Domingo 33º del Tiempo Ordinario



“Los trabajadores de Canal 9 han pedido perdón por silenciar el accidente del Metro de Valencia ocurrido durante la visita del Papa. Lo han hecho durante uno de los informativos y han calificado esa actitud de "indigna" para una televisión pública "que debe estar al servicio de los ciudadanos".
Durante la información que han dado los trabajadores de Canal 9, han recordado que las cámaras de la cadena fueron las primeras en llegar al lugar de los hechos, pero que después no cumplieron con su obligación de investigar lo ocurrido”.
Esta es una nota de prensa que apareció el día 7 de este mes, cuando ya estaba decidido que se cerraba porque no hay dinero para sostener el canal autonómico de Valencia.
Posiblemente habrá en otras empresas que se cierran situaciones semejantes. Ahora, cuando ya todo está perdido, cuesta menos o interesa más decir la verdad, toda la verdad. Y, de igual modo que los periodistas de la televisión valenciana, personas implicadas en cualquier sector de nuestra sociedad reconozcan en público que ellas tampoco fueron diligentes y cumplidoras.
Esto se podría extender a cualquier área de la actividad humana, y llegar incluso a tocarnos a nosotros de lleno. ¿Cumplimos con nuestra obligación o actuamos por conveniencia? ¿Tiene que llegar una situación límite, extrema, para que se nos abran los ojos a la realidad, o nos dé de pronto un ataque de sinceridad?
El mensaje de este casi último domingo del año litúrgico es una llamada seria a la responsabilidad: El que no trabaje que no coma, dice San Pablo. No se refiere a la situación angustiosa en que nos encontramos los españolitos y parte del resto del mundo con esta crisis que sigue atenazándonos. San Pablo llama a ser activos y diligentes, a no holgar de nuestras obligaciones dejando que sean otros los que cumplan; cada quien en su lugar debe hacer lo que le corresponde: el escolar como escolar; el trabajador como trabajador; el esposo y la esposa como tales en igualdad, complementariedad y reciprocidad; el responsable político, económico, social o religioso en lo suyo; y así todos y todas.
Hay muchas personas, demasiadas, que no se han enterado o no han querido darse por enteradas, de que estamos viviendo tiempos difíciles. A ellos les va bien, o incluso mucho mejor, y no les importa lo que pase a los demás.
¿Podemos decir que quienes sí somos conocedores de lo que sucede estamos actuando con diligencia y responsablemente? ¿No tendríamos también que pedir perdón por lo poco o nada que hacemos?
Aquellos que ponderaban ante Jesús la belleza del templo en nada se diferencian de los que ahora no movemos ni un dedo por hacer mejor las cosas y forzar que este mundo sea bueno de una vez por todas. Por eso las palabras que Jesús les dirigió también van por nosotros: «no quedará piedra sobre piedra». Es decir, no perdurará lo que somos y tenemos porque no tiene consistencia, ni es útil ahora ni lo será en el futuro.
¿Habrá que hacerlo todo nuevo?
Quedémonos con este mensaje que se repite en las tres lecturas que se han proclamado aquí, y que es el válido: «tendréis ocasión de dar testimonio». Son las palabras de Jesús, que nos orientan a mostrar la fe que nos mueve, en la que nos apoyamos y por la que esperamos, incluso contra toda esperanza.
Los cristianos no somos diferentes a los demás. Pero estamos en ventaja, porque sabemos de quién nos hemos fiado y que no nos dejará abandonados a nuestra suerte. Sabemos que incluso en medio de las dificultades, nuestro esfuerzo tiene nombre y lo colma de dignidad: somos colabores de Dios en su obra creadora.
Entendamos que el nombre y el mensaje del Señor están confiados a nuestras manos y a nuestros pies. Es el tiempo de nuestra responsabilidad. Vivamos cada momento de nuestra existencia como si fuera el último, pero con tanta hondura y riqueza como si nuestra vida no fuera a terminar nunca.
Día de la Iglesia Diocesana: Ayuda económica para mantener en pie lo que nos queda, y para emprender nuevas empresas.


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