Domingo 11º del Tiempo Ordinario


Lo que vimos el domingo pasado se continúa y profundiza hoy. Dios tiene un mirar diferente al nuestro. En la multitud que tiene ante sí, Jesús ve tras las apariencias su pobreza y desorientación: «al ver Jesús a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, “como ovejas que no tienen pastor”».
La Iglesia de hoy, o sea nosotros todos, necesita poner en práctica la misma actitud de Jesús: ser más comprensiva, más misericordiosa, más en la línea de Jesús del compadecerse (padecer con), ante una realidad humana cuyo diagnóstico sigue siendo el mismo que entonces: la extenuación y agotamiento de quienes se han vaciado inmolando sus vidas a un ídolo (léase prestigio, dinero, estar en la onda) que no da nada a cambio y lo exige todo; eso por un lado, pero además el abandono, al no contar con buenos pastores dispuestos a dar la vida por los suyos.
Y Jesús elige a doce, pero ¡qué doce!. Nosotros, siguiendo la idea del domingo pasado, habríamos escogido doce autoridades, doce personas preparadas y modélicas. Pero no.
Jesús eligió a las siguientes personas:
Andrés, Felipe, Bartolomé, Tomás, Santiago Alfeo, Tadeo, y Simón el fanático, siete personas de las que apenas sabemos nada. O sea, del montón, no cualificados.
Pedro, Santiago y Juan, que eran unos “prendas”. A título personal, poco daban de sí. Pedro, “piedra”, inculto, fanático, tozudo y cobarde, es quien a pesar de sus bravuconadas, al final reniega por tres veces de su Maestro. Y Santiago y Juan, “los truenos”, sólo soñaban con un alto ministerio en la gloria que Jesús alcanzaría, pero pedían que un mal rayo desde el cielo partiera a quienes no atendían a su predicación. Otros “angelitos”. Pero es que como grupo los tres fueron testigos de tres momentos destacados de su vida junto a Jesús: la transfiguración en lo alto del monte, la resucitación de la hija de Jairo y la oración en Getsemaní. Y ¡menuda fue su actitud en los tres casos!
En la lista de Jesús está además, Leví, o sea Mateo, recaudador de impuestos y funcionario corrupto. Y para terminar, Judas el traidor.
Con este equipo se empezó. Ni Luis Aragonés lo mejoraría.
Mucho tendría que trabajar Jesús hasta hacerles comprender y poner en práctica su mensaje de amor, de renuncia a los privilegios y al poder, su doctrina de servicio hasta la muerte.
Mientras Jesús estaba con ellos, los discípulos se volverían una y otra vez al deseo de poder y de privilegios, hasta el colmo de dejar a su maestro solo en la cruz. Pero Dios recompondría aquella comunidad de discípulos decepcionados para hacerlos testigos fervientes de su mensaje de amor y servicio hasta los confines del mundo. Fue un largo camino no exento de dificultades, pero valió la pena. Al final podrían decir como Pablo en la carta a los romanos: «gracias a Jesús el Mesías, Señor nuestro, que nos ha obtenido la reconciliación, estamos también orgullosos de Dios», de un Dios débil, paciente, amoroso, todo servicio y entrega que se manifiesta en su hijo Jesús, dando la vida para que todos vivan. Jesús se convierte de este modo en la demostración más evidente del amor que Dios nos tiene.
Los doce somos todos, pues todos estamos llamados a derramar, a ejemplo de Jesús, la misericordia del Padre-Madre Dios. Cada uno con su estilo y su marca personal, con su esfuerzo y su creatividad, pero todos estamos convocados a la única tarea que realmente merece la pena en la vida: realizar en la tierra la misericordia de Dios.
Y estamos hablando de amor, de piedad; estamos hablando de gracia, de des-interés; por eso resulta tan gratificante y estimuladora aquella recomendación final de Jesús a quienes han de prolongar su tarea salvadora: «lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis». Estamos, más que en la órbita, en la galaxia de la gratuidad.

Música Sí/No