Domingo 27º del Tiempo Ordinario


En todos los pueblos, en cualquier cultura, hay libros, poemas, cuentos o narraciones que se atribuyen a un autor concreto, pero pertenecen a todos. En la lengua castellana el Quijote, de Miguel de Cervantes, por ejemplo; otro ejemplo, el Poema del Mío Cid. Y hay más.
En el pueblo judío había un poema muy bello, que recitaban en tiempos de la vendimia. El canto a la viña. Se atribuye al profeta Isaías, pero era de todos. La viña es el pueblo de Israel y el dueño Yahvéh, Dios.
Este poema, sin embargo, tiene muchas lecturas, según quién lo lea y según para quién se lea.
Isaías lo leyó de una manera concreta. Lo hemos escuchado en la primera lectura. Es una queja de Dios con su pueblo, que no ha dado los frutos esperados a pesar de los cuidados que le ha prodigado a lo largo de toda su historia. Una queja y una amenaza: si no cambian y se convierten, Dios se buscará otra viña que sí le dé los frutos: justicia y derecho.
Jesús, por su parte, también hizo su lectura; mejor, sus lecturas. Hoy escuchamos una de ellas. La viña es el Reino de Dios. Dios es el amo que pone su viña en manos de un pueblo, Israel, para que lo cuide y a su tiempo le presente los frutos correspondientes. Pero el pueblo de Israel se ha apropiado de la viña, no quiere compartirla con nadie y a cuantos se acercan o los echa, o los maltrata, o los mata. Incluso al hijo del dueño; también lo mata. A la queja sigue también la amenaza: la viña será entregada otros que hagan mejor su tarea.
¿Qué nos dice la lectura de este poema a nosotros, cristianos del siglo XXI? Vamos a intentar hacer una lectura que sea realista. La viña es el mundo, la humanidad, todos los redimidos por Jesús, el hijo de Dios. Dios es Dios de todos, no sé si amo de o sencillamente Padre de todos. La Iglesia, todos los que por el bautismo somos y nos llamamos cristianos, ha recibido el encargo de cuidar de la viña, del mundo, de la humanidad. “Id y anunciad el Evangelio, proclamad al mundo la Buena Nueva”.
¿Estamos dando los frutos que espera Dios?
¿Nos hemos apropiado de la viña para hacer de ella una parcela particular?
¿Aceptamos a otros que quieren también trabajar en la viña o les echamos porque no son de los nuestros?
¿Estamos consistiendo que buenos trabajadores de la viña se tengan que marchar porque sus métodos, ideas, y maneras no coinciden exactamente con nuestro orden, con nuestro directorio, con nuestro reglamento?
Si en tiempos de Isaías y en tiempos de Jesús la lectura del poema de la viña era una llamada a la reflexión y a la conversión, no sólo del pueblo todo sino también y especialmente de las autoridades, hoy también es una seria llamada a cambiar nuestra mirada para empezar a mirar las cosas y las personas y los pueblos con la misma mirada de Dios. Porque lo que Dios quiere nos lo dice San Pablo en la segunda lectura: la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodie vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Y todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud o mérito tenedlo en cuenta.
Es otra manera de decir: practiquemos el derecho y la justicia que llevan a la paz, que es lo que quiere Dios.

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