El Bautismo del Señor


Hoy concluye el tiempo litúrgico de Navidad. Durante estos días hemos contemplado la maravilla de Dios haciéndose carne, Dios-con-nosotros. Jesús es el ser humano que nos muestra a Dios. Ya no tenemos que mirar al cielo para pensar en Dios; está en la tierra, y sólo se le encuentra aquí. Para entrar en diálogo con Dios no necesitamos ni gurús, ni sacerdotes, ni lugares ni momentos especiales. Jesús es el único camino hacia Dios.

¿Por qué? Porque Dios le ha designado para esa misión. Por eso dirá más tarde: «Quien me ve a mí, ve al Padre, porque el Padre y yo somos una misma cosa».

Aquel día, en el jordán, Jesús dejó hablar al Espíritu que le elegía para ser el predilecto de una gran muchedumbre que también son reconocidos como hijas e hijos amados de Dios.
Y el Bautismo le cambió la vida.

A Jesús su bautismo le llevó a un cambio de vida profundo. A partir de aquel momento dejó de ser un personaje anónimo para comenzar a ser aquel que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”, como dice la segunda lectura. Su bautismo fue fruto posiblemente de su encuentro con las escrituras, con la Palabra.

Seguro que leyó y meditó en su corazón muchas veces el texto de Isaías que se recoge en la primera lectura de hoy. Le define a él, define su estilo de vida, su forma de comportarse, su forma de revelar y manifestar a todos el amor de Dios, de su Abbá. Conviene releerlo con tranquilidad porque también define lo que debería ser nuestro estilo de vida como discípulos suyos.

El bautismo no nos añade una especial protección de Dios. Ésa la tenemos siempre con nosotros. Su amor no nos fallará. Por supuesto. El bautismo significa nuestra incorporación voluntaria a la comunidad cristiana, nuestro compromiso de ser discípulos de Jesús y de vivir de acuerdo con su Evangelio. En el bautismo Dios bendice ese compromiso.

Como la práctica totalidad de nosotros lo recibimos de muy niños, ese compromiso hemos de activarlo después para que vaya progresivamente cambiándonos la vida, como a Jesús.

Para conseguirlo, deberíamos dar los mismos pasos que él dio: encuentro con la Palabra en las sagradas escrituras; encuentro con el Dios-con-nosotros que nos sale al paso en las personas de nuestra vida; docilidad al Espíritu que habita todo nuestro ser desde que nacimos. Y tener como modelo de referencia el retrato que nos ofrece el texto del profeta Isaías que acabamos de escuchar.

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