Domingo 2º de Cuaresma


     Apenas unos días antes Jesús había preguntado a sus amigos ¿quién decís que soy?, ¿qué idea tenéis sobre mí? Y ellos fueron respondiendo según su pobre entender, apoyados en las tradiciones de la religiosidad judía.

     En lo alto del monte no tuvieron ocasión de responder, sino de contemplar y escuchar.

     En un primer momento no entienden, no perciben el contenido profundo de lo que están contemplando. Jesús conversando con Moisés y Elías, les confunde. Aparecen los tres altos personajes al mismo nivel, tanto que Pedro se anima a decir «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

     Necesita una aclaración. Y esta viene desde lo alto. La voz de Dios le va a corregir, revelando la verdadera identidad de Jesús: «Éste es mi Hijo, el escogido», el que tiene el rostro transfigurado. No ha de ser confundido con Moisés o Elías, cuyos rostros están apagados. «Escuchadle a él». A nadie más. Su Palabra es la única decisiva. Las demás nos han de llevar hasta él.

     Es importante que caigamos en la cuenta de estas palabras. Sólo Jesús es el importante. Sólo su palabra es decisiva. Sólo él ofrece vida en plenitud. Todos los demás valen en la medida que nos conducen hasta Jesús. Es Jesús sólo el que está transfigurado. Es sólo Jesús el que nos transfigura.
Escuchándole, siguiéndole, amándole, creyendo en él, vamos siendo transfigurados en hijos e hijas de Dios.

     Hoy es buen momento para recordar aquel otro momento, o momentos, del bautismo de Jesús y de nuestro propio bautismo. Junto al Jordán, al salir del agua, el Padre hizo pública y solemne proclamación de Jesús como su Hijo. Junto a la pila bautismal, Dios nos reconoció también a nosotros, hijos e hijas de sus entrañas.

     Desde aquel momento estamos divinizados, Dios nos ocupa y nos llena. Y en el seguimiento de Jesús vamos configurándonos a su imagen divina, hasta que lleguemos a ser en plenitud, como dice San Pablo, de su misma condición gloriosa.

     Tenemos un tesoro en nuestras manos, aprovechémoslo. El evangelio que se proclama cada domingo en nuestras celebraciones es para nuestra conversión. Y en esa actitud ha de ser leído, predicado, meditado y guardado en el corazón de cada creyente y de cada comunidad. Una comunidad cristiana que sabe escuchar cada domingo el relato evangélico de Jesús en actitud de conversión, comienza a transformarse. No tiene la Iglesia un potencial más vigoroso de renovación que el que se encierra en estos cuatro pequeños libros que son los evangelios.

Música Sí/No