En cualquier actividad, económica o social, nos movemos por los números. Estadística, se dice. Según esto, aquello que tiene muchos usuarios, es bueno, y triunfa. Y lo que tiene pocos, no es bueno y hay que desecharlo.
En la Iglesia también existe esa manera de considerar las cosas. Lo que importa, parece, es que haya bautizos, cuantos más mejor. Y primeras comuniones, y bodas, porque así veremos todos que estamos en la verdadera iglesia, y que la razón nos asiste. El número es nuestra fuerza.
Jesús no parece estar por esta manera de considerar las cosas. Cuando ve que le sigue mucha gente, va y les dice que se lo piensen bien, porque no es cualquier cosa ser discípulo suyo y estar por el Reino. Ese Reino es tan especial que hay que ponerlo por encima de todo:
- antes que los condicionamientos familiares y sociales;
- antes que el propio interés;
- por delante del dinero y de cuanto tengamos acumulado.
Y ante la dificultad de hacer esto, Jesús avisa que hay que pensárselo, que es una decisión que conviene reflexionar y no tomar a la ligera. Porque pudiera ocurrir que no pudiéramos llevarla adelante porque nos hemos precipitado al calcular nuestro convencimiento o nuestras fuerzas.
Pero, Jesús no trata de meter miedo a nadie. Tampoco quiere echarnos fuera pidiéndonos un imposible. Así pudiera sonar eso de odiar a la propia familia.
A veces ocurre con el evangelio que lo entendemos literalmente. Como entendido así parece descabellado, hacemos como que no lo oímos, y, aunque contestemos Palabra del Señor, no terminamos de aceptarlo.
A estas palabras del evangelio se las ha dado muchas explicaciones. Como si quienes debemos comentarlo tuviéramos un conocimiento especial, y estuviera en nuestra mano su sentido cierto. Pero no es así.
Jesús habla a toda la gente, pero habla también a cada persona. Lo que dice a todos, cada quien ha de recibirlo por sí mismo. De modo que con estas palabras Jesús está diciéndonos a cada uno de nosotros qué le pide para considerarlo discípulo.
Nos toca escucharle, entenderle, dialogar con él, y tomar una decisión, que siempre será personal, propia e intransferible.
Y hacerlo confiando en él, que nos asegura que si dejamos todo por el Reino, lo ganaremos todo redoblado.
En la Iglesia también existe esa manera de considerar las cosas. Lo que importa, parece, es que haya bautizos, cuantos más mejor. Y primeras comuniones, y bodas, porque así veremos todos que estamos en la verdadera iglesia, y que la razón nos asiste. El número es nuestra fuerza.
Jesús no parece estar por esta manera de considerar las cosas. Cuando ve que le sigue mucha gente, va y les dice que se lo piensen bien, porque no es cualquier cosa ser discípulo suyo y estar por el Reino. Ese Reino es tan especial que hay que ponerlo por encima de todo:
- antes que los condicionamientos familiares y sociales;
- antes que el propio interés;
- por delante del dinero y de cuanto tengamos acumulado.
Y ante la dificultad de hacer esto, Jesús avisa que hay que pensárselo, que es una decisión que conviene reflexionar y no tomar a la ligera. Porque pudiera ocurrir que no pudiéramos llevarla adelante porque nos hemos precipitado al calcular nuestro convencimiento o nuestras fuerzas.
Pero, Jesús no trata de meter miedo a nadie. Tampoco quiere echarnos fuera pidiéndonos un imposible. Así pudiera sonar eso de odiar a la propia familia.
A veces ocurre con el evangelio que lo entendemos literalmente. Como entendido así parece descabellado, hacemos como que no lo oímos, y, aunque contestemos Palabra del Señor, no terminamos de aceptarlo.
A estas palabras del evangelio se las ha dado muchas explicaciones. Como si quienes debemos comentarlo tuviéramos un conocimiento especial, y estuviera en nuestra mano su sentido cierto. Pero no es así.
Jesús habla a toda la gente, pero habla también a cada persona. Lo que dice a todos, cada quien ha de recibirlo por sí mismo. De modo que con estas palabras Jesús está diciéndonos a cada uno de nosotros qué le pide para considerarlo discípulo.
Nos toca escucharle, entenderle, dialogar con él, y tomar una decisión, que siempre será personal, propia e intransferible.
Y hacerlo confiando en él, que nos asegura que si dejamos todo por el Reino, lo ganaremos todo redoblado.