Santa María, Madre de Dios

 
En el día de hoy se juntan muchas cosas. La octava de la Navidad, la fiesta de Santa María Madre de Dios, la Jornada Mundial de Oración por la Paz; y el día primero del año 2011, que ha sido declarado Año internacional de los Bosques, Año internacional de la Química, Año internacional de los Afrodescendientes, Año internacional del Machu-Pichu, Año internacional de la Verdad sobre el Islam, Año internacional de la Juventud, Año internacional de los Murciélagos, Año internacional de la investigación sobre el Alzheimer… La lista es larga.

Demasiado para algo tan poco relevante, pero al mismo tiempo tan maravilloso, como es iniciar un nuevo día. Porque eso es lo que es: un día más.

Seguimos vivos, mantenemos esperanzas, ansiamos felicidad, y tenemos un cajón enorme de proyectos. Es motivo suficiente para alabar y dar gracias a Dios.

Eso es lo que hizo María, cantar a Dios su magníficat. Cantemos también nosotros nuestro canto particular a Dios. Un nuevo año se abre con este nuevo día ante nosotros como una oferta plena de posibilidades; un tiempo nuevo para aprovecharlo bien, porque es nuestro y es también tiempo de Dios.
Y no miremos hacia atrás si no es para pedir perdón no sólo por nuestra mediocridad sino, sobre todo, por el bien que hemos dejado de hacer.

También con un sentimiento de agradecimiento, porque Dios Padre nos ha ido regalando la vida día a día. No importa que nosotros lo hayamos olvidado. Dios ha estado ahí. Porque, como dice san Pablo, «en Él vivimos, nos movemos y existimos». No nos ha faltado la bendición de Dios. Su gracia ha sido más grande que nuestro pecado y su misericordia, mayor que nuestra mediocridad.

Y para mejorar nuestra vida, corrigiendo los errores del pasado si ello es posible, y en todo caso para no volver a repetirlos. Lo nuestro es el futuro, lo que hay que hacer, lo que entre todos tenemos que construir.

Con nuestras fuerzas, siempre confiados en el Dios de Jesús y de María, el Dios del perdón y de la misericordia, comenzamos este año nuevo, con el deseo de que sea un espacio de paz, de gracia y de concordia para todos los hombres y las mujeres. ¡Feliz Año Nuevo!

Domingo después de la Natividad. La Sagrada Familia



La Sagrada Familia, en la que nació Jesús, y que se nos ofrece como modelo de convivencia humana y de fe en Dios, en lo humano resultó una historia de fracasos continuos y desde luego resulta un modelo por vía negativa para nuestros días; muchas de las circunstancias que la rodearon son un ejemplo de lo que deberíamos evitar en la medida de lo posible: familia rechazada por la propia familia, que tiene que cobijarse en los arrabales de la ciudad; el misterio de una concepción no compartida que hay que ocultar vergonzantemente; la emigración forzosa por el rechazo de la propia sangre; el hijo y su misión incomprensible para sus padres; el callado y discreto padre, la humilde y silenciosa madre; la trágica realidad de la persecución, juicio y muerte del hijo, el futuro familiar…

Hoy hay que hablar de la familia, y de la familia cristiana. Pero ¿cómo hablar de ella?; ¿qué decir de qué tipo de familia? Yo no me considero capacitado para tratar este tema, y decir algo doctrinalmente correcto.

La Iglesia tiene sobre este particular una doctrina hasta ahora inamovible que produce rechazo en los de fuera, y en los de dentro desazón y, a veces, mucho dolor.

Para quienes tienen la suerte de crecer en una familia feliz según los cánones, qué bien. Pero, ¿qué pasa con quienes no tienen esa suerte? Y cada vez son más los que caben en este segundo grupo.

Dios se nos manifiesta como una comunidad de amor; somos de su familia; estamos revestidos de su amor fecundo y entregado. Por eso tenemos que reconocer que en donde se vive el amor en común hay una misteriosa presencia de Dios. Así vivió Jesús y así creció y se llenó de sabiduría.

Que nos sirva este día para agradecer lo que tenemos, y también para revisar nuestras lagunas y para reconstruir un ámbito familiar abierto, solidario y comprometido en la edificación de una sociedad más justa y fraterna.

Natividad del Señor


No sé quién me ha querido engañar esta mañana, diciéndome que los carteros no trabajan en Navidad. He de deciros que no es cierto. Acabo de recibir esta carta, que ahora mismo paso a leeros:

Queridos hermanitos y hermanitas

Si miráis el pesebre y me veis ahí, sabiendo por el corazón que soy Dios-niño que no viene para juzgar sino para estar, alegre, con todos vosotros,

Si conseguís ver en los otros niños y niñas, especialmente en los más pobres, mi presencia en ellos,
Si lográis hacer renacer el niño escondido en vuestros padres y en los adultos para que surja en ellos el amor y la ternura,

Si al mirar el Belén notáis que estoy casi desnudo y os acordáis de tantos niños igualmente pobres y mal vestidos, y sufrís en el fondo de vuestros corazones por esta situación inhumana y deseáis que cambie verdaderamente,

Si al ver la vaca, el buey, las ovejas, las cabras, los perros, los camellos y el elefante, pensáis que el universo entero recibe mi amor y mi luz, y que todos, estrellas, piedras, árboles, animales y humanos formamos la gran Casa de Dios,

Si cuando miréis hacia lo alto y veáis la estrella con su cola recordáis que siempre hay una estrella sobre vosotros, que os acompaña, iluminándoos y mostrándoos los mejores caminos,

Sabed entonces que yo estoy llegando de nuevo y renovando la Navidad. Estaré siempre cerca de vosotros, caminando con vosotros, llorando con vosotros y jugando con vosotros, hasta aquel día, sólo Dios sabe cuándo, en que estaremos todos juntos en la Casa de nuestro Padre y de nuestra Madre de bondad para vivir felices para siempre.

Belén, 25 de diciembre del año 1.

Firmado: Niño Jesús

Queridos amigos, hermanos y hermanas: Dios ha nacido. Es Navidad.

Domingo 4º de Adviento


El evangelista Mateo nos aclara para que no tengamos duda la verdadera identidad del que va a nacer como hijo de María y José, en alguna aldea perdida de la Palestina de hace más de dos mil años. A esto también hemos estado preparándonos durante estos días de Adviento. Que no nos pille por sorpresa; tampoco vayamos a él con criterios equivocados. Jesucristo, el Cristo, es también Jesús; y es Emmanuel, Dios-con-nosotros

Dios está con nosotros. No pertenece a una religión u otra. No es propiedad de los cristianos. Tampoco de los buenos. Es de todos sus hijos e hijas. Está con los que lo invocan y con los que lo ignoran, pues habita en todo corazón humano, acompañando a cada uno en sus gozos y sus penas. Nadie vive sin su bendición. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!

Dios está con nosotros. No escuchamos su voz. No vemos su rostro. Su presencia humilde y discreta, cercana e íntima, nos puede pasar inadvertida. Si no ahondamos en nuestro corazón, nos parecerá que caminamos solos por la vida. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!

Dios está con nosotros. No grita. No fuerza a nadie. Respeta siempre. Es nuestro mejor amigo. Nos atrae hacia lo bueno, lo hermoso, lo justo. En él podemos encontrar luz humilde y fuerza vigorosa para enfrentarnos a la dureza de la vida y al misterio de la muerte. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!

Dios está con nosotros. Cuando nadie nos comprende, él nos acoge. En momentos de dolor y depresión, nos consuela. En la debilidad y la impotencia nos sostiene. Siempre nos está invitando a amar la vida, a cuidarla y hacerla siempre mejor. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!

Dios está con nosotros. Está en los oprimidos defendiendo su dignidad, y en los que luchan contra la opresión alentando su esfuerzo. Y en todos está llamándonos a construir una vida más justa y fraterna, más digna para todos, empezando por los últimos. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!

Dios está con nosotros. Despierta nuestra responsabilidad y pone en pie nuestra dignidad. Fortalece nuestro espíritu para no terminar esclavos de cualquier ídolo. Está con nosotros salvando lo que nosotros podemos echar a perder. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!

Dios está con nosotros. Está en la vida y estará en la muerte. Nos acompaña cada día y nos acogerá en la hora final. También entonces estará abrazando a cada hijo o hija, rescatándonos para la vida eterna. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!

Dios está con nosotros. Esto es lo que celebramos los cristianos en las fiestas de Navidad: creyentes, menos creyentes, malos creyentes y casi increyentes. Esta fe sostiene nuestra esperanza y pone alegría en nuestras vidas. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!


(Siguiendo a Pagola)

Domingo 3º de Adviento. Fiesta Patronal


Este domingo tercero de Adviento es conocido tradicionalmente como de “gaudete”, de júbilo, porque lo que estamos preparándonos para celebrar, se percibe como ya presente en nuestro hoy. Hoy se ve y se oye lo que el Reino de Dios significa, hoy ya Dios está con nosotros.

Esa es la respuesta que ofrece Jesús a los enviados de Juan, que vienen a preguntarle si es él el esperado, o no. Jesús no se presenta a sí mismo, ni siquiera se tiene en cuenta; sólo indica los signos que todo el mundo puede percibir, que hablan mucho mejor que las palabras.

Y Jesús está diciendo dos cosas: primera, que el Reino de Dios llega sanando los corazones enfermos y dolientes; segunda, que los pobres reciben una buena noticia.

Hoy somos los seguidores de Jesús los que somos preguntados, y nos vemos en la tesitura de dar una respuesta. Estaremos atinando si en lugar de hablar de nosotros y de la Iglesia, indicamos con el dedo cómo aquí y ahora nuestra comunidad es sanadora; es decir, es cada vez más un poco más cercana a los que sufren, más atenta a los enfermos más solos y desasistidos, más acogedora de los que necesitan ser escuchados y consolados, más presente en las desgracias de la gente. Se verá que tenemos una buena noticia para el mundo si en lugar de nuestras luchas y diferencias, lo que anunciamos de palabra y de obra es que Dios es Padre de todos, y que ya no hay distinción ni diferencia, todos igualmente dignos y libres; con una salvedad: que igual que en la familia los más débiles son los más tenidos en cuenta, entre nosotros los pobres han de ser nuestros predilectos, y conocer más de cerca sus problemas, atender sus necesidades, defender sus derechos, no dejarlos desamparados debe constituir nuestra mayor dedicación. Son ellos los primeros que han de escuchar y sentir la Buena Noticia de Dios.

Una comunidad de fe, como una parroquia, no es sólo un lugar de iniciación a la fe ni un espacio de celebración. Ha de ser, de muchas maneras, fuente de vida más sana, lugar de acogida y casa para quien necesita hogar.

La Inmaculada Concepción de María


A veces en las noticias escuchamos que los servicios de limpieza han tenido que acudir a algún domicilio en el que vive una persona que padece “síndrome de Diógenes”. Las personas que lo sufren, además de otros trastornos, suelen mostrar un total rechazo hacia el cuidado de ellos mismos y la limpieza del hogar, llegando a acumular grandes cantidades de basura en sus domicilios. Y aunque pueden reunir grandes sumas de dinero en su casa o en el banco, no tienen conciencia de lo que poseen y viven en condiciones de pobreza. Yo he tenido esa dura experiencia de entrar, por sorpresa, en una casa así, de una persona de quien nunca llegué a sospecharlo.

También, quien más quien menos, hemos tenido conocimiento, incluso en la propia familia, de una persona maniática por la limpieza. Puede ser enloquecedor vivir junto a una persona así, que te hace pisar sobre periódicos para no manchar el piso, que te cohíbe cuando comes, o si usas el cuarto de baño, o te afea cómo vistes, por ejemplo. Esas casas relamidas; aderezadas sólo para ser contempladas, no habitadas; frías de puro limpias, que repelen más que otra cosa. Puro escaparate.

Entre la enfermedad de ser Diógenes y la manía de la limpieza, está la alegría de ser limpio. Y esto me recuerda casas humildes, de piso en tierra pero barridas, de cubiertos de madera, pero nobles; de puchero en la lumbre y sábanas tendidas al viento. Personas sencillas pero inmaculadas, con esa honradez que da la humildad, con el brillo que sólo se percibe en la pobreza. Y por encima de todo la alegría de vivir en plenitud dentro de lo justo, de no ansiar nada de cuanto el resto perseguimos, de compartir todo sin escatimar nada, porque no hay nada que atesorar.

La inmaculada concepción de María, dogma proclamado por la Iglesia en 1854, afirma que la madre de Jesús fue preservada de todo pecado antes de su concepción. Y yo no encuentro manera de imaginarme cómo pueda ser esto, porque mi vida no la entiendo sino envuelta en pecado. De la misma manera que tampoco puedo explicar cómo se pueda vivir sin respirar aire.

Pero puestos a decir algo, yo diría que, entre ser un Diógenes lleno de mierda, o tener una casa de spot publicitario, yo me inclino por ocupar una vivienda pobre pero aseada, sencilla pero ordenada, con lo justo pero compartida. Porque a Dios se debe que María fuera inmaculada en su concepción, pero a María se le reconoce que se mantuviera inmaculada con su fe en la palabra de Dios. De ella es la alegría, de Dios la mirada. Y de todos nosotros el deseo de ser fieles como María al Dios que nos salva.

Domingo 2º de Adviento


Escuchar es la palabra que hoy nos marca nuestro Adviento. ¿A quién? A Juan Bautista. ¿Qué tenemos que escucharle? «Convertíos porque está cerca el reino de los cielos». Y, ojalá le escuchemos, no sólo porque su mensaje coincide con el que Jesús inició su misión; sino sobre todo porque Juan y Jesús son inseparables; y a Jesús no le entenderemos si no atendemos al Bautista. Juan acerca a Jesús, tanto, que será él quien lo señale con el dedo e invite a seguirle.

Ocurre, sin embargo, que nosotros ya gustamos de la presencia del Reino de Dios; no estamos como Juan Bautista esperando al Mesías, sino que hemos sido bautizados y confirmados con la fuerza del Espíritu Santo, por tanto no podemos situaros en un paso atrás, sino intentar por todos los medios dar un paso adelante. No estamos pues, propiamente a la espera, sino que se espera de nosotros que demos testimonio y hagamos visible cuanto creemos.

¿Quién, sino nosotros, para decir hoy al mundo que está aquí el Reino de Dios?

Y ¿cómo lo diremos, para que el mundo se lo crea?

Ahí es donde la figura de Juan vuelve a estar de actualidad. Porque él venía del desierto, y hablaba en el desierto. A nosotros que apenas nos manifestamos a partir del templo, nos viene muy bien contemplarle y desde él repensar nuestra vida de creyentes. Así, bajando a los detalles, como él mismo hacía, revisemos algunos puntos flojos de nuestra vida que niegan, o siquiera ocultan, la presencia del Reino entre nosotros. Hoy, más que nunca debemos volver a:

- Sobriedad en el comer y en el vestir: comer y vestir son necesidades que hemos convertido en exceso enfermizo…

- Sencillez en la vivienda y en los hábitos: nuestras casas “se pasan” de grandes, supercalentadas y repletas de cosas tal vez no muy necesarias…

- Verdad en las palabras y en los pensamientos: al pan pan y al vino vino, fidelidad a la palabra dada, honradez y profesionalidad, son frases que urge volverlas a poner en uso…

- Coherencia entre la fe y las obras: creer en el Dios de Jesús no es para sabios y entendidos, sino para quien acomoda su corazón al Evangelio y sus obras reflejan la voluntad del Padre…

- Confianza total y absoluta en Dios, porque sólo Dios basta: si nuestra vida está llena de cosas que no salvan, ¿dónde dejamos que actúe el Espíritu de Jesús…?

El Dios al que esperamos es también el Dios a quien mostramos. Navidad no es una fecha venidera, sino nuestra propia vida transparente del Dios con nosotros.

Parafraseando a la carta de Santiago: mostremos a Dios en quien creemos con nuestras obras de creyentes en Jesús. Así debe ser nuestra fe. Así estaremos contruyendo Reino de Dios.

Música Sí/No