Jueves Santo


Monición de entrada

Aquella tarde, al anochecer, Jesús se reunió con sus amigos en la cena pascual. Y, recordando el pasado liberador y anunciando su entrega por todos, fundió en uno el culto y la acción, la liturgia y el gesto profético.
El lavatorio de los pies, en medio de la cena, fue el gesto que la colmó de sentido, aunque a menudo lo olvidemos.
Aquella cena fue la última del rito antiguo, la primera de los nuevos tiempos y el anuncio del banquete definitivo en el Reino de Dios.
Que esta tarde nosotros acojamos con respeto y agradecimiento este misterio.

Homilía

(En el presbiterio, 1 banco a cada lado del altar, sobre cuyos respaldos doce carteles representan a 12 colectivos, cuyos nombres están visibles.)

Aquella tarde Jesús se reunió, como todo su pueblo hacía desde tiempo inmemorial, a celebrar la Pascua. Posiblemente se reunió con todos los suyos, no sólo doce, tal vez muchos más, en familia; o tal vez no, sino que de tantas veces como estuvo a la mesa con su gente, a nosotros nos ha llegado esta postal, foto fija, escena varada en el tiempo, de doce más uno, una mesa, vino y pan.
Era fiesta, era celebración. Era también recuerdo y recopilación. Era presente, que venía del pasado y se proyectaba hacia el futuro.
Pero aquella tarde hubo sobre aquella mesa algo más. Alguien, seguramente el mismo Jesús, colocó allí todas las banderas rotas de los sueños, ilusiones, esperanzas, proyectos, anhelos, preocupaciones que envolvieron toda su persona, toda su vida durante todo su recorrido por aquellas tierras con aquellas gentes.
Se trataba de una despedida. Y allí estaban aquellas banderas.
Aquí están las banderas rotas. Encima de esta mesa, al hacer memoria de Jesús, tenemos que reconocerlas: son nuestras banderas rotas.
Y aquí está también nuestro encargo, el que él nos dejó: lavar los pies a quienes son nuestras banderas rotas.
Éstas y más, son y tienen que ser nuestra preocupación en esta hora:

1: Lavemos los pies a las mujeres maltratadas y a las víctimas de la violencia doméstica. Cerramos los ojos y los oídos a su situación y las dejamos aisladas y escondidas. Les pedimos perdón por nuestro desconocimiento, nuestras inhibiciones, nuestros comentarios hipócritas y tardíos.
2: Lavemos los pies a los inmigrantes y extranjeros, hombres y mujeres pobres que llegan a nuestro país y a nuestra ciudad huyendo de la miseria y seducidos por nuestro exhibicionismo de nuevos ricos y sólo encuentran rechazo, desprecio y explotación. Les pedimos perdón por atentar a su dignidad de personas.
3: Lavemos los pies a los excluidos y excluidas de la vida laboral, las mujeres rechazadas por su condición femenina, los parados de larga duración, los jóvenes marcados por el fracaso escolar, los pensionistas agobiados por sus recursos de mera supervivencia. Les pedimos perdón por desentendernos y buscar sólo nuestra promoción personal.
4: Lavemos los pies de los mayores condenados a la soledad y abandono. Lo han dado todo y ahora les arrinconamos porque ya no son útiles e incomodan. Les pedimos perdón por nuestra ingratitud.
5: Lavemos los pies a las víctimas del terrorismo, los que han perdido a sus familiares, los que viven sometidos al chantaje y el miedo a morir, los que están marcados por la diana de las razones ideológicas porque "conviene que uno muera por el pueblo". Les pedimos perdón por nuestras falsas prudencias.
6: Lavemos los pies a los rechazados y discriminados en la propia Iglesia: divorciados, mujeres, homosexuales, teólogos sometidos a proceso y privados de libertad. Les pedimos perdón por nuestra cobardía.
7: Lavemos los pies y las manos a los niños y niñas sometidos a vejaciones, reclutados a la fuerza, explotados en trabajos, excluidos de la educación y cultura, prostituidos y convertidos en mercancía. Les pedimos perdón por nuestro pecado de inhumanidad.
8: Lavemos los pies y las manos a los pueblos expoliados, expulsados, aniquilados, dejados morir de hambre y enfermedad de África y de América. Les pedimos perdón por beneficiarnos de su desamparo y explotación.
9: Lavemos los pies y las manos a los presos y reclusos de nuestros centros penitenciarios. Muchos de ellos representan nuestra cara oculta y vergonzosa, la que no queremos reconocer ni mirar, pero necesaria para que nos sintamos gente de orden y personas buenas. Les pedimos perdón por nuestra hipocresía.
10: Lavemos los pies y las manos a los “sin techo”. Expulsados de los cauces por los que discurre la normalidad de nuestra sociedad, carecen de casa, de familia, de medios de vida, del respeto debido y hasta de la capacidad de regenerar su propia dignidad. Les pedimos perdón por la dureza de nuestro corazón.
11: Lavemos los pies y las manos a los toxicómanos y drogodependientes. Ellos son la parte más frágil de un negocio perverso y de una estructura social y familiar que no sabe o no puede encontrar la solución. Les pedimos perdón por nuestra impotencia.
12: Lavemos los pies y las manos a los Judas y traidores de ahora y de siempre, de todos los tiempos. Nadie los quiere, todos los odian, jamás serán perdonados; pero son necesarios para que se cumplan las expectativas, para que la historia siga su curso y para que siempre haya sobre quien descargar la rabia y el rencor que origina el mal. Les pedimos perdón por no perdonarles y porque también nosotros somos infieles y desleales.



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