Domingo 2º de Adviento


Tendremos que volver al desierto. Sí, sí, al desierto. Será el desierto el lugar privilegiado donde escuchemos la llamada del profeta a preparar el camino del Señor.
No, no estamos en el lugar adecuado para enterarnos de lo que se nos propone, ni por supuesto para dar una respuesta coherente.
No sé qué pasaría en tiempos de Juan, al decir de Marcos el Evangelista, pero Jerusalén no era el sitio adecuado para su proclama. Y tampoco debía ser buen ambiente para quienes se fueron tras de él a escucharle y para, después de escuchar, convertirse. Porque se convirtieron.
La reacción del pueblo es conmovedora. Según el evangelista, dejan Judea y Jerusalén y marchan al «desierto» para escuchar la voz que los llama. El desierto les recuerda su antigua fidelidad a Dios, su amigo y aliado, pero, sobre todo, es el mejor lugar para escuchar la llamada a la conversión.
Porque de conversión se trata. Una conversión que necesitaba entonces el pueblo. Una conversión que hoy necesitamos todos nosotros. La Iglesia y la humanidad entera.
Hoy de una manera única en la historia se levantan voces desde todos los rincones avisándonos de hacia dónde vamos, que o paramos y cambiamos de rumbo o vamos al desastre. Lo dicen los economistas, los ecologistas, lo dicen los humanistas, lo dicen los antimilitaristas, lo dicen los antisistema, lo dicen los moralistas y lo decimos nosotros ante la crisis en la que estamos y sobre todo ante lo que parece que se nos viene encima.
No se trata de escapar y huir. Tampoco de decir, alto, parad el mundo que me bajo. No se trata de eso. Se trata de tomar conciencia de dónde estamos y qué hacemos. Se trata de que escuchemos las voces que nos alertan. Se trata de hacer un serio y profundo examen de conciencia, individual, pero sobre todo colectivo. Porque las cosas no van a cambiar de un día para otro, sino tras un tiempo largo de recogimiento y trabajo interior. Posiblemente pasarán años hasta que hagamos más verdad en la Iglesia y reconozcamos la conversión que necesitamos para acoger más fielmente a Jesucristo en el centro de nuestro cristianismo. Lo mismo que tendrá que ocurrir para que se tuerza el destino de nuestro mundo, cuya dirección parece que no va nada bien.
Pues sepamos que tanto el mundo en que vivimos, con sus estructuras humanas, políticas y económicas, como nuestra Iglesia, necesitan de nosotros un cambio de mentalidad y también de corazón.
Hagamos caso al profeta: convirtámonos al Señor. Así estaremos preparando el camino por el que Él ha de venir. Así estaremos ejercitando activamente nuestra verdadera esperanza.

Música Sí/No