Festividad de Todos los Santos y las Santas


La festividad que hoy celebramos y el texto central, yo diría incluso el rey de los evangelios, no tienen para mí explicación ni sentido si no partimos de una experiencia vital.
La experiencia vital de Jesús es Abba. Esa es también nuestra experiencia más íntima y primera. Cuando empezamos a balbucear, siendo conscientes de la manera en que ello sea posible de que nos caemos, tenemos hambre, inseguridad, miedo, sueño o nos hemos ensuciado el pañal, hemos dicho o gritado abbab. El papá se pone contento: ha dicho pá-pa; el abuelito también contento porque se siente requerido, bá-ba; la abuelita no menos, yá-ya; el hermanito o la hermanita de igual modo ha entendido que dice tá-ta. Pero es la madre la que siente en sus entrañas que su criatura le reclama. Y es a ella a la que generalmente llama y apela: má-ma.
Esta madre, Dios, es el Abba de Jesús. Dios sí, Padre también, Madre de igual manera.
Dios es nuestro Abba como lo fue de Jesús.
Y Abba hoy nos dice que ya está bien de que sus hijos e hijas sufran porque sí, que lloren sin consuelo, que se ejerza sobre ellos y ellas violencia, injusticia, desprecio…
Y apela a nuestros sentimientos, que si son humanos deben ser también divinos. Vamos, como los suyos.
Y el Abba, que es el Santo, nos llama a la santidad de tener como Él, entrañas de misericordia.
Y entrañas de misericordia no es sólo asentir con la cabeza, o vibrar con el corazón. Es también y sobre todo poner de nuestra parte todo lo que podamos y sepamos para acabar con las causas que oprimen a los oprimidos, que separan a los separados, que ajustician a los ajusticiados, que hacen llorar a los que lloran.
En la gran fiesta de la esperanza cristiana, a los discípulos de Jesús se nos invita a vivir conforme al espíritu de las bienaventuranzas en la vida presente, estando seguros de que será la mejor forma de alcanzar la salvación eterna, de la que ya gozan los bienaventurados en el cielo.

Música Sí/No