El Bautismo del Señor


Con esta fiesta concluye el tiempo litúrgico de Navidad. Durante estos días hemos contemplado la maravilla de Dios haciéndose carne, Dios-con-nosotros. Jesús es el ser humano que nos muestra a Dios; le llama Abba, y de su mano va a enseñarnos a relacionarnos con Él. Ya no tenemos que mirar al cielo para pensar en Dios; está en la tierra, y sólo se le encuentra aquí. Para entrar el diálogo con Dios no necesitamos ni gurús, ni sacerdotes, ni lugares ni momentos especiales. Jesús se convierte en el único camino hacia Dios.
¿Por qué? Porque Dios le ha designado para esa misión. Por eso dirá más tarde: «Quien me ve a mí, ve al Padre, porque el Padre y yo somos una misma cosa».
Aquel día, en el jordán, Jesús dejó hablar al Espíritu que le elegía para ser el predilecto de una gran muchedumbre que también son reconocidos como hijas e hijos amados de Dios.
A partir de este momento, y durante unas cuantas semanas, acompañaremos en la liturgia a Jesús que fiel a esta misión recibida, pasará por la vida haciendo el bien y predicando en Reino de las bienaventuranzas.
Hoy es día para alegrarnos. Vemos con gozo que Jesús ha crecido y que toma con decisión las riendas de su vida. El Reino es la razón de su vivir. Y lo será hasta el final, cuando muera en la cruz poniendo toda la confianza en su Padre, seguro de que sólo él, su Abba, le puede dar la vida plena del Reino. Así ha dado sentido a nuestra vida. Ahora somos hijos en el Hijo y su Abba es nuestro Abba. Ahora sabemos que el Reino es nuestro. Por eso nos alegramos y damos gracias.
Hoy es día para revisar nuestro compromiso como bautizados. Nosotros también hemos recibido el encargo y la misión de anunciar el Reino de misericordia, de perdón y reconciliación. Jesús le dedicó toda su vida. Nosotros también como seguidores de Jesús estamos llamados a esa coherencia de vida y a esa radicalidad de decisión, expresada y anticipada en el rito del bautismo, que debemos actualizar todos los días.

Música Sí/No