Domingo después de la Natividad. La Sagrada Familia


Cuando nació Jesús, Dios asumió la realidad humana en toda su extensión. José y María formaron su familia, desde ahí compartió nuestras cosas, y desde ella nos mostró el verdadero rostro de Dios; en Jesús, María y José Dios se humanizó.
Sin embargo Jesús como ser humano vivió en libertad ante las estructuras sociales, incluida la familia. Ni las normas religiosas, ni las leyes civiles, ni siquiera las tradiciones, en cuanto que no estuvieran conformes a los anhelos profundos de las personas, fueron para él asunto zanjado y definitivo. Lo primero es el Reino de Dios y su justicia.
De esta manera Jesús aparece en el evangelio despegado de la familia como unidad a partir de la misma sangre, como lo fue respecto del templo de Jerusalén en cuanto que no ofrecía culto a Dios en espíritu y verdad.
María aceptó de Jesús incluso desaires aparentes, como madre, no como la creyente y fiel servidora del Señor.
Jesús vino a predicar de parte de su Padre que todos formamos una gran familia, por encima de cualquier otra consideración, y que no hay ya barreras de raza, lengua o nación. Incluso previno que habría enfrentamientos entre familiares por su causa y la causa de este Reino de Dios.
Jesús, finalmente, entregó en Juan su madre María a todos nosotros, después de que ya nos hubiese dejado bien claro que somos hijos en él del único Padre.
La sagrada familia, cuya fiesta celebramos, no es modelo a seguir como estructura humana y tradicional, porque eso es propio de cada lugar y tiempo. Quienes la forman, José, María y Jesús, sí lo son en cuanto que estuvieron disponibles a la llamada divina, creyeron y respondieron de manera ejemplar.
Si gozamos de una familia que nos hace crecer como personas y como creyentes, aprovechémosla. Si es mejorable, hagamos cuanto podamos. Si nos asfixia, obremos buscando lo mejor, no lo más cómodo y lo socialmente correcto. Y en todo caso hagamos siempre por mantenerla unida, no porque sí y contra viento y marea, sino porque el amor es como una planta que requiere cuidados e incluso sacrificios, renuncias, generosidad y comprensión. El perdón y la misericordia sean el empeño decidido de todos los que forman la familia.
Qué duda cabe de que es el mejor lugar que podemos tener para nacer, crecer y vivir. Pero no creo que Dios nos pida que hagamos de ella un absoluto.

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