Domingo 25º del Tiempo Ordinario



En aquellos tiempos de Jesús y en otros mucho más cercanos a nosotros, la gente no usaba dinero, tenía cosas que cambiaba a otras personas por cosas. Así el zapatero ponía medias suelas al albañil que le quitaba las goteras del tejado; el labriego daba garbanzos o tomates al ganadero que le daba una gallina o unas docenas de huevos o unos litros de leche. El sastre hacía o reparaba trajes  a cambio de casa, comida y lumbre. Se hacía un trueque, cosas por cosas. Dinero propiamente tenía quien lo tenía, los ricos, o quien se venía necesitado a moverse de un lugar a otro, ofreciendo su trabajo o sus negocios.
 
Jesús no tuvo dinero porque no lo necesitaba para vivir. Su trabajo era remunerado en especie.
 
Quien amasaba más de lo que pudiera necesitar, quien atesoraba lo que no había ganado sino esquilmado a otros, ese sí tenía dinero. Por eso en la Biblia casi siempre el dinero es descrito de mala manera, porque lo usan personas que no lo han ganado con justicia.
 
Jesús no tiene inconveniente en añadir la palabra injusto a la palabra dinero, como si fuesen la misma cosa: dinero injusto. Supongo que en aquellos tiempos habría dinero justo, pero Jesús no lo aprecia, quizás porque era tan poco que no tenía mayor importancia.
 
Pero si había, y Jesús lo sabía, y nosotros ahora también porque se está investigando y sale a la luz, grandes mansiones, inmensas fortunas, fastuosos tesoros que tenían los ricos de entonces, que no servían más que para honrar a su dueños, que en nada beneficiaban al pueblo, que los pobres nunca disfrutaban.
 
Jesús a esos les dice lo que han de hacer con su dinero, para que realmente tenga sentido haberlo acaparado: darle un uso en favor de los demás, así los demás en su momento estarán en favor de uno.

 
Claro, este discurso hoy en día parece que suena a rancio. Sin embargo también es actual, y deberá serlo, para quienes venimos por la iglesia y nos decimos cristianos. Un seguidor de Jesús no puede hacer cualquier cosa con el dinero: hay un modo de ganar dinero, de gastarlo y de disfrutarlo que es injusto pues olvida a los más pobres.
 
Dios no premia con dinero a los buenos, y castiga con la pobreza a los malos. Sabemos que no es así. Ese no es el Dios de Jesús. Ese no es nuestro Dios.
 
Seamos, pues, sagaces con el uso que hacemos del dinero, porque a Dios no le puede agradar que con él estemos afrentando al hermano, negándole el pan y la sal, impidiéndole vivir, y jactándonos y humillándole al querer hacerle ver que Dios está más de nuestra parte que de la suya porque triunfamos.
 
Eso no puede ser.

Música Sí/No