Domingo 29º del Tiempo Ordinario


Llega el DOMUND y nos toca rascarnos el bolsillo. Lo hacemos con gusto, porque sabemos del buen uso que va a darse a nuestro dinero. Pero no deja de tener gracia que, coincidiendo con las palabras de Jesús del evangelio de hoy, manejemos las monedas para ayudar al sostenimiento de lo que entendemos que es obra de Dios. Por fortuna, cada vez hay menos personas que piensan que dar al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios suponga separar lo que en la vida está íntimamente unido. Precisamente por pretender separarlo sobreviene la injusticia y lo éticamente impresentable.
Como Iglesia, todas las personas bautizadas somos misioneras. De no ser así no podríamos considerarnos cristianas, por mucho bautismo que hayamos recibido. Llevar a cabo la misión recibida, el encargo de anunciar al Dios de la vida y de trabajar porque venga a nosotros su Reino no se reduce a rezarlo en el padrenuestro. Eso ya lo sabemos, aunque haya quien se empeñe en recluirnos en la intimidad.
Como seguidores y discípulos de Jesús tenemos una palabra que decir y muchas acciones que realizar y, lo que es fundamental, sobre todo una manera de hacerlo en necesaria conexión con razones en qué apoyarnos.
Hoy es a esos hombres y mujeres que seducidos por el Evangelio han dejado casa y familia para irse lejos y vivir dedicados a los demás, a quienes celebramos y por quienes oramos. Ellos y ellas han entendido muy claro que hay que dar a Dios lo que es de Dios. Y por eso, en su gran mayoría, viven en tensión y enfrentamiento con los césares de turno, que exigen para sí mismos lo que en justo derecho corresponde a los pobres.
Todos hemos oído en los últimos tiempos las dificultades en que se realiza la tarea misionera. Oremos por todos ellos y colaboremos económicamente para que lleven a cabo su misión en mejores condiciones.
Y termino con unas palabras que dije aquí hace años y de las que no me arrepiento:
Ser misionero, hoy, es ser testigo cualificado del compromiso por la fe y la justicia del evangelio. Y las exigencias del evangelio rompen los límites de la propia intimidad para convertirse en fuente de transformación profunda de la convivencia humana: ahí, en la vida social y política, en la vida laboral y económica, en la vida cultural y asistencial, ahí es donde se juega el honor de Dios que es también del hombre; y al revés, el honor del hombre que es el honor de Dios.
Hoy se nos llama a todos a tomar mayor conciencia del compromiso misionero que tenemos los cristianos en todos los ámbitos, y a hacerlo «no sólo con palabras sino con la fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda».

Música Sí/No