Domingo 4º de Cuaresma


¡Quién no ha entrado nunca a comprar algo en una farmacia! Nos dan lo que pedimos y lo suelen meter en una bolsita pequeña, justo a la medida del envase que nos llevamos. En la bolsa figura el nombre del farmacéutico titular y casi siempre le acompaña la imagen de una serpiente. No sé si os habréis fijado. La serpiente se ha asociado desde el origen de la humanidad a las prácticas de sanación y curanderismo. Hoy día la medicina sigue incorporando su imagen.
Y de alguna manera de esto se pasó Jesús toda una noche hablando con un señor, llamado Nicodemo. De curación y sanación. Recordaron un hecho que le sucedió al pueblo judío en el desierto, cuando muchas personas fueron mordidas por serpientes; Moisés fabricó una serpiente de bronce y la colocó en alto, de manera que quien estuviera mal con sólo mirarla quedaba curado.
Jesús se presenta ante Nicodemo como la medicina de Dios para el mundo y para el ser humano. Dios se pone a la vista, y sólo hay que mirarle, ni siquiera hay que guardar cama: quedamos curados. Porque es Él la medicina y el tratamiento completo, no nos exige a nosotros nada, sino sólo dejarnos hacer.
Nosotros, como Nicodemo, enseguida estamos dispuestos, y así lo decimos, a hacer cosas; al médico que nos atiende le preguntamos todo ansiosos, qué he de hacer. Imaginémonos que nos dijera: tú absolutamente nada, sólo creer y aceptar. Diríamos: esto es milagroso.
Pues eso. Es el milagro del amor de Dios, que ni siquiera está esperando que nosotros amemos. Él se humana para humanizarnos; se acerca para acercarnos, para aproximarnos unos a otros; se entrega para producir en nosotros la reciprocidad y la donación mutua.
Nicodemo no debía de entender gran cosa, y eso que era sabio. Lo mismo nos pasa a nosotros, seguimos sin entender y esperamos agobiar a Dios con nuestras muchas y evidentes obras.
Estemos tranquilos; a Dios no le podemos ofender, no le conseguiremos quitar parte de sí por nuestros pecados, no hay manera de que le apaguemos la luz y el calor que constituye la fuerza de su amor. De modo que tampoco le podemos devolver lo que no le hemos quitado, ni añadir más a lo que ya es. Dios tampoco es un juez que espere nuestro castigo en un juicio sumarísimo.
Dios se hizo presente en el mundo, en el hombre Jesús de Nazaret, porque quiere tanto al mundo, que no soportaba más estar lejano, distante, desconocido. Dios se humanizó en Jesús.
Nosotros, humanizándonos, encontramos la luz y amamos la luz. Por el contrario, endiosándonos, encontramos las tinieblas y toda nuestra vida proyecta oscuridad. No hay cosa más turbia y oscura que una persona que sólo aspira a subir, trepar, instalarse. Como no hay luz más poderosa que la luz del que es tan humano que no tiene nada que ocultar, de forma que sus obras y su vida todo entera, contagia bondad y humanidad.

Música Sí/No