Domingo después de la Natividad. La Sagrada Familia



La fiesta de hoy no puede hacernos olvidar las palabras del anciano Simeón, cuando José y María van a presentar a su hijo, Jesús, como era tradición en Israel: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma».
Ante la presencia del niño, el profeta reconoce que ha llegado el momento culminante largamente esperado: la promesa de Dios se cumple, el Mesías está ya, pero no va a ser como se le había imaginado, será causa de salvación, pero también de contradicción y ruptura. Nada va a ser igual a partir de ahora, habrá quien le acepte y habrá quien le rechace.
Eso mismo escuchamos la mañana de Navidad: la luz llegó, pero la tiniebla se resistió.
También tiene palabras para María: ella va a estar en medio de esa contradicción que Jesús va a provocar. Y el amor que representa ella se va a ver envuelto en sufrimiento.
- sufrimiento por la división y ruptura del pueblo judío;
- sufrimiento por la conspiración y condena del hijo;
- sufrimiento por la cruz que también a ella va a alcanzar.
María encarna el sufrimiento en el amor, o el amor en el sufrimiento. Y en ello nos da ejemplo: al amor humano implica renuncia, silencio, esfuerzo, aceptación, dejar que Otro actúe: «mis planes no son vuestros planes, mis caminos no son vuestros caminos».
Es la consecuencia lógica de sus palabras: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra».
No es fácil entender los planes de Dios. Ni siquiera María “entiende”. Pero hay tres exigencias fundamentales para entrar en comunión con Dios: 1) Buscarlo (José y María “se pusieron a buscarlo”); 2) Creer en Él (María es “la que ha creído”); y 3) Meditar la Palabra de Dios (“María conservaba esto en su corazón”).
Así aquellas tres personas, la familia de Nazaret, aceptando ser cooperantes del plan de Dios, son hoy para todos nosotros Sagrada Familia.

Natividad del Señor


Desde siglos inmemoriales la humanidad ha buscado a Dios. Lo ha hecho siempre y constantemente. Lo ha buscado en lo alto de los montes y en el fondo de las simas. Ha mirado en palacios y templos, ha esperado en momentos y situaciones desbordantes.
Desde siempre, de esta manera, los hombres y las mujeres, todos los pueblos se han inventado dioses de todo tipo: para hacer la guerra y para la paz; para las cosechas, para la fiesta y para los negocios; para el mar, para la tierra y para los cielos; para la artesanía, para la intelectualidad e incluso para la virginidad.
Esta noche sin buscar, hemos sido sobresaltados, igual que aquellos pastores que tampoco nada esperaban. Dios entra en nuestra historia. No por donde le buscábamos, no en donde nosotros queríamos ponerlo, no bajo la ropa que pretendíamos digna para tan alto ser.
Ha tomado nuestra carne. Ha hecho madre a una mujer. Se ha buscado para nacer el lugar por Él preferido: el de la pequeñez.
Dios humano, Dios pobre, Dios silencioso, Dios deseoso de agradar, Dios pequeño, Dios en el tiempo de nuestro envejecer, Dios dispuesto a aprenderlo todo, Dios no arriba en los cielos sino abajado en la tierra de nuestros avatares, Dios sencillo con una sencillez que abruma, Dios en la noche de nuestras noches negras…
Llega y se nos ofrece. Y, misterio profundo de nuestras miserias, permite que no le aceptemos. E incluso en nuestra misma negación nos redime y nos regenera.
Esta noche, hermanos, Dios nace en Belén de Judá. No importa si fue cuadra, choza o al raso bajo las estrellas; lo que importa es que es real y que cuantos lo esperaban, lo encontraron.
Permitamos que Él nos encuentre, dejemos que nos maraville, acerquémonos a su humanidad sin prejuicios, adorémosle sin forzarle, acojámosle con devoción.
Navidad es Dios tocándonos el corazón. Navidad es la vida poniendo cerco a la muerte. Navidad es Dios-con-nosotros.
Alegrémonos, en Navidad ya no estaremos jamás solos. Navidad es y será siempre.

4º Domingo de Adviento


«¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella?». Son palabras que Dios dirige a David por su profeta Elías.
David había conseguido para su pueblo todo lo que esperó conseguir. Ya sólo le faltaba dar una morada digna al Arca de la Alianza, que durante tanto tiempo paseó por aquellas tierras bajo un simple toldo, una tienda de campaña.
Pero no era ese el plan de Dios. Dios no se deja manejar, es Él quien tiene la iniciativa. Y se la hace ver a su elegido David.
Eso mismo, traducido para nosotros, vendría a decir: “¿Eres tú el que va a construir la casa fraterna del Reino?”
Como para David, también para nosotros, es un esfuerzo que queda más allá de nuestras posibilidades.
Pero no por ello debemos dejar a un lado la esperanza; al contrario, que Dios no quiere hacer Él solo, que quiere contar, y cuenta con nosotros.
Lo hizo con María. Hoy lo hemos escuchado. No fue sólo María, fueron Dios y María. Dios-con-nosotros cuenta con nosotros porque es el Dios que se hace hombre. Dios se hace presente en medio de nuestra historia no a través de un milagro celestial sino en la concreción del lugar y del tiempo. Una ciudad, Nazaret. Un hombre y una mujer, José y María. Y la humanidad que, en boca de María, pronuncia su sí a la promesa de Dios. Y la promesa se hace carne. Y Dios se hace hombre.
Desde entonces el Reino ya no es el resultado del compromiso, del esfuerzo y la planificación de las mentes humanas. El Reino es cosa de Dios y se construye de otra manera. La obra de Dios se levanta en lo oscuro de la historia. El Reino es de Dios y nosotros asistimos maravillados a su implantación a través de lo pequeño y concreto de nuestra historia. Hay que abrir mucho los ojos para verlo pero ahí está. Lo mismo que se encarnó en el vientre de la doncella de Nazaret sin que casi nadie se diera cuenta, hoy se sigue construyendo donde apenas queremos mirar: en los hombres, mujeres y niños que salen de sus tierras porque ansían vivir felices; en los que se esfuerzan día a día por lograr mejores condiciones laborales, sanitarias, educativas, sociales; en los que se refugian en campos de desplazados para poder comer, y en los que se la juegan para que coman otros; en los periodistas que también exponen su vida para dar información veraz de tanto atropello y violencia; en los ciudadanos de ambos sexos que se comprometen con sus compatriotas y también sufren juicios y cárcel por defender lo que es justo. También se construye el Reino de Dios a través de quienes nos alertan de que la naturaleza entera está siendo atropellada, y que peligra nuestra subsistencia y la de generaciones futuras.
Hoy escuchamos agradecidos el saludo del ángel: “Alégrate, llena-lleno de gracia, el Señor está contigo” y queremos que se haga en nosotros, en nuestra familia, en nuestra sociedad, en nuestro mundo, según su Palabra. Hoy mantenemos alta nuestra esperanza. Este Adviento, como todos los que hemos vivido, alienta nuestra fe y fortalece nuestro compromiso. Nos hace gritar desde lo más profundo de nuestro corazón: “Ven, Señor Jesús”. Y sentimos que Jesús se hace carne también en nosotros y nos da las fuerzas para construir el Reino que él y su Padre y nosotros tanto deseamos.

Domingo 3º de Adviento. Fiesta Patronal


En la tradición y en la historia de nuestra patrona, la Virgen de Guadalupe, hay unas circunstancias y unas personas que bien pueden ayudarnos a vivir nuestra realidad parroquial.
No os podéis hacer idea de la cantidad de literatura, documentos, libros, opiniones, comentarios, afirmaciones y negaciones que hay en la historia de lo que algunos llaman el “hecho guadalupano”.
A nosotros nos basta sólo unos pocos: un pueblo conquistador, muchos pueblos conquistados, un obispo en su diócesis, un cristiano –Juan Diego- y María, la Madre de Jesús.
Y como hilo conductor el plan de Dios, el Abba de Jesús, que mira con amor de padre y madre, de entrañas entrañables, que nosotros decimos que elige, cuando en realidad todos nosotros somos para él hijos e hijas queridos, lo más preciado que tiene, el desvelo por el que un Dios se desvela.
Paso de contaros historias, que dejo para otra oportunidad, para hablaros de un momento en la historia humana de redención y humanización.
Una conquista es un apoderamiento, usurpación, ultraje, violación, humillación por ensoberbecimiento. Una conquista y colonización se hace desde la presunción y la conciencia de poseer toda la verdad. Pero también con la pretensión de enriquecerse empobreciendo no importa a quien. Y, por supuesto, de ganar poder agrandando las fronteras hasta que todo sea uno bajo el propio dominio.
Guadalupe nos habla de encuentro entre diferentes y desconocidos, de enriquecimiento recíproco, de humanización, de abajamiento de los de arriba y enaltecimiento de los de abajo. La nación española se amalgamó con los pueblos mexicanos, dando lugar al actual Méjico, rico y variado en razas, idiomas, culturas. La fe cristiana se introdujo en la fe de los nativos, sin romperlos ni negarlos, y los entroncó en la mayor expresión de corriente vida de salvación.
Por supuesto que esto no se hizo en un momento. Ni siquiera estaba en la mente de aquellos primeros. ¿Lo tendrán hoy presente los que viven el momento actual? Pero a buen seguro que llegará a ser, porque la Virgen de Guadalupe es hoy día Madre de todos en aquella bendita tierra.
Nuestra Parroquia también es de hace tiempo. Nació desde lo pequeño, desde lo que no contaba, desde bien poquitos. Ahora vamos creciendo, empezamos a contar y por supuesto ya somos más.
Si, como en Méjico, María está y acompaña, nuestra parroquia tiene que llegar a ser también un lugar común para quienes nos sentimos diferentes pero llamados a ser uno, con una misma fe, una misma esperanza y en un mismo amor.
Hoy estamos de fiesta no sólo por ser nuestra Patrona, la Virgen de Guadalupe, sino también porque hemos escuchado palabras cargadas de esperanza que nos hablan de nuestra liberación; y es Dios Abba el que nos las dice. Son las palabras que oyó María, cuando en su humildad se vio agraciada por quien es todo gracia. Son las palabras que expresan la única Palabra de Dios, la Palabra eterna encarnada en Jesús, nacido de mujer, a quien Juan anuncia como Señor. Son palabras que en expresión de Pablo, nos aseguran que somos y seremos consagrados en el bien y en la fidelidad de quien es todo Bien y Fiel.
Y además nos quiere como no somos capaces de imaginar.

Domingo 2º de Adviento


Tendremos que volver al desierto. Sí, sí, al desierto. Será el desierto el lugar privilegiado donde escuchemos la llamada del profeta a preparar el camino del Señor.
No, no estamos en el lugar adecuado para enterarnos de lo que se nos propone, ni por supuesto para dar una respuesta coherente.
No sé qué pasaría en tiempos de Juan, al decir de Marcos el Evangelista, pero Jerusalén no era el sitio adecuado para su proclama. Y tampoco debía ser buen ambiente para quienes se fueron tras de él a escucharle y para, después de escuchar, convertirse. Porque se convirtieron.
La reacción del pueblo es conmovedora. Según el evangelista, dejan Judea y Jerusalén y marchan al «desierto» para escuchar la voz que los llama. El desierto les recuerda su antigua fidelidad a Dios, su amigo y aliado, pero, sobre todo, es el mejor lugar para escuchar la llamada a la conversión.
Porque de conversión se trata. Una conversión que necesitaba entonces el pueblo. Una conversión que hoy necesitamos todos nosotros. La Iglesia y la humanidad entera.
Hoy de una manera única en la historia se levantan voces desde todos los rincones avisándonos de hacia dónde vamos, que o paramos y cambiamos de rumbo o vamos al desastre. Lo dicen los economistas, los ecologistas, lo dicen los humanistas, lo dicen los antimilitaristas, lo dicen los antisistema, lo dicen los moralistas y lo decimos nosotros ante la crisis en la que estamos y sobre todo ante lo que parece que se nos viene encima.
No se trata de escapar y huir. Tampoco de decir, alto, parad el mundo que me bajo. No se trata de eso. Se trata de tomar conciencia de dónde estamos y qué hacemos. Se trata de que escuchemos las voces que nos alertan. Se trata de hacer un serio y profundo examen de conciencia, individual, pero sobre todo colectivo. Porque las cosas no van a cambiar de un día para otro, sino tras un tiempo largo de recogimiento y trabajo interior. Posiblemente pasarán años hasta que hagamos más verdad en la Iglesia y reconozcamos la conversión que necesitamos para acoger más fielmente a Jesucristo en el centro de nuestro cristianismo. Lo mismo que tendrá que ocurrir para que se tuerza el destino de nuestro mundo, cuya dirección parece que no va nada bien.
Pues sepamos que tanto el mundo en que vivimos, con sus estructuras humanas, políticas y económicas, como nuestra Iglesia, necesitan de nosotros un cambio de mentalidad y también de corazón.
Hagamos caso al profeta: convirtámonos al Señor. Así estaremos preparando el camino por el que Él ha de venir. Así estaremos ejercitando activamente nuestra verdadera esperanza.

Domingo 1º de Adviento


El domingo pasado terminamos el año litúrgico y hoy empezamos uno nuevo. Y como si los extremos se tocasen, el mensaje es común: Atentos, estad preparados, no os durmáis, vigilad. ¿Por qué? Porque el Señor viene.
No sabemos cómo ni cuándo pero sabemos que viene. No conocemos su aspecto. Estamos seguros de que nos va a sorprender. Pero estamos convencidos de que va a ser una sorpresa agradable. Así comenzamos el Adviento. Así abrimos este tiempo de espera gozoso. Así empezamos un nuevo ciclo litúrgico. Con la fe y la confianza puesta en Dios, nuestro Salvador.
No es una vuelta más al tiovivo de la feria de la vida. No es retornar a siempre lo mismo.
La vida es como un río, siempre diferente, siempre nuevo y renovándose. Siempre discurriendo hacia delante, a veces rápido, a veces lento, tanto que parece dormir. Con orillas diferentes, unas resecas, otras llenas de verdor. Pero siempre el río tiende al mar…
Nuestras vidas son los ríos, dijo nuestro poeta. Y como tales nos hemos de encontrar algún día con nuestro final.
Eso fue lo que vimos el otro día. Pero dijimos que más que un final, aquel juicio del evangelio era más bien un asunto que ponía nuestra vida en el presente frente a un estilo de ser y de comportarnos. Vamos como si el juicio final fuera en cada uno de los instantes que vivimos.
Hoy vuelve a decirnos el evangelio lo mismo. «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento». ¿De qué momento habla Jesús? Del momento de Dios.
Dios, el Abba, carece de tiempo, el tiempo es cosa nuestra. De modo que al ponernos en aviso Jesús nos está diciendo que cuidemos nuestro tiempo, porque cualquier tiempo, todo el tiempo es tiempo de Dios. Y Dios está viniendo siempre, porque Dios está, sencillamente, y somos nosotros los que lo hacemos presente con nuestra vida, o no le hacemos presente, y le estamos ocultado y negando.
Preciosas las imágenes del alfarero para expresar qué somos y qué es el Abba. Impresionantes las palabras de San Pablo para reconfortarnos y animarnos a no perder ni la calma, ni la esperanza, ni por supuesto la fe.
Adviento. Es el tiempo de Dios y es también nuestro tiempo. Andemos a plena luz con obras de luz. Y preparemos, no la Navidad, sino el Advenimiento del Reino de Dios con todos los hombres y mujeres que buscan y se esfuerzan por un mundo nuevo.

Domingo 34º del Tiempo Ordinario. Jesucristo, Rey del Universo


El juicio que hoy descubrimos en el evangelio ha perturbado durante mucho tiempo a cristianos y cristianas de todos los estilos, épocas y latitudes. Si después de nuestra muerte Dios nos juzga, a ver cómo salimos de bien parados o de mal parados.
Y como la muerte es el paso para ese juicio, y como la muerte está ahí, amenazante e incierta, la vida, nuestra vida es toda una preocupación. ¿¡Vamos que si me muero ahora mismo y no estoy preparado!? Y nos decían aquello de “mira que te mira Dios, mira que te está mirando…”. Así que muchos cristianos y cristianas hemos tenido, al menos durante buena parte de nuestra vida, al diablo metido literalmente en el cuerpo. Y así también y como consecuencia ha sido nuestra vida, una vida penosa.
Pero ¿tiene que ser así? ¿Hay motivos para vivir un sin vivir? ¿De verdad es mejor no ser cristiano para disfrutar de la vida?
Vamos a ver: empecemos por la muerte. Dice San Pablo: «Si por un hombre vino la muerte…, por otro, Cristo, vino la vida». Y luego termina su frase: «Cristo tiene que reinar hasta que Dios «haga de sus enemigos estrado de sus pies». - El último enemigo aniquilado será la muerte. Al final, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.» O sea, que nos quede a todos y todas bien claro: Al final, Dios será Dios, Abba, para todos. Si es el mismo Dios que nos creó a su imagen, ¿por qué razón luego va a dejar fuera a quien reconoce como su propia imagen, hechura de sus manos? Algo se inventará para que Él sea el Todo Abba para todos.
Luego viene lo del juicio. Claro si lo consideramos juicio, aquí no se salva nadie. Pero si quien hace de juez resulta que es nuestro abogado defensor, y es buen abogado porque ya lo demostró con creces, ¿cómo va a dictar sentencia condenatoria contra alguien?
No, a eso que llamamos juicio no podemos identificarlo con nuestra práctica judicial; mucho menos con nuestra costumbre de tamizar y enjuiciar la vida ajena. El juicio final queda a la bondad de quien recapitulará todas las cosas en él.
De lo que está hablando Jesús es de otra cosa: está hablando de cómo vivir si queremos llamarnos y reconocernos como sus discípulos, como cristianos. O sea que nos está hablando de nuestro quehacer diario, de los minutos y horas que componen nuestra vida. Si la tenemos llena de gestos amistosos hacia los hermanos, y especialmente hacia los hermanos y hermanas que más sufren, estaremos en su onda, viviremos entonces según su estilo, tendremos en nuestro comportamiento ese aire de Jesús que tanto atraía a las gentes que le conocieron. Podremos considerarnos entonces, porque él así nos llama, sus ovejas.
Y si vivimos con esa preocupación y ocupación, haciendo que la vida sea vida para todos, entonces nos podremos llamar y reconocernos como verdaderos cristianos.
Y esta es, creo yo, toda la doctrina que contiene la fiesta que hoy celebramos: Que Cristo reina en nuestra vida y es por tanto, el Rey de Universo.

Domingo 33º del Tiempo Ordinario


Eficiencia e inversión son expresiones que entendemos muy bien; y que también comprendemos que son las que desde un sistema económico injusto y mal planteado ha hecho de éste, un mundo injusto, y de nuestra economía, un desastre.
Mira tú por cuánto, es el evangelio de hoy el que nos trae a colación estas palabrejas.
Alguno puede pensar malhumorado que si también aquí vamos a hablar de estos asuntos; porque le esté yendo bien o mal con lo de la crisis o porque esté soportando o ejerciendo injusticia manifiesta.
Si Jesús hubiera hablado de pasta, seguro que habría dicho algo más concreto, porque en dinero, las cosas muy claritas, que dinero es dinero. Así entenderíamos eso de «al que tiene se le dará y le sobrará, y al que no tiene hasta lo que tiene se le quitará.»
Pero no. Jesús está hablado de otra cosa. Por tanto no se refiere a la competitividad, al beneficio puro y duro, a costes cero y a que cada uno se apañe como pueda. Todo lo contrario: sí habla de competencia, de trabajo, de esfuerzo pero en lo que realmente vale y merece la pena. Eso que todos podemos disfrutar y a nadie se le puede negar: sentido humano, sentido de hermano, solidaridad, amor, respeto, fidelidad, sinceridad, honradez, confianza. Y muchos más. Y ganar el pan en este sentido es ganarnos a nosotros mismos superándonos progresivamente en el ser cada vez más en eso mismo que acabo de enumerar.
O sea, que Jesús no está hablando de que aprendamos a ser tiburones de Wall Street, sino auténticos campeones en las olimpíadas del Reino de Dios.
Respuesta final: Los niños de catequesis de 8 años, o sea de 2º, trabajaron un corazón en cartulina de colores, pintando y escribiendo en ellos lo que les llenaba y los que les sobraba. Luego vinieron al templo, que también se llama iglesia, pero con letra pequeña, que si es con grande, la Iglesia, somos todos. Y ofrecieron a Jesús ese corazón, que representaba al suyo de verdad.
Yo diría que eso es invertir muy bien lo que tenemos y somos en una causa bien buena que es hacer lo que Jesús nos enseñó, vamos, lo que espera Abba Dios de cada uno de nosotros.
Así lo hicieron Nacho Martín Baró y Segundo Montes, y sus compañeros jesuitas y las dos empleadas, cuya muerte violenta recordamos hoy. Murieron para dar vida.
¿A que ahora sí entendemos eso de «al que tiene se le dará y le sobrará, y al que no tiene hasta lo que tiene se le quitará?»

DOMINGO 32º del Tiempo Ordinario. Festividad de la Dedicación de la Basílica de Letrán


Explicar por qué hay que celebrar la dedicación = consagración (inauguración) de un templo que está en Roma. Roma es el lugar de referencia de nuestra Iglesia total. El Primado en la caridad que une y afirma a todos los cristianos.
Qué oportunidad nos ofrece esa fiesta: hablar del templo de piedra y del templo de carne viva que somos todos los cristianos.
El templo de piedra es este en el que estamos. Lo hemos hecho con muy poco dinero y mucho esfuerzo, para que todos podamos reunirnos en él a celebrar nuestra fe, cada día, cada domingo, en cada sacramento que se administra y se recibe. Siempre para reafirmar nuestra fe y también para alabar al Abba de Jesús.
El templo de carne viva que somos cada uno de nosotros y todos juntos es bien claro: el Espíritu de Jesús que llegó a nosotros en nuestro Bautismo nos habita y nos convierte en templo suyo. Por tanto, vayamos donde vayamos, hagamos lo que hagamos, Él va con nosotros, y hace lo que nosotros hacemos y hasta piensa con nosotros cuando pensamos. Y es importante que caigamos en la cuenta de ello, porque si somos muy conscientes de esto, tendremos muy mucho cuidado siempre en ver si estamos en sintonía con Jesús o no lo estamos; si estamos a medias o si cada vez estamos más lejos de Él.
Pero, ojo, que no es ningún vigilante ni guarda de seguridad. Al contrario, es como nuestra madre que nos va ayudando a dar pasos, a decidir nuestras pequeñas o grandes decisiones, a trabajar y ayudar cuando se nos pide que lo hagamos, cuando nos acercamos a los demás y queremos tratarlos bien, como si fuéramos nosotros mismos.
Ser templos de Dios, el Abba de Jesús, es una muy grande responsabilidad, pero sobre todo es una inmensa fortuna, porque Él que ama la vida nos irá haciendo crecer cada vez más en esa vida.
Y sólo apuntar dónde mostrarnos como templos vivos de Dios:
- Ante la crisis económica en la estamos metidos.
- Ante nuestra presencia como país en el G-20.
- Ante la guerra incivil o lo que sea del Congo, que nos toca por doble razón: porque somos seres humanos y porque consumismos las riquezas que se le están robando a ese país.

Conmemoración de todos los fieles difuntos

 
Ayer hablamos de la santidad que nos llena y al mismo tiempo nos lleva, y tira de nosotros, es esa experiencia vital de Jesús y también de nosotros del Abba. Abba, Dios, mujer, Padre y Madre, que se conmueve hasta en sus entrañas cuando su criatura le reclama.
A este Abba clamó Jesús desde la cruz. Y este Abba se conturbó y hasta lloró cuando murió Jesús, el Hijo.
¡Cómo no vamos a llorar nosotros, cuando lo que queremos se nos muere! Seríamos inhumanos si no lo hiciéramos.
Por eso, hoy, recordamos a todos los difuntos, ellas y ellos, niños y mayores, que no importa cómo fue, pero se fueron.
Pero el Abba después de llorar, gritó como antes había gritado. ¡Este es mi hijo, el predilecto! Y lo resucitó. También el Abba ha resucitado a cuantos murieron. Por eso debemos estar tranquilos, que no les pasa nada, que están bien.
Ellos pasaron a mejor vida, a la vida fetén, al cielo que decimos, esté donde esté. Y pasaron para una vida que ya no morirá.
Por eso debemos estar también hoy alegres con la misma alegría de ayer. Porque el que nos hace santos también nos hace eternos.
Seríamos unos insensatos si no aprendiéramos una lección de este día. Y esa lección es varia:
1. La vida es misterio. La muerte también. Vivamos el misterio con respeto, en oración, en compromiso, en comunidad, en humanidad.
2. Somos de memoria frágil, recordamos hasta donde recordamos. Pero Dios no olvida, confiemos en Él.
3. Dios también llora cuando muere alguno de sus hijos e hijas. Ahora alguien quiere recordar nuestro pasado más cruel, la guerra incivil tildada de santa cruzada. Lloremos también si es preciso, que alivia, pero sobre todo recordemos para no volver a lo mismo de antaño.
4. Morir está ahí, es inevitable. Vivamos el presente con honradez y en precario, que va a durar lo que va a durar.
5. Alguien dijo: ¡Aquí nos salvamos todos o no se salva ni dios! Pues que sea así, Amén. Pero ese dios con minúscula es el Abba que nos quiere y que nos apremia a vivir con una vida con mayúsculas.

Domingo 31º del Tiempo Ordinario. Todos los fieles difuntos, o sea todos los seres humanos muertos


Ayer hablamos de la santidad que nos llena y al mismo tiempo nos lleva, y tira de nosotros, es esa experiencia vital de Jesús y también de nosotros del Abba. Abba, Dios, mujer, Padre y Madre, que se conmueve hasta en sus entrañas cuando su criatura le reclama.
A este Abba clamó Jesús desde la cruz. Y este Abba se conturbó y hasta lloró cuando murió Jesús, el Hijo.
¡Cómo no vamos a llorar nosotros, cuando lo que queremos se nos muere! Seríamos inhumanos si no lo hiciéramos.
Por eso, hoy, recordamos a todos los difuntos, ellas y ellos, niños y mayores, que no importa cómo fue, pero se fueron.
Pero el Abba después de llorar, gritó como antes había gritado. ¡Este es mi hijo, el predilecto! Y lo resucitó. También el Abba ha resucitado a cuantos murieron. Por eso debemos estar tranquilos, que no les pasa nada, que están bien.
Ellos pasaron a mejor vida, a la vida fetén, al cielo que decimos, esté donde esté. Y pasaron para una vida que ya no morirá.
Por eso debemos estar también hoy alegres con la misma alegría de ayer. Porque el que nos hace santos también nos hace eternos.
Seríamos unos insensatos si no aprendiéramos una lección de este día. Y esa lección es varia:
1. La vida es misterio. La muerte también. Vivamos el misterio con respeto, en oración, en compromiso, en comunidad, en humanidad.
2. Somos de memoria frágil, recordamos hasta donde recordamos. Pero Dios no olvida, confiemos en Él.
3. Dios también llora cuando muere alguno de sus hijos e hijas. Ahora alguien quiere recordar nuestro pasado más cruel, la guerra incivil tildada de santa cruzada. Lloremos también si es preciso, que alivia, pero sobre todo recordemos para no volver a lo mismo de antaño.
4. Morir está ahí, es inevitable. Vivamos el presente con honradez y en precario, que va a durar lo que va a durar.
5. Alguien dijo: ¡Aquí nos salvamos todos o no se salva ni dios! Pues que sea así, Amén. Pero ese dios con minúscula es el Abba que nos quiere y que nos apremia a vivir con una vida con mayúsculas.

Festividad de Todos los Santos y las Santas


La festividad que hoy celebramos y el texto central, yo diría incluso el rey de los evangelios, no tienen para mí explicación ni sentido si no partimos de una experiencia vital.
La experiencia vital de Jesús es Abba. Esa es también nuestra experiencia más íntima y primera. Cuando empezamos a balbucear, siendo conscientes de la manera en que ello sea posible de que nos caemos, tenemos hambre, inseguridad, miedo, sueño o nos hemos ensuciado el pañal, hemos dicho o gritado abbab. El papá se pone contento: ha dicho pá-pa; el abuelito también contento porque se siente requerido, bá-ba; la abuelita no menos, yá-ya; el hermanito o la hermanita de igual modo ha entendido que dice tá-ta. Pero es la madre la que siente en sus entrañas que su criatura le reclama. Y es a ella a la que generalmente llama y apela: má-ma.
Esta madre, Dios, es el Abba de Jesús. Dios sí, Padre también, Madre de igual manera.
Dios es nuestro Abba como lo fue de Jesús.
Y Abba hoy nos dice que ya está bien de que sus hijos e hijas sufran porque sí, que lloren sin consuelo, que se ejerza sobre ellos y ellas violencia, injusticia, desprecio…
Y apela a nuestros sentimientos, que si son humanos deben ser también divinos. Vamos, como los suyos.
Y el Abba, que es el Santo, nos llama a la santidad de tener como Él, entrañas de misericordia.
Y entrañas de misericordia no es sólo asentir con la cabeza, o vibrar con el corazón. Es también y sobre todo poner de nuestra parte todo lo que podamos y sepamos para acabar con las causas que oprimen a los oprimidos, que separan a los separados, que ajustician a los ajusticiados, que hacen llorar a los que lloran.
En la gran fiesta de la esperanza cristiana, a los discípulos de Jesús se nos invita a vivir conforme al espíritu de las bienaventuranzas en la vida presente, estando seguros de que será la mejor forma de alcanzar la salvación eterna, de la que ya gozan los bienaventurados en el cielo.

Domingo 30º del Tiempo Ordinario. Inicio de la Catequesis


La homilía (el monólogo, uno más, que realiza el "celebrante" mientras tod@s permanecen sentad@s, quiet@s, respetuos@s, silencios@s, ¿atent@s?), es una especie de animación a la gente
- a que se conviertan tod@s en lo que son desde el Bautismo, catequist@s, evangelizador@s, testig@s…;
- a convencer a quienes piensan que catequizar es enseñar a recitar oraciones del tipo "cuatro esquinitas tiene mi cama…", o "Jesusito de mi vida…", o aprender textos de memoria o saber cómo responder en misa…,
- de que catequizar también puede ser coger de la mano al@ otr@ y caminar junt@s tras Jesús, cuya palabra es el agua mansa que cae en la tierra y la empapa, y por eso necesita tiempo (¿tres años viniendo? ¡qué barbaridad), porque si lo hace como un turbión arrasa pero no esponja la tierra sino al contrario la apisona y endurece…;
- en fin, que ser cristian@ es algo que se va a prendiendo y siendo poco a poco, junto a otr@s, y con Jesús…

Domingo 29º del Tiempo Ordinario


Como nos ha ocurrido ya otras veces, el evangelio debemos entenderlo del revés.
- Si lo hacemos del derecho queda muy bonito, muy redondo, así:
El dinero es de las cosas materiales, pues para el asunto de las cosas materiales. O sea y simplificando, pagar a quien debemos.
Las cosas de Dios son las espirituales, pues eso, lo espiritual, para Dios.
Bien fácil y bien claro. Tiramos una línea por medio y nos queda fetén.

- Pero podemos hacer lo contrario, intentar leer este evangelio del revés. Vamos a ver:
Lo de Dios, qué es lo de Dios. Y si le preguntáramos a Jesús, que estuviera aquí, nos respondería: leed la Biblia entera y enteraos. Si lo hiciéramos veríamos que en toda la Biblia y con mucha insistencia lo de Dios es la justicia, la defensa del indefenso, el tomar partido por el que ha perdido, -porque se lo han quitado-, todo. Veríamos que desde los profetas hasta el mismo Jesús, lo de Dios es el derecho, el no hacer violencia sobre el débil, el no oprimir y exprimir. Veríamos que Dios siempre está por liberar, rescatar, salvar, a quién: liberar al oprimido, rescatar al esclavizado, salvar al condenado.
O sea que si lo de Dios es todo esto, no sé qué nos va a quedar para dar al césar.
Pero si después de cumplir con Dios nos queda algo, pues se lo damos y ya está.
¿Por dónde tiramos ahora la línea recta?

Hoy recordamos las misiones que realiza la Iglesia por todo el mundo. Recordamos a los misioneros de allá lejos, que aquí somos cristianos convencidos y no hacen falta.
La Iglesia nos pide lo mejor, que les recordemos, que oremos por ellos y con ellos, que nos sintamos en comunión con su trabajo por el evangelio de Jesús.
También nos pide ayuda económica para mantener a personas y proyectos. Así que se la damos.

Domingo 28º del Tiempo Ordinario y la Virgen del Pilar


En nuestra Iglesia hay unas disposiciones sobre la liturgia que señalan cómo deben hacerse las cosas cuando los cristianos nos reunimos para celebrar la eucaristía. Esas disposiciones unas veces indican y aconsejan, otras mandan y obligan. La importancia de los días no está a la libre disposición de quienes celebramos nuestra fe. Hoy es el Pilar y es domingo 28º del tiempo ordinario. Bueno, pues hoy podíamos escoger entre celebrar a Nuestra Señora del Pilar (advocación particular del pueblo español) o la liturgia más universal del tiempo ordinario. Yo he escogido lo segundo, pero sin olvidar a María.
Vamos allá. La parábola del evangelio es una parábola, es decir una historieta no real para ilustrar otra historia real como la vida misma. La hemos escuchado, nos la sabemos desde siempre, al menos los más mayores, y cada uno ha intentado explicársela a su manera. ¿Qué quiere decir esta parábola en boca de Jesús? Para ser breve voy a saltarme cosas.
Dios invita a toda la humanidad a una fiesta de vida y de plenitud. No es Jesús el primero que lo anuncia, ya antes de él, toda la historia humana está orientada hacia ahí y lo han pregonado profetas de todo tipo. Vemos hoy a Isaías que así lo hace.
Hay algunos que han querido, y quieren todavía, monopolizar para ellos esa fiesta. No hace falta decir nombres, pero sí dónde se les puede localizar: son los que se apoderan de las conciencias de los demás, en la religión, en las creencias, en lo social, en lo que se debe pensar; son los que se apropian y monopolizan los bienes que son de todos; son los que se hacen fuertes y humillan y esclavizan; son los que no quieren entrar en comunión con el resto y lo quieren todo sólo con ellos y para ellos. Incluso los hay que hasta se quedan con la palabra, intentando que los demás enmudezcan, vamos ¡que nos callemos!
Pero Dios rompe esa lógica y abre la invitación, e incita a disfrutar de todo a todos, no importa si creen o no creen, si saben o no saben, si están en puestos importantes o andan trasteando en los trabajos, si estudian o descansan, etc. Está claro, no. Salió a los caminos e invitó a cuantos encontró.
O sea que todos, absolutamente todos invitados.
Y al final la sorpresa. Hay uno que no está preparado. ¿Qué pasa ahí? Ha entrado vestido de cualquier cosa, menos de fiesta.
Como es una parábola admite interpretaciones. Y cada uno da la suya, y posiblemente todas las que se den valen.
Probablemente es una llamada a la responsabilidad personal. Todos somos invitados, yo soy invitado. Pero ¿me voy a preparar o iré de cualquier manera?, ¿qué estoy dispuesto a hacer?, ¿cómo me he de presentar?, ¿con quién colaboraré?, ¿a quién tendría que ayudar?, ¿haga lo que haga o deje de hacer es igual?
La respuesta la encontramos en María, la madre de Jesús: ¡Bendita tú entre las mujeres, porque escuchas la palabra de Dios y la pones en práctica! Esto es lo que oye María a su prima Isabel embarazada cuando la visita y en boca de su hijo, Jesús, cuando la ensalza porque es fiel, cumplidora y hace lo que tiene que hacer.
Cambiarnos de traje es cambiarnos de vida, celebrar la fraternidad, entrar en la luz del Reino, comportarnos como hijos, como hermanos, y no como extraños. En un mundo en crisis económica, en el que muchos están quedando excluidos de todo, Dios nos invita a compartir el pan de cada día y de la vida, a no excluir a nadie, a buscar la solución verdadera y duradera para la crisis haciendo real en nuestro mundo la fraternidad del Reino. El banquete nos espera.

Domingo 27º del Tiempo Ordinario


En todos los pueblos, en cualquier cultura, hay libros, poemas, cuentos o narraciones que se atribuyen a un autor concreto, pero pertenecen a todos. En la lengua castellana el Quijote, de Miguel de Cervantes, por ejemplo; otro ejemplo, el Poema del Mío Cid. Y hay más.
En el pueblo judío había un poema muy bello, que recitaban en tiempos de la vendimia. El canto a la viña. Se atribuye al profeta Isaías, pero era de todos. La viña es el pueblo de Israel y el dueño Yahvéh, Dios.
Este poema, sin embargo, tiene muchas lecturas, según quién lo lea y según para quién se lea.
Isaías lo leyó de una manera concreta. Lo hemos escuchado en la primera lectura. Es una queja de Dios con su pueblo, que no ha dado los frutos esperados a pesar de los cuidados que le ha prodigado a lo largo de toda su historia. Una queja y una amenaza: si no cambian y se convierten, Dios se buscará otra viña que sí le dé los frutos: justicia y derecho.
Jesús, por su parte, también hizo su lectura; mejor, sus lecturas. Hoy escuchamos una de ellas. La viña es el Reino de Dios. Dios es el amo que pone su viña en manos de un pueblo, Israel, para que lo cuide y a su tiempo le presente los frutos correspondientes. Pero el pueblo de Israel se ha apropiado de la viña, no quiere compartirla con nadie y a cuantos se acercan o los echa, o los maltrata, o los mata. Incluso al hijo del dueño; también lo mata. A la queja sigue también la amenaza: la viña será entregada otros que hagan mejor su tarea.
¿Qué nos dice la lectura de este poema a nosotros, cristianos del siglo XXI? Vamos a intentar hacer una lectura que sea realista. La viña es el mundo, la humanidad, todos los redimidos por Jesús, el hijo de Dios. Dios es Dios de todos, no sé si amo de o sencillamente Padre de todos. La Iglesia, todos los que por el bautismo somos y nos llamamos cristianos, ha recibido el encargo de cuidar de la viña, del mundo, de la humanidad. “Id y anunciad el Evangelio, proclamad al mundo la Buena Nueva”.
¿Estamos dando los frutos que espera Dios?
¿Nos hemos apropiado de la viña para hacer de ella una parcela particular?
¿Aceptamos a otros que quieren también trabajar en la viña o les echamos porque no son de los nuestros?
¿Estamos consistiendo que buenos trabajadores de la viña se tengan que marchar porque sus métodos, ideas, y maneras no coinciden exactamente con nuestro orden, con nuestro directorio, con nuestro reglamento?
Si en tiempos de Isaías y en tiempos de Jesús la lectura del poema de la viña era una llamada a la reflexión y a la conversión, no sólo del pueblo todo sino también y especialmente de las autoridades, hoy también es una seria llamada a cambiar nuestra mirada para empezar a mirar las cosas y las personas y los pueblos con la misma mirada de Dios. Porque lo que Dios quiere nos lo dice San Pablo en la segunda lectura: la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodie vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Y todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud o mérito tenedlo en cuenta.
Es otra manera de decir: practiquemos el derecho y la justicia que llevan a la paz, que es lo que quiere Dios.

Domingo 26º del Tiempo Ordinario


La parábola que hoy nos propone Jesús denuncia la falsa conciencia religiosa. La viña es la realidad del mundo, en la que el trabajo siempre es arduo y urgente. A esa viña el Padre envía a sus dos hijos. La respuesta de los dos es ambigua e imperfecta. Sin embargo, sólo el compromiso del que inicialmente se había negado al trabajo nos permite descubrir quién actuó coherentemente. De este modo Jesús denuncia a aquellos dirigentes y a todo el pueblo que públicamente se compromete a servir al Señor, pero que es incapaz de obrar de acuerdo con sus palabras. Actitud que contrasta con aquellos que aunque parecen negarse al servicio, terminan dando lo mejor de sí en la transformación de la viña.
Esta parábola plantea un dilema que pone al descubierto la práctica de sus oyentes y que, leída a la luz de los acontecimientos de la época de Jesús nos muestra cómo los que eran considerados pecadores por el aparato religioso eran, en realidad, los únicos atentos a la voz del profeta.
San Pablo, en la segunda lectura, aplica esta misma enseñanza a la vida de la comunidad cristiana que en su interior empieza a hacer distinciones y diferencias entre cumplidores y no cumplidores, mejores y peores; y hacia el exterior también surgen sentimientos de superioridad y preferencia. Y a la luz de la enseñanza de Jesús concluye que el único criterio para saberse en el camino correcto del propio comportamiento es tener y portarse con entrañas de misericordia.
No está la medida ni en las prácticas de piedad, ni en los conocimientos adquiridos; no sirve el cúmulo de bienes atesorados ni la veneración con que nos tratan en sociedad; no está tampoco en el volumen de nuestra voz ni en la cantidad de palabras y promesas emitidas. Está sólo en los hechos realizados movidos por el amor incondicional hacia aquellas personas excluidas y víctimas de la opresión y la miseria, al estilo de Jesús.
Y ya para terminar, se puede elevar a norma general sobre la rectitud de nuestro comportamiento: nuestros hechos, más que nuestras palabras, hablan de nosotros mismos y ponen de manifiesto lo que verdad hay en nuestro interior.
“Obras son amores, y no buenas razones”
“A Dios rogando y con el mazo dando”

Domingo 25º del Tiempo Ordinario


Esta parábola que utiliza Jesús en el Evangelio se puede entender en diversos sentidos. El más utilizado es el económico: ¿el mismo sueldo para quien trabaja más y para quien trabaja menos? Y ante la queja de los trabajadores de jornada completa se concluye que Dios es generoso y es justo: no hace injusticia a quien trabaja más porque le paga lo convenido.
Sin embargo yo creo que tiene otro significado más profundo y al que apuntan los comentarios más recientes.
En tiempos de Jesús, el sistema religioso estaba basado en la práctica del mérito y la paga. Ante Dios uno se situaba cumpliendo los mandamientos y demás normas religiosas, y esperaba ser recompensado y pagado de acuerdo a este cumplimiento.
De esta manera los sacerdotes de entonces, los escribas y fariseos presumían de ser estrictos cumplidores de la ley de Dios, frente al resto de pueblo, ignorante, que no lo hacía tan bien como ellos. Por supuesto, los extranjeros y paganos, ésos todavía menos.
La lección de Jesús en esta parábola es que Dios tiene unos caminos que no coinciden con los caminos humanos. Él es Dios de todos, de los que creen mucho y muy bien y de los que creen menos y a medias, de los creyentes de siempre y de los creyentes de última hora, de los que tienen fe y de los que no la tienen, de los que tienen nuestra fe y de los que creen de otra manera. Para el Abba de Jesús, todos somos hijos y a todos dispensa el mismo trato. Y la paga que recibiremos todos, -que ya la estamos recibiendo-, es su amor incondicional y sin medida.
La lección que hoy debemos todos aprender es que toda persona tiene dignidad de “hijo de Dios”, crea en lo que crea, practique lo que practique, venga de donde venga. Y que si queremos estar en sintonía con lo que vivió y predicó Jesús no podemos cerrarnos a nada ni a nadie, porque todo está soportado por el inmenso amor de Dios.
No siempre ha sido así entre nosotros, muy dados a excluir a los diferentes. Y tendremos que aprender a mirar con los mismos ojos de Dios, para quien no hay ya ni amo ni esclavo, ni judío ni pagano, ni paisano ni extranjero. Así estaremos llenando de sentido la celebración de la Eucaristía, la mesa grande que Dios dispone para todos y en la que nadie sobra, al contrario es bienvenido.

Domingo 24º del Tiempo Ordinario. Exaltación de la Santa Cruz


Ha habido quien se ha entretenido en decir que los cristianos adoramos a un condenado a muerte, que el signo principal de nuestra fe es un signo de muerte y que seguir teniendo delante la cruz como el icono central de la fe nos lleva a la pasividad frente al dolor y el sufrimiento de la humanidad, que nuestro Dios quiere nuestro sacrificio y nuestra muerte.
Ninguna de esas cosas es verdad. La cruz es, ya lo dijo Pablo, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles pero para los creyentes es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.
Hubo un momento en que la cruz fue el final de todo, la derrota de todas las esperanza y utopías, la muerte de la vida. Pero sólo fue eso, apenas un momento.
En la mañana el grito ¡ha resucitado!, las experiencias y encuentros con el resucitado, devolvió al pequeño grupo inicial toda la capacidad de vivir que Jesús de Nazaret había contagiado a sus discípulos.
Enseguida comprendieron que Dios había trastocado las cosas: la muerte ya no es suficiente enemigo, ha sido vencida en la cruz. Y Dios nos ha dado una soberana lección. Las cosas hay que verlas desde donde Él se puso, desde la cruz. Desde ella toda la realidad se ve de otra manera, desde ella la veremos como Dios quiso hacerlo y quiere que nosotros lo hagamos. Desde la cruz, desde el Crucificado, desde todos los crucificados se ve a Dios como el único que puede salvar, y salva.
Hoy seguimos mirando a la cruz. Nos duele el dolor de nuestros hermanos y hermanas, que siguen siendo ajusticiados injustamente. Nos comprometemos para que nadie, nunca, vuelva a ser asesinado en una cruz, en cualquier cruz. Y sentimos que esta historia de violencia fratricida continúe bajo las más diversas excusas. Por eso, seguimos mirando a la cruz. Porque en ella encontramos la esperanza para seguir, como Jesús, proclamando la buena nueva del reino, que es posible vivir de otra manera, en fraternidad, en paz. Y seguimos curando heridas, reconciliando, siendo misericordiosos, que no otra cosa es ser discípulos de Jesús, el que murió en la cruz, el que resucitó.

Domingo 23º del Tiempo Ordinario


Como en otras ocasiones, hoy hay que empezar por el final para entender el conjunto y darle un sentido verdadero. Las palabras de Jesús, «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» son el principio y la razón de ser de lo que somos. Es cierto que nuestra fe es personal, de cada uno, pero no somos nada sin la suma de quien no sale nunca en la foto, Jesús, que exige que seamos comunidad. Jesús es el que nos hace hermanos, el que en medio de nosotros nos conforma como comunidad eclesial. En su nombre nos reunimos y nuestra fuerza se multiplica y potencia hasta límites insospechados. En su nombre la comunión eclesial se hace posible más allá de las distancias geográficas, lingüísticas o culturales. Tareas que pueden parecer imposibles para la suma simple de fuerzas de los miembros de la comunidad quedan al alcance de la mano. La comunidad reunida en el nombre de Jesús es creadora de vida y esperanza para todos los que la forman y para los que de cualquier forma entran en contacto con ella.
Desde esta realidad comunitaria hay que entender la tarea del profeta que vigila y está atento a los peligros que acechen a la comunidad y cada uno de sus miembros. Tarea imprescindible e irrenunciable. Primera Lectura.
Desde esta realidad eclesial se realiza la corrección fraterna, que no es optativa, sino obligatoria, porque no sólo defiende a la propia comunidad, sino que la constituye y reafirma. Evangelio.
Desde esta realidad cristiana tiene sentido vivir en el amor, que es consecuencia de la fe, pero que es también origen y constituyente de la vida comunitaria. Segunda Lectura.
Tema éste, la comunidad que formamos los que creemos en Jesús y en su nombre nos reunimos, que debemos estudiar con cariño y dedicación para que nuestra vida cristiana se desarrolle adecuadamente.

Domingo 22º del Tiempo Ordinario


Pedro había escogido seguir a Jesús, porque lo consideraba la mejor decisión que podía tomar. Un pescador humilde de un lago de Palestina no podía presentarse a mejor oposición.
Cuando Jesús le habla de entrega, de cruz y de muerte, no entiende nada. ¡Cómo va a acabar así el centro de todos sus sueños y esperanzas! Jesús le da una lección que el Evangelio expresa con cierta dureza. Viene a decir más o menos: Seguirle no es sólo caminar por los campos de Galilea en primavera, rodeados de multitudes que aclaman a Jesús. Seguirle es caminar cuesta arriba, hacia Jerusalén. Y saber que allí, por coherencia vital, esperan dificultades, conflictos, problemas. Y acaso también espera la muerte. Porque el Reino lo merece todo. Y porque la confianza se pone en Dios y no en nuestras propias fuerzas. Agarrarse a la vida es perderla. Vivirla a tope en la fraternidad del Reino, compartiendo, arriesgando, regalando, dándose, es la única forma verdadera de ganarla.
Quisiéramos vivir un cristianismo cómodo, sin sobresaltos, sin conflictos. Pero Jesús es claro es su invitación: hay que tomar la cruz, hay que arriesgar la vida, hay que perder los privilegios y seguridades que nos ofrece la sociedad si queremos ser fieles al evangelio. ¿Cómo vivimos en la familia y en la comunidad cristiana la dimensión profética de nuestro bautismo? ¿Estamos dispuestos/as a correr los riesgos que implica el seguimiento de Jesús? ¿Conocemos personas que han vivido la experiencia del martirio por el evangelio? ¿Ya no es tiempo para mártires, o lo es para mártires de otra manera?

Domingo 21º del Tiempo Ordinario


Muy brevemente resalto dos noticias que afectan a todos:
1ª. Paraguay, un pequeño país de Hispanoamérica de apenas seis millones de habitantes, ha estrenado nuevo presidente elegido democráticamente en la persona de Fernando Lugo. ¿Qué tiene esto de especial? Que Fernando Lugo era un obispo católico que pidió permiso para presentarse a las elecciones, renunciando a sus tareas pastorales. La autoridad eclesial se lo ha concedido. Y el pueblo paraguayo celebra que esta persona quiera llevar a cabo en la política lo que antes predicó desde su ministerio.
Todos los comentarios que he leído sobre este asunto coinciden en que no lo tiene fácil, pero abre un gran camino a la esperanza en uno de los países más pobres del continente y más injustamente tratado últimamente.
Es un ejemplo más del compromiso que nace de la fe y se lleva a cabo, incluso con la renuncia -digamos- a la propia persona.
2ª. En España hemos padecido el trágico accidente del avión en Barajas, con tantos muertos y tanto sufrimiento. Desde nuestra fe nos unimos a los familiares de los fallecidos y a los heridos que se recuperan en los hospitales; oramos con los muertos; y esperamos que la investigación aclare todas las circunstancias del percance.
Pero, hay un pero. Algunos medios de prensa y televisión, en aras de un servicio a la información, han realizado comentarios y han atosigado a familiares de accidentados de manera éticamente cuando menos discutible. Utilizar los sentimientos de quien sufre para llenar espacios informativos y mantener índices de audiencia no es información, es otra cosa.
Esto ya sabemos que ocurre normalmente y no lo podemos evitar. Sí podemos no leer, no escuchar, no contribuir a que se realice.
Todos sabemos que hay programas y publicaciones que se centran en el índice de audiencias y sólo existen porque ese índice es significativo. Nosotros seremos tan responsables de la mala práctica periodística si contribuimos a que se siga realizando.

Domingo 20º del Tiempo Ordinario


Todos los seres humanos somos de pueblo, más bien de nuestro pueblo. Desde pequeños tenemos un territorio marcado, en el que echamos nuestra raíces y al que nos unimos afectivamente. La universalidad, la mente y el corazón abiertos, más bien es cosa de aprendizaje, de riqueza que se va adquiriendo con la experiencia.
Este es el dato que hoy aprende Jesús: que él es judío, pero tiene que abrirse al resto de la humanidad. Esa es la voluntad de su Padre: atender a todos, no hacer acepción de personas, extender el Reino de Dios más allá de cualquier frontera.
El otro apunte que quiero expresar esta mañana es que necesitamos rezar. Rezar no es sólo repetir oraciones aprendidas. Rezar hablar con Dios, dialogar, pedir, preguntar, insistir, porfiar y hasta discutir con Él.
La mujer cananea nos da una estupenda lección. Su oración insistente, tozuda, y hasta podíamos decir provocadora, consigue resultados. Su plegaria es atendida.
Ante Dios no hay fronteras, no las mantengamos nosotros. Con Dios necesitamos expresarnos; Él nos habla, seamos al menos corteses: escuchemos lo que nos dice y respondamos a sus requerimientos.

Domingo 18º del Tiempo Ordinario


Dicen que estamos en tiempos de crisis. Los informativos de la televisión, de la radio, los periódicos, todos nos hablan de que se avecina una crisis alimentaria. A primera vista, podemos pensar que nuestro mundo, nuestro planeta, no va a ser capaz de producir alimentos para todos.
Y una vez más el hambre se va a extender por unos cuantos países. Como siempre, casi seguro que a África le va a tocar la peor parte. La conclusión es muy posible que, desgraciadamente, se haga cierta. Lo dice hasta el Banco Mundial. El hambre va a llegar.
Pero no es cierto el punto de partida. No es cierto que nuestro planeta no sea capaz de producir alimentos para todos. La verdad es que los precios están subiendo fruto de la especulación y de que los países ricos, una vez más, están -estamos- acumulando. Necesitamos más energía para el desarrollo. Queremos consumir más -mucho más de lo que en verdad necesitamos.
Por eso sube el precio del petróleo, de los fertilizantes, de los abonos, de los transportes. Y para colmo, a alguien se le ha ocurrido que los bio-combustibles -gasolinas hechas a partir de vegetales- pueden ser la solución a la escasez de petróleo. Como consecuencia, se destinan menos tierras a producir alimentos y suben sus precios.
Los pobres son los que más sufren. Siempre ha sido así. Por eso, las lecturas de este domingo cobran más actualidad que nunca. El profeta Isaías pone en boca de Dios mismo palabras que prometen vida y abundancia para todos, incluso para los que no tienen dinero. El camino es escuchar su Palabra. Ahí está la vida. La solución, una vez más, no es el mercado, dejar la sociedad en manos de los que sólo quieren hacerse ricos.
Jesús pone en práctica la profecía de Isaías. La gente le sigue, le escucha, le hace caso. Junto a Él las cosas se parten y se reparten, nadie pasa necesidad. Se diría, con el símil de los domingos anteriores, que el Reino de Dios que predica Jesús se parece mucho a un grupo de gente que comparte lo que tiene
Jesús no solucionó el problema del hambre; nos dejó unas pautas de vida ética y humana. Si creemos en el Reino, si hacemos nuestras sus exigencias y valores, tenemos en nuestra mano la solución para arreglar este mundo injusto y cruel, en el que aún hoy día el hambre mata millones de seres humanos.

Domingo 17º del tiempo Ordinario


Jesús vuelve de nuevo a contar historias que encandilan a la gente. Tres preciosos cuentecillos que hablan de las cosas de la vida y que todos entendemos perfectamente.
Alguien puede pensar que los pescadores aprovechan todo lo que sacan del mar. Y no todo vale. No merece la pena estar toda la noche faenando para que luego en la lonja el producto se devalúe porque va mal seleccionado. No. Ellos escogen escrupulosamente los pescados de valor, y lo que no lo tiene lo desechan.
De igual modo el tesoro escondido en el campo y la perla preciosa que encuentra el comerciante indican que hay que saber aprovechar la ocasiones; de lo contrario será una pena y otros lo sabrán aprovechar.
Muchos cristianos vivimos hoy una vida religiosa a caballo entre lo que alimentó nuestros primeros pasos en la vida y una prudente distancia actual ante el panorama de tibieza, cuando no de abierta descalificación y enfrentamiento, que envuelve hoy día a todo lo religioso.
Hay que decir con toda claridad que ni antes ni ahora se puede ser creyente sin una decisión personal.
Creer en algo, creer porque así se ha hecho siempre en nuestra cultura, creer porque en nuestra familia lo aprendimos, no es suficiente. Creer así es flojo y da flojera. No entusiasma porque no convence. Y no convence porque no se valora. Y no lo valoramos porque no lo deseamos.
¡Cómo deseaba el comerciante aquella hermosa perla! Nada de lo que tenía antes merecía la pena ante ella, por eso lo vende todo para comprarla.
¿Cómo deseamos a Dios? Apenas le hemos colocado como uno más entre todos los demás valores que están en nuestra consideración. No es, pues, difícil que entre en liza con unos o con otros y, porqué no decirlo, pierda y con él también perdamos nosotros.
Porque Dios pasa desapercibido cuando no nos encontramos directamente con él. Y no siempre estamos dispuestos al encuentro.
Cuentan de un discípulo que fue en busca de su maestro y le dijo: “Maestro yo quiero encontrar a Dios” Y un día en que el joven se bañaba en el mar, el maestro le agarró por la cabeza y se la metió bajo el agua unos instantes, hasta que el muchacho desesperado, en un supremo esfuerzo logró salir a flote. Entonces el maestro le preguntó: “¿Qué era lo que más deseabas al encontrarte sin respiración?” “Aire”, contestó el discípulo. “Cuando desees a Dios de la misma manera lo encontrarás”
Cuando busquemos a Dios con la misma convicción y con sencillez, él se nos hará presente y sentiremos su cercanía y su presencia a nuestro lado.
Pidamos al Padre la gracia de disfrutar del gran don de la fe.

Domingo 16º del Tiempo Ordinario


Ayer aprendí una palabra nueva para mí: Resiliencia.
“Uno de los conceptos más modernos y llamativos de la psicología actual es el de Resiliencia. Un nombre extraño que alude en el campo de la física, a la capacidad de los materiales de volver a su forma original, cuando han sido forzados a cambiar o deformarse. En la psicología, el concepto de resiliencia o afrontamiento, señala la capacidad para enfrentar situaciones críticas, sobreponerse y salir airoso y fortalecido, en vez de frustrado o debilitado.
Fue adaptado a las ciencias sociales para caracterizar aquellas personas que, a pesar de nacer y vivir en situaciones de alto riesgo, se desarrollan psicológicamente sanos y exitosos. Se ha dicho que todo comenzó con la observación de algunos niños criados en familias con padres alcohólicos, quienes pese a esto, se recuperaban y lograban una calidad de vida aceptable.
La resiliencia puede ser innata o adquirida. Aunque algunas personas parecieran traer desde su nacimiento cierta capacidad de tolerancia a las frustraciones, dificultades o enfermedades, también es posible aprenderlas, a partir de la incorporación en el repertorio personal de nuevas manera de pensar y hacer. La resiliencia puede verse como una capacidad que ampliada, podría incluir cualidades como esperanza, tolerancia, resistencia, adaptabilidad, recuperación o superación de contingencias, autoestima, solución de problemas, toma de decisiones, y ecuanimidad ante presiones considerables.” (Tomado de un artículo de Internet)
Jesús no tenía estas nociones de física ni de psicología, que son de nuestra era. Pero sabía mucho. Y además era un cuenta cuentos experto. Con tres hermosos cuentecillos enseña a las gentes a creer que en lo pequeño está Dios con más amor si cabe que en otros lugares. Y Dios está ahí como el jardinero, paciente, delicado, alegre, lleno de esperanza en los frutos que vendrán. Está al cuidado de todo y juzga con moderación, como dice la primera lectura del libro de la Sabiduría. Por su Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad e intercede por nosotros con gemidos inefables, como dice la carta a los Romanos. Dios es la levadura que se mete en nuestra vida y, tarde o temprano, convertirá nuestro cuerpo mortal en fuente de vida para el mundo, es lo que dice Jesús en el Evangelio.
Luego será responsabilidad nuestra hacer de este mundo un lugar más habitable para todos. Un lugar donde, como en el Reino, todos encuentren un lugar donde hacer su nido, donde habitar a la sombra del Padre que nos ama. Un mundo más justo donde nadie quede excluido y no tenga acceso a la mesa de la fraternidad.
El cristiano, el discípulo de Jesús, es como la mostaza, como la buena semilla que se siembra en el campo del mundo, como la levadura. Con su presencia, con su compromiso, con su vida, aquí y ahora, va haciendo de este mundo el Reino, va construyendo la casa común donde todos se sentirán acogidos, salvados, reconciliados, amados. Ahora es nuestra responsabilidad hacer que la mostaza crezca, que la buena semilla se siembre, que la levadura se entierre en la masa. Seguros de que la cizaña no triunfará, porque es Dios mismo el que está al cuidado de la cosecha.

Domingo 14º del Tiempo Ordinario


Al leer las lecturas de este domingo, he recordado un libro de hace unos cuantos años, firmado por Ernesto Cardenal y titulado El Evangelio en Solentiname. Cuenta en él Ernesto Cardenal, que en 1966 fue a aquel remoto paraje de Nicaragua con otros dos compañeros para fundar una comunidad contemplativa. Allí comenzaron a llevar una vida muy sencilla, compartiendo trabajo y oración con los campesinos pobres de la zona.
Con ellos celebraban misa los domingos y escuchaban como aquella gente sencilla comentaba el Evangelio y lo aplicaba a su vida, a sus problemas y dificultades. Sentían aquellos hombres y mujeres que la Palabra de Dios se dirigía a ellos y les hablaba al corazón. Las palabras de Jesús les hablaban de libertad y les daban esperanza. Se sentían oprimidos por una situación de pobreza injusta. Vivían en la Nicaragua sometida a la dictadura de Somoza. Y el Evangelio sonaba a liberación. El Reino era una promesa llena de vida y futuro.
El Evangelio de hoy nos debería llegar así al corazón. Jesús toma la Palabra y se dirige a su Padre, su Abbá, y a los que le escuchan. Da gracias porque la buena nueva del reino llega a los que más lo necesitan, a los que les ha tocado la parte peor de la historia, a los sencillos y humildes que no tienen nada y que, por eso, ponen su esperanza, toda su esperanza, sólo en Dios.
Jesús siente que su misión encuentra así su sentido pleno, que Dios es el Padre que acoge a todos, sobre todo a los que están cansados y agobiados por el peso de la pobreza, del sufrimiento, de la injusticia, del dolor. Para ellos el yugo de Jesús es llevadero y su carga ligera.
El Reino de Jesús es diferente de todos los demás que hemos conocido y conocemos en nuestra historia. Como dice la profecía de Zacarías, el rey viene justo y victorioso pero modesto y cabalgando en un borrico. Su victoria pone fin a las armas y a la violencia, a la destrucción y la guerra. Trae la paz porque su palabra llega al corazón de las personas. Allí donde crece el odio y la violencia, él pondrá la reconciliación, el perdón y la justicia que reconstruye las relaciones entre las personas.
¿No es ésta una utopía más? ¿Un sueño inútil? ¿Una esperanza que nos lleva una vez más a un callejón sin salida? De ninguna manera, porque, como nos dice Pablo en la carta a los Romanos, el Espíritu de Dios habita en nosotros. Creemos en Jesús, creemos que resucitó de entre los muertos. Por eso, con el Espíritu damos muerte a las obras del cuerpo, de la carne. Y la carne en Pablo no se refiere sólo a los pecados sexuales. La carne es otra forma de referirse al hombre viejo, egoísta, violento. Es una forma de vida que lleva a la muerte.
La fe nos abre al Espíritu de Dios, al hombre nuevo en Cristo, a vivir de tal modo que vamos construyendo el reino de Dios en todo lo que hacemos. Y la utopía se va haciendo realidad en nuestras actitudes y relaciones. La esperanza cristiana no es una utopía inútil e imposible, sino el compromiso activo por vivir según el Espíritu.
Es tiempo de abrir el corazón para dejar que la Palabra nos llegue, nos llene de esperanza y nos mueva a vivir según el Espíritu de Jesús. Como hizo Ernesto Cardenal con aquellos campesinos de Solentiname.

Domingo 13º del Tiempo Ordinario. En la fiesta de San Pedro y San Pablo


Ayer leí un artículo de un teólogo sudamericano, Leonardo Boff, que me hizo mucho bien. “El Espíritu llega antes que el misionero”.
Tradicionalmente los cristianos católicos hemos defendido, a veces incluso violentamente, que sólo en la Iglesia católica está Dios. Se puede decir que la intransigencia y la intolerancia han sido nuestra norma, imponiéndola por doquier.
Dicho en términos vulgares, hemos sido más papistas que el papa.
Pero Dios estaba mucho antes. Y Jesucristo estaba antes. Si no, de qué van Pedro y Pablo y el resto de los Apóstoles a conseguir lo que lograron.
«El Espíritu del Señor aleteaba sobre las aguas», dice uno de los primeros párrafos de la Biblia.
Dios es antes que el cristiano, y antes que el misionero. Dios está antes, durante y después.
Y esto lo tuvieron bien claro Pedro y Pablo. Y lo tuvieron también claro todos los que han sido testigos cualificados del Evangelio del Reino.
En la fiesta de San Pedro y San Pablo, también comunidad de fe, inseparables en la evangelización, los creyentes en Jesús y constructores de su Reino debemos reconocer la primacía del Espíritu sobre nuestra pequeña colaboración y plegarnos dócilmente a su influjo, para que sea Él, Dios, quien conduzca a esta Iglesia tan divina y tan humana al mismo tiempo.
Somos sembradores, somos simples obreros. Cuando acabemos diremos: “hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Como dice San Pablo: «Porque, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Simples servidores por medio de los cuales llegasteis a la fe; cada uno, según el don que el Señor le concedió. Yo planté y Apolo regó, pero el que hizo crecer fue Dios. Ahora bien, ni el que planta ni el que riega son nada; Dios, que hace crecer, es el que cuenta. El que planta y el que riega forman un todo; cada uno, sin embargo, recibirá su recompensa conforme a su trabajo. Nosotros somos colaboradores de Dios.»

Domingo 12º del Tiempo Ordinario

El otro día contó Arguiñano un chiste entre cortar carne y encebollar pescado, que no era nuevo, pero tuvo su gracia. Es ese que dice de un cura que se cayó a un pantano. Por tres veces fueron los bomberos a rescatarlo, y por tres veces él los despidió diciendo: "Confío en el Señor. Él es mi refugio y salvación". Al fin el cura se ahogó, y como había sido un buen cura fue al cielo. Al encontrarse con el Padre eterno el cura le increpó diciendo: "Señor, yo confiaba en ti, y estuve esperando que me ayudaras". Y Dios le respondió: "¡Y te parece poco que te mandé por tres veces a los bomberos!"
Hay algunos que dicen que vivimos tiempos difíciles. Piensan que la Iglesia está amenazada, que ya no hay libertad para predicar el evangelio ni vivir la vida cristiana. Nuestro mundo está corrupto y empecatado. Hasta van más allá y afirman que Dios va a castigarnos a todos. Dicen que este mundo está perdido, que si no hacemos algo y rápido llegará la destrucción total.
Si estamos atentos a veces oímos este discurso, o palabras parecidas, en la boca de algunos eclesiásticos, de sacerdotes y laicos. No predican un evangelio de esperanza ni de salvación sino de condenación y castigo. No son profetas de vida sino de muerte.
Lo primero que deberíamos pensar es que no ha habido tiempos fáciles para el evangelio. Ni al principio ni al medio ni ahora. No fue fácil para Jesús que terminó en la cruz. Ni para sus seguidores que conocieron de muchas maneras la persecución y el martirio. Por otra parte, tampoco los creyentes han sido siempre ejemplares en la vivencia de su fe. Pero en esas difíciles condiciones ha sido como el evangelio se ha ido extendiendo por todo el mundo.
Porque hay una verdad de fondo que no podemos olvidar: si el evangelio ha llegado a nuestras manos ha sido porque es obra de Dios y no obra nuestra.
Por mucho que hablen y prediquen los profetas de desgracias no es verdad que este mundo se hunde y que vamos a peor. No es verdad. En realidad vamos a mejor porque Dios, nuestro Dios, el Abbá de Jesús es el que maneja los hilos de la historia y nos va guiando hacia el Reino. No hay que tener miedo. No hay razón para temer.
“Dios escribe derecho sobre renglones torcidos.” Y eso es parte de nuestra fe.
Las lecturas de hoy son una llamada a la esperanza. Nos vienen a decir que el cristiano puede ser cualquier cosa menos pesimista, que creer en Dios es creer en el que está de parte nuestra, en el que tiene contados “hasta los cabellos de nuestras cabezas”. Por eso, Jesús repite dos veces en el evangelio: “no tengáis miedo”.
Naturalmente que suceden cosas horribles en nuestro mundo. Todos, también los creyentes, somos responsables, todos tenemos parte en la culpa. Pero aún así, como dice la carta a los Romanos, “no hay proporción entre el delito y el don”. La salvación que Dios nos ofrece en Jesús, la gracia, es tal que sobra para la multitud.
No hay lugar en la vida cristiana para las actitudes pesimistas. El evangelio no depende exclusivamente de nosotros (si así fuera…). El reino es voluntad de Dios. Es su obra. Y la está llevando adelante. A veces por caminos que nos resultan misteriosos.
Dios está con nosotros y no nos abandona. Está en el corazón de cada hombre y de cada mujer actuando su salvación, aunque nosotros no lo veamos -quizá deberíamos cambiarnos las gafas para percibir mejor esa presencia de Dios entre nosotros, en nuestra sociedad-.

Domingo 11º del Tiempo Ordinario


Lo que vimos el domingo pasado se continúa y profundiza hoy. Dios tiene un mirar diferente al nuestro. En la multitud que tiene ante sí, Jesús ve tras las apariencias su pobreza y desorientación: «al ver Jesús a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, “como ovejas que no tienen pastor”».
La Iglesia de hoy, o sea nosotros todos, necesita poner en práctica la misma actitud de Jesús: ser más comprensiva, más misericordiosa, más en la línea de Jesús del compadecerse (padecer con), ante una realidad humana cuyo diagnóstico sigue siendo el mismo que entonces: la extenuación y agotamiento de quienes se han vaciado inmolando sus vidas a un ídolo (léase prestigio, dinero, estar en la onda) que no da nada a cambio y lo exige todo; eso por un lado, pero además el abandono, al no contar con buenos pastores dispuestos a dar la vida por los suyos.
Y Jesús elige a doce, pero ¡qué doce!. Nosotros, siguiendo la idea del domingo pasado, habríamos escogido doce autoridades, doce personas preparadas y modélicas. Pero no.
Jesús eligió a las siguientes personas:
Andrés, Felipe, Bartolomé, Tomás, Santiago Alfeo, Tadeo, y Simón el fanático, siete personas de las que apenas sabemos nada. O sea, del montón, no cualificados.
Pedro, Santiago y Juan, que eran unos “prendas”. A título personal, poco daban de sí. Pedro, “piedra”, inculto, fanático, tozudo y cobarde, es quien a pesar de sus bravuconadas, al final reniega por tres veces de su Maestro. Y Santiago y Juan, “los truenos”, sólo soñaban con un alto ministerio en la gloria que Jesús alcanzaría, pero pedían que un mal rayo desde el cielo partiera a quienes no atendían a su predicación. Otros “angelitos”. Pero es que como grupo los tres fueron testigos de tres momentos destacados de su vida junto a Jesús: la transfiguración en lo alto del monte, la resucitación de la hija de Jairo y la oración en Getsemaní. Y ¡menuda fue su actitud en los tres casos!
En la lista de Jesús está además, Leví, o sea Mateo, recaudador de impuestos y funcionario corrupto. Y para terminar, Judas el traidor.
Con este equipo se empezó. Ni Luis Aragonés lo mejoraría.
Mucho tendría que trabajar Jesús hasta hacerles comprender y poner en práctica su mensaje de amor, de renuncia a los privilegios y al poder, su doctrina de servicio hasta la muerte.
Mientras Jesús estaba con ellos, los discípulos se volverían una y otra vez al deseo de poder y de privilegios, hasta el colmo de dejar a su maestro solo en la cruz. Pero Dios recompondría aquella comunidad de discípulos decepcionados para hacerlos testigos fervientes de su mensaje de amor y servicio hasta los confines del mundo. Fue un largo camino no exento de dificultades, pero valió la pena. Al final podrían decir como Pablo en la carta a los romanos: «gracias a Jesús el Mesías, Señor nuestro, que nos ha obtenido la reconciliación, estamos también orgullosos de Dios», de un Dios débil, paciente, amoroso, todo servicio y entrega que se manifiesta en su hijo Jesús, dando la vida para que todos vivan. Jesús se convierte de este modo en la demostración más evidente del amor que Dios nos tiene.
Los doce somos todos, pues todos estamos llamados a derramar, a ejemplo de Jesús, la misericordia del Padre-Madre Dios. Cada uno con su estilo y su marca personal, con su esfuerzo y su creatividad, pero todos estamos convocados a la única tarea que realmente merece la pena en la vida: realizar en la tierra la misericordia de Dios.
Y estamos hablando de amor, de piedad; estamos hablando de gracia, de des-interés; por eso resulta tan gratificante y estimuladora aquella recomendación final de Jesús a quienes han de prolongar su tarea salvadora: «lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis». Estamos, más que en la órbita, en la galaxia de la gratuidad.

Domingo 10º del Tiempo Ordinario


Está claro que Dios no funciona como nosotros. La manera humana de hacer las cosas es contundente: el que vale, vale. A la hora de buscar ocupar un puesto, se elige entre los que cuentan con cualidades adecuadas. Las empresas se cuidan mucho de tener personas especializadas en cazar talentos. Porque es la manera normal que tenemos de valorar a las personas.
Es cierto que antiguamente en los trabajos se empezaba desde abajo. El aprendiz iba aprendiendo y subiendo. Llegaba a oficial de segunda, de primera, encargado de esto, jefe de lo otro, y tal vez terminaba de director general.
Esos tiempos han pasado. Ya tiene uno que dar la talla desde el principio.
Dios se fija de otro modo. Un beduino errante, Abrahan. Un funcionario hereje y corrupto, Mateo. Unos miserables judíos sin lugar donde caerse muertos.
Pero Dios los toma, amasa esa pobre realidad, y fabrica toda una historia de salvación tan grande que alcanza a toda la humanidad.
No lo hace Él solo, es verdad. Ni quiere, ni puede hacerlo. Cuenta con nosotros. Si Abrahan no se fía de Dios, la historia no sigue. Si Mateo no se levanta de aquella mesa, tampoco. Si el pueblo de Israel no sale de Egipto, la historia habría sido de otro modo.
Dios nos llama. En nosotros está responder.
Y responder a Dios es algo más que hablar diciendo sí. Es salir, ponerse en movimiento, dejar seguridades grandes o pequeñas, en fiarse de Dios, es lanzarse un poco a la aventura, al riesgo, a la improvisación, a hacer el camino paso a paso, a buscar compañeros que ayuden, a ayudar al caminante que flaquea, a asemejarse a los otros deshaciéndonos nosotros mismos.
En suma, seguir la llamada de Dios significa cambiar el centro de nuestra vida: quitarnos nosotros y poner ahí la voluntad del que nos llama, Dios.
Y ahí está el quid del asunto. Y ahí estamos nosotros, intentando seguir a Jesús tomándole a Él como modelo, y a Abrahán, y a Mateo, y a tantos otros a quienes llamamos santos, estén o no en los altares.

Música Sí/No