La Santísima Trinidad



     El domingo pasado, fiesta del Espíritu descendiendo sobre todos nosotros como Iglesia, representamos la comunicación de los dones del Espíritu Santo: Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Ciencia, Fortaleza, Piedad y Temor de Dios.

      No se trata de un invento de alguien pensando cómo es nuestra religión, sino de lo que Jesús dice que necesitamos y que su Espíritu va a hacer en nosotros. Lo dice en el Evangelio.

      Y también en el Evangelio, Jesús nos habla de Dios. Pero mientras la gente que estudia la religión piensa cosas dificilísimas sobre qué es y qué deja de ser Dios, Jesús nos dice lo que él siente y vive en su experiencia con Dios.

      Así, Jesús, ante Dios se siente un Hijo querido por un Padre bueno y cercano. Más que padre parece madre, porque en todo momento es como si se viviera a sí mismo cobijado en lo más adentro de su seno divino. Pero Dios no sólo le lleva a Jesús en sus entrañas, nos lleva a todos los seres humanos. Eso es lo que vino a decirnos, eso es lo que leemos y oramos en los evangelios.

      Y leemos más. Jesús dice que este Dios, que es Padre, no se aguanta el amor que nos tiene a todos, y por eso cuida de nosotros y se alegra y sufre con nosotros. Pero tiene una debilidad: los más pequeños, los que menos pueden, los que andan perdidos, los que han sido apartados y empujados fuera.

      Por eso, cuando Jesús anuncia el Reino, dice que en él son predilectos y bienaventurados los más pobres, indefensos y necesitados.

      ¿Cómo tendremos nosotros esa misma experiencia de Dios? Porque Jesús insiste que nosotros solos no podemos, que es demasiada tarea para nuestra pequeñez.

      Ahí está su Espíritu. Ahí están los siete dones que el otro día simbólicamente recibimos con el encendido de las velas. Ese Espíritu nos llevará al conocimiento de Dios, porque él mismo hablará por nosotros, él caminará por nosotros, y finalmente él mismo nos descubrirá cuán divinos somos.

      Dejándonos conducir por el Espíritu, viviendo según su inspiración, formamos la comunidad de hermanas y hermanos al servicio de los más pequeños y desvalidos. Así somos reconocidos como discípulos de Jesús, porque vivimos a su estilo, porque hacemos lo que él hacía y también lo que él nos pidió con continuáramos.  Recordemos: Amaos unos a otros, sólo eso os mando. Esta familia humana, no nacida de la carne ni de la sangre sino del Espíritu, es símbolo y germen del nuevo mundo querido por el Padre.

      Y esta es nuestra responsabilidad, y también nuestra gloria.

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