al Señor, tu Dios”, “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”.
Si nuestros primeros padres Adán y Eva, si nosotros a lo largo de nuestra vida no quisiéramos ser nuestro propio centro, otro gallo cantaría. Por eso estamos cayendo una y otra vez en nuestra gran tentación, equivocándonos una y otra y otra vez. Y por eso debemos atender a la llamada de la cuaresma: “La Palabra es un don. El otro es un don”. Es decir: Prestar atención a Dios que se nos da. Atender también al otro, que es regalo de Dios. A poco que cedamos en ser nuestro propio centro, ellos, Dios y la otra persona, todos los demás, irán ocupando espacio y nosotros cada vez menos.
No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal; no es una muletilla más, es plegaria dirigida a quien puede defendernos y protegernos. ¿De quien? Del maligno, del tentador. ¿Quién es ese ser? Nosotros mismos, nuestra propia condición humana, ególatra y egoísta, y las circunstancias con que nos rodeamos.
Dice la carta de Santiago, justo al principio, «cuando uno se ve tentado, no diga que Dios lo tienta; lo malo a Dios no lo tienta y él no tienta a nadie. A cada uno le viene la tentación cuando su propio deseo lo arrastra y lo seduce; el deseo concibe y da a luz pecado, y el pecado, cuando madura, engendra muerte».

Miércoles de Ceniza


Lectura de la profecía de Joel (2, 12-18)


12 Pues bien —oráculo del Señor—,
convertíos a mí de todo corazón,
con ayunos, llantos y lamentos;
13 rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos,
y convertíos al Señor vuestro Dios,
un Dios compasivo y misericordioso,
lento a la cólera y rico en amor,
que se arrepiente del castigo.
14 ¡Quién sabe si cambiará y se arrepentirá
dejando tras de sí la bendición,
ofrenda y libación
para el Señor, vuestro Dios!
15 Tocad la trompeta en Sión,
proclamad un ayuno santo,
convocad a la asamblea,
16 reunid a la gente,
santificad a la comunidad,
llamad a los ancianos;
congregad a los muchachos
y a los niños de pecho;
salga el esposo de la alcoba
y la esposa del tálamo.
17 Entre el atrio y el altar
lloren los sacerdotes,
servidores del Señor,
y digan:
«Ten compasión de tu pueblo, Señor;
no entregues tu heredad al oprobio
ni a las burlas de los pueblos.
¿Por qué van a decir las gentes:
«Dónde está su Dios»?
18 Entonces se encendió
el celo de Dios por su tierra
y perdonó a su pueblo.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial (Sal 50, 3-4. 5-6ab. 12-13. 14 y 17 [R.: cf. 3a])


R/. Misericordia, Señor, hemos pecado.

V/. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.

V/. Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti sólo pequé.
cometí la maldad en tu presencia. R/.

V/. Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.

V/. Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (5, 20 - 6, 2)


Hermanos:
20 Actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
21 Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él.
1 Y como cooperadores suyos, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. 2 Pues dice:
«En el tiempo favorable te escuché,
en el día de la salvación te ayudé».
Pues mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación.

Palabra de Dios.

Versículo antes del Evangelio (Cf. Sal 94, 8ab. 7d)


No endurezcáis hoy vuestro corazón;
escuchad la voz del Señor.

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (6, 1-6. 16-18)


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
1 «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial.
2 Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
3 Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; 4 así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
5 Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
6 Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará.
16 Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga.
17 Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, 18 para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.

Palabra del Señor.

Homilía


Papa Francisco comienza así su mensaje para la Cuaresma 2017:
“La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2, 12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar.
La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia”.
Por eso nos propone vivir esta Cuaresma bajo el lema “La Palabra es un don. El otro es un don”, que él mismo desarrolla a partir del pasaje evangélico del hombre rico y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31).
Lázaro, nombre repleto de promesas que significa «Dios ayuda», es un pobre minuciosamente descrito en su situación de necesidad, tirado a la puerta del rico y comiendo las migajas que dejan los perros. El rico, sin embargo, carece de nombre, pero come y viste como “un dios”. Está ciego, sin embargo, su riqueza le impide ver cualquier otra cosa distinta de sí mismo. En su altivez y encumbramiento desconoce a Lázaro que le mendiga, es invisible para él. Curiosamente reconoce a Lázaro cuando se encuentra en medios de los tormentos de la otra vida.
Lázaro es, según el papa, un don para el rico. Tirado a su puerta le está recordando la llamada a convertirse y a cambiar de vida.
El rico despreció a Lázaro, porque también despreció a la Palabra. El mismo Evangelio lo revela: no hizo caso ni a Moisés ni a los profetas, ¿lo hubiera hecho si resucita un muerto? El verdadero problema del rico, la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar a Dios y por tanto a despreciar al prójimo.
Y termina papa Francisco: la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador nos muestra el camino a seguir. Que el Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados.

Música Sí/No