Domingo 5º de Cuaresma

 
     Acabamos este tiempo de cuaresma y quedamos situados para vivir durante la semana santa los misterios más hondos de nuestra fe. En Jerusalén, en Valladolid, en Roma, seremos testigos cualificados, y ojalá que también compañeros activos del Jesús que se enfrenta a la crisis de su vida y de su misión por la causa del Reino de Dios. La escenografía en la que todo ello se va expresar, no importa dónde, no nos debiera distraer de atender a lo principal: la novedad que Dios nos ofrece. Es mucho más que un plan seguro para salir de cualquier crisis. No tiene nada que ver con un adecentamiento, como si fuera un lavado de cara, de lo que está manga por hombro, vamos, hecho un auténtico desastre. Tampoco es un ir a la raíces, buscando lo auténtico. Es mucho más, es exactamente todo lo contrario.
Lo anuncia la primera lectura. Dios abrirá un camino por el desierto, ríos en el yermo; alcanzará a todo ser creado, pues incluso los animales del campo le alabarán. Y calmará la sed de su pueblo, y le confirmará como su elegido.

     Para ello es necesario no volver la vista atrás, olvidar el pasado y mirar hacia lo nuevo que ya está surgiendo. Miradlo, ¿de verdad que no lo veis?

     San Pablo, que lo ha descubierto porque Dios así se lo ha revelado, como la mujer que perdió su moneda ha dejado todo por alcanzarlo; y libre de todo impedimento, abandonado el viejo y caduco estilo antiguo, corre tras la meta, seguro de alcanzar el premio al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.

     Jesús, en este precioso texto del evangelio de San Juan, lo confirma. No hay cargos, no debe haber defensa, no hay condena.

     ¿Qué escribiría sobre el polvo del suelo mientras los acusadores exponían las razones por las que aquella mujer debía ser ajusticiada?

     Podríamos imaginar que estaba redactando el acta de aquel juicio, incoado a instancia de quienes esperaban una satisfacción ejemplar de acuerdo al viejo sistema judicial.

     Y se levanta Jesús, deja que el viento borre lo escrito, y permite que se vayan. El veredicto es claro: nadie es inocente, todos culpables, no puede pues haber condena. Sería nuestro fin.

     Y Dios no quiere eso. Por eso Jesús le dice a la mujer: vete, y en adelante no peques más.

     La misericordia del Dios de entrañas maternales lo llenará todo. Mejor dicho, lo llena ya.

     No nos marchemos de junto a Jesús. Al lado de aquella mujer también nosotros escucharemos las palabras de perdón: “Nadie os condena. En adelante, no pequéis más”.

Música Sí/No