Viernes Santo


La Liturgia del Viernes Santo se concentra, como único sacramento, en la cruz desnuda. Que ninguna otra cosa que no sea la cruz y el crucificado distraiga hoy nuestra mirada, y que sean ellos los que susciten la curación de la mirada. Mirada contemplativa. Tiempo de silencio.
Nos hemos reunido para estar en silencio ante la muerte, para que se nos revele la verdadera hondura del mal, para reconocer nuestra responsabilidad en el sinsentido que destruye a Jesús, el siervo inocente. El crucificado es elevado ante nosotros. “Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Después nos inclinaremos ante ella y la honraremos; la besaremos y participaremos de su capacidad curativa. Se nos invita a sumergirnos en el misterio de un Dios crucificado cuyo amor sostiene incluso la brutalidad con que nos tratamos unos a otros.
Miremos la cruz para aprender realismo. La cruz produce escalofríos; nos sitúa en el corazón del sufrimiento humano.
Miremos la cruz para descubrir cómo sufre Cristo en su humanidad. En toda carne herida está crucificado Cristo.
Miremos la cruz para saber de Dios. Dios Padre está en la cruz hecho dolor y amor, y desde lo alto de la cruz nos muestra su amor infinito.
Miremos a las mujeres junto a la cruz de Jesús para aprender compasión. En la cruz, la Iglesia del poder y la prepotencia masculina queda derrotada por esta iglesia femenina de la humildad y la valentía: iglesia de la misericordia.
Miremos la cruz para aprender confianza. “En tus manos, Padre, pongo mi vida”.
Miremos al crucificado para aprender por dónde se va hacia el futuro, para descubrir que la cruz es la penúltima de las paradojas del evangelio. Cuando todo parecía acabar, fue cuando todo comenzó.
Miremos a Jesús colgado de la cruz para hacernos compañeros. “Mujer, ahí tienes a tu hijo…” Hijos todos, todos hermanos. Todos testigos y discípulos.
Miremos a la cruz para aprender que no somos capaces de acabar con ella. Incluso el mismo Dios la sufrió.
Miremos a la cruz y rebelémonos contra ella, en un compromiso sin desmayo por arrancar a los crucificados del mundo y de la historia de sus garras.
[Las banderas rotas que ayer tarde pusimos sobre la mesa, siguen ahora junto a la Cruz, convertidas en cruces; son nuestras cruces, que no debemos ocultar, sino dejarlas ahí, bien levantadas, para que mirándolas, al tiempo que nos redimen también nos comprometan por liberar y desclavar a las personas en ellas crucificadas.]
Miremos a la cruz con agradecimiento, y tomémosla en nuestros hombros para seguir caminando al paso de toda la humanidad.
Miremos y contemplemos: que lo contemplado nos atraiga y nos movilice.

Música Sí/No