Domingo 30º del Tiempo Ordinario


Icono del fariseo y el publicano
Las cosas son como son, pero se descubren o se ocultan por la manera de mirarlas. Hay miradas planas, que curiosean pero no ven. Hay otras miradas que alcanzan lo más profundo, a través de las apariencias.
La liturgia nos interroga a todos hoy: ¿Cómo nos mira Dios?
No sé porqué, pero recuerdo ahora unos versos muy malos que aprendí de pequeño y que creí olvidados:
Mira que te mira Dios,
mira que te está mirando.
Mira que te has de morir,
mira que no sabes cuando.
1º.- En lo personal, Jesús muestra la parcialidad de Dios, que mira con cariño al humilde y le escucha, en tanto que al engreído le plantea la pregunta primordial: ¿Dónde está tu hermano?
2º.- En lo comunitario, la mirada de Dios atraviesa nuestra realidad, internacional, nacional e inmediata, para descubrirnos los huérfanos y las viudas de nuestro hoy, los nortes y los sures divididos y separados por líneas de injusticias, rendimientos máximos, ansias de dominio, orgullos pretenciosos… La mirada de Dios se dirige a toda la creación, obra de sus manos, intentado descubrir la imagen divina impresa en toda ella, y nos pregunta como al primer hombre: ¿Dónde estás?, ¿por qué te escondes?
3º.- Finalmente: sin pretensiones San Pablo se coloca ante la mirada de Dios, por quien se siente mirado desde siempre. Con agradecimiento redacta su testamento, gozoso de que esa mirada le haya llevado precisamente hasta la meta.
Ojalá nos sintamos mirados por Dios y la oración, ese diálogo amistoso que surge en quien así se siente mirado, nos ayude a todos a descubrir desde nuestra realidad, lo que es en definitiva nuestra meta.


Domingo 29º del Tiempo Ordinario



Una vez más, tenemos la oportunidad de celebrar el DOMUND. Es una cita importante en el caminar de la Iglesia, y este año es especial, porque la estamos viviendo dentro del Año de la Fe; de ahí este lema tan bonito de “Fe + Caridad = Misión”.
Esta Jornada nos recuerda a todos los misioneros y misioneras que han salido de nuestras comunidades, de nuestras ciudades y pueblos, y están presentes en todos los territorios de misión, anunciando y dando testimonio del Evangelio con el sello de la sencillez, de la entrega total a aquellos con quienes están compartiendo su fe y caridad.
Por todas partes se ha suscitado admiración por los misioneros y misioneras. Los medios de comunicación nos los muestran como son: pioneros y modelos de solidaridad. También ha despertado esa admiración el hecho de que los misioneros estén trabajando entre los más empobrecidos del mundo, donde las expectativas de vida son de las más bajas, donde abunda el hambre, donde la marginación y la explotación son una ofensa a la dignidad de esas personas; sin olvidar que muchos misioneros y misioneras ponen en peligro su vida por defender los derechos de los más pobres.
Sin embargo, muchas veces en esta admiración por los misioneros se ha dejado a un lado lo que constituye la clave de interpretación y valoración de sus vidas: ¿Quién es y dónde está su fuerza? Muchos, quizás, no hayan sabido explicarse del todo sobre las razones o motivos que tienen los misioneros y misioneras para esa ejemplar solidaridad y entrega a los demás. El papa Francisco nos lo aclara con estas palabras: “La Iglesia –lo repito una vez más– no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado” (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2013,4)
Nuestros misioneros y misioneras son nuestros hermanos universales, porque gastan su vida por el bien de todos los hombres, y son el ejemplo más elocuente de la superación de las divisiones existentes en el mundo por lo que respecta a las razas, a las ideologías, a las culturas... El misionero expresa y vive la solidaridad más extrema y radical, ya que en él se encarna la entrega más plena a los hermanos.
Por eso, todos los misioneros merecen nuestra admiración y ayuda. Ese es el mensaje de esta nueva Jornada del DOMUND, que promueven por el mundo entero las Obras Misionales Pontificias; estas Obras, como repetía recientemente el Papa, tienen el encargo “de sostener la misión y de suministrar las ayudas necesarias” para que los misioneros realicen su labor.
Además, el DOMUND nos recuerda que son necesarias nuevas fuerzas, porque la misión aún está en sus comienzos: más de las dos terceras partes de la humanidad no conocen a Jesucristo.
Pidamos al Señor que llame a jóvenes de nuestras parroquias que quieran ser misioneros y misioneras y tengan la valentía de seguir las huellas de aquellos que están entregando sus vidas, o los mejores años de su existencia, en esta tarea tan maravillosa de solidaridad y anuncio de la Buena Nueva. E imploremos, también, la protección de María, Reina de las Misiones, en favor de todos los misioneros, para que anuncien con gozo el Evangelio.

Domingo 28º del Tiempo Ordinario


Cuando de niño algún vecino, algún familiar me daba una fruta, un dulce, una propina, enseguida mi padre o mi madre, o ambos, me apremiaban ¿qué se dice? Y dócilmente yo respondía ¡gracias!
Luego de mayor he procurado ser agradecido, no sólo porque es de bien nacidos, sino porque he experimentado que en este mundo las cosas cuestan, y no se suele dar nada gratis; de modo que cuando ocurre, hay que reconocerlo. Y procuro hacerlo. Aunque no siempre.
De esto trata el evangelio de hoy, del agradecimiento. Jesús comprueba que diez enfermos se le acercan pidiendo la salud. A los diez se les concede, pero sólo uno vuelve para darle las gracias. Y Jesús se pregunta qué ha sido de los otros nueve. Al extranjero le confirma no sólo en la salud física, también en la salvación de su persona entera por su fe hecha alabanza a Dios.
De Dios lo hemos recibido todo. Esto es lo que afirmamos los cristianos. Aunque en la práctica nos acordemos de Él más en la necesidad que en la abundancia, más en el dolor que en la felicidad, mucho más en la enfermedad que en la salud. Por supuesto que Dios no necesita ni nuestra alabanza ni nuestros sacrificios; pero sí desea, como dice el salmista, nuestro corazón, nuestro reconocimiento y sobre todo la acogida que a través de nuestro prójimo le debemos y podemos otorgar.
Tratando bien a las personas, estamos tratando bien a Dios, porque en ellas Dios se asoma a nuestra historia, en ellas es Dios con nosotros, sólo a través de los seres humanos alcanzamos al Dios humanizado.
San Pablo nos conmina a dar razón de nuestra fe, proclamando a Jesús el Señor, nacido del linaje de David, es decir, ser humano; resucitado de entre los muertos, es decir, Dios exaltado en su gloria. El mismo al que ven nuestros ojos en la carne, es aquel a quien nuestra fe reconoce y se adhiere, y es quien nos libera y nos salva mediante su Palabra, que ninguna cadena puede dominar.
Por eso mismo, con San Pablo debemos no sólo orar, sino también obrar: Si morimos con él, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él; si lo negamos, él nos negará.
¿Qué hiciste de tu hermano? que dijo Dios a Caín, es para todos nosotros ahora la evangélica bienaventuranza de Jesús: Cada vez que visitas a una persona enferma, me estas visitando a mí; cuando das de comer a una persona hambrienta, es a mí a quien alimentas; la ropa que entregas al desnudo, es mi vestido; cuando me encarcelaron tú vienes a verme en los presos y en los faltos de libertad.
Por último un aviso apremiante: ¡a ver si van a ser las personas extrañas a la Iglesia, los ateos y los descreídos, quienes mejor viven el mandato de Dios del agradecimiento y de la solidaridad!

Domingo 27º del Tiempo Ordinario


Es verdad que Jesús en algunas ocasiones, ante el comportamiento de determinadas personas, se expresó resaltando la mucha fe o la poca fe, en términos de cantidad. Así ante una mujer que se le acercó para tocarle el manto pensando quedar curada. ¡Qué grande es tu fe! Así, también, en algunos pueblos no pudo hacer curaciones porque tenían poca fe.
Pero en este caso no se trata de medidas, más fe, menos fe. Cuando sus discípulos le piden que les aumente la fe, Jesús les hace ver que en realidad no la tienen, porque independientemente de la cantidad, sus efectos serían manifiestos: como que un árbol se desplazara para plantarse en medio del mar. Con fe se llega hasta lo imposible.
Para entender lo que en este caso quiere decirnos, debemos atender a la segunda parte en la que Jesús habla de deberes. El que hace lo que está mandado, cumple con su obligación, no con su fe. Porque las órdenes exigen obediencia.
Y la fe es otra cosa. ¿Qué es la fe?
En la primera lectura se nos ofrece una aproximación: Quien ante los reveses de la vida, los desastres humanos, las calamidades del tipo que sean, se dirige a Dios preguntando, quejándose, aceptando… tiene fe. Reconoce que Dios es, aunque lo considere fuera de sí mismo, en las alturas, por ejemplo. Tener fe es aceptar a Dios.
San Francisco, cuya fiesta celebramos ayer, tenía fe de esta manera: todo, absolutamente todo le hablaba de Dios. Por eso le recordamos como el hombre que trataba con el sol y la luna, con los animales y las plantas, con la naturaleza como conjunto y con los seres humanos como hermanos.
San Pablo, en la segunda lectura, habla también de la fe, pero en otro tono. Dios ya no está fuera de uno mismo, en la distancia; si estuvo fuera, ahora está dentro. También está dentro. Llegó en algún momento. Él dice que por la imposición de manos. Bien pudo decir que desde el principio de nuestra concepción, e incluso antes.
Fe, según San Pablo, es esa fuerza que tenemos por la gracia de Dios; es ese espíritu de energía, amor y buen juicio; es no tener miedo y dar la cara; es vivir el amor; es perseverar con la ayuda del Espíritu Santo.
San Francisco también tuvo fe de esta manera. Llegó a desear identificarse tanto con Jesús, que lo tuvo dentro de sí. Era consciente de que Dios estaba en su interior, y fue acomodando su vida toda al aliento que Dios le transmitía.
Pero nuestro modelo siempre será Jesús mismo, no tenemos otro mejor. Y él también tuvo fe en Dios, no sólo se abandonó en sus manos, también hizo propia la voluntad del Padre, hasta el final.

Música Sí/No