Domingo 34º del Tiempo Ordinario. Jesucristo, Rey del Universo


El juicio que hoy descubrimos en el evangelio ha perturbado durante mucho tiempo a cristianos y cristianas de todos los estilos, épocas y latitudes. Si después de nuestra muerte Dios nos juzga, a ver cómo salimos de bien parados o de mal parados.
Y como la muerte es el paso para ese juicio, y como la muerte está ahí, amenazante e incierta, la vida, nuestra vida es toda una preocupación. ¿¡Vamos que si me muero ahora mismo y no estoy preparado!? Y nos decían aquello de “mira que te mira Dios, mira que te está mirando…”. Así que muchos cristianos y cristianas hemos tenido, al menos durante buena parte de nuestra vida, al diablo metido literalmente en el cuerpo. Y así también y como consecuencia ha sido nuestra vida, una vida penosa.
Pero ¿tiene que ser así? ¿Hay motivos para vivir un sin vivir? ¿De verdad es mejor no ser cristiano para disfrutar de la vida?
Vamos a ver: empecemos por la muerte. Dice San Pablo: «Si por un hombre vino la muerte…, por otro, Cristo, vino la vida». Y luego termina su frase: «Cristo tiene que reinar hasta que Dios «haga de sus enemigos estrado de sus pies». - El último enemigo aniquilado será la muerte. Al final, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.» O sea, que nos quede a todos y todas bien claro: Al final, Dios será Dios, Abba, para todos. Si es el mismo Dios que nos creó a su imagen, ¿por qué razón luego va a dejar fuera a quien reconoce como su propia imagen, hechura de sus manos? Algo se inventará para que Él sea el Todo Abba para todos.
Luego viene lo del juicio. Claro si lo consideramos juicio, aquí no se salva nadie. Pero si quien hace de juez resulta que es nuestro abogado defensor, y es buen abogado porque ya lo demostró con creces, ¿cómo va a dictar sentencia condenatoria contra alguien?
No, a eso que llamamos juicio no podemos identificarlo con nuestra práctica judicial; mucho menos con nuestra costumbre de tamizar y enjuiciar la vida ajena. El juicio final queda a la bondad de quien recapitulará todas las cosas en él.
De lo que está hablando Jesús es de otra cosa: está hablando de cómo vivir si queremos llamarnos y reconocernos como sus discípulos, como cristianos. O sea que nos está hablando de nuestro quehacer diario, de los minutos y horas que componen nuestra vida. Si la tenemos llena de gestos amistosos hacia los hermanos, y especialmente hacia los hermanos y hermanas que más sufren, estaremos en su onda, viviremos entonces según su estilo, tendremos en nuestro comportamiento ese aire de Jesús que tanto atraía a las gentes que le conocieron. Podremos considerarnos entonces, porque él así nos llama, sus ovejas.
Y si vivimos con esa preocupación y ocupación, haciendo que la vida sea vida para todos, entonces nos podremos llamar y reconocernos como verdaderos cristianos.
Y esta es, creo yo, toda la doctrina que contiene la fiesta que hoy celebramos: Que Cristo reina en nuestra vida y es por tanto, el Rey de Universo.

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