Domingo 2º de Navidad


Este domingo después de la Navidad siempre ha entrañado para mí una dificultad muy seria a la hora de enlazar unas palabras como homilía. Si ya celebramos al niño que nace en Belén el día 25, esto de hoy ¿qué quiere decirnos?

Como si no fuera suficiente todo el escenario navideño, el portal con María y José, los pastores y los ángeles en la noche, el profeta Juan que lo anuncia y el anciano Simeón que lo celebra al final de sus días; como si aún hiciera falta algo más para indicarnos quién es el que se hace presente. Es Juan y su prólogo al evangelio el que lo confirma: es la Palabra eterna que viene a los suyos, es el Verbo de Dios que pone su tienda en nuestra tierra, es Dios hecho carne.

Aparece la palabra carne, la que en nuestra moral tanto hemos despreciado o al menos minusvalorado. Y surge con la misma fuerza y la misma dignidad que en la primera frase de la Biblia: «Esta sí que es carne de mi carne» en boca del primer hombre sobre la primera mujer.

La frase que preside nuestras celebraciones navideñas, «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros», es el centro de la liturgia de hoy, y su mensaje nos invita a volver sobre lo propio y específico de la “navidad cristiana” para vivirlo y celebrarlo con gozo y pasión.

Si Dios ha entrado en nuestra historia y en el nacimiento de Jesús de Nazaret ha puesto su tienda entre las nuestras, tenemos que olvidar la vieja tentación de poner a Dios fuera de nuestro mundo y sacarlo lejos de nuestra historia. Dios es el Dios de este mundo y se ha hecho carne y barro en medio de nosotros. Desde entonces “el otro mundo” está en éste, “lo divino” se instala en lo humano, lo radicalmente “otro” es ahora “nuestro”… Dios asume nuestra humanidad.

Por lo tanto, ya no podemos tener experiencia de Dios sin tener la experiencia de los hombres; a Dios se va, ante todo, a través de los otros; quien busque y ame a Dios habrá de buscar y amar a los demás… Y también al revés: cualquier encuentro y acercamiento entre seres humanos es cercanía y proximidad con Dios. No importa que se le niegue o se le ignore, Dios media en el medio humano.

Así pues, Navidad se extiende más allá de un acontecimiento histórico y va mucho más allá de una fecha: la Navidad sigue y se realiza y se revive cada vez que nosotros ponemos nuestra tienda -nuestro amor, nuestra presencia, nuestro servicio- junto a los demás.

Esta es “la sabiduría” que asistió a Dios desde el principio, que «echó sus raíces en medio de un pueblo glorioso», y que el que nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia por amor» nos ha revelado en el nacimiento de su Hijo.

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