Natividad del Señor

Acabamos de escuchar la gran noticia: «Os ha nacido un Salvador».
Nos ha nacido un Salvador, su llegada no depende de ningún interés, sino del amor que Dios nos tiene.
Si nuestro corazón no ha quedado insensibilizado del todo por las preocupaciones, por los problemas o por los intereses que nos invaden día a día, es fácil que esta mañana sintamos una sensación diferente, difícil de definir. Hoy es Navidad.
¿Cómo podríamos llamar a «eso» que percibimos, que sentimos en nuestro interior? ¿Nostalgia? ¿Gozo? ¿Deseo de una inocencia perdida? ¿Necesidad de paz? ¿Anhelo de felicidad imposible?
No. Los problemas no han desaparecido. La paz sigue esta mañana tan ausente de nuestro mundo como siempre. Los sufrimientos y conflictos están ahí en la calle, dentro de nuestro hogar e incluso dentro de cada uno de nosotros mismos.
Por eso se nos hace tan difícil hoy celebrar la Navidad. Tenemos suficientes motivos para no tener mucha confianza en ella.
Y, sin embargo, en Navidad hay algo que parece querer brotar en nosotros. ¿Es solo la nostalgia de unos recuerdos infantiles? ¿Será solo la evocación de unas costumbres religiosas que persisten en nuestra conciencia?
Tal vez, si nos escuchamos en nuestro interior con un poco de atención, descubramos en nosotros la necesidad de una vida más gozosa, más limpia, más serena, más humana.
Hoy es Navidad, es decir, «nacimiento». Pero los cristianos no celebramos solamente el nacimiento del Hijo de Dios en Belén. En Navidad cada uno de nosotros nos sentimos llamados a renacer.
De poco sirve celebrar que Cristo ha nacido hace dos mil y pico años si nada nuevo nace hoy en nosotros. De poco sirve que se haya cantado la paz en Belén si dentro de nosotros no se despierta hoy el deseo de trabajar por la paz y la solidaridad entre los hombres.
Sobre todo, de poco nos sirve a ti y a mí que la ternura y el amor de Dios se hayan manifestado a los hombres si tú y yo no somos capaces de escuchar, ni de acoger y de agradecer, ni de manifestar ese amor de Dios.
Por eso, tal vez lo primero que se nos pide en esta Navidad es creer en algo que, a veces, nos resulta difícil creer: que tú y yo podemos nacer de nuevo. Que nuestra vida puede ser mejor. Que el gozo y la alegría pueden brotar otra vez en el fondo de nuestro ser. Que la ternura puede alentar nuestras relaciones. Que el amor puede hacernos más humanos, más cercanos, más divinos por ser más hermanos.
Para ello basta mirar con fe sencilla «el misterio de Belén». Dios es infinitamente mejor de lo que yo me creo: es más amigo, es más fiel, más comprensivo, más cercano. Él puede transformar mi persona. Dios puede salvar nuestra vida.
De verdad, hoy puedes acoger sin miedo ese gozo que se despierta dentro de ti.
Hoy puedes emocionarte con la ilusión de los niños pequeños que cantan ingenuos villancicos.
Hoy puedes mirar de manera diferente a los ojos de tus familiares, de tus amigos, de tus vecinos.
Hoy puedes rezarle a Dios desde el fondo del corazón y recordar con cariño a tus seres queridos.
Es que hoy es Navidad y Dios está en nuestros brazos hecho Niño.
¿Hablamos de nuestras cosas un rato con él en silencio?
(José Antonio Pagola)

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