Domingo 18º del Tiempo Ordinario


Los judíos en el desierto confundieron a Dios, que les liberó de la esclavitud de Egipto, con un repartidor de alimento. Y confundieron a Jesús con el pan con que sació su hambre en medio del campo. Pero ni Dios ni él son pan de esa manera
Muchos buscaban a Jesús simplemente porque daba de comer, y, ciertamente, eso lo hacía siempre que podía, siempre que encontraba a personas con hambre y tenía algún pan a su alcance. Pero él sabía que el ser humano no vive sólo de pan, sino (y sobre todo) de palabra. Vino a dar palabra antes que pan (porque el pan vendrá por añadidura, si tenemos de verdad palabra, y dialogamos y sabemos compartir unos con los otros).
En un determinado momento, a las personas hay que darlas de comer (y, sobre todo, no hay que robarlas, quitándolas lo suyo e impidiéndolas que coman). Pero, al mismo tiempo, sabiendo que hay dar de comer (¡y dando de hecho, si es que hay hambre!) hay que ofrecer palabra, es decir, libertad y autonomía creadora, para que puedan así buscar el pan y aprendan a compartirlo (en un mundo donde mi libertad no consiste en tener yo todo lo que pueda a costa de los otros).
El tema es ¿quién y cómo puede alimentar de esa manera? Según el evangelio, la verdadera alimentación se logra sólo a través de la palabra y la justicia, allí donde los hombres y mujeres se hacen pan (como Jesús), dándose a sí mismos y viviendo de tal forma que los demás puedan acceder a la palabra y compartir también la comida. Pan de vida eterna no se refiere a la vida después de la muerte, sino a una vida nueva y distinta, que nos cambia aquí y ahora y cambia el mundo.

Música Sí/No